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Tapas y contratapas

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En 1965, mientras filmaba para el Telegiornale un documental sobre “la mujer en la Resistencia”, la idea de El portero de noche comenzó a gotear en Liliana Cavani. Una mujer de Milán, sobreviviente de Auschwitz, decía a la cámara: “No puedo perdonarles a los nazis el hecho de haber descubierto, hasta el fondo, de qué era capaz el hombre”.

Frente a la realidad hecha de esponja, en la que los límites no existen o son miserablemente clásicos, la disociación es la puerta más cercana a la negación: la idea de Hitler vegetariano (odiaba matar animales) o de Videla postrado ante la imagen de Jesús se convierte en un patético dato de la especie.

El 14 de enero de 1936 el Führer firmó un decreto “sobre el sacrificio y tenencia de peces vivos y demás animales de sangre fría”.

“A cangrejos, bogavantes y demás crustáceos —decía— cuya carne ha destinado el hombre para su consumo, se les dará muerte a lo posible por separado arrojándolos al agua en plena ebullición. Queda prohibido colocar los animales en agua fría o sólo templada y ponerlos a hervir después.” Dos meses más tarde, el decreto era ampliado para la protección de plantas silvestres y animales domésticos: “Se autoriza a los propietarios de terrenos, a los usufructuarios o a sus mandatarios el apresar, sanos y salvos y tomar en custodia a gatos ajenos y perdidos durante el periodo del 15 de marzo al 15 de agosto, mientras la nieve cubra el suelo. Los gatos tomados en custodia se han de tratar con todo cuidado”.

—No comprendo cómo puede usted hallar placer —decía Himmler a su masajista— en disparar a mansalva contra pobres animales tan inocentes, indefensos y desprevenidos en el bosque. Eso, bien mirado, es un puro asesinato. La Naturaleza es hermosísima y, al fin y al cabo, todo animal tiene derecho a vivir.

Poco tiempo después, a través del telegrama 234.404 cursado en Berlín el 9 de noviembre de 1938 a todos los puestos de policía, se informaba que “en breve plazo tendrá lugar en toda Alemania una operación de limpieza contra los judíos, en especial contra sus sinagogas. No debe ponérsele obstáculos. Se hacen preparativos para la captura de unos veinte mil a treinta mil judíos en el Reich. Gestapo II. Firmado: Müller”.

En Posen, el 4 de octubre de 1943, Heinrich Himmler decía en su discurso a los SS-Gruppenführer: “La mayoría de ustedes sabe lo que significa que haya cien cadáveres tendidos en el suelo, o trescientos, o mil. Haber soportado esto, prescindiendo de excepciones de debilidad humana, y además, haber guardado la compostura, he aquí lo que nos ha endurecido. Esta es la página gloriosa de nuestra historia nunca escrita y que nunca se escribirá”.

Los borradores acerca de esta historia se encuentran las páginas siguientes de esta revista, donde hablan —por primera vez— los hijos del Reich, los que vieron crecer desde adentro el huevo de la serpiente.

—¿Cómo puede ser posible? ¿Es que acaso no existe la conciencia? —pregunta el hombre, definitivamente ciego, tanteando un límite inexistente. Simon Wiesenthal intenta una respuesta en Los asesinos están entre nosotros: “Tras años de estudios y observación —dice— he llegado a la conclusión de que, en una gran mayoría, los criminales de guerra o no tenían conciencia o eran capaces de desembarazarse de ella como quien lo hace con la apendicitis”.

La única respuesta a la falta de conciencia de algunos individuos parece ser la conciencia colectiva: si mañana entraran a una confitería de Viena a anunciar que Hitler está vivo en un pueblo del sur de Chile, ninguno de los presentes se alejaría de su tarta Sacher para argumentar a favor de un perdón especial para el Führer. Sin embargo diversos argumentos, y también la abulia, han ocupado páginas de los periódicos en los últimos días para justificar la libertad de los ex comandantes. Los límites elásticos de la conciencia se transforman en una noticia local: “Estoy convencido de que no solamente la demasiada conciencia —decía Dostoievsky en Memorias del subsuelo— sino cualquier tipo de conciencia es una enfermedad”.

