After

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Capítulo 80

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CAPÍTULO 80

Para cuando los dos estamos duchados y en la cama, son casi las cuatro de la madrugada.

—Tengo que levantarme dentro de una hora —refunfuño contra su pecho.

—Llegarías puntual aunque durmieras hasta las siete y media —me recuerda.

No me apetece tener que arreglarme corriendo, pero necesito las horas de sueño. Por suerte he dormido la siesta, a ver si eso me ayuda a no quedarme dormida de pie durante mi primer día de verdad en Vance.

—Mmm… —musito contra su piel.

—Pondré la alarma.

Me escuecen los ojos por la falta de sueño mientras intento rizarme la maraña de pelo. Me pinto los ojos con un lápiz marrón y me pongo mi nuevo vestido rojo rubí. Tiene el escote cuadrado y lo bastante bajo para realzar mi busto sin ser indecente. El dobladillo acaba justo en mis rodillas, y el cinturón estrecho en la cintura crea la ilusión de que me he pasado horas arreglándome. Sopeso si debo ponerme colorete o no pero, gracias a mi noche con Hardin, tengo las mejillas sonrosadas. Me pongo los zapatos nuevos y me inspecciono delante del espejo. El vestido es muy favorecedor, y estoy más guapa de lo que imaginaba. Miro de reojo a Hardin, que sigue envuelto en las mantas de mi minúscula cama. Se le salen los pies del colchón y sonrío. Espero hasta el último minuto para despertarlo. Me planteo si debo dejar que siga durmiendo, pero soy una egoísta y quiero darle un beso de despedida.

—Tengo que irme —digo dándole pequeños empujones en el hombro.

—Te quiero —musita, y me ofrece los labios sin abrir los ojos.

—¿Vas a ir a clase? —le pregunto después de besarlo.

—No —contesta, y vuelve a dormirse.

Le doy un beso en el hombro y cojo mi chaqueta y mi bolso. Me muero por volver a meterme en la cama con él.

«A lo mejor lo de vivir juntos no es mal plan. Al fin y al cabo, ya pasamos casi todas las noches juntos.»

Me quito la idea de la cabeza. No es un buen plan, es demasiado pronto. Demasiado pronto.

Aun así, me paso todo el trayecto imaginándome alquilando un apartamento con Hardin, escogiendo las cortinas y pintando las paredes. Para cuando subo al ascensor en Vance, ya hemos comprado la cortina de la ducha y la alfombrilla de baño, pero cuando llego a la tercera planta un hombre joven con traje azul marino entra en el ascensor y pierdo la concentración.

—Hola —dice, y se acerca a la botonera.

Como ve que ya está pulsada la tecla de la última planta, se apoya en la pared del fondo.

—¿Eres nueva? —pregunta. Huele a jabón y tiene los ojos azul eléctrico, que, junto con su pelo negro, forman un extraño contraste.

—Sólo soy una becaria —le digo.

—¿Sólo una becaria? —Se ríe.

—Quiero decir que soy becaria aquí, no una empleada de verdad —me corrijo nerviosa.

—Yo empecé de becario hace unos años y luego me contrataron a jornada completa. ¿Estudias en la WCU?

—Sí. ¿Tú estudiaste allí?

—Sí. Me gradué el año pasado. Por fin. —Se ríe—. Te gustará trabajar aquí.

—Gracias. De momento me encanta —digo saliendo del ascensor.

Cuando me dispongo a doblar la esquina, añade:

—No me has dicho tu nombre.

—Tessa, Tessa Young.

Sonríe y se despide con la mano.

Detrás del mostrador está sentada la misma mujer de ayer, y esta vez se presenta y me dice que se llama Kimberly. Me sonríe, me desea buena suerte y señala una mesa llena de comida y café. Le devuelvo la sonrisa y le doy las gracias. Cojo un donut con fideos de chocolate y una taza de café y me meto en mi despacho. En mi mesa encuentro una gruesa pila de papel con una nota del señor Vance, que dice que es mi primer manuscrito y me desea suerte. Me encanta la libertad con la que cuento en estas prácticas; tengo una suerte que no me la creo. Le doy un mordisco al donut, guardo la nota y me pongo a trabajar.

El manuscrito es muy bueno y no puedo parar de leer. Llevo doscientas páginas cuando suena el teléfono que hay sobre mi mesa.

