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55 » Capítulo 27

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La prensa estaba ávida de información. Chandler no tardó demasiado en descubrirlo. ¿Quiénes estaba declarando? ¿De qué eran sospechosos? ¿De dónde venían? ¿Eran religiosos? Buscaban cualquier rendija por donde husmear, y meter las narices ahí.

Mientras acababa su última sesión informativa, Erin y Roper habían vuelto y estaban informando a Mitch. Luka se movía alrededor, como un nuevo planeta en torno al sol. Unos minutos más tarde, Mitch se dirigía a la comisaría sin poder ocultar su decepción. Sobre todo con ellos.

—Hasta el momento no hemos tenido suerte a la hora de encontrar las tumbas que, según parece, había junto a la cabaña. Esa es mi prioridad. Sin tumbas, sin cuerpos, no hay asesinatos ni asesino en serie. Por ahora solo tenemos a dos hombres que se acusan mutuamente. Si localizamos las tumbas (cuando las localicemos), podemos presionar a uno de ellos para que delate al otro. Caerán como un castillo de naipes.

—Suponiendo que trabajen juntos… —dijo Chandler. Mitch lo miró molesto. Pero Chandler continuó—: ¿Y si fuera así y se hubieran peleado, y luego hubieran tramado historias distintas de cómo llegaron a los bosques? No habría motivo para que tuvieran que coincidir.

—Podría ser su plan: desorientarnos para que perdamos su pista. Y la verdad, lo están consiguiendo —dijo Mitch.

—No —replicó Chandler—. Que los dos cuenten la misma historia significa que el asesino la está usando para aprovecharse. Y eso quiere decir que solo uno…

—«Los dos» reconocen haber visto las tumbas —le cortó Mitch.

Pero Chandler no podía parar.

—Explícame por qué reconocen haber visto las tumbas si intentan librarse. O, al menos, culpar al otro. Lo único que consiguen es meterse en más problemas.

—Quizá no sean tan listos, sargento.

—Han sido lo bastante listos para hacernos correr en círculos.

—Unos círculos cada vez más pequeños —respondió Mitch—. Pronto daremos con ellos. Lo que quiero ahora es una actitud positiva. —Se volvió hacia el grupo, pero continuó mirando a Chandler—. Necesito equipos en la colina, buscando las tumbas. Yo lo coordinaré todo. Erin y Roper, iréis juntos. Yohan irá con Suze. Mackenzie con Sun. —Examinó toda la sala, pero se saltó a Chandler—. Luka, tú puedes ir con Flo. Y Jim con Tanya.

La chica le interrumpió:

—Debería mandar a Chandler. Dele un equipo.

Mitch intentó ignorarla.

—Todo el mundo listo dentro de diez minutos.

Pero ella insistió.

—Él conoce la región, como usted. Quiere encontrar esas tumbas, ¿no? Pues entonces tiene que llevarlo con usted.

Lo dijo con pasión, y Chandler se sintió muy orgulloso de ella.

Mitch se quedó callado un momento, humedeciéndose los labios.

—Tiene usted razón, agente. Las diferencias que pueda haber entre Chandler y yo hay que dejarlas a un lado. —Mitch los miró a todos—. Vamos a resolver el caso.

—Si buscamos las tumbas —dijo Chandler—, no podemos guiarnos por lo que declararon en los interrogatorios.

—¿Y por qué no, sargento? —preguntó Mitch.

—Porque su información es muy vaga. Quizás incluso lo recuerden mal.

—Es la única información de la que disponemos —le recordó Mitch.

—Ya lo sé. Por eso creo que nuestra única opción es sacar a uno de ellos, o incluso a los dos, para que nos guíen. Necesitamos sus ojos.

—Eso es… —empezó Mitch.

—Es una estrategia arriesgada —le interrumpió Chandler—. Ya lo sé. Pero es la única que tenemos.

Esperaba que Mitch se negara a aquella idea de inmediato. Pero parecía descolocado. Nadie dijo nada, esperando la reacción del jefe. Pareció que pasaban siglos hasta que alguien habló:

—¿A cuál cogemos? —preguntó Luka con timidez, mirando a Mitch más que a Chandler.

—Llevaremos al señor Johnson —respondió Mitch—. En el señor Barwell no se puede confiar. Ya ha intentado escapar de la custodia.

—También el señor Johnson —le recordó Chandler.

—Pero el señor Johnson es más tranquilo.

—Demasiado tranquilo…

—Está cansado, supongo —dijo Mitch.

—O muestra el carácter inmutable de un asesino.