AMARILLO

Martes 19 de marzo de 1991

En sus últimas declaraciones, el Presidente sumó una variante a la idea de complot contra la nación: la de calificar de “enemiga” a la “prensa amarilla a la que no le gustó el tema de los indultos, ni el envío de las naves al golfo Pérsico, ni el caso Ginebra, ni otras cosas que estamos haciendo”. Días atrás, desde esta columna, se alertaba sobre el riesgo de encarnar a la república —una de las tentaciones habituales en el poder— y del equilibrio necesario para evitarlo: el mismo que haría falta para reconocer errores, al menos permitirse algunas dudas sobre las acciones propias. Si las trágicas consecuencias del indulto resultaron sólo un invento de la prensa amarilla, frente a las encuestas que mostraron al 68% de la población en contra de la medida, este país tendría más concentración de amarillos que China Popular. La misma lógica puede aplicarse sobre el envío de naves: el ticket de ingreso al Primer Mundo aún no arroja demasiados resultados, fuera del ejemplo —amarillo, es cierto— del canciller Di Tella preocupado por la venta de jugo de limón. Todavía resulta difícil mensurar el costo político de la participación en la guerra, pero vale la pena recordar la encuesta de Domoskopía, que mostró a un 76% de la población en contra. ¿Será la realidad amarilla? Como cualquier proceso histórico, el amarillismo en la prensa comenzó con una anécdota menor: en medio de la lucha entre Joseph Pulitzer y William Hearst (ambos propietarios de periódicos en Nueva York durante 1880), Pulitzer publica The Yellow Kid, una tira cómica de interés humano que dio nombre al género. El amarillismo forzó la realidad hasta generarla: todavía se discute en los manuales de periodismo si fue William Hearst quien financió la guerra de Estados Unidos contra España (abril de 1898) sólo para aumentar las ventas de sus 38 periódicos. En este perdido país del Sur, sin embargo, la relación entre los periódicos y la realidad parece distinta. Calificando de amarillo al ejercicio de la información, el Presidente adjudica a los medios un poder que no poseen. En un sistema democrático, está justamente en la clase política la posibilidad de modificar los datos agobiantes de la realidad, y no es calificando de amarillos a quienes los describen como se comienza a hacerlo.

IGNORANCIA

Sábado 28 de septiembre de 1991

El estímulo de la ignorancia no constituye tan sólo una forma de dominación; es también una enfermedad enraizada en el cuerpo social que aumenta el miedo, el egoísmo, los prejuicios y la subsistencia de una peligrosa doble moral con la que nos habituamos a convivir. Esta semana, el caso de un alumno de secundario permitió que se soltaran los impulsos más regresores e íntimos de la sociedad, instalados desde siempre en el silencio.

—Imagínese —se exaltó ayer por la mañana una oyente, en el aire de Radio América—, a mi hijo le pidieron que cortara fotos de revistas, y recortó una de una chica en ropa interior.

—¿Y usted qué hizo? —acorraló la locutora.

—Apenas me enteré, lo mandé a tratamiento psiquiátrico.

Sería interesante observar el tratamiento de esta madre de un chico de doce años, puesta a legisladora: ¿prohibiría las imágenes de mujeres en ropa interior?

—¿Y quiénes son los que habitualmente… habitualmente consumen [sic] travestis? —preguntó en la noche del jueves Gerardo Sofovich a una sexóloga.

—Mayoritariamente se trata de hombres entre treinta y cuarenta años, casados, con hijos.

—¿Y por qué lo hacen?

—Como reacción a sus tendencias homosexuales.

—Pero… pero… ¿y usted qué propone? ¿Que tiren la chancleta?

En los últimos cincuenta años —sólo para no ir tan lejos— políticos, periodistas, jueces, niños, maestras de escuela, peluqueros, alumnos han convivido cotidianamente con los travestis en la calle, en las escolas do samba, en las revistas pornográficas que ocultaron —u ocultan— debajo de la cama, en el cine y la televisión, etc. Sin embargo, frente a la aparición en un cómic de un travesti realizando algunas prácticas sexuales que no son en sí mismas ni buenas ni malas, sino que son, esta sociedad reacciona con el asombro de un hombre del Paleolítico frente al viaje a la Luna.