—¿Diga? —Me doy cuenta de que no tengo ni idea de qué botón tengo que pulsar para contestar. Para intentar parecer más madura, añado—: Aquí Tessa Young.

Me muerdo el labio y oigo una risita al otro lado.

—Señorita Young, tiene una visita. ¿La dejo pasar? —pregunta Kimberly.

—Tessa, llámame Tessa, por favor —le digo.

Me parece poco considerado por mi parte pedirle que me llame «señorita Young» cuando ella tiene más años y más experiencia que yo.

—Tessa —dice, y me imagino su sonrisa franca—. ¿Lo dejo pasar?

—Ah, sí. Espera…, ¿quién es?

—No estoy segura…, un chico joven… Lleva tatuajes, muchos tatuajes —susurra, y me entra la risa.

—Sí, dile que salgo a recibirlo. —Cuelgo.

Que Hardin haya venido me emociona y me asusta al mismo tiempo. Espero que vaya todo bien. Salgo al vestíbulo, donde me espera de pie con las manos en los bolsillos. Kimberly está al teléfono. Tengo la impresión de que sólo finge hablar, pero no podría asegurarlo. Espero que el hecho de recibir visitas en mi segundo día de trabajo no dé la impresión de que me estoy aprovechando de la gran oportunidad que se me ha dado.

—Hola, ¿va todo bien? —digo cuando ya lo tengo cerca.

—Sí, sólo quería ver cómo te va el trabajo. —Sonríe y le da vueltas con los dedos al aro de la ceja.

—Ah. Pues va muy bien, estoy… —empiezo a decir cuando el señor Vance se nos acerca a grandes zancadas.

—Bueno, bueno, bueno… ¿Has venido a suplicarme que te devuelva tu empleo? —le dice a Hardin con una gran sonrisa y una palmada en el hombro.

—Eso quisieras tú, viejo zorro —dice Hardin, riéndose, y me deja boquiabierta.

El señor Vance se echa a reír y le da un puñetazo juguetón a Hardin en las costillas. Deben de estar más unidos de lo que yo creía.

—¿A qué debo el honor? ¿O sólo has venido a acosar a mi nueva becaria? —Me mira.

—Lo segundo. Acosar a las becarias es mi pasatiempo favorito.

Miro a uno y a otro y no sé qué decir. Me encanta ver este lado bromista y juguetón de Hardin. No lo saca muy a menudo.

—¿Tienes tiempo para salir a comer? Si es que no has comido ya… —me dice Hardin.

Miro el reloj que cuelga de la pared. Ya es mediodía. Se me ha pasado la mañana volando.

Miro al señor Vance, que se encoge de hombros.

—Tienes una hora para comer. ¡Una chica tiene que alimentarse! —Sonríe y se despide de Hardin antes de desaparecer por el pasillo.

—Te he mandado varios mensajes de texto para asegurarme de que habías llegado a la oficina, pero no me has contestado —me dice Hardin cuando subimos al ascensor.

—No he mirado el teléfono en toda la mañana, estaba muy metida en una historia —respondo cogiéndolo de la mano.

—Estás bien, ¿verdad? ¿Estamos bien? —pregunta mirándome fijamente.

—Claro, ¿por qué no íbamos a estarlo?

—No lo sé… Empezaba a preocuparme que no respondieras a mis mensajes. Pensaba que… que te estabas arrepintiendo de lo de anoche. —Agacha la cabeza.

—¿Qué? Por supuesto que no. De verdad que no he mirado el móvil. No me arrepiento de lo de anoche. Ni un poquito.

No puedo disimular la sonrisa que se me dibuja en la cara al recordarlo.

—Bien. Es un gran alivio —dice, y deja escapar un suspiro.

—¿Has venido hasta aquí porque pensabas que me había arrepentido? —le pregunto. Es un poco extremo, pero muy halagador.

—Sí… Bueno, no sólo por eso. También quería invitarte a comer. —Sonríe y se lleva mi mano a los labios.

Salimos del ascensor y luego a la calle. Debería haber cogido la chaqueta. Tiemblo un poco y Hardin me mira.

—Tengo una chaqueta en el coche —dice—. Podemos ir a cogerla y luego a Brio, está a la vuelta de la esquina y se come muy bien.

Caminamos hacia su coche y saca una cazadora negra de cuero del maletero. Me hace gracia. Creo que lleva toda la ropa en el maletero. Lleva sacando ropa de ahí dentro desde que lo conozco.

