After

After


Capítulo 30

Página 34 de 102

CAPÍTULO 30

Cuando volvemos a la mesa del patio, Hardin me suelta de la muñeca y mueve la silla para que me siente. Noto que la piel me arde literalmente tras su tacto, y me paso los dedos por encima mientras él coge la otra silla y la arrastra por el suelo de piedra para sentarse delante de mí. Cuando lo hace, está tan cerca que sus rodillas casi tocan las mías.

—¿Y bien?, ¿de qué quieres hablar, Hardin? —le pregunto con el tono más frío que soy capaz de adoptar.

Inspira hondo, se quita el gorro de lana de nuevo y lo deja sobre la mesa. Observo cómo se pasa los largos dedos por su tupido pelo y me mira a los ojos.

—Lo siento —dice con una intensidad que me obliga a apartar la mirada y a fijarla en el árbol grande del patio. Se aproxima—. ¿Me has oído? —pregunta.

—Sí, te he oído —le espeto, y vuelvo a mirarlo.

Está más loco de lo que yo creía si piensa que sólo porque haya dicho que lo siente voy a olvidar todas las cosas horribles que no para de hacerme casi a diario.

—Eres una persona muy difícil —dice, y se apoya contra el respaldo de la silla.

Tiene en la mano la botella que he tirado antes por el patio, y le da otro trago. ¿Cómo es posible que no haya perdido el conocimiento todavía?

—¿Que yo soy difícil? —inquiero—. ¡¿No hablarás en serio?!… ¿Qué esperas que haga, Hardin? Eres cruel conmigo. Tremendamente cruel —digo, y me muerdo el labio inferior.

No pienso llorar delante de él otra vez. Noah nunca me ha hecho llorar; hemos discutido algunas veces en todos estos años, pero nunca me he sentido tan mal como para llorar.

—No lo pretendo —dice con voz grave, y sus palabras parecen cortar el aire nocturno.

—Sí lo pretendes, y lo sabes. Lo haces a propósito. Nunca nadie me había tratado tan mal en toda mi vida.

Me muerdo el labio con más fuerza. Siento el nudo en la garganta. Si lloro, ganará él. Eso es lo que quiere.

—Y ¿por qué sigues relacionándote conmigo? ¿Por qué no pasas?

—Porque… no lo sé. Pero te aseguro que, después de lo de esta noche, se terminó. Voy a dejar la clase de literatura. Ya la haré el semestre que viene. —No había planeado hacer eso hasta ahora, pero es justo lo que debería hacer.

—Por favor, no hagas eso.

—¿A ti qué más te da? No querrás verte obligado a estar cerca de alguien tan patético como yo, ¿verdad? —Me hierve la sangre. Si supiera las palabras exactas que pudieran hacerle el mismo daño que él me hace a mí siempre, las diría sin pensar.

—No quería decir eso… Yo soy el patético aquí.

Lo miro directamente.

—No voy a discutírtelo —contesto.

Da otro trago y, cuando me dispongo a quitarle la botella, la aparta.

—¿Qué pasa? ¿Eres el único que puede emborracharse? —pregunto, y en su rostro se forma una sonrisa sarcástica.

La luz del patio se refleja en el aro de su ceja mientras me tiende la botella.

—Pensaba que ibas a tirarla otra vez —dice.

Debería hacerlo, pero me la llevo a los labios. El licor está caliente y sabe a regaliz quemado y empapado de alcohol desinfectante. Me dan arcadas, y Hardin se ríe.

—¿Con qué frecuencia bebes? Me dijiste que no bebías nunca —digo. Tengo que volver a enfadarme con él después de que conteste.

—Antes de esta noche habían pasado seis meses. —Desvía la mirada al suelo como si estuviera avergonzado.

—Pues no deberías beber nada. Te hace ser peor persona que de costumbre.

—¿Crees que soy mala persona? —dice mirando todavía al suelo con expresión seria.

«¿Qué pasa? ¿Está tan borracho que se considera bueno?»

—Sí —digo.

—No lo soy. Bueno, puede que lo sea. Quiero que tú… —empieza, pero se detiene, se incorpora y se apoya en el respaldo de la silla.

—¿Quieres que yo qué?

Necesito saber qué iba a decir. Le paso la botella, pero él la deja sobre la mesa. No quiero beber; con un trago es suficiente, y no quiero acabar en el mismo estado en que se encuentra Hardin.

—Nada —dice, mintiendo.

«¿Qué estoy haciendo aquí?» Noah está en mi habitación, esperándome, y yo estoy aquí, perdiendo aún más el tiempo con Hardin.

—Tengo que irme. —Me levanto y me dispongo a dirigirme hacia la puerta trasera.

—No te vayas —dice él con voz suave.

Mis pies se detienen de inmediato ante su ruego. Me vuelvo y me encuentro a Hardin a pocos centímetros de mí.

—¿Por qué no? ¡¿Aún no has terminado de insultarme?! —grito, y doy media vuelta.