—¿Será bueno que vean esto los niños? —se pregunta una Argentina compungida, en la que la mayoría de los niños de clase baja se intoxica con pegamento, gran parte de las adolescentes de la misma clase son condenadas por la crisis a la prostitución callejera y cualquier niño de siete u ocho años, frente al televisor, asiste a escenas de cama con el “debido” oscurecimiento de pantalla y corte. ¿Dónde irán cuando la pantalla se oscurece, mamá, a comprar un repollo?

Para el gobierno, que ayer instruyó al procurador a investigar a este diario debido a la publicación del cómic, habría sido más razonable que todo el país realizara un debate sobre un hecho que, en nombre de una curiosa moral, debía desconocer.

Es interesante observar en este caso la aparente desvinculación (moral) entre la palabra y la imagen: todos los medios —incluidos los oficiales y los oficialistas— dijeron hasta el cansancio:

—Se trata de una escena de eyaculación en la boca, a cargo de un travesti.

Sin embargo, sólo constituiría delito el hecho de publicar el cómic, de “ponerlo al alcance de los niños”. Esta hipótesis permite suponer que los niños son sordos, o que —frente a las “palabras malditas”— nunca preguntaron, durante la semana:

—Mamá, ¿qué es eyacular?

La publicación del cómic en este diario no sólo obedeció a una cuestión de línea editorial —que contempla que, fuera de los delitos sexuales que impliquen corrupción el resto de los asuntos pertenece a la esfera privada— sino a un obvio compromiso informativo: se pensó que era obligación de Página/12 someter a juicio de sus lectores el contenido del cómic que provocó el escándalo y la sanción al alumno Liberman.

Pero, en realidad, el caso ya ha trascendido al propio Liberman —y al debate, por demás lógico y necesario, de cuáles deben ser los límites de la disciplina en un colegio— para mostrar estas otras tendencias subterráneas de la doble moral.

A este periodista le encantaría saber cuáles son las explicaciones que el fiscal, el procurador y gran parte de los medios ofrecen a sus niños cuando les preguntan:

—Papá, ¿qué es la corrupción? ¿Qué significa indulto? ¿Qué quiere decir coima? ¿Qué es desaparecido? —asuntos quizá un tanto más importantes que la eyaculación o el travestismo.

“Toda ignorancia es lamentable —escribió en 1936 el pensador liberal Bertrand Russell, premio Nobel y creador de la Lógica matemática— pero la ignorancia en un asunto tan importante como el sexo es un grave peligro.” Russell sostenía que no es necesario “engañar a los niños”, y que “la mayoría de los moralistas ha tenido tal obsesión del sexo que ha descuidado otras clases de proceder mucho más útiles socialmente”.

“No hay razón sana —aseguraba Russell en un ensayo titulado Nuestra ética sexual—, no hay razón de ninguna clase para ocultar la verdad al hablar a los niños. Sus preguntas deben ser contestadas y su curiosidad satisfecha exactamente igual en lo relativo al sexo que a las costumbres de los peces, o cualquier otro tema que pudiera interesarlos. No debe haber sentimiento, porque los niños no sienten lo que los adultos, ni ven en ello ocasión para que se hable enfáticamente. Es un error el comenzar con los amores de las abejas y las flores; es inútil andar con rodeos en las realidades de la vida. Al niño que se le dice lo que quiere saber y se le permite ver desnudos a sus padres no tendrá lascivia, ni obsesión sexual. Los niños educados en una ignorancia oficial piensan y hablan mucho más acerca del sexo que los muchachos que siempre han oído tratar este asunto en el mismo nivel que cualquier otro. La ignorancia oficial y el conocimiento real les enseñan a ser hipócritas con los mayores. Por otra parte, la ignorancia real, cuando se consigue mantenerla, es generalmente una fuente de escándalo y de angustia, que hace difícil la adaptación a la vida real.”

