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LA CERVEZA

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LA CERVEZA

Habíamos ido a una cervecería cerca de tu casa, a tomar unas cervezas bien frías. Era verano y hacía bastante calor. Entramos al local, de ambientación alemana y bastante lleno de gente. La hora invitaba a refrescarse, aunque fuera entre semana.

Nos sentamos en ángulo recto en una mesa para 6 que había al final, haciendo esquina. Era la única mesa libre, y a la camarera sorprendentemente no le importó que la ocupáramos solo dos personas.

Pedimos dos cervezas de importación –yo una belga y tú una alemana-, y nos pusimos a charlar.

Desde nuestra posición veíamos todo el espacio; no era muy grande, estaba lleno y el ambiente era animado. Tres camareras iban y venían de mesa en mesa a gran velocidad, esquivando a la gente que poblaba la barra.

Estabas muy guapa o yo te veía muy guapa ese día, probablemente las dos cosas. Te miré con cara de deseo mientras me hablabas, me acerqué a ti, te di un beso y acaricié tu muslo suavemente. Llevabas una falda corta –siempre te gustaron las faldas cortas, y más en verano-.Por un momento perdiste el hilo de lo que me estabas contando, y lo retomaste enseguida. Pero yo no quité mi mano. Seguí acariciándote, esta vez con otra intención. Fui acercando mis caricias a tu sexo, poco a poco, en círculos cada vez más pequeños trazados por mi dedo corazón. Tú seguías hablando, pero cada vez te costaba más seguir el hilo. Toqué tus bragas y te estremeciste. Sentí tu mano, antes posada en mi brazo, apretarse fuertemente.

Mirabas a medias el local –nadie se había dado cuenta-, y yo te miraba a ti.

Eras ya incapaz de hilar ninguna conversación. Saqué mi móvil y lo puse encima de la mesa, entre los dos, como si te estuviera enseñando algo, para liberarnos de la carga de tener que simular una conversación imposible.

Tenía tres dedos apoyados en tu sexo, por encima de las bragas, y los movía en círculos lentamente sobre tu clítoris, apretando con suavidad. Los bajé un poco, a la entrada de tu humedad, y apreté un poco más. A duras penas pudiste aguantar un gemido. Yo miraba mi móvil, absorto. Tú me mirabas a mí.

—Quiero meter mis dedos—te dije— impregnarme de tus flujos, y chuparme los dedos. Quiero saber a qué sabes cuando te pones cachonda delante de otras personas. Y quiero que te corras. Pero no puedo hacerlo con las bragas que llevas puestas, así que vete al baño, quítatelas y tráemelas.

Te lo dije serio, y no te miré hasta que no terminé de hablar. Entonces alcé la vista y observé tu cara, medio desencajada de placer e inseguridad por lo que te estaba pidiendo. Vi en tus ojos que deseabas hacerlo. Miraste a nuestro alrededor: gente hablando y bebiendo, las camareras trajinando, y mis dedos masturbándote por debajo de la mesa. La gente estaba ahí sin saber nada…

Me volviste a mirar y esbocé una leve, muy leve sonrisa, mientras te miraba fijamente a los ojos y te decía sin palabras que no tenía todo el día.

Te levantaste y te fuiste al baño, y regresaste al poco con las manos cerradas en puño. Te sentaste y me diste lo que te había pedido. Te sentaste muy cerca, mirando la pantalla negra de mi móvil, que yo también observaba sin ninguna atención.

Muy lentamente, llevé mi mano a tu muslo, como antes. Y como lo querías, te empecé a acariciar suavemente, bajando despacio, sin llegar hasta el final. Cuando estaba a punto de tocar tu sexo, volvía a subir mi mano. Tu respiración era cada vez más fuerte, y te costaba quedarte quieta. Te movías y no querías, pero no podías evitarlo.

—Tócame, tócame ya—me suplicaste.

Sin levantar la mirada de mi móvil, bajé mi mano otra vez, y toqué tu sexo con dos dedos. Estaba caliente y húmedo. Lo acaricié. Introduje un dedo, y luego dos. Al principio un poco, luego cada vez más, hasta que mi palma tocó tu pubis. Me movía despacio, pues no quería hacer aspavientos con el brazo.

Me incorporé y te dije al oído:

—Te estoy cogiendo con los dedos delante de un montón de gente. Si cualquiera se gira y se fija un poco, verá tus piernas abiertas y mi mano en tu sexo… ellos no saben nada.