Mitch se estiró las solapas.

—O bien, sargento, es un tipo que ha aceptado que lo han atrapado. Si le preocupa tanto que se le pueda volver a escapar, podríamos hacerlo a distancia.

Chandler había recibido un memorándum que indicaba que Port Hedland era pionera en el uso de cámaras, cuyas imágenes se podían descargar y se podían usar como prueba. El plan de Mitch era bueno, aparte de un pequeño defecto…, un defecto que lo hacía imposible.

—Allí arriba no hay cobertura.

Mitch sacó la barbilla.

—Entonces, no tenemos elección. Nos llevamos al señor Johnson. No pienso llevarlos a los dos a la vez. Y nos iremos ahora mismo. Dentro de cinco minutos.

 

Chandler se ofreció a sacar a Gabriel de la celda. Cuando se abrió la puerta, el preso no se levantó de la cama. Chandler recordó que había leído que muchos criminales duermen como bebés después de que los hayan atrapado. Al parecer, lo lograban porque la ansiedad de estar siempre huyendo desaparecía.

Gabriel se despertó cuando Chandler ya le estaba poniendo las esposas.

—No tengo nada más que decir —dijo, visiblemente cansado.

—Lo vamos a llevar a la colina —explicó Chandler.

Gabriel frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Para ayudarnos a situar las tumbas.

—¿Por qué yo? ¿Por qué no él?

Chandler notó cierta resistencia, tiraba de las esposas.

—No queremos que Heath intente escapar otra vez.

Al oír esto, Gabriel susurró como si no quisiera que nadie le oyera, y especialmente Heath. Otra vez esa voz suave e hipnótica.

—¿Aún no se ha dado cuenta de que está mintiendo?

Se inclinó ligeramente hacia delante, con la espalda encorvada. Era como si la noche que había pasado en la celda le hubiera hecho envejecer unos cuantos años.

—Todavía no.

—¿Aún piensan que yo…? —No acabó la frase.

—No descartamos nada.

La respuesta le dolió. Cuando Chandler lo sacó de la celda, Mitch le dijo:

—Supongo que el sargento le ha explicado cuál es la situación.

Gabriel asintió.

—Solo para que sea usted plenamente consciente, no tiene ninguna obligación de ayudar. Pero esperamos que acepte.

—No tengo nada que ocultar —respondió Gabriel, dirigiéndose hacia la puerta.

Chandler le guiaba.

—¿Adónde lo llevan?

Gabriel y Chandler se quedaron quietos. La voz de Heath resonaba desde su celda. Gabriel se volvió hacia la voz. Vio su rostro. La estrecha mirilla de la puerta había quedado bajada, para que el aire pudiera circular. Los sospechosos se miraron el uno al otro. Chandler mantuvo la mano en las esposas, pero no apartó a Gabriel. Sentía curiosidad por lo que podía pasar.

Ambos sospechosos se miraron en silencio. Gabriel no se movió. Una vena latía en su sien sudorosa. Dentro de la celda, Heath hacía muecas y parpadeaba frenéticamente. Parecía muy asustado.

—¡Es un mentiroso hijo de puta! —gritó Heath, que golpeó con los puños la puerta de acero—. ¡Reconócelo, cabrón! Reconoce que me secuestraste, que me llevaste a tu cabaña y que intentaste matarme. Ninguno de estos idiotas se da cuenta. Pero yo sé quién eres.

Gabriel volvió la cabeza, con los ojos cerrados. Como si intentara sobreponerse. Exhaló aire con fuerza y miró primero a Chandler y luego a Mitch.

—Yo no… Él… —Tomó más aire—. ¿Podemos irnos, por favor? ¿Ahora? Les ayudaré a encontrar esas tumbas y a toda esa gente.

 

Otro día caluroso. Chandler se sentó detrás, custodiando a Gabriel. Mitch iba delante, con Roper. Detrás de ellos, cuatro coches de policía a velocidad de tortuga, con varios camiones de los medios de comunicación detrás de ellos, muy cerca. El terreno era especialmente difícil para los camiones. Aun así, los siguieron por la pista forestal, tan obstinados como los periodistas que iban dentro.

Chandler contempló el diminuto aparcamiento, abierto entre los árboles y las rocas. Como todo lo que había allí, no había cambiado desde hacía años. Miró hacia el asiento delantero para calibrar la reacción de Mitch. Como si nada.

