Abyss

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12 – Amigos y enemigos

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abandonar a Bud. Golpeó con un puño la pared del módulo. Si le ocurre algo a Bud porque yo no estoy allí…

Debajo de la escotilla seis, Bud se orientó y nadó hacia abajo, en dirección a la entrada del pozo lunar. Las luces lo señalaban claramente…, era la puerta del garaje para los sumergibles y los VOCRs. Era fácil verla, no tan fácil llegar hasta ella. El único problema era que estaba a unos quince kilómetros de distancia. No. No, sólo cinco brazadas, seis, siete. Sintiéndose cada vez más frío, más débil. Empuja más fuerte, extrae más calor de los músculos. Estoy perdiendo medio kilo por segundo aquí abajo. Debo recomendarlo como técnica para adelgazar. Un auténtico incentivo para hacer ejercicio.

Siempre que podía, se agarraba a los tubos que hallaba a su paso y se impulsaba con ellos. Bajo el pozo. Sólo había necesitado media vida para llegar hasta allí. Nadó hacia arriba. Sería estupendo si pudiera llegar arriba en silencio, pero no había ninguna maldita forma de que su cuerpo le permitiera hacer eso. Salió con un chapoteo, jadeando en busca de aire. Pero tuvo suerte. Coffey estaba haciendo algún ruido propio, sentado allá en la cubierta, jugueteando con la cadena del torno, pasándola por entre sus manos. Cliqueteaba en los engranajes sobre su cabeza. Una vez el primer aire hubo entrado en sus pulmones, Bud recuperó el control de sí mismo, respiró en silencio. Un par de inspiraciones más. Luego nadó hacia donde el Taxi Uno colgaba encima del agua. Fuera de la línea de visión de Coffey.

Alcanzó una de las barras metálicas de soporte, intentó izarse. Sus dedos estaban tan fríos que no iban a responderle. Se aferró de todos modos, tiró hacia arriba. Tuvo la sensación de que los músculos de sus brazos se desgarraban capa tras capa. Pero salió del agua, se izó hasta la cubierta al lado del pozo lunar. Nunca había sentido tanto frío, jamás se había notado tan exhausto en toda su vida. Deseaba descansar,

necesitaba hacerlo. Pero no podía.

Miró a su alrededor en busca de la puerta. Resultaba claro. Teniendo en cuenta dónde estaba Coffey y dónde estaba él, no tenía ninguna posibilidad de alcanzarla sin que Coffey le viera. Y una vez Coffey le viera, no tendría ninguna posibilidad en absoluto. El hombre tenía un arma. Y, aunque no la tuviera, Coffey no estaba agotado y medio helado por nadar en camiseta en una agua por debajo del punto de congelación a seiscientos treinta metros de profundidad. Todo este camino, todo este trabajo, y no estaba más cerca de abrir la puerta de lo que había estado cuando se hallaba en el otro lado de ella.

Coffey estaba sentado allí, tirando de la cadena del torno, intentando no llorar. ¿Por qué estaba llorando? Eso no era racional, eso sugería que no estaba al control. Pero

estaba al control, lo había hecho todo bien, hasta la última cosa. Había seguido perfectamente las órdenes. Pero no tenía ninguna orden acerca de lo que debía hacer uno cuando de repente se encontraba con un tentáculo más grueso que su cuerpo surgiendo de las profundidades y uno se daba cuenta de que esa gente poseía un poder que hacía que todo su sofisticado equipo pareciera estúpido,

excepto que uno tenía una ojiva de combate nuclear y un sistema para enviarla y podía lanzársela encima

inmediatamente, sólo que no tenía ninguna orden al respecto. No había nadie allí para decirle que esto era lo correcto, nadie para decir: Muy bien, Coffey. Esto es lo correcto para tu país, esto es lo correcto para

nosotros, así que

hazlo. En vez de ello tenía a todos esos tipos, esos otros

civiles diciéndole que no lo hiciera, diciéndole que estaba loco, pero no, no estaba loco, estaba más bien sometido a stress, quizá un poco de SNAP, pero aún seguía funcionando bien porque, de no ser así ¿cómo hubiera podido controlar con tanta facilidad a esa gente? Sólo que ahora estaba aquí abajo y estaba

solo. ¿Por qué te fuiste y me abandonaste cuando te necesitaba? Yo

nunca te hubiera abandonado a ti, nunca, hubiera estado siempre contigo, solos tú y yo, pero tú te casaste con ese tonto del culo y cuando llegó el momento de la verdad tú lo preferiste

a él y no valí una mierda para ti y yo convertí a Darrel Woodward en un idiota con el cerebro dañado por ti, mamá, yo hice todo lo que tú querías y tú me abandonaste me has dejado aquí solo en el agua con esta maldita ojiva de combate y se supone que yo debo saber si debo enviarla ahí abajo al infierno o no.