CINISMO

Miércoles 26 de mayo de 1993

Los cínicos pueden mirar a los ojos. No; los cínicos deben mirar a los ojos; esa es su prueba definitiva.

Nunca estar, definitivamente. Nadie ha estado aquí durante los últimos diez años. Sonreírle al espejo, observar con cuidado el reborde parejo de los dientes —el labio está tenso y apenas tiembla—, mirar al espejo a los ojos: detrás no hay nada.

Decirle a un jubilado, con voz firme:

—Vamos a solucionar su problema.

Decirle al inundado, frente las cámaras de televisión:

—A veces Dios nos pone a prueba. Siempre se dijo que la gente de la llanura tenía menos temple. Esta es la hora de demostrarlo.

Decirle a su hijo, durante el desayuno, dejando a un lado la tapa de los diarios:

—Papá no fue. Ellos mienten. Ellos siempre mienten.

Decirle a un militante, del partido que fuera:

—No estaba. No fui. Lo denuncié en su momento. Nadie quiso escucharme.

Los labios levemente tensos. Debe mirarse con cuidado al espejo y pronunciar: Perón. Stalin. Videla. Unión Industrial. Astiz. Comisarios. Guerra. Nación. No hay risa, se puede seguir: Ley. Reforma social. Violencia. Conciencia. Religión. El labio superior está anestesiado. El centro del espejo es la cámara, millones de ojos ingenuos, necesidad de luz, spots en el corazón.

Los profesores anotan al cinismo en la lista de los noventa. Los profesores anotan lo mismo desde hace dos mil años: manotazo de ahogado, cuadros sinópticos, maneras torpes de la razón. El cinismo no es sólo una parte constitutiva de la especie, es también un clima, una enfermedad endémica de la política salvaje, una exageración de la cultura. Importa poco que los poetas Ilya Ehrenburg o Pablo Neruda glorifiquen a Stalin, o que el embajador Jorge Asís carraspee menemismo. Unos y otros son sólo cinismo de superficie. Lo aparente —denominación culta de lo falso— se convierte a veces en el único código de convivencia.

Vuelvan a casa, felices Pascuas.

Nunca me he drogado.

Vamos a levantar las persianas de las fábricas.

Salariazo.

Soy un asturiano y los asturianos no se rinden.

Esta denuncia es un complot.

Esta denuncia es un complot.

Esta denuncia es un complot.

La cultura de la apariencia forma parte del ser nacional desde mucho antes que Gardel cantara “para la gilada”. ¿Alguien tomaría en serio a un país que anuncia poseer la avenida más larga, la más ancha y el falo céntrico más alto? Arriba y abajo: Georgie Newbery tiraba manteca al techo mientras, en el vertical de la escena, cientos de polacos se hundían cavando los túneles de los futuros subterráneos.

Luego los militares defendieron la Constitución —¿alguien puede imaginar un violación agradable?— y más tarde los pasillos del Banco Central estuvieron cubiertos de oro. Historias dobles: bulines en la calle Posadas para los buenos padres de familia y fusilamientos para acabar con los fusilamientos. El cinismo se acomodó al lenguaje: asesinar derivó en ajusticiar o reprimir; robar devino en apropiación, expropiación o control de situación.

Clinch. Final de juego. Se nos fue la mano. Barajar y dar de nuevo, dar de nuevo. Ahora, si no hay, pido que valga. Esta va en serio. En esta ciudad en la que Freud es tan popular al punto de aparecer en los grafiti, olvidamos a los griegos: el mito del eterno retorno.

El diálogo comienza a las cinco de la tarde:

—Esta hoja es blanca.

—Es negra.

—Por favor, le digo que es blanca.

—Es negra.

Seis horas más tarde:

—Es negra, esta hoja es negra.

—¿Será gris?

Es imposible estar tan solo, es necesario estar de acuerdo en algo. En los ochenta el cinismo adoptó la reiteración. Una de las claves de la propaganda.

