Abyss

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5 – Activos civiles

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—¿Así que eso es todo? ¿Simplemente deja todo el asunto en manos del pelotón mercenario?

Kirkhill se mostró todo agraviada inocencia, por supuesto.

—Mire, me dijeron que cooperara. De modo que estoy cooperando.

—Hey, nada de esto es culpa

mía. Yo sólo sigo órdenes. Vaya a tomar una ducha.

En realidad, Lindsey no estaba demasiado preocupada, todavía no. Al menos había

un hombre que no besaba cualquier culo que llevara uniforme. Bud pondría un alto a toda esta tontería. Todo lo que tenía que hacer era decir no, y el asunto terminaría. La

Deepcore se quedaría allá donde estaba, y los militares podrían volver a subir a sus helicópteros y regresar por donde hubieran venido. Todavía eran norteamericanos. Los militares

no eran seres supremos. De todos modos, Kirkhill había claudicado tan fácilmente. Lindsey nunca había sido buena en ocultar su desdén, pero esta vez ni siquiera lo intentó.

—Kirkhill, es usted patético —dijo. Se dio la vuelta y se alejó.

McBride casi sintió pena por Kirkhill; después de todo, ser públicamente castrado por Lindsey Brigman era una experiencia que muchos de los hombres de aquel buque habían experimentado. Al mismo tiempo, sabía cómo se sentía Lindsey. A él tampoco le

gustaba tener a todos aquellos tipos que no sabían nada acerca del proyecto

Deepcore llegar a bordo y actuar como si fueran los propietarios del mundo. En especial, no le gustaba ver que todo su trabajo se iba por el agujero del wáter, justo cuando estaban tan cerca del éxito.

—Pónganme con Brigman —dijo Kirkhill. Bendix se inclinó hacia el intercomunicador y empezó a llamar.

Deepcore. Deepcore. —Mientras aguardaba a que la

Deepcore respondiera, se volvió hacia McBride y dijo exactamente lo que McBride estaba ya pensando—. Oh, hombre, si Bud sigue adelante con esto, van a tener que dispararle a Lindsey con una pistola anestesiadora.

McBride no pudo hacer otra cosa excepto alzar las cejas en muda aceptación.

Alguien se puso al otro lado.

—Hippy —dijo Bendix—. Ponme con Bud.

Allá abajo en la

Deepcore, las cosas seguían su ritmo habitual. Bud Brigman estaba sentado en la ventana del domo de babor de la sala de lodos, hablando con Barbo y Finler, que hoy estaban trabajando fuera. Podía verles de tanto en tanto, y le gustaba lo que veía. Barbo podía ser un malhablado que bebía mucho y perseguía a todas las mujeres allá en tierra, pero ponle un traje de inmersión y un casco y dale algo que hacer debajo del agua, y hará el trabajo exactamente tal como se lo pidas, rápido, pero nunca tan rápido que tengas que preocuparte acerca de si lo está haciendo bien. Y Finler encajaba perfectamente con él. Formaban un buen equipo.

Barbo nadó cerca de la ventana de observación y miró a Bud.

—Hey —dijo Bud. Su equipo de comunicación captó su voz y la transmitió a los buceadores por la UQC. Ésa era la designación de la Marina para los transmisores de sonido de alta frecuencia. La radio no era buena en el agua, pero cerca de la

Deepcore podían utilizar la UQC, que traducía sus voces a sonidos de alta frecuencia, los cuales mantenían su coherencia en el agua en distancias cortas, y luego eran traducidos a la inversa al otro lado. El poder charlar un poco con alguien hacía que uno se sintiera menos solitario debajo del agua. Así que, aunque no utilizabas la UQC lo bastante como para que alguien con una emergencia no pudiera interrumpir, era bueno de tanto en tanto enviar un recordatorio de que alguien más estaba aún vivo en el mundo. No eras sólo tú y el silbido del regulador en tu casco—. Estáis ordeñando bien ese trabajo —dijo Bud.