En el módulo de control, Una Noche y Lioso estaban atareados atando a Schoenick a una silla con cinta adhesiva. Sabían lo suficiente acerca de los SEALs como para estar convencidos de que si no lo ataban muy fuerte podría escapar de ellos con las manos desnudas en menos de diez segundos. El único allí que sabía cómo detenerle era Monk, y aunque pudieran confiar en él para que les ayudara estaba impedido por su pierna rota.

Lindsey estaba en el monitor de vídeo, observando la bodega de inmersión. El mismo encuadre que había permitido hacía un rato a Coffey oír lo que ella y Hippy hablaban acerca de modificar al Gran Tonto. Miraba a Coffey, intentando imaginar qué era lo que pasaba por su mente. Todo estaba preparado para lanzarlo…, pero no lo hacía. Quizás hubiera cambiado de opinión. Quizás hubiera recuperado el buen sentido, se hubiera dado cuenta de que no podía lanzar una bomba atómica sobre un puñado de pacíficos INTs sin ninguna provocación por su parte.

Lindsey se sintió impresionada cuando Bud apareció en el agua del pozo lunar. Se suponía que debía entrar por la escotilla seis y llegar hasta la bodega de inmersión a pie.

—Bud está en el pozo —dijo—. Y Barbo no está con él.

—Jesús —susurró Una Noche.

Lioso dio un tirón extra mientras envolvía más cinta adhesiva en torno a Schoenick. Hippy se unió a Lindsey en el monitor.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Lindsey. Pero no se encaminaba hacia la puerta, se movía por detrás de Coffey, lentamente, suavemente. Luego buscó detrás de él y cogió un trozo de tubo de acero…, un eje propulsor del material de repuesto.

—No puede alcanzar la puerta —dijo Hippy—. Creo que va a intentar reducirlo él mismo.

—¡No puede ser tan estúpido! —exclamó Lindsey—. El tipo es un asesino entrenado.

—Él tiene un metro de tubo de acero —dijo Hippy—. Por supuesto que va a intentar reducirlo. —¿Acaso Lindsey no conocía a Bud?

Sí, ella lo conocía. Por eso estaba tan asustada por él. No tenía el menor sentido de lo que era

posible, sólo de lo que era necesario. Era necesario reducir a Coffey, así que Bud iba a intentarlo, aunque no tuviera ninguna maldita posibilidad de conseguirlo. Lindsey se lo recriminó, habló a su imagen en el monitor.

—¡Bud!

Bud alzó el tubo, dispuesto a dejarlo caer sobre la nuca de Coffey. Pero dudó. Hizo como si fuera a golpear, luego dudó de nuevo.

No puede hacerlo, pensó Lindsey. Tiene esta posibilidad de reducir a Coffey por detrás, y su maldito sentido del juego limpio le impide nacerlo. El juego limpio está muy bien para el fútbol, pero es un lujo que no podemos permitirnos ahora.

Pero no era ningún ideal caballeresco lo que demoraba la mano de Bud, no era alguna ética del «saca tú primero» extraída de los malos westerns de la televisión con los que había sido educado. Era un sentido de la justicia mucho más profundo. Bud sabía que si golpeaba a Coffey en alguna parte que no fuera en la cabeza no lo detendría…, y que si lo

golpeaba en la cabeza con aquel tubo probablemente lo mataría. Antes de que yo ejecute a este hombre, ¿dónde están el juez y el jurado? Coffey es probablemente un tipo decente. No es el auténtico Coffey el que está haciendo esto, es la paranoia inducida por el SNAP. Llévalo arriba, llévalo fuera de esta presión, y Coffey se sentirá horrorizado de lo que estaba planeando hacer aquí abajo. Le dará las gracias a Bud por detenerle. Pero no podrá darle las gracias a nadie si está muerto.

