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Destruir el pasado

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DESTRUIR EL PASADO

María Eugenia Duffard forma parte hace ya un tiempo del equipo de Periodismo para todos. Tiene unos treinta años; es buena y va a ser mejor. Se me ocurrió preguntarle:

—¿Vos viste la tapa en blanco?

—¿La qué?

—¿Y la edición amarilla?

Nunca había visto ninguna de las ediciones “históricas” de Página/12 y las llamo con esa exageración porque, en su momento, recorrieron el mundo. El tiempo es atroz: el alma y el cuerpo envejecen a ritmos distintos y mi cuerpo todavía cree que aquellos años están mucho más cerca. En el pliego de fotos de este libro se reproducen aquellas ediciones: la tapa en blanco fue la del día del indulto de Menem, el domingo 8 de octubre de 1989. Quería decir que nada podía quedar en blanco, ni siquiera ese papel lleno de imperfecciones, pelitos, pequeñas manchas, así como tampoco la memoria de un país podía borrarse. Eso escribí en el texto de tapa:

INDULTO

Nada puede quedar totalmente en blanco. Ni siquiera esta hoja de papel destinada a la tapa de Página/12, ahora seguramente surcada por pliegues, imperfecciones, pequeñas manchas, sombras. La historia de un país tampoco puede quedar en blanco. Este país, patético y confuso, a veces tierno y otras gris fue construido sin memorias en blanco. La memoria no puede quedar en blanco por decreto. Desde la base aérea de El Chamical, el presidente Menem anunció, trágico y lejano:

—Estamos construyendo el futuro del país.

Y comenzó a destruir el pasado. Atrozmente sincero, Menem aseguró:

—El costo político no es alto.

Antes había vuelto a enredarse en la madeja del anuncio, y —al salir del aeroparque de La Rioja— había insistido ante la agencia Télam:

—Hoy no se dará a conocer el decreto del indulto. Será antes de fin de mes. Aún no elegí el día ni la oportunidad.

Una hora más tarde, la misma agencia oficial informaba que la copia de los decretos sería distribuida al periodismo a las 14.30 en la Casa de Gobierno.

La retórica gastada de los considerandos sólo puede arrancar del lector una mueca triste, la mala copia de una sonrisa: en ellos se habla del país como una “comunidad jurídicamente organizada”, y se insta a “superar los profundos desencuentros, cuya responsabilidad debe ser asumida por todos”. Alguien mezcló todas las definiciones de este diccionario en el que la Historia y el futuro se miden con la peligrosa e ingenua vara del costo político, y la Justicia —y su ejercicio, sólido, constitucional, democrático— termina arrinconada como sinónimo de rencor. La idea de una reconciliación áspera y rápida como el café instantáneo no alcanza para explicar por qué el general Galtieri no podrá —desde esta mañana— diseñar un nuevo plan alcohólico para las Malvinas, por qué los civiles y militares de Aeroparque no volverán a tomar la estación, por qué Vaca Narvaja y Perdía no buscarán nuevas inversiones para Montoneros S. A., o por qué alguno de los 39 militares restantes no acondicionará —con dedicación y amor a la Patria— su viejo campo de concentración. A menos de veinticuatro horas de cumplir los primeros tres meses en el gobierno, Carlos Menem ha firmado la hipoteca más seria sobre el futuro democrático de este país. Sólo el tiempo podrá dar una idea de la magnitud del error; los rostros de los indultados han sido pintados de olvido y de blanco por decreto. Ellos creen que es posible. Aunque sólo podrán verse peligrosos payasos con la cara corrida de cal.

Intenté buscar este texto pero el buscador del diario tiene ejemplares atrasados hasta 1998. Es gracioso; también en la red toda mi época fue borrada: faltan diez años en los cuales buscar.

Lo de Pelota/12 fue insólito: durante toda su gestión Menem mezclaba la política con el espectáculo y el deporte, consciente de que aquello aumentaba su popularidad. La quinta presidencial era, en la prensa, “el polideportivo” de Olivos. Se nos ocurrió, entonces, “deportivizar” la tapa: todos los títulos políticos estaban tratados como en algún deporte distinto: fútbol, básquet, boxeo, etcétera, la foto central era del presidente pateando una pelota. “Oferta del Napoli” fue el título del sábado 22 de julio de 1989. Lo insólito sucedió el lunes a la mañana, con una llamada del distribuidor:

—Bien el fin de semana, ¿no? —le dije al atender el teléfono. Sabía que la edición del sábado se había agotado.

—Sí, bien —consintió—. Pero tenemos un problemita: la edición del sábado ¿a quién se la liquidamos? —y estalló en una carcajada.

Era cierto: en ningún lugar del diario decía la marca Página/12 y Pelota/12, por supuesto, no tenía registro alguno. Aquella fue la primera vez que un producto periodístico cambió su marca estando en la calle.

El Amarillo/12 del martes 19 de marzo de 1991 quizá sea el mejor ejemplo de cómo puede responderse a la crítica política con imaginación. En el marco de nuestra eterna pelea con Menem, el presidente nos llamó “periodistas amarillos”. Le respondimos comprándole papel a la guía de teléfonos y haciendo, completa, una edición amarilla. A regañadientes, y para congraciarse con el público, Menem salió a felicitar a “estos muchachos ingeniosos”.

La tapa de Página/12 se convirtió en un asunto a esperar y parte fundamental de nuestra relación con el lector. En los primeros años de mi salida del diario fue lo que más extrañé: no hay nada peor que una mala copia y —hasta hoy— la tapa de Página se convirtió en una mueca de lo que el diario fue.

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