Era una broma, por supuesto. Si los dos hombres pensaran sólo por un segundo que Bud lo estaba diciendo como una crítica seria, Barbo hubiera renunciado de inmediato, y Finler se hubiera sumido en un hosco enfado que hubiera durado varios días. Pero Bud sabía cómo decir las cosas de modo que ellos se dieran cuenta de que estaba bromeando. O quizás era que conocían a Bud lo bastante bien como para que nunca se les ocurriera que podía estar hablando en serio. Sabían que si tenía alguna auténtica crítica que hacerles, se la haría en privado, y, a menos que se tratara de una emergencia, hallaría una forma de decirla sin que pareciera en absoluto una crítica.

Pero no era «sólo» una broma. Allá abajo en la

Deepcore, cada palabra contaba, cada cosa que decías tenía un significado, lo desearas o no. Esos hombres estaban efectuando una aburrida, tediosa comprobación de mantenimiento y seguridad. Una broma podía ayudarles a romper el tedio, a mantenerlos alerta. Más importante, sin embargo, era que significaba que Bud estaba allí, les estaba observando. No como un celoso supervisor, esperando atraparlos haraganeando. Observándolos más como una madre. Sabían que, si algo iba mal, Bud lo vería de inmediato. No estaban solos. Y allá fuera en el frío y la oscuridad, no importaba lo maduro que fueras, lo buen buceador que fueras, lo valiente que fueras. Era bueno saber que alguien estaba observando. Ésa era la finalidad de la broma de Bud…, hacerles sentir su mirada sobre ellos como una palmada en la espalda, como una caricia.

Pero no dices todo esto en voz alta. Lo mantienes a un nivel ligero. Así que, cuando Barbo respondió, no sonó agradecido.

—Eso es porque nos encanta tanto helarnos las pelotas aquí fuera por ti.

Barbo se dio la vuelta, nadó hacia donde Lebrel Finler estaba ya cerrando y limpiando.

—Vamos, Finler —le dijo—. Terminemos con esto. Estoy cansado.

Uno diría, escuchándolo, que Barbo estaba derrengado, pero eso no era cierto. O, si lo era, a él no le importaba mucho. Bud sabía que, si era necesario, Barbo podía permanecer en el trabajo otra hora, o dos, o las que fueran necesarias. Pero Barbo sabía también que Bud nunca le pediría nada así, a menos que fuera seguro o necesario.

Trabajar en una plataforma de perforación no es un trabajo para hombres débiles, ni siquiera cuando la plataforma está sólidamente anclada a la Madre Tierra y se alza bastantes metros por encima del nivel del mar. Hay auténtico peligro en ella. Al océano no le importa si tú eres un turista primerizo mojándote los dedos de los pies en la playa o un perforador taladrando la corteza terrestre en busca de petróleo día tras día. Equivócate, y estás muerto. Y, en una plataforma, hay muchas más cosas en las que puedes equivocarte que en una playa para turistas.

Pero lo que separa a los perforadores en una plataforma de los piesplanos que trabajan en tierra firme no es solamente el peligro. Es el aislamiento. Un tipo en una perforación petrolífera en Oklahoma puede coger su camioneta e ir a algún lugar donde vendan cerveza o

Hustler, un lugar con gente a la que no conoces que dice cosas que no sabes que vayan a decir. Gente, en otras palabras, que no forma parte de tu equipo. Los compañeros perforadores siempre dicen exactamente lo que tú sabes que van a decir, porque lo han dicho diez mil veces antes, hasta que sientes deseos de meterles un destornillador por las orejas sólo para darles alguna cosa nueva de la que poder hablar más tarde.