Mitch aparcó y Chandler mantuvo a Gabriel apartado de la vista. Los reporteros se apiñaron en la parte más alejada del aparcamiento. Se preparó una rueda de prensa improvisada. Mitch gritaba por encima de los murmullos, explicando a los micrófonos que iban a llevar a una de las personas implicadas al escenario, para conseguir comprender mejor la cronología y los acontecimientos.

—¿Qué acontecimientos? —preguntó un periodista.

—En ese momento, es prematuro decir nada —respondió Mitch.

Una oleada de decepción recorrió a los periodistas.

—No ha dicho nada todavía —soltó una voz.

—¿Está usted en posición de acusar a alguien? —dijo otra—. Y si es así, ¿cuál es el delito?

Preguntas lógicas, pensó Chandler. No podían tardar mucho en acusar a uno de los hombres, o a los dos, si Mitch se salía con la suya. Si no, los tendrían que dejar libres. Examinó la reacción de Gabriel. Nada, solo pasividad. Como si fuera un simple acompañante. Como si fuera un actor secundario, en lugar del protagonista de la película. Como a Mitch, parecía que se le daba bien enmascarar sus sentimientos. O puede que, simplemente, se estuviera protegiendo de todo lo que le había pasado.

—Me temo que solo pueden llegar hasta aquí —dijo Mitch, provocando un gruñido de decepción entre los periodistas—. Ya lo sé, ya lo sé, estamos todos decepcionados, pero tenemos el posible escenario de un delito. No queremos que se contamine. —Señalando hacia sus hombres, continuó—: Roper y Big Jim se quedarán aquí para evitar que ninguna de estas buenas personas intente seguirnos. No quiero que se pierdan. Ya saben lo que puede ocurrir.

Fue entonces cuando aquella máscara de Mitch cayó. Chandler no lo vio, pero pudo percibir el temblor en su voz. Mitch se acordaba.

 

Esposado, Gabriel encabezó al grupo hasta la cabaña quemada. Erin y Yohan estaban pegados a él, por si intentaba escapar.

Chandler se quedó en la retaguardia, junto a Flo y Luka, que enseguida se habían hecho amigos: ambos eran jóvenes y asquerosamente guapos. Se susurraban entre sí, discutían del caso… Era como si los demás no pudieran oírlos.

—Es todo una trampa —dijo Luka, que apartó una rama baja—. Una búsqueda inútil, al final no habrá nada. Será todo una broma.

Flo encogió un poco sus esbeltos hombros, su pelo negro encrespado por el calor, la piel oscura brillando bajo el sol. Ella lo veía diferente.

—Si ese fuera el caso, ¿qué sacan el señor Johnson y el señor Barwell de todo esto? ¿Acaso son novelistas o algo así?

Luka se encogió de hombros, igual que ella.

—Quizá querían crear el crimen perfecto… Tal vez crean que han cometido el crimen perfecto…, sin haber cometido ninguno en absoluto.

—¿Y para qué?

—¿Por hacer algo? ¿Para escribir después un libro?

Ella levantó la mano para tocarle el brazo.

—Es una forma de que te encarguen un libro, supongo: «Yo estuve encerrado por ser un asesino en serie».

Luka respondió a su vez poniendo la mano libre que le quedaba encima de la de ella. Se arriesgaba a perder el equilibrio y a que ella le apartara de un manotazo.

—Todo es posible.

A pesar de sentir una mezcla de envidia y náuseas al ver florecer aquel amor, otra idea bailaba en la cabeza a Chandler. ¿Y si los dos sospechosos querían poner una denuncia por detención indebida? Ya los habían tenido en custodia más de lo que era legal, sin permitirles hablar con un abogado. Quizá contaban con eso. Ir haciendo tiempo, decir medias verdades, mentiras, dejar que todo se desvaneciera y quedara en nada. Y, después, finalmente demandar al departamento. Sacar una indemnización sustanciosa o incluso publicar un libro, como sugería Luka. En cuanto bajaran de aquella colina, debían presentarse ante la jueza y aclarar las cosas. Por su parte, a Mitch no parecía preocuparle nada de todo aquello. Él era como un sabueso persiguiendo un rastro, ciego a cualquier otra cosa.

Al llegar a la cabaña, Gabriel trató de orientarse. El sitio estaba tranquilo. La cinta policial se agitaba con la brisa. El fuego estaba completamente apagado. Habían cribado los restos y habían recogido cualquier posible prueba. Todo lo que quedaba eran unas pocas maderas carbonizadas y la vaga idea de lo que pudo ser antes: una cabaña de caza… o quizás un laboratorio de meta. Aunque, bueno, no solían encontrarse ese tipo de cosas por allí. No en un sitio tan alejado.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Gabriel, mirando las ruinas. Un temblor sacudió su cuerpo—. ¿Por qué se ha quemado?

