55

55


55 » Capítulo 35

Página 37 de 58

35

A los diez minutos de la fuga de Gabriel, Mitch había reunido a sus fuerzas y había dado las instrucciones correspondientes. Todas las unidades movilizadas. Debían tener en cuenta que Gabriel iba armado y era peligroso.

—¿Y qué pasa con Heath? —preguntó Chandler, mientras Mitch terminaba su discurso—. Tenemos que mantenerlo bajo vigilancia.

Los periodistas estaban apelotonados, chillándoles desde muy cerca y preguntándoles qué iba a hacer la policía con el asesino que ahora andaba suelto por la ciudad. ¿Cómo había conseguido escapar? ¿Cómo pensaban mantener a salvo a la gente del pueblo? Las preguntas llovían sobre ellos.

Mitch hizo una pausa y puso los ojos en blanco, como si se acabara de acordar de Heath.

—Tenemos que focalizarnos en el que se nos ha fugado.

—Estoy de acuerdo, pero Gabriel está decidido a matarlo. Por el motivo que sea. Tal vez sepa algo sobre él…, o puede que hayamos pasado algo por alto.

Yohan los interrumpió. Se había visto un Holden dorado junto a Lockridge. Iba a mucha velocidad. Mitch ordenó a Yohan que diera la noticia a todas las patrullas. Enseguida un periodista confirmó la noticia de que habían visto aquel vehículo. La policía se fue desplegando. Mitch gritaba a los oficiales: a unos les decía que tenían que coger cuanto antes a Gabriel; a otros, que mantuvieran a raya a los periodistas.

—Lo he visto.

Una voz decidida se abrió paso entre el estrépito de la radio: era Tanya.

—¿Dónde estás? —preguntó Chandler.

No le importaba que a Mitch no le gustase, Tanya era una de sus oficiales.

—En Butcher’s. Está tratando de robar…

La señal de la radio se interrumpió. Chandler se imaginó Butcher’s: un camino de tierra que se dirigía hacia el sur, a las minas de hierro y al desierto yermo.

—No te acerques demasiado —ordenó Mitch—. Síguele.

Volvió la señal: respiraciones agitadas y un movimiento frenético, ensordecedor. Un micrófono frotando contra una tela. La voz se volvió a cortar.

—Puedo…

La llamada se desconectó.

—¡Mierda!

Chandler miró a Mitch, que ya estaba en la radio, ordenando que todos los hombres disponibles fuesen a Butcher’s.

—Voy para allá —dijo Chandler.

Mitch asintió. Luego chilló a Luka:

—¡Luka, consíguenos un coche!

Un minuto más tarde, una sirena separó a la multitud, ahogando las preguntas de la prensa.

Mientras iban a toda velocidad, una voz farfulló en la radio. Era Steve Kirriboo, un minero, padre de seis hijos, que criaba algo de ganado en Butcher’s. Su voz sonaba preocupada.

—¿Chand? ¿Sargento?

—Sí, Steve —dijo Chandler.

—Uno de tus chicos…, bueno, una chica, ha caído ahí fuera.

Chandler contuvo el aliento.

«Caída…» ¿Se habría enfrentado a él?

—¿Chand?

Chandler respiró con fuerza.

—Sí, Steve… ¿Ella está bien?

No hubo respuesta. La voz de Steve se perdió.

—Luka, pisa a fondo —dijo Chandler.

Luka obedeció. El coche patrulla avanzaba por las calles desiertas. Los vecinos, o bien estaban dentro de casa viendo las noticias por televisión, o bien se habían concentrado en la comisaría y en la iglesia.

—Espero que esté bien…

—Mientras haya bloqueado su huida… —dijo Mitch.

Chandler lo fulminó con la mirada.

El asfalto dio paso a la tierra. Derraparon por la repentina falta de agarre de los neumáticos.

Un par de kilómetros más allá, ya en Butcher’s, encontraron el Holden junto a la granja de Chucker Nelson, en ángulo hacia la cuneta. Era como si hubieran tenido que pararse de golpe. Las luces traseras estaban encendidas; el motor, todavía en marcha. Chandler había bajado del coche patrulla casi antes de que se detuviera. Enseguida llegaron otros coches de la policía.

Dejó atrás el Holden, vacío, y vio a Tanya apoyada contra la parte inferior de una cerca. Estaba viva. Menos mal. La chica le miraba avergonzada. Un fino hilo de sangre corría desde el nacimiento del pelo.

—Lo siento —dijo ella.

—No importa, ¿estás bien?

—Bien. Unos hematomas… Me duele bastante la cabeza —dijo ella, apoyándola en el poste.

—¿Por qué te has acercado a él? —le preguntó, más enérgicamente de lo que se había propuesto.

—Para intentar detenerlo —dijo ella, furiosa de repente.

Él asintió.

—¿Qué ha pasado?

—Estaba aparcado junto a la valla, intentando poner en marcha el quad de Chucker. Ese trasto viejo hacía tanto ruido que pensé que había podido acercarme sin que se diera cuenta. Pero supongo que me vio por el retrovisor. No me dio opción. Me golpeó en la cabeza. Pensaba que iba a matarme, pero solo me preguntó mi nombre. Se lo dije. Entonces, me pegó con la pistola.