Ahora toma esa plataforma, envuélvela en un cascarón de metal, y sumérgela quinientos metros bajo las aguas, y tienes la

Deepcore, la primera plataforma perforadora submarina operativa. Mucho más peligrosa si algo va mal, y malditamente mucho más aislada. En una plataforma de superficie, al menos puedes ver algún pájaro ocasional cruzar el cielo o pasar algún barco por tu lado. Puedes ver el

cielo. Pero en la

Deepcore todo lo que puedes ver son las mismas paredes a tu alrededor, y esa pequeña parte del suelo submarino que está dentro del radio de tus focos.

Y, si decides que no puedes soportarlo más y deseas marcharte, bueno, no se trata sólo de saltar a un bote o a un helicóptero. Tienes que pasar por la descompresión. Trabajar a esas profundidades mantiene tu cuerpo tan lleno de nitrógeno que si no te tomas tu tiempo en la cámara, descomprimiendo el equivalente a alzarte a través del agua entre metro y metro y medio por hora, mueres a la vuelta de la esquina. No es un viaje rápido a casa. Si tienes la sensación de que has de salir de esta lata ahora mismo, todo lo que puedes hacer es meterte en otra lata más pequeña aún y pasar tres semanas allí en aislamiento, sufriendo todo el proceso de la descompresión.

Sólo saber esto hace que la mayoría de la gente se vuelva un poco loca en lo más profundo de sus mentes. Como si tuvieran ese pequeño grito resonando todo el tiempo, no lo bastante malo como para que se den cuenta de que está allí, pero sonando y sonando y sonando hasta que de pronto, un día, ocurre algo, estallas sólo lo

suficiente, y de pronto te vuelves completamente loco y se te llevan en una camisa de fuerza. Si no se te llevan metido dentro de un saco. La mayor parte del tiempo, la mayoría de la gente mantiene ese grito bajo control. Pero está ahí, y tú lo sabes, y todos los demás lo saben también, y os observáis mutuamente para aseguraros de que nadie va a soltarlo.

¿Deseas variedad? Entonces te has equivocado de trabajo. Todo lo que vas a comer durante el tiempo que estés bajo el agua se halla ya en la despensa…, y lo que hay almacenado allí es más o menos uniforme. Ningún Big Mac o cerveza para ti, lo siento. Y todo lo que respiras baja hasta ti por el cordón umbilical que te une al

Benthic Explorer, el barco madre que flota encima de ti en la superficie. Todo es lo mismo, día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto. Y, sin embargo, no puedes permitir que el aburrimiento te distraiga. Si fracasas en concentrarse sólo una vez, en el momento equivocado, puedes morir de una forma realmente rápida.

No es como en una oficina, donde está bien tener al lado a un par de personas a las que no puedes soportar o a las que simplemente puedes ignorar, porque qué demonios, vas a marcharte de vuelta a casa a las cinco. Aquí abajo, si sospechas tan sólo que uno de los tipos con los que estás es estúpido o descuidado, eso lo envenena todo, porque nunca estás seguro de que uno de sus descuidos no vaya a matarte. No es lugar para la hipocresía educada. Si no confías en él, simplemente no trabajas con él. Y cuando él se da cuenta de que tú nunca quieres trabajar con él —lo cual ocurre de inmediato, la primera vez que te niegas—, eso es el peor insulto que puedes lanzarle. Te odia más que a cualquier otra cosa en el mundo, porque tú les estás diciendo a los demás miembros del equipo que crees que él no es bueno. Y si él no es bueno a los ojos de su equipo, entonces sabe, hasta lo más profundo de su alma secreta, que realmente no vale. Se siente tan avergonzado que desea morir, y no puede

irse.

Así que elegir una tripulación para la

Deepcore no fue sólo un asunto de agitar nombres en un sombrero o ver quién se presentaba voluntario. Era preciso conseguir un equipo cuyos miembros confiaran ya los unos en los otros hasta el borde mismo de la muerte, que hubieran mostrado todos sus rasgos de personalidad, aficiones y manías hasta el punto de que no se hicieran la puñeta los unos a los otros sólo respirando, y, por encima de todo, un equipo en el que todos los miembros fueran absolutamente competentes y cuidadosos en cada uno de los trabajos que tuvieran que hacer.