—Díganoslo usted —respondió Chandler.

Gabriel se encogió de hombros. Seguía temblando.

—No lo sé. ¿Se ha quemado «todo»?

Chandler intentó averiguar por su gesto si aquello era una buena noticia para él. Sin embargo, Mitch, que se colocó donde antes estaba la puerta de entrada de la cabaña, los interrumpió:

—Cuéntenos adónde fue desde aquí.

Gabriel cerró los ojos. Chandler miró hacia la cima de la colina. Unos cien metros por encima de allí, proyectadas por el sol, vio unas sombras débiles. Al acercarse, distinguió dos grupos de pisadas que se dirigían hacia el risco. ¿Eran de alguno de los muchos policías que habían estado por allí recogiendo pruebas? ¿O del sospechoso? ¿Era aquello lo que quedaba de la persecución entre Heath y Gabriel?

Al llegar a las primeras huellas, Chandler se inclinó a echar un vistazo. Las pisadas se veían claramente en el polvo. Y no coincidían con las de las botas de un oficial de la policía. Parecían de unas zapatillas deportivas. Tal vez de Gabriel… o de Heath.

Marcando el lugar con un bolígrafo que clavó en el suelo, fue hacia el risco siguiendo las huellas con mucho cuidado. Dejó atrás a todos los demás. Dos grupos de huellas avanzaban en aquella dirección, siguiendo el mismo camino, a la distancia de un paso. Ramas rotas y hojas caídas marcaban la ruta. Incluso vio lo que parecían fibras de ropa desgarrada por la áspera corteza de algún árbol. Llegó a la cima del risco. Este formaba una pendiente suave por el otro lado. Era difícil ver algo, más allá de la primera línea de árboles. Necesitaría ayuda para investigar un poco más. Se volvió y fue a ver qué tal iba en la cabaña.

Gabriel pasó a su lado.

Chandler casi se cae hacia atrás, sorprendido. Gabriel le miró de reojo, ofreciéndole un asomo de sonrisa.

Pero el sospechoso no estaba solo. Muy cerca de él, todo el grupo de uniforme, que se adentraba poco a poco en el sotobosque.

Pasó una hora. Gabriel se desplazaba en zigzag, dando giros bruscos, de forma caótica. No recordaba nada del camino…, o bien estaba intentando despistarlos y hacerles perder la pista.

Sin embargo, el grupo lo seguía. La atmósfera, ya pegajosa por la tensión, se hizo insoportable cuando el sol llegó a su cénit. Chandler intentó concentrarse en la tarea que tenían entre manos, pero necesitaba agua y quedarse un rato a la sombra. El sudor empapaba su uniforme, goteaba sobre sus cejas y se le metía en los ojos. Le emborronaba la vista. Al pasar bajo una rama intentó quitárselo parpadeando. Durante un momento, en la neblina que formaba el calor, la esbelta figura de Gabriel se metamorfoseó en la achaparrada silueta de Arthur, muchos años atrás. Casi pudo ver a aquel viejo arrastrando los pies y buscando en vano. Cerró los ojos con fuerza.

Justo entonces Gabriel hizo una pausa y miró a su alrededor.

—¿Necesita un descanso? —preguntó Mitch, que llevaba la chaqueta colgando del brazo, pulcramente doblada. Su camisa blanca seguía limpia y bastante seca, como si no sudara en absoluto.

«Qué raro es este hombre», pensó Chandler.

—No —respondió Gabriel, rotundo, como enfadado por la distracción.

—¿Qué ocurre? —preguntó Chandler, que se acercó más a él.

—Este bosque me suena. Esa roca… —dijo Gabriel, y se alejó, con paso cada vez más rápido.

—¿Qué pasa con ella? —gritó Chandler, que caminó tras él.

—La curva en el horizonte…

Gabriel se volvió hacia ellos y tropezó. Se golpeó con el rígido tronco de un árbol y cayó al suelo.

—¿Está bien?

Gabriel hizo una mueca e intentó levantarse. Chandler lo cogió y le ayudó a ponerse de pie.

—Estoy bien, pero ¿no podría quitarme esto? ¿Un momento nada más? —dijo, levantando las esposas que le sujetaban las manos a la espalda—. Por si me vuelvo a caer. Es que es difícil moverse así.

—No pienso dejar que me engañe como a otros, señor Johnson —dijo Mitch.

—Pero no voy a huir.

—He dicho que no.

Chandler se acercó a su antiguo colega y le habló en voz baja.

