AKA

AKA


AKA » CAPÍTULO 10010

Página 29 de 46

—Esa parte —interrumpí— ya la conozco.

—Yo no —se quejó Paco.

—Pues ya te la contaré en otro momento: ahora tenemos prisa. Supongo —proseguí, dirigiéndome a Kopp—, que se refiere usted a la joven que acudió a la casa de Pata fingiendo estar enferma, para después acusarlo injustamente de abusos deshonestos.

—En efecto —asintió Kopp—, aunque no sé por qué califica usted la acusación de injusta.

—El piojoso doctor me contó ayer que, sin previo aviso, la muchacha se presentó en su casa con claros síntomas de cardiopatía y que él, guiado tan sólo por su sentido del deber, pidió a la chica que se desvistiera para proceder a reconocerla, acción durante la cual, y de manera totalmente involuntaria, rozó uno de sus pechos.

—La versión no falta a la verdad, a fe mía —reconoció Kopp—, aunque me temo que es incompleta. Tal vez Pata se olvidó de mencionar en su relato algunos detalles, quizás menores, pero que sin duda influyeron en la decisión del juez.

Y acompañando su enumeración de la extensión de los correspondientes dedos de una de sus manos, a modo de guía visual, nos expuso la siguiente relación de hechos:

- Que la cardiopatía de la muchacha era en realidad una simple taquicardia derivada naturalmente del hecho de haber tenido que subir ocho pisos a pie, puesto que los ascensores estaban estropeados.

- Que, aun siendo cierto que Pata le pidió que se quitara la ropa, ella se negó varias veces, y que fue entonces el propio doctor quien procedió a quitarle las prendas de vestir.

- Que lo hizo valiéndose de mordiscos.

- Y aullando.

- Que Pata no sólo tocó uno de los pechos de la víctima, sino que le tocó ambos, en varias ocasiones, y con una presión inadecuada para un exploración clínica.

- Que mientras todo esto se producía, la mujer no dejó de golpearle en la cabeza con un jarrón de bronce, a pesar de lo cual Pata no mostró ningún síntoma de flaqueza, hecho este que arrancó murmullos de admiración entre los miembros del jurado.

Con un breve intercambio de miradas, Paco y yo convinimos en que, en efecto, la versión que me había contado Jiménez-Pata había sido parcial.

—No me malinterpreten —apostilló Kopp—: la chica en cuestión estaba efectivamente contratada por los mandamases de N'Joy Corporation y, de hecho, retiró la demanda algún tiempo después siguiendo las instrucciones que éstos le dieron, sabedores de que la sospecha de un soborno se instalaría entre la población civil y que ello supondría la puntilla para la reputación de Pata. Pero una cosa no quita la otra: cierto es que N'Joy Corporation le tendió una trampa, pero no lo es menos que Pata se abalanzó sobre ella.

—¿Y qué pasó después? —pregunté yo—. Sé que el depravado doctor tuvo que exiliarse en las montañas, pero ¿qué le ha hecho salir de repente? Y, sobre todo, ¿por qué se ha montado semejante barullo por su regreso, si su reputación es un auténtico pozo de fango? A un sujeto sospechoso de abusos y también de soborno, o sea, sospechoso de ser un rico vicioso, el público lo sepultará en hortalizas antes de que pueda decir ni una palabra en la tele.

Kopp adoptó un aire de misterio antes de proseguir.

—Anteayer —respondió—, y para mi más mayúscula sorpresa, Pata se presentó en la misma obra en la que ustedes me han localizado, lo cual, por cierto, me parece una curiosa coincidencia —y yo me cuidé de mencionarle al anciano rastafari—. Me dijo que había salido de su encierro para vengarse de Javichu, y que para hacerlo contaba con el arma perfecta: un individuo sin registrar, sin amistades ni familia y, lo más importante de todo, un poco lerdo.

—Bueno, bueno —se molestó Paco—, no exageremos.

—Pata sabía, por supuesto, que su reputación haría imposible cualquier intento de acercamiento a los medios de comunicación.