—Se lo ve tan convencido… le juro que lo votaría.

—Señora, Hitler estaba sinceramente convencido de que había que matar judíos.

—Ay, usted siempre me sale con cada cosa…

Los cínicos de los ochenta comprendieron hace mucho que la publicidad es la ciencia del siglo XX, de ella dependen subciencias como la psicología, la sociología y la estadística. El cinismo desnudo hace real lo aparente, lo que se ve es lo único que existe: poco importa que haya tenido que alquilar una casa para aparecer en la revista Caras, esa es mi casa, son también mis vacaciones las que la editorial costeó en Egipto, nada me cae mejor que una buena pirámide en verano. La tarde en que Celeste —luego de meses de vacilaciones— decide acostarse con su novio, el programa baja 13 puntos de rating: ¿cómo algo real va a ser más real que lo aparente?

—Y si ganamos, ¿qué hacemos? —dicen que dijo el candidato frente a la primera encuesta satisfactoria.

—¿Y qué quiere que les diga? ¿Que van a ganar menos? ¿Así quién me vota? —razonaba otro.

La abstracción de la clase política en el cinismo es sólo un lento suicidio. El dinero no sostiene, traiciona.

Del otro lado hay un país: confuso, vivo, temeroso, dividido, solo, esperanzado aún frente a la nada. Los cínicos controlan a milímetro el nudo resbaloso de su corbata, y desconocen un dato elemental: están muertos, la vida está en otra parte.

CÓMO HACER UN AGUJERO[4]

Jueves 1 de octubre de 1998

(En un nuevo y extenso monólogo autorreferencial, escrito en primera persona y rebosante de la típica soberbia a la que ya los tengo acostumbrados.)

El Sueco dice que con este número se cumplió su sueño. Sólo un filósofo, un sexólogo o un diagramador puede decir semejante cosa frente a un agujero. De hecho esta ausencia —la falta de lo que sea que se hace presente al ver el agujero— está aquí gracias a él, que hace algunas semanas preguntó:

—¿Te acordás de cuando en Página querías hacer un diario con un agujero?

—No, un diario redondo —le dije—. Eso queríamos hacer, pero no se podía.

—Sí, pero aparte de eso. Un diario con un agujero.

Esa noche pude entrar al túnel del tiempo y recordar con alguna dificultad aquella charla con el Sueco, en Página/12, doscientos años atrás. Sí soñábamos hacer un diario con un agujero. Habría que repetir que en esos años éramos jóvenes e inmortales, el diario era independiente y entonces cruzábamos los límites sin advertirlo, tropezándonos con ellos.

—Pregunta el distribuidor a quién le liquida los ejemplares —dijo la voz de Adriana (¿o fue la de Delia?) por el teléfono.

—¿Por?

—Porque el diario no dice “Página/12” en ningún lado.

La edición que estaba en la calle se llamaba Pelota 12. Habíamos respetado la tipografía y la forma original del logo, pero la tapa se había deportivizado, siguiendo el ejemplo de Menem, que la noche anterior había jugado un partido con Maradona. Así supimos que nunca antes se le había cambiado la marca a un producto, o a un medio, o a lo que fuera. Las marcas estaban para respetarse, viejo.

Hubo que pelear con caras demudadas cuando publicamos la tapa en blanco informando sobre el indulto, y con falta de papel cuando editamos el diario como Amarillo 12, respondiendo a una crítica del Presidente. Viendo esa tapa en el noticiero de la CNN aprendí que la forma, a veces, puede tener el mismo peso que el contenido: una extensa nota argumentando contra la acusación de “amarillistas” no hubiera logrado el mismo efecto. Al día siguiente, el doctor Menem enfrentó a los periodistas de Casa de Gobierno reconociendo, con sonrisa forzada, que la idea le había gustado.

El agujero de esta revista es, aunque suene idiota, casi tan difícil de realizar como el agujero negro del presupuesto: fue necesario adelantar un día y medio el cierre de la edición, y cada ejemplar se agujereó a mano en cuatro talleres distintos, por la gran cantidad de ejemplares. Un consejo: si alguna vez están por desembarcar en Normandía, o necesitan llevar por tierra la torre Eiffel, o sueñan con agujerear una revista, sepan desde ahora que no van a poder hacerlo sin Margarita.

