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55 » Capítulo 20

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Gabriel se recostó hacia atrás después de haber explicado su historia por tercera vez. Mitch insistió en que la repitiera.

Chandler ya tenía bastante. La misma historia cuatro veces en un solo día era algo de lo que podía prescindir perfectamente, de modo que salió de la cabina. El equipo de Mitch estaba trabajando sin descanso. Eran unos profesionales, como clones de su líder.

Chandler se dirigió hacia su propio equipo: Jim, Luka y Nick, que seguía en el mostrador de recepción vigilando. Tanya continuó en la cabina. Allí estaría otra hora más, por lo menos.

—¿Esto es trabajo policial? —preguntó Jim, mirando al equipo de Mitch. Como siempre, era difícil de saber si hablaba en serio o si era una broma de su particular sentido del humor.

—Sí, trabajo policial muy serio —replicó Luka.

—¿Nos implicamos nosotros también? —preguntó Jim.

—Si queréis… A lo mejor tenéis que hacerlo a la fuerza, pero en fin…

—Siempre me han gustado los desafíos —dijo Luka.

Chandler pensó que, si alguien podía abrirse camino, ese era Luka. Era el más oportunista de todos.

Detrás de ellos, Nick se quitó los auriculares.

—¿Sargento?

—Sí, Nick, tú también puedes intentarlo.

—No, no es eso, sargento. Es que ha llamado Ken. Dice que hay algo ardiendo en el bosque, detrás de la casa de Turtle.

—¿A qué distancia?

—«Lo bastante lejos para que no me atreva a joderla yendo a mirar.» Esas han sido sus palabras exactas.

¿Sería aquel el lugar que estaban buscando?

—Pues entonces tendré que ir yo —dijo Chandler.

—Yo también voy —se ofreció Nick.

—No, tú quédate aquí.

El chico se derrumbó en su silla.

—Luka, Jim, ¿quién se viene? —preguntó Chandler.

Jim levantó una ceja y miró a Luka: no tenía ningunas ganas de recorrer Gardner’s Hill en pleno verano.

—Parece que me toca a mí —dijo Luka, sonriendo.

 

Desaparecer de la comisaría fue fácil: todo el mundo estaba muy ocupado. Luka conducía. Salieron de la ciudad hacia la colina. Inclinándose hacia delante para mirar por el parabrisas, Chandler no veía ni rastro de humo en la ladera. Rezó para que aquello no fuese una pequeña venganza de Ken, por lo de antes. Sería muy propio de ese hijo de puta.

—Ya sé que no lo ves así, pero yo creo que ha hecho un buen trabajo —dijo Luka.

—¿Quién?

—El inspector. Ha venido, se ha hecho cargo, hace que todo funcione.

—Y molesta a un montón de gente.

—Sobre todo a ti, sargento.

Chandler ignoró el comentario.

—A veces eres demasiado blando… —continuó Luka.

—¿Quieres que os trate como si fueseis robots?

—A veces, la ley tiene que ser dura. La gente lo respeta. Lo necesitan.

Chandler miró por encima del hombro a su joven colega.

—¿De qué mierda de libro de autoayuda has sacado eso?

—Es verdad. A veces, la gente quiere vernos usar un poco de fuerza.

Vaya decepción: otro de su equipo impresionado con Mitch. Sin embargo, en Luka, lo entendía mejor. Compartía con Mitch el deseo de ir siempre a por todas, cayese quien cayese. Sin duda, Luka era un buen policía. Estaba deseando aprender y hacer cosas. Además, era duro. Incluso en su vida privada. Ya había salido con la mayoría de las mujeres solteras del pueblo, como si fuera una epidemia que se contagiara fácilmente. Todos tenían sus fuentes de información particulares: Tanya, las lenguas más sueltas del círculo de madres; Jim, las lenguas alcohólicas de los trabajadores del Black Stump; Luka su brigada femenina de veintitantos años, a las que iba perdiendo poco a poco a base de salir con ellas y luego dejarlas. Chandler suponía que Luka pensaba que, fuera como fuera, él siempre saldría a flote.