La chaqueta abriga mucho y huele a Hardin. Me va enorme y tengo que arremangármela.

—Gracias. —Le doy un beso en la mandíbula.

—Te queda muy bien, como un guante.

Me coge de la mano y andamos por la acera. Los hombres y las mujeres vestidos de traje nos miran sin disimulo. A veces se me olvida lo distintos que parecemos vistos desde fuera. Somos polos opuestos en casi todo pero, no sé cómo, nos va bien así.

Brio es un restaurante italiano pequeño y pintoresco. El suelo está cubierto de azulejos multicolores y el techo es un mural del cielo con querubines regordetes y sonrientes que esperan junto a unas puertas blancas y un par de ángeles, uno blanco y uno negro, abrazándose. El ángel blanco está intentando llevar al negro al otro lado.

—¿Tess? —dice Hardin tirándome de la manga.

—Voy —musito, y vamos hacia nuestra mesa, que está al fondo.

Hardin se sienta en la silla que hay a mi lado, no en la de enfrente, y apoya los codos sobre la mesa. Pide para los dos, pero no me importa porque él ya ha comido antes aquí.

—¿Sois muy amigos el señor Vance y tú? —pregunto.

—Yo no diría tanto. Pero nos conocemos bastante. —Se encoge de hombros.

—Parece que os lleváis muy bien. Me gusta verte así.

Se le dibuja una pequeña sonrisa en los labios y me acaricia el muslo.

—¿Ah, sí?

—Sí. Me gusta verte feliz.

Siento que no me lo está contando todo sobre su relación con el señor Vance pero, por ahora, voy a dejarlo estar.

—Soy feliz. Más feliz de lo que creía que iba a serlo… nunca —añade.

—¿Qué mosca te ha picado? ¡Te estás ablandando! —bromeo, y se ríe.

—Si quieres puedo volcar unas cuantas mesas y romper un par de narices para refrescarte la memoria —replica, y choco el hombro contra el suyo.

—No, gracias. —Me río como una adolescente.

Nos sirven la comida y le doy las gracias al camarero. Tiene todo muy buena pinta y me paro a disfrutar de los aromas antes de dar el primer bocado. Hardin ha pedido para los dos una especie de raviolis que están deliciosos.

—Está rico, ¿eh? —comenta muy satisfecho.

Se llena la boca. Asiento y hago lo propio.

Cuando terminamos, nos peleamos por la cuenta, pero al final gana él.

—Ya me lo pagarás luego —dice guiñándome un ojo cuando el camarero no mira.

Volvemos a la editorial y Hardin entra conmigo.

—¿Vas a subir? —le pregunto.

—Sí. Quiero ver tu despacho. Te prometo que luego me iré.

—Trato hecho.

Nos metemos en el ascensor; cuando llegamos a la última planta le devuelvo su cazadora. Se la pone y se me hace la boca agua al ver lo bien que le sienta el cuero.

—Anda, hola otra vez —me saluda el chico de traje azul marino mientras caminamos por el pasillo.

—Hola otra vez. —Sonrío.

Mira a Hardin, que se presenta.

—Encantado de conocerte. Me llamo Trevor, trabajo en contabilidad. —Saluda con la mano—. En fin, ya nos veremos.

Y se marcha.

Entramos en mi oficina, Hardin me coge de la muñeca y me vuelve para mirarme a la cara.

—¿Qué coño ha sido eso? —me espeta.

«¿Está de broma?» Miro mi muñeca, que me sujeta con fuerza, y deduzco que no. No me hace daño pero tampoco me deja moverme.

—¿Qué?

—Ese tío.

—¿Qué pasa con él? Lo he conocido esta mañana en el ascensor.

Recupero mi muñeca de un tirón.

—No parecía que os acabarais de conocer. Estabais flirteando en mi cara.

No puedo evitarlo. Suelto una carcajada que más bien parece un ladrido.

—¿Qué? Estás mal de la cabeza si crees que eso era flirtear. Estaba siendo educada, igual que él. ¿Por qué iba a flirtear con él?

Intento no subir la voz, no me conviene montar una escena.

—Y ¿por qué no? Era majo y rollo pijo… Llevaba traje y todo —dice Hardin.

Me doy cuenta de que está más dolido que enfadado. Mi instinto me dice que le diga cuatro cosas y lo mande a paseo, pero decido adoptar una estrategia distinta, igual que cuando se puso a romper cosas en casa de su padre.

—¿Eso crees? ¿Que quiero a alguien como él, no como tú? —le pregunto con un tono de voz suave.

Hardin abre unos ojos enormes, perplejo. Sé que esperaba que estallara, pero este cambio en la dinámica lo frena y tiene que pensar lo que va a decir a continuación.

—Sí… Bueno, no lo sé. —Sus ojos encuentran los míos.

—Pues, como de costumbre, te equivocas. —Sonrío.

Necesito hablar con él de esto más tarde, pero ahora mismo tengo más ganas de hacerle saber que no tiene de qué preocuparse que de corregirlo.

—Lamento que hayas pensado que estaba flirteando con él. No es así. Yo no te haría eso —le aseguro.

Su mirada se suaviza y le acaricio la mejilla. ¿Cómo puede una persona ser tan fuerte y tan frágil a la vez?

—Vale… —dice.

Me echo a reír y sigo acariciándole la mejilla. Me encanta pillarlo con la guardia baja.

—¿Para qué lo quiero a él teniéndote a ti?

Parpadea y, al final, sonríe. Me alivia estar aprendiendo a desactivar la bomba con patas que es Hardin.

—Te quiero —me dice, y sus labios buscan los míos—. Perdona que haya saltado así.

—Acepto tus disculpas. ¿Qué te parece si te enseño mi despacho? —digo con alegría.

—No te merezco —añade en voz baja, demasiado baja.

Decido hacer como que no lo he oído y mantengo mi actitud animosa.

—¿Qué opinas? —Sonrío de oreja a oreja.

Se echa a reír y presta mucha atención mientras le muestro cada detalle, cada libro de la estantería y el marco vacío que hay en la mesa.

—Estaba pensando en poner una foto nuestra aquí —le digo.

No nos hemos hecho ninguna foto juntos, y no se me había ocurrido hasta que coloqué el marco sobre la mesa. Hardin no parece de la clase de personas que sonríen ante la cámara, ni siquiera ante la de un móvil.

—Las fotos no son lo mío —dice confirmando mis sospechas. Sin embargo, cuando ve mi decepción, se esfuerza por añadir—: Quiero decir… que podríamos hacernos una. Pero sólo una.

—Luego lo pensamos. —Sonrío, y parece aliviado.

—Ahora hablemos de lo sexi que estás con ese vestido. Me está volviendo loco —dice en un tono más grave de lo habitual al tiempo que se acerca a mí.

Mi cuerpo entra en calor al instante; sus palabras siempre tienen este efecto en mí.

—Tienes suerte de que no abriera los ojos esta mañana —prosigue—. Si los hubiera abierto… —recorre con la punta de los dedos el escote del vestido—, no te habría dejado salir de la habitación.

Con la otra mano sube el bajo del vestido y me acaricia el muslo.

—Hardin… —le advierto. Mi voz me traiciona y parece más un gemido que otra cosa.

—¿Qué, nena?… ¿No quieres que haga esto? —Me levanta del suelo y me sienta en la mesa.

—Es… —Con sus labios en el cuello no puedo pensar. Hundo los dedos en su pelo y me da pequeños mordiscos—. No podemos… Podría entrar alguien… o… algo. —Se me traba la lengua y no consigo decir nada que tenga sentido.

Lleva ambas manos a mis muslos y me separa las piernas.

—La puerta tiene un pestillo por algo… —replica—. Quiero hacértelo aquí, sobre la mesa. O puede que contra la ventana.

Su boca continúa bajando hacia mi pecho. Su propuesta es como una descarga eléctrica. Sus dedos rozan el encaje de mis bragas y noto cómo cambia su respiración.

—Me estás matando —gruñe mirando entre mis piernas para ver el conjunto de encaje blanco que me compré ayer.

No me puedo creer que esté consintiendo esto, en mi mesa, en mi despacho nuevo, el segundo día de prácticas. La idea me excita y me aterra a partes iguales.

—Cierra la… —empiezo a decir, pero me interrumpe el timbre del teléfono. Me sobresalto y contesto como puedo—: ¿Diga? Aquí Tessa Young.

—Señorita Young…, Tessa —corrige rápidamente Kimberly—. El señor Vance ha terminado su trabajo por hoy y va de camino a tu despacho —dice con una pizca de picardía en la voz.

Debe de haberse dado cuenta de lo irresistible que puede ser Hardin. Me ruborizo y le doy las gracias antes de bajarme de la mesa.

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