Se formaron seis grupos que empezaron al mismo tiempo, entrenándose con equipos de buceo de saturación para gran profundidad, no esos equipos del tres al cuarto de poca profundidad al que estaban acostumbrados para los rápidos trabajos bajo el agua en las plataformas de superficie. Tres de ellos terminaron el entrenamiento y se calificaron. Dos de ellos establecieron una rotación permanente, un mes abajo, tres semanas yendo hacia arriba, una semana en tierra, y de nuevo abajo. Y, cuando llegó el momento de elegir el equipo de élite, el que iniciaría la primera prueba de perforación bajo el agua, el equipo de Bud Brigman recibió la aprobación general porque eran el grupo más conjuntado, rápido, feliz,

preparado, que nunca se hubiera presentado voluntario a vivir todo el año menos seis semanas en una lata en el fondo del mar o en latas incluso más pequeñas al subir arriba.

Barbo debió descubrir a Finler haciendo algo no exactamente perfecto.

—¿Qué crees que estás haciendo aquí, amigo? —Sonó ligeramente irritado. Otros tipos se enfadaban cuando Barbo les hablaba de esa manera. Pero a Finley normalmente no le importaba ser corregido por Barbo, y, cuando le

importaba, a Barbo no le importaba ser abroncado por Finler. Por eso Bud los mantenía juntos.

Ahora que estaba seguro de que Barbo y Finler estaban dejándolo todo bien, Bud se apartó de la ventana y empezó a comprobar indicadores. Podía oír el golpetear del equipo de perforación atendiendo la plataforma giratoria a unos seis metros de distancia. Aquél era el corazón de la plataforma. Debido al equipo semiautomatizado de primera clase, sólo se necesitaban cinco personas para ocuparse de la perforación en sí. Todo el resto de la gente en la

Deepcore estaba allí para mantener aquel equipo perforador en funcionamiento en el fondo del mar.

En muchos sentidos, la

Deepcore se parecía a una nave espacial salida de la pantalla del cine. La blanca estructura de metal que mantenía unidos los trimódulos en torno a la bodega central, todo nítido y limpio y estéril y frío. Pero, allá en el suelo que estaba siendo perforado, sabías que no estabas en el espacio. Era una zona de construcción, tan segura como la de cualquier plataforma perforadora de superficie, y los hombres que trabajaban en ella iban siempre cubiertos de lodo y fragmentos desmenuzados de roca y espeso fango extraídos de las profundidades del agujero por la perforadora. Un tanto para la limpieza.

—¡Hey, Bud!

Miró a su alrededor, intentando ver quién había llamado su nombre. Era Lioso, el hombre más voluminoso del equipo, cuya altura sobrepasaba en una cabeza a todos los demás en la plataforma. La

Deepcore no estaba diseñada para un equipo de jugadores de baloncesto…, Lioso sólo tenía diez lugares en toda la plataforma donde podía permanecer completamente erguido. Bud caminó hacia él a fin de poder oír.

—Hippy por la caja de quejas. Una llamada de arriba. Ese nuevo hombre de la compañía.

Bud tuvo que pensar un momento para recordar su nombre. Los tipos con corbata iban y venían.

—¿Kirkhill?

—Ajá.

—Ese tipo no sabe distinguir su culo de un agujero de ratas. —El amigo de Lindsey probablemente tenía el mismo aspecto que ese Kirkhill. Un tipo que llevaba corbata todo el tiempo. Eran un puñado de comadrejas. Todos habían ido a la universidad y salido de ella con un título de Licenciado en Administración de Empresas, que por todo lo que Bud podía decir podía traducirse como Licenciado en Agujeros del culo Ensangrentados. A todos les gustaba citar su título después de su nombre. Permítame que le presente a su nuevo director, el señor Gerard Kirkhill, Licenciado en Agujeros del culo Ensangrentados.