Me miraste con cara de lujuria, y agarraste mi pene por encima de los pantalones, apretando.

Saqué mis dedos y llegué a tu clítoris. Jugué con él, pasaba mis dedos de un lado a otro, en círculos –como sé que te gusta-, apretaba, un poco más, un poco menos. Te oía gemir y moverte. Sabía que el final estaba cerca. Me dijiste en un susurro ahogado:

—Voy a gritar, joder—Te di las bragas.

—Puedes sofocar el grito con ellas, si quieres.

Las cogiste, y te las llevaste a la boca para evitar hacer ruido. Aumenté la velocidad, hasta que cerraste tus piernas de golpe, en un espasmo, violento, mientras te tragaste el grito que quisiste dar pero no pudiste.

Seguí acariciándote, hasta que te relajaste. Tenía mi mano empapada.

—Mira mi mano, está mojada de tu corrida.

Chupé mis dedos con fruición, saboreándolo uno a uno, mirándote a los ojos mientras lo hacía.

—La gente no lo sabe—Te susurré y recordé—La gente nunca sabrá que soy tu profesor.

UN POCO DE AYUDA EN EL BAÑO DE PROFESORES

Esto que me pasó fue apenas ayer, todo el campus estaba reunido en el auditorio porque estábamos viendo una obra teatral.

Salí para ir al baño, pero los más cercanos estaban cerrados así que tuve que ir a los baños más lejanos.

Cuando estaba llegando, me percaté de que no había nadie por los pasillos, aunque vi que iba saliendo del baño de mujeres a Liria, morenita, 1.63, buenas tetas, culo respingón y duro, buenas piernas, en fin, otra de mis muchas alumnas.

Yo me la quería coger desde que la conocí, hace dos semanas aproximadamente, y ésta parecía ser una buena oportunidad.

Así que me acerqué a ella abrazándola de la cintura y dándole un beso en la mejilla y le dije:

—¿Cómo estás, Liria?

Como siempre, no me gustaba tratar a mis alumnas con tanta formalidad porque ni siquiera recordaba sus apellidos.

—Bien, señor Blake ¿Y usted?

—Bien.

Y bajé más mis manos agarrándole el culo y acariciándoselo, ella sólo sonrió un poco y me dijo:

—Me tengo que ir.

—Nos iremos juntos.

—Tiene que darse prisa, señor Blake.

Me le quedé mirando como si tratar de decirme algo. Entonces capté enseguida.

—Me daré prisa si me ayudas.

Tomé su ano e hice que entrara conmigo al baño de los hombres.

Ella solamente se empezó a reír y a decirme que estaba loco.

—Me dijiste que me diera prisa.

Saqué mi pene frente a ella y comencé a orinar, cuando ya estaba por acabar, sentí que Lira se acercó por detrás.

—A ver, deje le ayudo a acabar.

Agarró mi pene y lo empezó a sacudir, me tomó por sorpresa y la dejé hacer, mientras que con mis manos le acariciaba las piernas y ella empezó a masturbarme hasta que creció mi erección. Me di la vuelta y ella me quitó el pantalón. Se colocó de rodillas y comenzó a lamer la punta, después de un rato se lo metió todo a la boca, chupando y masturbándome con una mano, y con la otra, empezó a tocarse a sí misma.

Estaba ya por terminar, con esa imagen frente a mí.

—Te quiero penetrar.

En cuanto las palabras salieron de mi boca, ella se colocó en cuatro en el frío piso. Aunque estaba limpio, era la primera vez que iba a cogerme a una chica en el suelo de un baño. Cualquiera podría entrar, pero mi erección y ver su sexo frente a mí, hizo que eso no importara.

Le quité los zapatos, el pantalón, las bragas y le levanté más su culo para manosearlo. Lo amasaba, le metía tres dedos en su vagina y ella solo gemía.

Le besé las nalgas y el ano y quise entrar ahí.

Tenía que prepararla, así que comencé con un dedo, luego con dos, hasta que sus músculos se relajaron. Así estuvimos un rato hasta que sus movimientos en mi mano me pedían que la penetrara.

Y así lo hice, puse mi pene en la entrada de su ano y la penetré de un solo empellón. Entrando y saliendo muy duro. Ella se corrió primero y aquel firme culo no se fue sin dejar todo dentro de mí en ella.

Regresamos al auditorio, y cuando los días pasaron, no me importaba ir a los baños que estaban en los pasillos del fondo, sé que siempre la encontraría… y a su culo también.

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