Sin embargo, Bud le hubiera golpeado si no hubiera encontrado ningún otro curso de acción. Tenía que ser mejor que un hombre muriera injustamente que desencadenar un ataque nuclear no provocado, desatar una guerra entre especies. Así que Coffey hubiera podido morir en aquel momento, excepto que Bud se dio cuenta de que la pistola de Coffey estaba allí mismo, al alcance de su mano. Cógela, apúntale, y Coffey hará lo que le digas. O de otro modo Bud podía dispararla a la pierna o algo así, eliminarlo como amenaza sin tener que matarlo. En la sala de control, contemplaron mientras Bud bajaba el tubo y adelantaba su otra mano hacia la pistola en el cinturón de Coffey. Fue un mal movimiento. Tal vez Coffey notó la corriente de aire del tubo descendiendo, u oyó algo, o tenía algún sexto sentido, pero supo que Bud estaba allí. Se volvió, sacando al mismo tiempo su pistola, apuntándola a la cabeza de Bud.

—¡No! —gritó Lindsey.

Bud se inmovilizó, contemplando el cañón de la pistola.

—Coffey —dijo. Su voz sonó razonable—. Coffey.

Sabía que hablar no resolvería nada. Hay hombres que se sienten contentos agitando sus armas a su alrededor y lanzando amenazas. Pero hay hombres que simplemente disparan. El padre de Bud acostumbraba a hablar de esto, y en una ocasión Bud le había dicho:

—Sí, he oído decir que en tiempo de guerra quizá sólo un veinte por ciento de los tipos llegan a disparar sus armas.

—Tonterías —había respondido su padre—. Quien te dijo esto era un auténtico mentiroso. Tú sales ahí fuera en medio de la batalla, bajo el fuego, sois tú y el tipo que está junto a ti, y si él no está disparando tú lo

sabes, sólo que siempre está disparando. Lo difícil es conseguir que

dejéis de disparar. De todos modos, no estoy hablando de la batalla. Estoy hablando de uno a uno, cuando un tipo apunta un arma sobre ti y nadie está mirando y él tiene una elección, puede capturarte o puede volarte los sesos, ninguna es una opción justa, es su

opción. Hay tipos que dispararán, y tipos que no lo harán.

—¿Cómo se sabe cuál es cuál? —había preguntado Bud entonces.

—Si aún estás respirando, entonces es que el otro no era del tipo de los que disparan.

¿De qué tipo eres tú, Coffey? No tienes que matarme. Puedes desarmarme, puedes hacer que me salga con bien de ésta. Pero estás loco a causa del SNAP y terriblemente asustado acerca de lo que piensas que tienes que hacer y, además, te he visto llorar.

Coffey apretó el gatillo.

Bud se estremeció, pero no ocurrió nada. Ninguna bala atravesó su cabeza, ningún impacto rojo y abrasador encima de los ojos.

Un tiro en falso, por supuesto. La siguiente bala lo haría.

Coffey apretó otra vez el gatillo. Clic. De nuevo.

Allá en el módulo de control, no podían creerlo cuando la pistola no disparó. ¿Cómo era posible que ocurriera algo tan afortunado?

Monk lo sabía. Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y extrajo la respuesta. Chico captó el movimiento con el rabillo del ojo, sujetó a Monk por la muñeca…, pero entonces todos se dieron cuenta de lo que tenía en la mano. El cargador de la pistola de Coffey. ¿Cómo lo había conseguido? Antes, cuando Coffey le dio la pistola en el comedor, cuando Coffey aún confiaba en él. Monk debió haberse dado cuenta de que estaba loco incluso entonces, debió haber retirado la munición cuando aún tenía la oportunidad.

Schoenick le miró con los ojos llenos de veneno.

—¡Hijo de

puta!

En la bodega de inmersión, sin embargo, no hubo ninguna explicación. Únicamente sabían que ahora eran sólo ellos dos, ninguna pistola. Bud, agotado por el nadar, armado con un eje propulsor, y sin ningún entrenamiento en combate, contra Coffey, con su cuchillo y años de entrenamiento como asesino, y la locura del SNAP. Y ambos convencidos de que el destino de la raza humana dependía de lo que él hiciera allí. Dios me ayude, pensó Bud. Tengo que matar a un hombre, y no deseo hacerlo. Y tampoco tengo la menor idea de cómo hacerlo.

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