Bud charló con el equipo de perforación de camino a su oficina.

—¡Hey, Perry!

—¡Hola!

—Hazme un favor, ¿quieres? Aparta a un lado esa manguera para el lodo y esos sacos vacíos. Este lugar está empezando a parecerse a mi apartamento.

No era tan divertido como eso, pero Perry rió. Bud había aprendido cómo dar órdenes sin sonar como si creyera que se tomaba en serio lo de estar al mando. Y, sin embargo, sus bromas nunca sonaban tampoco como si se estuviera disculpando. Nadie dudaba nunca de que Bud estaba a cargo de todo allí abajo. Nadie dudaba tampoco de que Bud

debía estar a cargo de todo.

Bud se agachó para cruzar la compuerta estanca y recorrió el pasillo, con el acero resonando bajo sus botas con un ruido como de campanas de iglesia fuera de tono reverberando a lo largo del tubo. Ahora, lejos de la perforadora, pudo oír la voz de Hippy por los amplificadores.

—Bud, línea de arriba, urgente.

—Ahora voy. Ahora voy. Tranquilo, sujétate los pantalones. —No era que nadie pudiera oírle todavía. Simplemente le hacía bien responder.

Entró en su oficina, que era lo suficientemente pequeña como para sentirse apretado por todos lados y lo suficientemente grande como para que nadie pudiera escucharle cuando se quejaba de ello. Había montones de papeles por todas partes. Papeles que los tipos con corbata insistían que debía mirar o llenar u obedecer. Tendría que hacerlo algún día, pronto. Pero hasta entonces formaban parte de la decoración de la oficina.

Tomó el teléfono, pulsó el botón que parpadeaba.

—Aquí Brigman. Adelante, Kirkhill, ¿qué pasa?

Kirkhill estaba lleno de importancia y urgencia, así que por supuesto no pudo limitarse a decir lo que tenía que decir. Primero tenía que dejar bien sentadas las cosas, asegurarse de que Bud comprendía exactamente lo

importante que era aquello.

Sí, sí, de acuerdo, dijo Bud en silencio. Adelante con ello.

—Sí, estoy tranquilo. Soy una persona tranquila. ¿Hay alguna razón por la que no deba estar tranquilo? De modo que Kirkhill se lo dijo.

—Tenemos aquí a la Marina. La Benthic Petroleum ha aceptado colaborar por entero con una operación que ellos deben poner en marcha. Eso significa mover la plataforma.

Bud se comió prácticamente el teléfono.

—¡¿Qué?!

Hippy Carnes estaba en el módulo de control de la

Deepcore, observando a través de la portilla cómo el Pequeño Tonto obedecía sus órdenes y bailando un poco mientras escuchaba su cassette. Aquélla era la parte de su trabajo que más le gustaba a Hippy, controlar un VOCR —vehículo operado a control remoto— tan suavemente que hubiera podido ser su propio cuerpo el que estaba ahí fuera, sólo que infinitamente más duro de lo que su propia piel podría llegar a ser jamás. Sin embargo, aunque eran sus propias manos las que controlaban todo lo que hacía, aún seguía pensando en el Pequeño Tonto casi como en una criatura viva. Otra persona, pero una que siempre hacía lo que Hippy esperaba de ella. Un auténtico amigo. Un segundo yo.

Tenía al Pequeño Tonto fuera en un trabajo de iluminación: las luces del VOCR ayudaban al buceador llenando las sombras. Pero el Pequeño Tonto, como su hermano mayor el Gran Tonto, era una linterna con ojos. Hippy tenía que observar el monitor con absoluta concentración porque un buceador, Chico, dependía de él para avisar de obstáculos no vistos, piedras, marañas, restos —cualquier tipo de peligro—, y si Hippy se saltaba algo, era Chico quien iba a pagarlo. También, en el fondo de su mente, era en cierto modo consciente de que Una Noche estaba fuera también en el Fondoplano, el sumergible de grandes profundidades accionado manualmente, de modo que si él actuaba de una forma torpe o descuidada, ella lo vería. No era que albergara algún sentimiento especial hacia Una Noche ni nada parecido, ella ni siquiera era particularmente atractiva, pero Hippy siempre actuaba, de una forma natural, más cuidadosamente cuando había una mujer mirando. Cuando niño, siempre había conseguido sus mejores puntuaciones en los videojuegos cuando tenía audiencia, pero nunca alcanzaba el máximo de puntuación a menos que hubiera alguna chica viéndole jugar. Una vez, jugando al Galaga, tuvo la sensación de que podría seguir jugando eternamente, derribando oleada tras oleada. Dobló la última puntuación más alta. Algún pobre estúpido había pensado que su total era el definitivo, pero Hippy lo dejó en ridículo. Sólo cedió su turno cuando la chica empezó a pasar su mano por los fondillos de sus tejanos y a bajarla por sus muslos, y pensó que si dejaba de jugar ahora podría conseguir dos puntuaciones aún más altas aquella noche. Era curioso, sin embargo: No podía recordar el nombre de la chica, ni siquiera su cara, o incluso si fue particularmente buena o no. Pero recordaba las sensaciones de aquel juego, el Galaga.

Mientras movía al Pequeño Tonto por los alrededores, Una Noche manipuló el brazo derecho del Fondoplano para darle a Chico la abrazadera que debía instalar.

—Las cabezas para arriba, cariño.

—Perfecta sincronización, amor —dijo Chico. Eso era cierto, también. Lisa «Una Noche» Standing siempre estaba atenta a todo, siempre sabía exactamente lo que necesitabas y cuándo.

Por supuesto, ella

sabía que era buena.

—¿No lo soy siempre? —decía. Pero a nadie le importaba que fuera un tanto presumida al respecto. No hay nada malo en saber que eres bueno.

Eso era algo que Hippy sabía de sí mismo: Se concentraba mejor cuando había una firme e impredecible distracción en marcha. Como la errante mano de aquella muchacha en el salón de videojuegos. Como bailar un poco con la música. Como ese ratoncito blanco, Beany, que en estos momentos estaba arrastrándose por sus hombros, por su cuello, con sus pequeñas patitas presionando aquí y allá, el delicado roce de sus bigotes, la débil y húmeda presión del hocico de Beany y su aliento sobre su cuello. Había tenido jefes que no comprendían cómo le ayudaba Beany, cómo la impredecibilidad de Beany lo mantenía vivo y siempre atento. Había perdido trabajos a causa de Beany. Pero Bud Brigman nunca había armado ningún follón acerca de Beany. Era como si comprendiera que Hippy necesitaba a Beany de la misma forma que algunos tipos necesitan masticar chicle o maldecir o algo así. Era parte de ser uno mismo.

Bien, esa parte del trabajo estaba terminada. Hippy lo comprobó tanto por la ventana como por el vídeo de la cámara montada en la parte delantera del Pequeño Tonto…, el mismo vídeo que estaban contemplando arriba. Cuando estuvo seguro de que no se había enredado con nada, hizo retroceder un poco al Pequeño Tonto de la zona de trabajo para que Chico pudiera trasladarse a su siguiente tarea.

Aquel fue el momento en que Bud entró en tromba en el módulo de control, haciendo resonar la compuerta y pateando algo. Hippy hubiera podido maldecir a Bud por sorprenderle de aquella forma, distrayéndole…, sólo que la expresión en el rostro de Bud le dijo que aquélla no sería la mejor idea del mundo.

Bud no dijo ni una sola palabra, pero golpeó la parte superior del cassette con el puño, cortando la música.

Sí,

no estaba calmado. Hippy observó a Bud adelantar la mano y apretar con la palma el interruptor de llamada. Fuera de la

Deepcore, el altavoz hidrófono empezó a hacer sonar su sirena. Llamada a los buceadores. Y, por si acaso alguien no se daba cuenta de ello, Bud tomó un intercomunicador y ladró:

—Todos los buceadores, dejen inmediatamente lo que estén haciendo. Todo el mundo fuera de la instalación.

Hippy empezó a retirar inmediatamente al Pequeño Tonto del camino para que todos pudieran entrar. Pudo oír a Una Noche y Chico hablar por los auriculares.

—Maldita sea, acabamos de salir —dijo Una Noche. Chico se limitó a suspirar.

—Hubo un tiempo en que hubiera preguntado por qué.

—Correcto. Como si Chico fuera tan viejo como las montañas, como si ya lo hubiera visto todo.

Hippy se dio cuenta de que, mientras Chico nadaba junto al brazo manipulador del Fondoplano, Una Noche intentó que el brazo lo agarrara por las posaderas. Chico lo vio, y se retorció para eludirlo.

—¡Oh, hey! —dijo Chico.

El pensamiento cruzó de inmediato la mente de Hippy: Una Noche estaba en celo, y Chico tenía el número que venía a continuación. Ni un atisbo de celos, sin embargo. Cualquier emoción de este tipo que pudiera sentir Hippy escapó inmediatamente de él, como si cada una de las huellas de las patitas de Beany sobre sus hombros fuera un diminuto orificio que dejara escapar los sentimientos.

Chico se situó encima del Fondoplano y se aferró a él mientras Una Noche lo pilotaba entre las patas de la

Deepcore. Avanzaba sólo a un metro por encima del suelo marino. Hippy trajo al Pequeño Tonto inmediatamente después, como si fuera un chachorrillo fiel. Hippy vio al Fondoplano deslizarse en la zona iluminada debajo del pozo lunar, luego alzarse hacia la luz.

Deepcore, Deepcore —dijo Una Noche—. Aquí Fondoplano, preparándose para emerger.

Hippy comprobó la posición del Fondoplano, especialmente en la parte de atrás, donde estaba ciego.

—Adelante, Fondoplano, tienes vía libre.

—Muchas gracias.

Barbo y Finler agarraron una de las cuerdas que colgaban allí y se izaron mano sobre mano. Chico siguió cabalgando a lomos del Fondoplano mientras Una Noche llevaba el aparato directamente bajo el pozo. Hippy trajo al Pequeño Tonto inmediatamente después. Persiguiendo tu lindo culo hasta el cielo, muchacha.

El Fondoplano ascendió hasta la superficie del pozo lunar mientras Lioso y Perry y un par de los otros muchachos de la sala de perforación ayudaban a los demás perforadores a salir del agua. El agua, a aquella profundidad, estaba sólo a seis grados por encima del punto de congelación, y, pese a sus trajes con calefacción, los buceadores estaban fríos y rígidos y no se mostraban demasiado hábiles en las pequeñas tareas como quitarse los cascos y los collarines de caucho sin arrancarse el pelo hasta la raíz. No era divertido, pero formaba parte del trabajo.

Tampoco pensaban mucho en ello, de todos modos. Sus mentes estaban centradas en otra cosa…, preguntándose por qué habían sido llamados de vuelta. Cualquier cosa fuera de lo normal como aquello olía a problemas, y cualquier problema, a aquella profundidad, podía convertirse en algo muy malo en muy poco tiempo. Estaban preocupados, estaban irritados, se sentían curiosos.

—¿Qué demonios ocurre? —preguntó Finler—. ¿Por qué nos han llamado?

—Que me aspen si lo sé —dijo Chico. Su tono de voz sonaba como si no le importara. Pero nadie se dejó engañar ni por un segundo.

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