55

55


55 » Capítulo 22

Página 24 de 58

22

2002

 

Mitch se colocó bien el pelo liso, cada mechón perfectamente puesto.

—¡Venga! ¡Venga! ¡No hay tiempo para descansar! —anunció—. Otro kilómetro y nos detendremos por hoy.

Los voluntarios se habían congregado en torno a una roca enorme de arenisca roja que parecía fuera de lugar entre aquellos árboles, como una boya en medio del desierto. La vegetación aprovechaba su sombra abundante para crecer a sus pies. Los voluntarios también se acogían a la protección de un sol que ya bajaba por el cielo, más deprisa a cada minuto que pasaba, como si el horizonte estuviera recogiendo el sedal y tirando de él.

—Cinco minutos —rogó uno.

—Luego descansarás toda la tarde si quieres —dijo Mitch—. Martin podría seguir ahí fuera.

Era la herramienta de motivación que Mitch usaba para todo: el cebo de Martin. Pero Chandler sabía que solo había un motivo para que su colega quisiera encontrar a aquel chico. Se lo había confesado hacía unos días. Algo que había supuesto un cambio drástico en su actitud: Mitch quería ser conocido como el policía que encontró al adolescente, vivo o muerto, y que su nombre saliera en el periódico.

Ahí no tenía mucha competencia. Solo Chandler, de hecho. La búsqueda de Martin se había reducido. Los recursos se estaban dedicando ahora al truculento crimen de un camionero ocurrido en Port Hedland hacía un par de días. El papel de Chandler y Mitch también había cambiado, sutil y extraoficialmente. Dado que las posibilidades de encontrar a Martin eran minúsculas, su principal objetivo consistía en evitar que los voluntarios y la familia sufrieran un destino similar.

Sin embargo, aquella orden también les daba autoridad. La opción de abandonar la búsqueda. Aquella mañana (el decimotercero en total, y el segundo día de aquella fase), Chandler tocó el tema con Mitch, que inmediatamente decidió que tenían que seguir adelante.

Su falso entusiasmo rechinó en sus oídos. Mitch buscaba la gloria a costa de la desesperación de otros. Por su parte, Chandler creía que sus intenciones eran más honradas; cuanto antes encontraran a Martin (o sus restos), antes podría volver con Teri. Se había peleado una vez más con su familia dos noches antes. Así pues, tuvo que soportar otra larga noche de lágrimas e insultos por parte de su mujer. No entendía que tuviera que dedicar otros tres días a aquella maldita búsqueda. Teri sentía mucho que el joven hubiese muerto, pero quería que Chandler estuviera con ella.

Para animar al equipo, Arthur soltó una de sus plegarias bienintencionadas, pero demasiado emocionales. Quería engatusar a los voluntarios que quedaban para que siguieran adelante, pero lo único que consiguió fue enfurecerlos.

Cuando estaban saliendo, Chandler llevó aparte a Arthur y le recordó que él y Mitch eran los profesionales.

—Lo siento. Ya lo sé —dijo el hombre, limpiándose los ojos, mojados con lo que Chandler no sabía si era sudor o lágrimas—. Ya sé que ustedes son los profesionales, pero su calma y su lógica necesitan también algo de corazón.

—Tenemos corazón —replicó Chandler—. Si no lo tuviéramos, ninguno de nosotros estaría aquí.

El viejo asintió y le dijo a su hijo pequeño que se adelantara. Tuvo que insistir por segunda vez, con más firmeza, hasta que el chico le obedeció. Parecía que se habían intercambiado los papeles: el chico actuaba como guardián de su padre, y no al revés.

Arthur caminó junto a Chandler en silencio durante unos segundos. Finalmente, ahogó una risita.

—Todos somos un poco como Martin, ¿sabe?

—¿Ah, sí? —dijo Chandler, con la mirada perdida en la llanura.

—Allá fuera…, poco a poco, nos vamos perdiendo. No haría falta más que una, quizá dos horas andando por las tierras salvajes, y desapareceríamos.

Estaba claro que Arthur no estaba bien.

—¿Por qué dice eso?

—Es la verdad.

—Si no se encuentra bien…

El viejo negó con la cabeza.

—No me pasa nada, aparte de las ampollas y las quemaduras del sol. Es solo que me canso de hablar, de no encontrar nada, de ir dando palos de ciego a cada paso que damos, de encontrarlo todo muerto: plantas muertas, animales muertos, tierra muerta. —Se volvió hacia Chandler—. Ya sé que a usted no le gusta que rece ni que parlotee, pero no lo hago para motivar a los demás. Lo hago para motivarme a mí mismo.

Arthur se alejó para unirse a su hijo. Chandler se colocó detrás, con Mitch.

—Es hora de dejarlo —le dijo.

Su compañero le miró con incredulidad.

—¿Cómo? Si solo llevamos dos semanas…

—Sí, y el padre está a punto de derrumbarse, y el chico es prácticamente un zombi, y cada día abandonan más voluntarios. Estamos haciendo más de esos psicólogos que ayudan a las víctimas con su duelo que de policías.

—Seguiremos hasta que quiera la familia.

—Eso no es realista, y lo sabes muy bien.

—Entonces, ¿se lo vas a decir tú? —preguntó Mitch, que se acercó más a él—. Si lo encontramos, su muerte tendrá algún resultado positivo, significará algo.

Chandler negó con la cabeza.

—Para ti. Ya significa algo para esa familia.

—Sí —respondió Mitch—, pero si abandonamos ahora, todo habrá sido inútil, ¿no? Ir andando hacia lo desconocido… Y no me repitas toda esa mierda de los periódicos de que un chico casi adulto ha salido a hacer su «rito de iniciación». Un rito de iniciación tiene un sentido, no es solo un chaval deprimido que busca la aniquilación.

—Eso es lo que dices tú, pero no lo conocías. Así pues, quizás esto fuera su rito de iniciación, su transformación en adulto.

—¿Eso es lo que está haciendo Teri contigo? ¿Convertirte en adulto?

—Deja eso ya, Mitch.

Su amigo negó con la cabeza.

—Abandonar la vida…

—No, lo contrario.

—De eso no puedes estar seguro, Chandler. No hasta que lo hayas vivido.

Ir a la siguiente página

Report Page