Nuestra jefa de Producción, Margarita Perata, no es sólo una paciente psiquiátrica grave aunque admitida como ambulatoria, también es la persona indispensable para hacerlo.

Antes del agujero pensábamos festejar San Gerardo, en homenaje al “Patrono del Gato”. Estudiamos con Margarita la posibilidad de regalar medias negras, portaligas, pero todo era imposible.

—Regalemos una manzana —le dije—. Y saquemos lo del gato.

Margarita llamó al distribuidor para hacer la consulta y, escuchándola, tomé conciencia de lo que queríamos hacer:

—Sí, una manzana —le dijo Maggie, con el tono casual del que pide un café.

Hubo un silencio de los dos lados de la línea. Margarita después dijo:

—Bromatología, sí. Ah, sí, claro… sí.

Y cortó.

No se pueden repartir alimentos en los kioscos. Después nos reíamos imaginando cómo armar el reparto de las manzanas: ¿en una bolsa?, ¿con los camiones que llevan los diarios?, ¿y si se pudren? Mucho más fácil es cortarlas por televisión.

La publicidad, uno de los sectores supuestamente creativos del cuerpo social, reaccionó frente al agujero de modo conservador: hubo algunos avisos que se levantaron escapando del sacabocados.

Ilustrar la nota del agujero negro con un agujero quizá logre una mayor presencia del presupuesto en nuestra lista de preocupaciones. En ese agujero la política se estrella contra la vida real: la plata de la que se habla es nuestra y es el Gobierno el que la gasta con discrecionalidad. En estas páginas encontrarán cifras indignantes pero también otras que mueven a risa y algunas del todo inexplicables. El presupuesto para 1999 ocupa 13 disquetes, más otros dos disquetes del Plan Nacional de Inversión Pública. No sé si cualquier ciudadano puede acceder a ese detalle de información, y creo —aunque tuviéramos, en teoría, ese derecho— que es difícil imaginarse a una abuelita en la mesa de entrada del Congreso pidiendo que le copien los disquetes. En la Madre Patria los ciudadanos pueden acceder al presupuesto de Bill Clinton (con Monica incluida) a través de internet en la dirección http://speakernews.house.gov/budgetx2.htm. Ahí encontrarán también un apartado aún más minucioso titulado “Full Text Budget 97”. La discusión presupuestaria —como la del pago de impuestos— ocupa varias semanas de primeras planas y de discusión concreta; después de todo, es nada menos que cómo y en qué se gastará nuestro dinero. Si eso no nos preocupa antes de que sea tarde, ¿cómo podremos preguntarles después qué hicieron con la plata que les dimos?

Desde la semana próxima incorporaremos, área por área, la información concreta y aún más detallada sobre cada gasto, con pequeños reportajes a los responsables de cada sector, personajes de bajo perfil que nunca aparecen en la prensa pero que son los que, en última instancia, pagan los gastos del Estado con nuestro dinero.

Un agujero existe desde lo ausente, desde lo que no está. Las decisiones del presupuesto también podrían leerse de ese modo: no hay problemas de plata, sino criterios políticos de distribución. El mismo gobierno que regala 413 millones de dólares en subsidios a las autopistas, trenes, etc., decide darles sólo 22 millones a las pymes.

¿Es demasiado ingenuo pensar que hay algún punto que vincula la decisión de gastar tres millones en un monumento a Rosas con los índices de desnutrición?

De ese agujero, que aparece en estas páginas, es de lo que estamos hablando.

