55

55


55 » Capítulo 47

Página 49 de 58

47

Taylor. Arthur Taylor. Un apellido que tendría que haber sido difícil de olvidar, dadas las circunstancias. Sin embargo, a Chandler se le había extraviado entre el montón de nombres extraños. Mercenarios que se llamaban Chaz, Blazz, Bagboy, Yippy. Pero el apellido Taylor…

Chandler lo había visto recientemente.

Se detuvo junto a los escritorios, sin hacer caso a los gritos de Heath. Incluso el coro de voces que le llegaba de las celdas quedó en un segundo plano. Descargó la información que le habían mandado desde el Cuartel General en Perth. Y, de repente, todo cobró sentido: por qué Gabriel sabía cosas de la búsqueda de Martin, por qué conocía el pasado en común de Mitch y su propio pasado, por qué se movía tan bien por la colina.

Había estado allí.

Gabriel Wilson se llamaba antes David Gabriel Taylor. Y era el hermano menor de Martin Taylor. Con su nuevo nombre enterró el pasado y abrió camino al futuro.

Volvieron todos los recuerdos. Davie, como lo llamaba Arthur, según recordaba Chandler, debía de tener once o doce años cuando su hermano desapareció. Y once años más tarde había vuelto. Tenía solo veintidós o veintitrés años, aunque parecía mayor: la piel curtida, el cuerpo lleno de cicatrices, maltratado. No se parecía en nada al niño inocente de antaño.

Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes. Gabriel sí que lo había reconocido a él, tal vez porque Chandler no había cambiado tanto a lo largo de los años. Seguía siendo policía en Willbrook, solo había ganado un par de kilos de peso y tenía un par de niños.

Sin embargo, por su parte, Gabriel, Davie, parecía una persona completamente distinta.

¿Por qué había vuelto? ¿Para vengarse? Pero ¿de qué? ¿Y por qué había matado a seis personas antes de presentarse? Chandler chorreaba sudor. Su cuerpo era como una caldera a presión sin válvula de escape sobrecargada, a punto de explotar. Su vida entera estaba a punto de explotar. Intentó concentrarse. Saber por qué Gabriel había regresado era importante, pero no era lo más urgente: sus hijos estaban en peligro.

Se le ocurrieron muchos motivos para lo que Gabriel estaba haciendo. ¿Sentía que habían abandonado demasiado pronto la búsqueda de Martin? ¿O que no habían hecho lo suficiente para ayudar? Sin embargo, si realmente buscaba venganza por lo de su hermano, ¿por qué no tomársela antes, en cuanto supo que Chandler todavía vivía allí? Además, si quería vengarse de él ¿por qué le ofrecía la posibilidad de un intercambio? ¿Para matar a Heath, a sus hijos, al propio Chandler? ¿A todos?

Negó con la cabeza. Lo único que quería era hablar con sus hijos. Ya. Y con Gabriel.

Le interrumpió un grito procedente de las celdas. Nick suplicaba a Chandler que se entregase, que no siguiera adelante con aquello.

—Ya sé quién es… Ya sé quién es Gabriel —dijo Chandler, hablando solo—. Sé que conoce esta ciudad. Y sé por qué me conoce. Por qué conoce a Mitch. Todo. Voy a reunirme con él.

—¡No, conmigo no! —dijo Heath, agitando las esposas, desesperado.

—¡Déjenos salir, sargento Jenkins! —gritó Flo desde la otra celda—. Lo único que está consiguiendo es empeorar su situación.

—No estoy seguro de que pueda empeorar —respondió Chandler.

—Si va a reunirse con él, necesitará apoyo —exclamó Nick—. Yo puedo ayudarle, sargento.

Entonces se le ocurrió un plan. Pero no podía hacerlo solo. Necesitaba a una tercera persona. ¿Podía confiar en Nick? Eso esperaba.

—¿Has disparado alguna vez a alguien, Nick? —preguntó Chandler.

El silencio le dijo todo lo que necesitaba saber.

 

—No sé quién es el más chiflado —dijo Heath.

Ya no intentaba liberarse. Ahora, incrédulo, escuchaba a aquel policía.

—Tengo que recuperarlos —dijo Chandler, para intentar convencerlo.

Pero fracasó.

—¿Intercambiarlos conmigo? ¡Como si yo fuera una puta ficha de casino!

—Es una trampa. Lo he pensado. —En realidad, su plan tenía bastantes lagunas. Pero eso no lo dijo—. Necesito su ayuda.

Heath negó con la cabeza.

—Pues no la va a tener.

—Nick nos cubrirá.

Nick estaba de pie junto a la pared del fondo, las manos por delante, sujetas con las esposas que Chandler había insistido en ponerle antes de sacarlo de la celda. Todavía no sabía si estaba dispuesto a ayudarlo.

—Bueno, eso sí que me deja más tranquilo —replicó Heath, sarcástico. De repente, su rostro se iluminó—. Bueno, si me saca de aquí, no podrá impedir que hable con la prensa que está ahí afuera. