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Capítulo 52

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Cuando Hardin interrumpe el beso, se sienta en mi cama y yo lo sigo. Nos quedamos en silencio unos minutos, así que empiezo a ponerme nerviosa, como si tuviera que comportarme de forma diferente ahora que somos… algo más, pero no tengo ni idea de qué forma es ésa.

—¿Qué planes tienes para el resto del día? —pregunta.

—Ninguno, sólo estudiar —digo.

—Guay. —Chasquea la lengua contra el paladar. También parece estar nervioso, y me alegra no ser la única.

—Ven aquí. —Hardin me hace un gesto y abre los brazos.

En cuanto me siento en su regazo, la puerta se abre y él refunfuña. Steph, Tristan y Nate entran de golpe y se quedan mirándonos mientras yo me levanto y me siento en el otro extremo de la cama.

—¿Es que ahora sois amigos con derecho a roce? —dice Nate con tono indiferente.

—¡No! Qué va —contesto por lo bajo.

No sé qué más añadir, así que me limito a esperar a que Hardin diga algo. Él permanece en silencio mientras Tristan y Nate comienzan a hablarle de la fiesta de anoche.

—Parece que no me he perdido mucho —señala Hardin, y Nate se encoge de hombros.

—Hasta que Molly nos hizo un estriptis. Se quedó en pelotas, tendrías que haber estado allí —responde Nate.

Me inquieto y miro a Steph, que a su vez está mirando fijamente a Tristan, supongo que con la esperanza de que no diga nada inconveniente sobre el desnudo de Molly.

Hardin sonríe.

—Nada que no haya visto antes —replica.

Se me escapa una exclamación, pero intento disimularla tosiendo. «No ha dicho eso.»

Él baja la vista, por lo que parece que ha entendido lo que acaba de suceder.

Quizá esto sea una mala idea; ya empieza a parecerme todo muy raro, y ahora que están todos, aquí la sensación se magnifica. ¿Por qué no les ha dicho que estamos saliendo? «¿Estamos saliendo?» Ni yo misma lo entiendo muy bien. Después de su declaración, creía que sí, pero en realidad no lo hemos dicho en ningún momento. «¿A lo mejor no es necesario?» Esta incertidumbre me está matando; en todo el tiempo que he estado con Noah nunca he tenido que preocuparme por lo que sentía por mí. Nunca he tenido que tratar con sus examigas con derecho a roce. Soy la única chica que Noah ha besado en su vida, y la verdad es que me gustaba que fuera así. Ojalá Hardin nunca hubiera hecho nada con otra, o al menos hubiera hecho cosas con menos chicas.

—Nos vamos a la bolera en cuanto me cambie. ¿Te apetece venir? —me pregunta Steph, y yo niego con la cabeza.

—Tengo que ponerme al día con las clases. Apenas he estudiado este fin de semana —le digo, y aparto la vista cuando los recuerdos de los dos últimos días inundan mi mente.

—Deberías venir, lo pasaremos bien —dice Hardin, pero niego con la cabeza.

Tengo que quedarme en la residencia, y supongo que esperaba que él se quedara conmigo. Steph abre la puerta del armario, se cambia detrás y reaparece al cabo de unos minutos vestida con una ropa distinta.

—¿Estáis listos, chicos? ¿Seguro que no quieres venir? —me pregunta.

Asiento.

—Estoy segura.

Todos se levantan para marcharse, y Hardin se despide de mí con la mano y una pequeña sonrisa antes de salir. Me decepciona su forma de decir adiós, y espero que ya hubiera quedado con ellos antes de este fin de semana y del drama de hoy.

Pero ¿qué esperaba? ¿Que corriera hacia mí y me besara? ¿Que me dijera que iba a echarme de menos? Me río de pensarlo. No sé si va a cambiar algo entre Hardin y yo, aparte de dejar de evitarnos constantemente el uno al otro. Estoy demasiado acostumbrada a cómo son las cosas con Noah, así que no tengo ni idea de cómo va a salir esto, y odio no tener el control de todas las situaciones.

Después de pasarme una hora estudiando y de intentar echarme una siesta, cojo el móvil para escribirle un mensaje a Hardin. «Un momento… —me digo—. Si ni siquiera tengo su número.» No me lo había planteado antes; nunca hemos hablado por teléfono ni nos hemos mandado mensajes. Aunque tampoco había hecho falta: no nos soportábamos. Esto va a ser más complicado de lo que imaginaba.

Llamo a mi madre para ver cómo está, y sobre todo para saber si Noah le ha contado ya lo sucedido. No tardará en llegar a casa, ya que el viaje dura dos horas, y estoy segura de que no va a perder el tiempo y se lo va a contar todo. Me responde con un simple «Hola», y eso me dice que todavía no sabe nada. Le hablo de mi fracaso a la hora de buscar un coche, y de las posibles prácticas en Vance. Por supuesto, ella me recuerda que llevo ya un mes en la universidad y que aún no he encontrado coche. Pongo los ojos en blanco y la dejo enrollarse sobre lo que ha hecho el fin de semana. La pantalla del móvil se ilumina mientras la escucho. Pongo el manos libres y leo el mensaje:

Deberías haber venido con nosotros, conmigo.

Se me acelera el corazón; es Hardin.

Fingiendo que escucho a mi madre, murmuro «Mmm…, ah…» un par de veces mientras le contesto:

Y tú deberías haberte quedado.

Permanezco mirando la pantalla a la espera de su respuesta, que tarda una eternidad.

Voy a ir a recogerte.

¿Qué? No, no quiero jugar a los bolos, y ya estás allí. Quédate.

Voy de camino. Prepárate.

Es exigente hasta en los mensajes.

Mi madre sigue hablando y no tengo ni idea de qué dice. He dejado de escucharla cuando Hardin me ha escrito.

—Mamá, ahora te llamo —la interrumpo.

—¿Por qué? —pregunta con sorpresa y desdén.

—Pues… porque… he derramado el café sobre los apuntes. Tengo que dejarte.

Cuelgo, me apresuro a quitarme el pijama de Hardin y me pongo los vaqueros nuevos y una camiseta lisa de color violeta. Me cepillo el pelo, que está bastante decente teniendo en cuenta que no me lo he lavado. Miro la hora y voy al baño a lavarme los dientes. Cuando vuelvo, Hardin me está esperando sentado en la cama.

—¿Dónde estabas? —pregunta.

—Cepillándome los dientes —le digo, y dejo la bolsa de aseo a un lado.

—¿Lista? —Se levanta y camina en mi dirección.

Una parte de mí espera que me abrace, pero no lo hace, sino que se limita a acercarse a la puerta.

Asiento y recojo el bolso y el móvil.

Una vez en el coche, mantiene bajo el volumen de la radio mientras conduce. No me apetece en absoluto ir a la bolera. Odio los bolos, pero quiero estar con él. No me gusta sentirme ya tan dependiente.

—¿Cuánto tiempo crees que estaremos allí? —pregunto después de unos minutos de silencio.

—No lo sé…, ¿por? —dice volviendo la cabeza para mirarme.

—No lo sé…, no me gustan mucho los bolos.

—No va a estar tan mal. Están todos allí —me asegura. Espero que ese «todos» no incluya a la guarra de Molly.

—Si tú lo dices… —mascullo, y miro por la ventanilla.

—¿No quieres ir? —Su tono es suave.

—Lo cierto es que no, por eso he dicho que no desde el principio. —Me río sin ganas.

—¿Por qué no vamos a otro sitio?

—¿Adónde? —Estoy molesta con él, pero no sé bien por qué.

—A mi casa —propone, y sonrío y asiento. Él también sonríe, dejando ver los hoyuelos que he acabado adorando—. A mi casa, entonces.

Extiende un brazo y me pone la mano sobre el muslo. Se me templa la piel, y coloco la mano sobre la suya.

Quince minutos después llegamos al edificio de su fraternidad. No he vuelto aquí desde que Hardin y yo nos peleamos y me volví a la residencia. Mientras me conduce a la escalera, ningún chico se molesta en dedicarnos más de una mirada; deben de estar acostumbrados a que Hardin traiga chicas a casa. Se me encoge el estómago de pensarlo. Tengo que dejar de pensar en eso, porque me va a volver loca y no puedo hacer nada para cambiarlo.

—Aquí es —dice Hardin, y abre la cerradura de la puerta.

Entro tras él, y enciende la luz antes de quitarse las botas y tirarlas al suelo. Se acerca a la cama y da una palmadita a su lado.

Cuando camino en su dirección, la curiosidad se apodera de mí.

—¿Molly estaba allí? ¿En la bolera? —inquiero al tiempo que miro por la ventana.

—Sí, claro que estaba —responde con indiferencia—. ¿Por?

Me siento en la mullida cama, y Hardin me atrae hacia sí por los tobillos. Me río y me pego a él todavía más, con la espalda apoyada en la cama, las rodillas levantadas y los pies al otro lado de sus piernas.

—Simple curiosidad… —le digo, y él sonríe.

—Siempre va a estar; es parte del grupo.

Sé que es estúpido por mi parte sentir celos de ella, pero es que no la aguanto. Actúa como si le cayera bien, cuando sé que no es así, y sé que le gusta Hardin. Ahora que somos… lo que sea, no quiero que se acerque a él.

—No estarás preocupada por si me la tiro, ¿no?

Le doy un manotazo en el brazo por hablar así. Me encanta oír expresiones malsonantes de su boca, pero no cuando él está involucrado.

—No. Bueno…, puede ser. Ya sé que lo has hecho antes, pero no quiero que vuelvas a hacerlo —digo.

Estoy convencida de que se va a burlar de mis celos, así que giro la cabeza a un lado.

Apoya la mano en mi rodilla y la aprieta con suavidad.

—No lo haría…, ya no. No te preocupes por ella, ¿vale? —Su tono es cariñoso, y lo creo.

—¿Por qué no le has contado a nadie lo nuestro? —Sé que debería mantener la boca cerrada, pero es algo a lo que he estado dándole vueltas.

—No lo sé… No estaba seguro de que quisieras que se lo dijera. Además, lo que hagamos es cosa nuestra. No suya —explica. Su respuesta es mucho mejor que lo que me rondaba por la cabeza.

—Supongo que tienes razón. Pensaba que te daría vergüenza o algo por el estilo.

—¿Y por qué iba a avergonzarme de ti? —Se ríe—. Mírate.

Sus ojos se oscurecen cuando desliza la mano hasta mi estómago. Me levanta la camiseta y comienza a trazar círculos con las yemas sobre mi piel desnuda. Se me pone la carne de gallina, y él sonríe.

—Me encanta cómo reacciona tu cuerpo ante mí —susurra.

Sé lo que viene ahora, y estoy impaciente.

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