Su plan consistía en crear para este sujeto un RAP de inmejorable fachada y, a través de él, hacer pública la historia que les he referido con todo detalle. Mientras me contaba todo esto, Pata no dejó de mostrarse receloso e intranquilo, y miraba continuamente en derredor suyo en busca de quién sabe qué. Me dijo que alguien lo estaba siguiendo y que necesitaba un lugar seguro donde esconderse durante unas horas, quizás un día, así que me pidió que lo alojara en mi casa hasta que pasara el peligro puesto que yo era la única persona a quien podía solicitar auxilio. Sin embargo, no pudo contarme mucho más: debió de ver algo sospechoso y, de repente, me dijo que tenía que marcharse porque ellos, y ese fue el término que utilizó, lo habían vuelto a localizar por las piruletas. Añadió que intentaría volver a ponerse en contacto conmigo, mientras yo miraba a uno y otro lado intentando localizar a sus presuntos perseguidores, pero lo único que pude ver fue a un repartidor de butano. Cuando me volví para intentar calmar a Pata, éste ya se había esfumado. Y desde entonces no lo he vuelto a ver.

Huelga decir que no me pasó desapercibida la mención al inocente butanero, pero antes de abordar esa cuestión tenía otra pregunta más importante que hacerle a Kopp.

—¿Y qué pinta en esto la huérfana que quería secuestrar, y de hecho secuestró, en el Cotolengo de los Padres Radiadores?

—¿Qué huérfana?

—La huérfana 04-265-727-461, AKA Berenice Nedó.

Kopp se frotó el mentón mientras iba a fijar la mirada sobre la foto de una deliciosa Hamburguesa Sin-pan-ni-tomate-ni-pepi-nillo-ni-carne-ni-mostaza-ni-cebolla-ni-pimiento, marca registrada de Eternal Life Inc.

—No me dijo nada de eso —respondió, y su gesto de despiste parecía auténtico—. ¿Una huérfana? Podría tratarse —aventuró— de la niña de la que les he hablado: la hija de Javichu y de la desgraciada muchacha a la que asistimos en el Hospital Marcus Welby. Ahora aquel bebé debe de tener ya unos veintitantos años. Tal vez Pata quería asegurarse de que esta vez nadie podría refutar su historia, y ¿qué mejor prueba de su veracidad que la propia hija de Javichu, con su adeene listo para ser cotejado con el del titán mediático? ¡Espere! ¿Ha dicho Berenice Nedó? —exclamó, asaltado de repente por una repentina animación—. ¡Claro! Quizás usted no sepa que, antes del Acta de los Cuatro Bytes, el AKA del padre de Javichu era Iñaki De Pinedo, que se transformó en Depi tras la mencionada acta, y que devino finalmente en Depy por la cursilería inherente a todos los que salen por la tele. ¿No podría haber decidido Javichu, en un secreto guiño que aliviara su conciencia, darle a su hija la parte perdida de su apellido original?

—Pero, ¿acaso Javichu conocía la existencia de esa niña?

—Antes de que Pata y yo apareciéramos en escena para chantajearlo, no lo sé. Pero, en cualquier caso, supongo que desde entonces habrá mantenido algún contacto con ella o, al menos, se habrá preocupado de que no le falte de nada.

La teoría tenía algunas grietas, es cierto, pero en lo esencial parecía más que verosímil. De hecho, esa verosimilitud no dejó de provocarme una cierta sacudida puesto que las ilusiones que a lo largo del día anterior me había forjado sobre un posible futuro en común para Berenice y para mí, se me atragantaban ahora al pensar que Javichu Depy, el responsable de todas mis desgracias pasadas y quién sabe de cuántas futuras, podría convertirse en mi suegro. Hice de tripas corazón y, dada la trascendencia de los asuntos que tendríamos que resolver a no mucho tardar, decidí aparcar las cuestiones sentimentales hasta que todo se hubiera resuelto, de una manera o de otra. Y el caso era que, cuanto más lo pensaba, menos maneras de resolverlo encontraba.

—Señor Kopp —dije, iniciando nuestra despedida—, soy un hombre de palabra. Tenga por seguro que, si consigo salir con bien de este tejemaneje, será usted recompensado por sus servicios de chivato.

