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AKA » CAPÍTULO 1110

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—Pero ahora soy yo el que sale en la foto —reflexioné, y empecé a comprender la magnitud de la calamidad que se me venía encima—. ¡Estoy perdido! La gente exigirá la cabeza de los culpables, y es mi cara la que verán en la fotografía completa. Cuando salga a la luz, habrá peregrinaciones desde los pueblos con sogas, y mi familia será objeto de escarnio en las verbenas de los barrios. Otra vez las patadas de los niños…

—Eso depende de usted —me contestó Chumillas indiferente—. Podemos trucar la foto, ¿ve?, ya hemos hecho una prueba —y me mostró una imagen en la que, en efecto, se podía ver la escena completa, con el pobre becario en el suelo hecho un pingajo, pero en lugar de ser yo quien lo agarraba por el cuello era el doctor Jiménez-Pata quien lo asía, si bien que con no más de diez años, gesto angelical y vestido de marinero—. Bueno, sólo hemos podido conseguir una imagen de cuando hizo la primera comunión, pero en eso la gente ni se fija. Esta es la fotografía que publicaremos pasado mañana, si para entonces usted, claro está, nos ha entregado al doctor gargajo.

—Pero ya le he dicho que yo no sé dónde encontrarlo… —volví a lamentarme.

—En ese caso, y como usted muy bien ha previsto, tendremos que entregarle un culpable a la plebe, y usted es nuestro mejor candidato. Eso por no mencionar que no tendríamos que trucar la foto, con el consiguiente ahorro en horas de personal. Ahora sí, me despido. Le espero mañana a las tres en el Hotel California. Y no me traiga sucedáneos: queremos al doctor maligno, y no a ningún familiar o conocido. Todo está en sus manos.

Me quedé plantado en medio de la plaza, contemplando a Chumillas como quien contempla su casa incendiándose, quizás por culpa de un rayo, mientras el resto del vecindario resulta indemne. Porque, en efecto, cuando el niño que jugaba al Mediapoly celebró con un grito no tanto su victoria como la quiebra absoluta de sus padres y hermanos, y a consecuencia de ello salí yo de mi estado catatónico, me invadió la incómoda sensación de que todo seguía igual, de que sólo yo veía amenazada mi familia, mi trabajo, y mi futuro, mientras el resto de la humanidad veía la tele, humillaba a sus semejantes, o les restregaba su último triunfo profesional. Y sumido en ese extraño estado de excepción, sabiéndome elegido del destino para una misión que cada vez se complicaba más y al mismo tiempo ofrecía menos recompensa salvo la de que nada siguiera empeorando, fue en ese estado, digo, en el que me hice la crucial pregunta, que no fue por qué, ni quién, ni dónde, ni qué, aunque sí fugazmente cuánto al considerar la posibilidad de regresar a mi casa en taxi. Pero la pregunta que de verdad contaba, la pregunta importante, la madre de todas las preguntas, era en realidad: ¿cómo?

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