—¿Tu nombre? ¿Y no dijo nada más? ¿Adónde iba? —intervino Mitch, impaciente.

Tanya negó con la cabeza.

—Ni idea.

—¿Ni una pista?

—No —negó Tanya, que miró a Chandler como si le suplicara que alejara a Mitch de ella—. De hecho, me pareció que yo no le interesaba para nada.

—Porque no va detrás de ti —dijo Chandler.

—O quizá porque tiene a la mitad de las fuerzas policiales tras él —replicó Mitch. Se volvió hacia Tanya—. ¿En qué dirección se fue?

Tanya negó con la cabeza.

—No lo vi, pero supongo que a un sitio adonde no se puede ir en coche.

—Tenemos que seguir —le gruñó Mitch a Chandler.

—Yo no pienso dejar a Tanya.

—Está bien, solo tiene un chichón y un hematoma. No podemos perder más tiempo aquí. Mi equipo llamará a una ambulancia.

Chandler miró a su superior. Tanya apenas conseguía contener su furia.

—Marchaos. Estaré bien —dijo con los dientes apretados.

Chandler le puso una mano en el hombro.

—No hasta…

—Marchaos —insistió ella—. No dejéis que se escape ese hijo de puta.

Chandler volvió corriendo al coche. Mitch ya estaba tras el volante. Dio la vuelta en torno al Holden, forcejeó con el volante por el camino de grava y piso a fondo.

—¿Por qué crees que la ha dejado? —preguntó Chandler.

—No lo sé —dijo Mitch, haciendo girar el volante con rapidez a un lado y a otro—. Quizá no ha querido matar a una mujer… o a una policía…

—Había dos mujeres entre los cuerpos que encontramos.

—Quizá no esté tan loco como pensamos. A lo mejor detrás de todo esto hay un plan.

—Quizá —dijo Chandler.

Ojalá. Un plan sería algo bueno. Por naturaleza, los planes pueden ser descubiertos y frustrados. Los actos de violencia son más difíciles de determinar y prevenir. Pero, para detener a Gabriel, primero tendrían que capturarlo.

 

ϒ

 

Tras diez minutos recorriendo Butcher’s, el camino los dejó en un sendero por donde el coche apenas podía avanzar. Cinco minutos más y el caminito desapareció del todo. Solo se podía seguir en quad o en moto. Desesperado, Mitch ordenó que siguieran a pie. No obstante, tras media hora de camino, sin señal alguna de su sospechoso, suspendieron la búsqueda. Mitch llamó por radio a un helicóptero y envió a la policía estatal a las salidas más alejadas, por si Gabriel aparecía.

Durante la vuelta al pueblo, hablaron sobre la fuga, acerca de las consecuencias de todo aquello y sobre qué hacer a continuación. La única noticia buena fue que Tanya estaba bien: el corte en el cuero cabelludo tenía poca importancia; tampoco sufría una conmoción. Se negaba a ir al hospital e insistió en volver al trabajo. Chandler se alegraba. Necesitaba todos los buenos oficiales disponibles. El pueblo estaba como cerrado; las calles, vacías. Solo quedaban circulando unos cuantos curiosos y periodistas pululando por los alrededores de la comisaría. A medida que iba pasando entre la multitud, Chandler iba oyendo como le formulaban las mismas preguntas que él se había hecho a sí mismo: ¿cómo había conseguido soltarse Gabriel?, ¿qué podían hacer para encontrarlo?, ¿a cuántos había matado?, ¿a cuántos más mataría? Chandler mantuvo la cabeza baja y no hizo ningún comentario. Tampoco él tenía respuestas para esas preguntas.

—¿Cómo consiguió soltarse las esposas? —preguntó Chandler una vez que estuvo en la comisaría.

Los demás oficiales se miraron entre sí. Nadie tenía respuesta.

Al llegar a la puerta de su despacho, Mitch se dio la vuelta en redondo.

—Ahora mismo, eso ya no tiene importancia. Lo fundamental ahora es detenerlo.

—Por supuesto que tiene importancia. —Chandler frunció el ceño—. El procedimiento ha fallado de alguna manera. Y tú eres el que más insiste en que se sigan los procedimientos.

—Y ahora insisto en detener a Gabriel —replicó Mitch—. Venga, vamos: todos a trabajar.

Aquella orden pareció ser para su equipo y para Luka, que volvieron a sus puestos. Chandler y su pequeña tropa siguieron discutiendo.

—No rompió las esposas —observó Jim—. Lo comprobé. Estaban sueltas. Tampoco tenían arañazos.

—Así que tenía las llaves —dijo Nick, desde el mostrador de recepción.

—Parece que sí, pero ¿cómo las consiguió? —preguntó Chandler.

—¿Robándolas? —sugirió Jim.

Chandler negó con la cabeza.