—¿Y si resulta herido?

—Evitémoslo. Lo vigilaremos. Tú lo vigilarás —dijo Mitch.

Chandler se lo quedó mirando. Su cara de piedra, dura, cincelada, inflexible.

—Si se cae, podría denunciarnos. Y quedaría muy mal en tu expediente…

—No —dijo Mitch.

Gabriel se encogió de hombros, se volvió y siguió andando. Su paso se hizo más lento, quizá como protesta, tal vez de puro cansancio de andar y hablar, concentrado en los detalles de su huida: un árbol que vagamente recordaba haber visto al pasar, un arroyo seco que concitaba imágenes del día anterior. Cerrando de vez en cuando los ojos, porque decía que así podía recordar mejor, Gabriel iba dando tumbos todo el rato, con lo cual Chandler, Mitch o el que tenía más cerca tenían que correr hacia él y mantenerlo de pie.

Al cabo de media hora, Mitch ya no aguantó más.

—Quitádselas —ordenó a nadie en particular.

Todo el mundo se quedó quieto, incluso Gabriel. Cuando Chandler se adelantó a quitarle las esposas, Mitch se hizo cargo.

—Señor Johnson, vamos a quitárselas por el momento. Pero tiene que darnos algo.

Gabriel asintió.

 

ϒ

 

El ritmo aumentó de inmediato. Casi parecía flotar por encima del suelo. Los sentidos de Chandler estaban aguzados al máximo. Con las esposas, Gabriel se sentía casi indefenso. Pero ahora la situación podía ser distinta: un sospechoso moviéndose libremente por un terreno que tal vez conociera al dedillo. A pesar de que aumentó el ritmo, continuó andando en zigzag, arrastrando a todo el grupo tras él.

Con el paso de los minutos, aquel sol inclemente empezaba a destrozar los nervios y la paciencia de todos. Cuando Chandler empezaba a pensar que todo aquello era una pérdida de tiempo y que tendrían que volver a por Heath, Gabriel se detuvo.

El grupo se reunió tras él.

—¿Qué pasa? —preguntó Chandler.

—Aquí fue donde me caí —dijo Gabriel, temblando, aterrorizado. Chandler se echó atrás, como si su contacto pudiera romper el hechizo—. Casi me coge…

El temblor volvió, más intenso aún. ¿Qué demonios haría si al sospechoso le daba un ataque de nervios?, se preguntó Chandler. Entonces, de súbito, Gabriel echó a correr. Fue tan de repente que les pilló a todos desprevenidos. Había recorrido diez metros antes de que el grupo tuviera la oportunidad de reaccionar.

—¡Alto!

Mitch y Chandler chillaron a la vez, pero nada entorpeció el avance de Gabriel, que se movía con agilidad y seguridad al mismo tiempo.

Chandler dirigió el grupo de persecución. Roper y otros del equipo de Mitch corrieron a toda velocidad; también Luka, de quien ya era difícil decir a qué grupo pertenecía.

A pesar de que le dieron el alto varias veces, Gabriel incrementó el ritmo. Al cabo de unos centenares de metros, desapareció detrás de unas rocas. Mitch sacó su arma y ordenó a sus oficiales que sacaran las pistolas paralizantes, encontraran a Gabriel y lo trajeran.

Chandler cargó hacia delante, jadeando con fuerza. Rodeó las rocas, casi esperando que Gabriel hubiese desaparecido… Sin embargo, allí estaba, de pie en el borde de un pequeño claro entre los matorrales, allí donde la tierra formaba unas protuberancias rectangulares, con unos bordes demasiado perfectos para ser naturales. El cementerio.

—¡Quieto ahí, señor Johnson! —gritó Mitch.

Sus oficiales se desplazaron hasta su posición, soltando las lengüetas eléctricas de las pistolas aturdidoras por si las necesitaban. Pero Gabriel no se movía. Les daba la espalda, sus hombros se agitaban como si estuviera sollozando. Y seguía mirando el claro, incluso cuando Mitch le obligó a ponerse de rodillas y volvió a ponerle las esposas.

Chandler miró a Gabriel.

Su rostro estaba lleno de horror. Lágrimas de alivio manchaban sus mejillas polvorientas. Allí era donde podía haber acabado él. Bajo uno de esos seis montículos de tierra, incluido el que estaba más cerca de ellos, que parecía reciente. Tendría unos pocos días. La tierra todavía estaba más oscura, algo húmeda. La arcilla reseca por el sol formaba una costra, como si fuera la cobertura de un pastel recién hecho.

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