Me agarra del brazo y me obliga a volverme de nuevo de un tirón.

—¡No me des la espalda! —grita todavía más alto que yo.

—¡Debería habértela dado hace mucho tiempo! —le espeto, y lo golpeo en el pecho—. ¡Ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí! ¡He venido corriendo en cuanto Landon me ha llamado! ¡He dejado a mi novio, que, como tú mismo has dicho, es el único que soporta estar conmigo, porque estaba preocupada por ti! ¿Sabes qué? Tienes razón, Hardin: soy patética. Soy patética por venir aquí, y soy patética por intentar siquiera…

Pero, entonces, pega los labios a los míos e interrumpe mi discurso. Lo golpeo en el pecho para detenerlo, pero no cede. Cada milímetro de mi ser quiere devolverle el beso, pero me contengo. Siento su lengua intentando abrirse paso entre mis labios, y me envuelve con sus fuertes brazos, estrechándome más contra sí a pesar de mis intentos por evitarlo. No sirve de nada; es más fuerte que yo.

—Bésame, Tessa —dice contra mis labios.

Sacudo la cabeza y él gruñe con frustración.

—Por favor, bésame. Te necesito.

Sus palabras me detienen. Este hombre horrible, ebrio y grosero acaba de decir que me necesita, y por alguna razón ha sonado como poesía para mis oídos. Hardin es como una droga. Cada vez que consumo la dosis más mínima de él, ansío más y más. Absorbe mis pensamientos e invade mis sueños.

En el momento en que mis labios se separan, él pega la boca a la mía de nuevo, pero esta vez no me resisto. No puedo. Sé que ésta no es la respuesta a mis problemas, y que lo único que hago así es cavarme un agujero más hondo, pero ahora mismo todo me da igual. Lo único que importa son sus palabras, y cómo las ha pronunciado: «Te necesito».

¿Es posible que Hardin me necesite con la misma desesperación que yo a él? Lo dudo, pero por ahora quiero pensar que sí. Eleva una de sus manos hasta mi mejilla y me acaricia el labio inferior con la lengua. Me estremezco, y él sonríe. El piercing de su labio me hace cosquillas en la comisura de la boca. Oigo un crujido y me aparto. Él permite que interrumpa nuestro beso, pero sigue envolviéndome fuertemente con los brazos, con el cuerpo pegado al mío. Miro hacia la puerta y rezo para que Landon no haya presenciado mi terrible lapsus. Afortunadamente, no lo veo.

—Hardin, de verdad, tengo que irme —digo a continuación bajando la mirada—. No podemos seguir haciendo esto; no nos hace ningún bien.

—Sí que podemos —responde él, y me levanta la barbilla para obligarme a mirarlo a sus ojos verdes.

—No, no podemos. Tú me detestas, y yo no quiero seguir siendo tu saco de boxeo. Me confundes. Me dices que no me soportas o me humillas después de que haya compartido contigo la experiencia más íntima de mi vida. —Abre la boca para interrumpirme, pero yo pongo un dedo contra sus labios rosados y prosigo—: Y al momento siguiente me besas y me dices que me necesitas. No me gusta la clase de persona en la que me convierto cuando estoy contigo, y odio sentirme como me siento cuando me dices cosas horribles.

—¿En qué clase de persona te conviertes cuando estás conmigo? —Sus ojos verdes analizan mi rostro mientras espera una respuesta.

—En alguien que no quiero ser, alguien que engaña a su novio y que llora constantemente —le explico.

—¿Sabes quién creo que eres cuando estás conmigo? —Me acaricia la línea de la mandíbula con el pulgar y yo intento mantenerme centrada.

—¿Quién?

—Tú misma. Creo que eres la verdadera Tessa, y que sólo estás demasiado ocupada preocupándote por lo que los demás puedan pensar de ti como para darte cuenta.

No sé qué pensar al respecto, pero parece tan sincero, tan seguro de su respuesta, que me tomo un segundo para meditar sobre sus palabras.

—Y sé lo que te hice después de masturbarte. —Se da cuenta de mi gesto de incomodidad y continúa—: Siento… lo de nuestra experiencia, sé que no estuvo bien. Me sentí fatal cuando bajaste del coche.

—Lo dudo —le espeto al recordar lo mucho que lloré esa noche.

—Es verdad, te lo juro. Sé que crees que soy una mala persona…, pero tú haces que… —Se interrumpe—. Olvídalo.

«¿Por qué se detiene?»

—Termina la frase, Hardin, o me voy ahora mismo —le advierto, y lo digo en serio.

La manera en que sus ojos parecen llamear cuando me mira, y el modo en que sus labios se separan lentamente, como si cada palabra ocultara algo, una verdad o una mentira, hacen que aguarde su respuesta.

—Tú… haces que quiera ser buena persona —dice al fin—. Quiero ser bueno por ti, Tess.

Ir a la siguiente página

Report Page