Estaban a un kilómetro al sur de la casa de Turtle cuando Chandler lo vio: humo elevándose en el cielo, en la zona de matorral, como la mano gris de una víctima que se ahoga y hace señas pidiendo ayuda. Allí, por encima de la superficie de los árboles. Notó el pecho oprimido por la anticipación. Intentó tranquilizarse: quizá no fuera nada. Le indicó a Luka que siguiera diez kilómetros más por la carretera hasta la entrada oculta de la casa de Bluff’s Bluff, un nombre de broma para un antiguo alcalde que se negaba a permitir que un camino de tierra llevase su nombre.

Subieron serpenteando por la colina. El coche hacía lo que podía con aquellas curvas tan cerradas y con ese desnivel, que cada vez era mayor. La línea de humo aparecía y se ocultaba en cada giro del camino.

Chandler ordenó que parase junto al aparcamiento. Salió y se dispuso a atravesar la zona boscosa por donde los dos sospechosos aseguraban que habían trepado. Cogió una mochila con agua y otras cosas esenciales. No esperaba tener que quedarse allí a pasar la noche, pero por si acaso.

Luka cogió su propia mochila y le preguntó:

—Entonces, ¿a quién crees?

—Ya lo hemos discutido, Luka. Primero necesitamos tener algunas pruebas, y luego…

—Lo que notas en las tripas, sargento —le interrumpió Luka—. Todos tenemos esa intuición. Yo escojo a Heath. Vino a punta de escopeta, lo cogieron intentando robar el coche, os atacó al doctor y a ti… Parece tener cierta astucia, habilidad para planear y el temperamento que se necesita para matar.

Chandler apretó un poco más los tirantes de su mochila. Intentó no hacer caso a Luka, pero lo cierto es que lo que decía tenía su lógica. Él mismo había experimentado en primera persona lo peligroso que podía ser Heath… No obstante, a pesar de aquellos indicios, no podía descartar a Gabriel: esos cambios de humor… Pasaba de ser un manojo de nervios a comportarse frío como el hielo. Aquello le daba mala espina.

Perdido en sus pensamientos, Luka se le había adelantado, camino de los bosques como un sabueso detrás de una pista. Allí estaba el impaciente chico de Sídney. Allí se había criado, antes de que sus padres, artistas, emigraran al oeste, en busca de paz, tranquilidad e inspiración. En más de una ocasión, Luka le había contado que estaba deseando volver a la ciudad o a algún sitio donde hubiera más de un club nocturno. Hacía tiempo que había solicitado el traslado. Chandler pensó que también en eso le recordaba al antiguo Mitch.

Llegar hasta los bosques para ver dónde estaba aquel fuego resultó complicado. Esas tierras del interior no ofrecían puntos de referencia. Así pues, siguieron los jirones de humo que subían, apenas visibles por encima de los árboles bajo los que estaban.

No obstante, siguieron avanzando, luchando a la luz desfalleciente del día, tropezando con piedras, rocas y árboles caídos. No descubrieron ni tumbas recientes ni desniveles desde los cuales se pudiera caer.

Luka le contó otra de sus teorías: todavía podía haber alguien en la cabaña, un socio del asesino, o bien otra víctima. Si aquel loco había encerrado a uno, bien podía tener también a otro atado para después, como la carne que se cuelga para curarla. Ya sabía, reservas para el invierno. Solo era otra de las imaginativas especulaciones de Luka, pero eso le dio ánimos a Chandler para seguir hacia el humo que se elevaba entre los árboles. El campo estaba silencioso: ni cigarras ni grillos que cantasen. Era como si todos hubiesen desaparecido anticipando algún descubrimiento truculento. Resultaba muy inquietante, como una multitud que se queda callada de repente antes de que el jurado emita su veredicto. Tanto que Chandler sintió cierto alivio cuando la radio interrumpió el silencio. La voz de Mitch surgió entre la estática. Ya se habían dado cuenta de su fuga, de su destino y de la posible importancia de dar la voz de alarma.

—Chandler, soy Mitchell. —Ya no hubo formalidades. En su voz, un punto de pánico—. No hagas nada. Vamos de camino.

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