UN HOMBRE[5]

13 de junio de 2009 18:21

Subject: se complicó

Resulta que el jueves a la noche empecé con unos dolores abdominales imposibles, y pensé que me iba a morir. Tomé una sopita de arroz y me fui a la cama. No podía dormir, todo empeoraba, me angustié y me asusté mucho… Llamé a “Emergencias y riesgo de vida” de OSDE e inmediatamente me internaron en el Fleming, detectaron todo tipo de quilombos y complicaciones severas, y me obligaron a quedarme internado hasta el lunes 15. De hecho hoy, sábado, estoy internado. Quieren que esté aquí controladísimo para empezar la próxima quimioterapia en perfecto estado. Me hicieron una batería de análisis ooootra vez: cultivos, sangre, placas, pruebas de coagulación, etc., etc. Lo que no podían entender era por qué no bajaba ese dolor abdominal muy, muy agresivo, con el cual sentía que el abdomen entero me iba a explotar. Se resolvió hacerme una tomografía computada con líquido de contraste y ahí vieron que el hígado estaba híper distendido y se apretaba contra los pulmones. Los tratamientos son muy agresivos y deformaron los órganos y los desplazaron. Yo era un grito, lloraba, Javier estaba impotente y pasamos una noche de mierrrda.

A la mañana siguiente vino el doctor Chacón a la habitación y nos dijo que había que empezar a recomponer el desorden provocado por la quimio inmediatamente pero que había una muy buena noticia: el tumor estaba remitiendo!!!!!!!!!!!!!!! Nos pusimos felices. De ahora en adelante se trata ir atajando pollitos a medida que los problemas de los efectos colaterales vayan surgiendo pero ya está, el tumor reaccionó!!!!!!!!! Todo sufrimiento a partir de ahora valdrá la pena. Me pone muy contento compartir esta noticia con ustedes y los quiero!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ahora será un día a día con sus complicaciones pero acompañado de un notición hermoso… Sé que gran parte de esto se los debo a sus fuerzas y deseos… Estoy lagrimeando… adiós…

Una enfermedad es, también, una tragedia cotidiana, llena de pequeñas noticias.

Peña había elegido esta forma para comunicarla: hace poco más de un mes comenzó a circular entre un grupo de amigos una especie de parte diario de su vuelta a la quimioterapia en medio de la embestida de un nuevo cáncer, esta vez de hígado y fatal.

Su primer “parte de batalla” me causó gracia y un poco de estupor. Después los entendí, aunque: ¿cómo alguien puede volverse práctico frente a la muerte?

Lo de los “partes” era la solución frente a un brazo enyesado: se transmite una gacetilla a los amigos y se evita repetir una y otra vez la misma idiota anécdota.

Esta fue la primera vez en la que Fernando pensó que iba a salir, que podría hacerlo, que iba a ganar. Antes, en cada uno de los precipicios que pudo saltar, se dio por muerto. Puta casualidad de mierda. Puto mal chiste.

Hace dos o tres domingos pasamos la tarde en su casa del Bajo San Isidro, a la vuelta de lo de Andrea y Bárbara. Comimos pastelitos y jugamos con los perros. Hablamos boludeces, como sucede en cualquier familia los domingos. Le costaba incorporarse. La casa estaba luminosa. Quedamos en ir a José Ignacio. Las fechas comenzaron a dividirse en antes y después de la quimio.

Quedé en enviarle en esos días una vieja entrevista que habíamos hecho en septiembre de 2001, frente a uno de aquellos precipicios cuando todos lo daban por muerto inminente. Fernando quería filmar un reality de su cáncer.

Veía casi todas las noches Después de todo y la llamaba a Sara a cada rato para hacerle algún comentario sobre lo que estaba saliendo al aire.

Peña no era neutral. Era un artista: un desequilibrado, un bello, un rencoroso, un cándido, un hombre. Él hacía todo eso para que lo quisiéramos y, quizá, nosotros lo queríamos por sus debilidades y no por sus virtudes: por posesivo, por cabrón, por ególatra, por niño solemne, por puto del orto.

Y al final, se murió.

Y al final, el chico del colegio inglés que se la chupaba a los profesores se murió. El comisario de a bordo que les tenía miedo a los aviones se murió.

El tipo que quería ser libre se murió, aunque pudo dejarnos encima esa incomodidad de la verdad y la belleza.

Que Peña siga jugando en paz, sin dolor. Por toda la eternidad.

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