—Tenía las manos atadas en todo momento. Y nadie se acercó tanto a él. Excepto…

Se volvió hacia el despacho. De repente, Chandler se dio cuenta. El día anterior, cuando Mitch atacó a Gabriel en la sala de interrogatorios. Gabriel debió de cogerlas en la refriega; luego las escondió, esperando a que llegara el momento adecuado para tender una emboscada a Heath.

Se acercó al despacho de Mitch. El aire estaba viciado.

—O sea, que has sido tú —dijo Chandler—. Te cogió las llaves a ti.

Mitch fue hasta el fondo del despacho con la cabeza gacha, como si se sintiera culpable. Toda esa mierda se podía haber evitado, pensó Chandler.

—Sí, supongo que me las cogió a mí… —dijo Mitch en voz baja. Sin embargo, no quería seguir por ahí—. Pero no debemos decirlo.

—¿Por qué?

Mitch se frotó la barba, cada vez más oscura.

—Si esto se filtra, harán millones de preguntas más. Desde arriba y desde abajo. Ahora lo realmente importante es atrapar a Gabriel antes de que tenga la oportunidad de matar de nuevo.

Parecía desesperado. Desde la búsqueda de Martin, no lo veía así. Tal vez si se mostrara así de vulnerable más a menudo, la gente le consideraría más humano. No obstante, Chandler pensó en filtrar la información a la prensa: una palabra o dos que se extenderían como un virus e infectarían todas las cadenas de noticias con el cuento del inspector incompetente. O peor, el inspector negligente. Resultaba tentador. Sin embargo, también era cierto que el hecho de que Gabriel hubiera conseguido escapar era secundario. Ahora lo prioritario era volver a detenerlo. En eso Mitch tenía razón. Nunca se lo perdonarían si aquel descuido con las llaves acababa con más muertes. Mejor se guardaría aquella información. Quizá podía utilizarla más adelante.

También se le ocurrió otra cosa.

—Después de cogerte las llaves, Gabriel las tuvo consigo todo el día. Podía haber escapado en cualquier momento, pero esperó hasta que Heath estuvo expuesto.

—¿Y…? —dijo Mitch.

—Creo que no lo cogimos nosotros fuera de la comisaría, sino que él volvió a propósito para estar cerca de Heath.

—Así que tiene que haber algún tipo de conexión.

Chandler asintió.

—Arriesgó su libertad por tener la oportunidad de matar a Heath. Pero ¿por qué?

 

Llevaron a Heath de vuelta a la sala de interrogatorios, con su abogada detrás. Estaba furioso. Esta vez, Mitch invitó a Chandler a acompañarlos.

—No existe ninguna conexión —insistió Heath—. Lo juro. Yo soy una víctima.

—¿Y seguro que no tropezó con él antes? —preguntó Chandler—. ¿En alguna granja, en algún trabajo…? ¿Hace unos meses o hace unos años?

—Sí, estoy seguro.

—Quizá le hizo usted algo a alguien a quien él conoce… o a alguien que quiere. ¿No se acostaría usted con su mujer, con su exmujer, su hermana…?

—¿Cómo? ¿Me está usted preguntando si esto lo he provocado yo mismo? —preguntó Heath, inclinando la cabeza hacia un lado, confuso.

—Pues sí —respondió Mitch—. Tiene usted una personalidad bastante brusca, señor Barwell.

—¿Que yo tengo una personalidad brusca? ¿Y qué me dice de esta fuerza policial de risa? Les he dicho que soy la víctima. Cuatro putas veces.

—Solo estamos intentando averiguar si hay algún motivo por el cual Gabriel está tan decidido a matarle. ¿Le robó usted algo? ¿Pegó un puñetazo a alguien? ¿Le dio a alguien una paliza?

—¿Puñetazo? ¿Paliza? —escupió Heath. Su voz sonaba incrédula; su rostro estaba lívido.

—Nos habló usted de una agresión —dijo Chandler.

—El tío al que pegué era el amigo de un amigo —farfulló Heath—. Mire…, lo que sé es que estoy aquí acusado de unos delitos, de unos asesinatos que no he cometido. Estuve a punto de ser asesinado dos veces por la misma persona, el asesino «real». Sin embargo, me siguen tratando como si fuera culpable. Quiero salir de aquí ahora mismo. Quiero largarme de esta comisaría e irme muy lejos de este puto sitio. Encuéntrenlo y quizá vuelva para testificar. O mejor aún, les paso un vídeo: así podré largarme cagando leches de este agujero de mierda.

Heath miró a su abogada en busca de ayuda.

—¿Hay algún lugar seguro donde pueda pasar la noche mi cliente? —preguntó la abogada.

—Se queda aquí —dijo Chandler.

—Por su propia seguridad, creo que es mejor que se quede aquí, señor Barwell, donde podamos protegerle —dijo Mitch.

Heath fulminó con la mirada a su abogada y luego a Mitch.

—Aquí casi me matan.

—Fue un accidente.

—Sí, parece que hay muchísimos accidentes por aquí. Y, para que lo sepan: los voy a demandar. A todos. Por detención ilegal, por poner en peligro mi vida y por mantenerme encerrado sin cargos. Haré una fortuna —dijo.

Su ira se había convertido en una sonrisa.

Ir a la siguiente página

Report Page