—Yo, sin embargo —confesó Kopp—, no soy en absoluto un hombre de palabra, pero creo haberles probado con mi relato que no tengo ningún escrúpulo, al menos que yo conozca. Y si mi conciencia no se ha manifestado en ninguna de las múltiples perrerías que he hecho a lo largo de mi vida, dudo mucho de que vaya a manifestarse ahora. Quiero decirle con esto que, si no cumple usted su parte del trato, ya me encargaré yo de que lo haga, con mejores o peores modos.

Y al pronunciar estas palabras exhibió un gesto tabernario y siniestro, a cuya tenebrosidad atribuí yo el escalofrío que sentí recorriéndome el espinazo primero, descendiendo por mi entre-pierna después, e instalándose por último en mis ingles en forma de calambre muscular. La desagradable sensación no cesó ni siquiera cuando Kopp recuperó su displicente semblante habitual, y es que finalmente el hormigueo que ya amenazaba con dormirme toda la pierna resultó provenir en realidad del insistente zumbido de mi comunicador personal. Tan pronto como lo activé, cesaron los calambres y apareció ante nosotros la subversiva faz de Miclantecuhtli.

—¿Resién? —dijo.

—¿Resién qué? —pregunté yo.

—Acabo de entrevistarme con el padre prior radiador, un hombre de honor y sin pudor, aunque con una pizca de candor que me ha servido de catalizador. Se ha tragado todas la mentiras que le he contado, que no han sido pocas, y me ha relatado una serie de interesantes hechos cuyo conocimiento nos será de gran ayuda. ¿Cómo les ha ido a ustedes?

—No sé qué decirle —respondí, mirando antes a Kopp y a Paco—. Por un lado nos ha ido mal, puesto que seguimos sin saber dónde está Jiménez-Pata, pero por otra parte nos ha ido bien en el sentido de que hemos encontrado al compinche del diabólico doctor, quien, a su vez, también nos ha confiado algunos datos hasta ahora secretos y que guardan directa relación con el asunto que nos ocupa.

—¡Pues qué padre! —se animó Miclantecuhtli, y su rostro se iluminó en el aire que lo sostenía—. No perdamos tiempo, entonces. Regresen a mi apartamiento para reunirse conmigo y con la chamaca Berenice. ¡Ah! —añadió—, y traigan con ustedes a alguien que sepa de aire acondicionado. No pregunte.

Parecía que la demencia había hecho presa definitivamente en la voluntad de Miclantecuhtli, a juzgar por sus incongruentes peticiones. Aunque, más que éstas, lo que a mí me preocupaba era el porvenir que nos aguardaba a todos si seguíamos ejecutando los planes de semejante lunático.

—No querría ser un aguafiestas —me atreví a decir, tratando de calmar la exaltación que lo dominaba—, pero no termino de ver adónde vamos. Quiero decir: ¿qué vamos a hacer con toda esta información, por muy valiosa que sea? ¿De qué nos sirve tener pruebas de que Javichu Depy puede ser un desalmado, o de que la mismísima N'Joy Corporation conspiró para tergiversar algunos de los hechos que ahora nos traen de cabeza? ¿Cómo vamos a conseguir llegar hasta los periódicos o cadenas de televisión de Eternal Life Inc. para hacer público todo esto y, sobre todo, para que pongan a nuestra disposición un guionista que haga más atractiva y popular esta historia?

—¡Ya le dije que Eternal Life Inc. tampoco nos ayudará! —se indignó Miclantecuhtli—. No hay dos empresas: Eternal Life Inc. y N'Joy Corporation son, en realidad, un mismo ente. ¡Existe una gran conspiración y yo estoy llamado a desmontarla! —y dijo esto con una mirada de orate y con un ligero babear tan aterrador que Paco, Kopp, y yo mismo retrocedimos unos pasos para alejarnos de la perturbadora imagen.

—Sinceramente —concluí en tono lastimero, al comprobar una vez más en qué manos había puesto mi destino—, no veo manera de salir con bien de este atolladero.

El rostro de Miclantecuhtli se transmutó al escuchar estas palabras, y nos ofreció al pronto una sonrisa entre intrigante y gamberra en la que, hube de reconocerlo, bailoteaba una chispa de genialidad.

—No se preocupe —me contestó—: lo tengo todo pensado. Haga lo que le he dicho y confíe en mí.

Ir a la siguiente página

Report Page