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El guía de turismo explica el paisaje

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EL GUÍA DE TURISMO
EXPLICA EL PAISAJE

La imagen es esta: un grupo de insectos examinando a un entomólogo. Me tocó vivir la era de los críticos y el universo de los curadores. En el caso de la pintura es claro: con la autoridad de un insider, Simon de Pury, ex dueño y fundador de la casa de subastas, da un golpe a los historiadores y académicos del arte afirmando que el concepto de “arte contemporáneo” lo estableció Christie’s con las obras creadas desde los años setenta hasta la fecha para vender más, y que ellos deciden a quiénes deben anunciar como los “grandes maestros actuales”, no hay un análisis de los valores conceptuales de la obra, es una decisión comercial, buscan artistas que produzcan mucho y rápido porque entre más obra, más negocio, cita en su blog la brillante crítica mexicana Avelina Lésper.

La Real Academia Española, que no se ha lucido por su sentido del humor, hizo en este caso una excepción: explica “curador” como un anglicismo que significa “comisario”, comisario artístico. Esto es: un tipo que al comienzo de la calle Santa Fe decide qué cines están abiertos según sea de su gusto la película. Hoy, en las muestras, el nombre de los comisarios aparece encima del de los artistas. La autoridad de la “academia” en la literatura es similar: los críticos de los diarios, algunos egresados, profesores de segunda línea en cátedras latinas en Estados Unidos, expertos, en cualquier caso, en relaciones públicas cobran mensualmente la cuota de ingreso al Parnaso. El guía de turismo explica el paisaje. Encontré esta mañana una vieja entrevista a Rómulo Macció publicada en La Maga en 1987:

“Soy un hombre antiquísimo, así que yo no hablo de pintura, soy un pintor a la manera de antes —dice Macció—. Si yo voy al Louvre y veo un cuadro de Rafael y pregunto dónde está Rafael para que me explique, porque si no no puedo mirar el cuadro… eso no tiene que ver con la pintura. Esto de la cultura y de que el artista tiene que explicar todo lo que hace, es un invento nuevo. Hay algunos personajes que son como tontos: entran en una exposición, miran y lo primero que preguntan es dónde está el pintor. Lo primero que hacen es buscar el pintor, se acercan al pintor y antes de mirar el cuadro le preguntan qué quiso decir. Y Fellini dijo, y tenía razón, que se enteró de lo que quería decir con sus películas cuando hablaba con los críticos, que le decían ‘usted quiso decir tal cosa’. ‘Sí puede ser’, contestaba.”

—Los fuerzan a definir cosas que ni siquiera ustedes saben…

—Es evidente, porque vos ves la realidad y hacés un reflejo de esa realidad. Tratás de hacer una interpretación poética de esa realidad. Una síntesis. Cargás esa realidad con la materia pictórica y la traducís en hecho pictórico. Si hay poesía, conmueve; y si no hay poesía, no. Y eso es un milagro. No tiene explicación, entonces ¿qué vas a estar explicando? Siempre digo lo mismo.

—Eso es lo que se llama reproducir o interpretar la realidad.

—Interpretar la realidad. Hay elementos de la realidad que me conmueven y digo “quiero pintar un cuadro sobre esto”. Pero no tengo la receta para pintar.

—¿Siempre lo pensó así?

—No es un pensamiento. El pintor nunca pensó nada. El pintor dice “quiero hacer un paisaje”, va con el caballete y se pone a pintar el paisaje. ¿Hay que pensar eso? No, no hay que pensarlo. No sirve de nada pensar mucho la pintura porque hay gente más inteligente y más culta que los pintores que no puede poner una sola pincelada. Así que no es una cuestión de inteligencia ni de pensamiento; es una intuición, es un sentimiento. Es como bailar, como cantar. Son las expresiones primitivas del hombre, no algo premeditado. Pintar es natural en el hombre. Toda la intelectualización que se ha hecho del arte, bueno… Yo no tengo nada que ver con eso. Porque un intelectual y un creador no tienen nada que ver. Son dos cosas totalmente distintas.

La primera “tesis” sobre Página/12 fue hecha por la Universidad de San Pablo, en la cátedra de Bernardo Kucinski, entonces corresponsal de The Guardian en Brasil. Fue en 1988, y tuve el honor de asistir como “profesor” invitado. El año anterior, las páginas de medios de Time y de Libération nos habían dado el empuje necesario para decenas de notas en los lugares más insólitos del mundo. La segunda tesis sobre la que tuve noticias se publicó mucho después en laArgentina: fue el libro de Horacio González La realidad satírica, 12 hipótesis sobre Página/12, de Ediciones Paradiso, en 1992. El mismo Gonzalez que, años más tarde, dirigiría la Biblioteca Nacional durante el kirchnerismo. Es un libro curioso, que agrega al texto de González una entrevista a mí mismo hecha por Marcelo Constantini. Nunca supe que entrevista y libro irían juntos: Constantini se presentó como un estudiante de TEA y me entrevistó en esa calidad. La entrevista aparece destacada en la tapa. Llamo “curioso” al libro porque allí tanto González como su cronista se cuidan en aclarar, todo el tiempo, que es esa la crítica de un lector. El único párrafo en el que se demuestra que González entendió algo de lo que critica está en la página 11:

El género satírico tiene una larga militancia contra los poderes. Contra una forma de ellos, la solemnidad, el secreto y la decisión ilegal que desfavorece a la sociedad democrática. La lengua satírica de Página/12 es una retórica de izquierda. Los contenidos suelen ser una versión estricta, radicalizada y clásica del liberalismo. Página/12 pudo, durante cierto tiempo, en sus orígenes, ser confundido con un periódico de izquierda antes de que se descubriera que es un diario liberal modernizador, con un lenguaje tomado de la larga tradición de las izquierdas de lenguaje, es decir, las retoricas satíricas.

Con perdón de la intrincada sintaxis de González, no se entiende cómo puede caracterizar a Verbitsky, Soriano, Gelman, Bonasso, Briante o Julio Nudler. Una a favor: acertó en mi caso. El resto del análisis de González es, por lo menos, frívolo: se queda empatando en un estudio lingüístico sin siquiera mencionar los efectos políticos que el diario produjo en esos años. En aquel momento, víctima de mi carácter, me había propuesto escribir un libro titulado El señor González, y busqué alguna obra, aunque fuese mínima, que él hubiera hecho, más allá de sus puntos de vista sobre obras ajenas: no encontré ninguna.

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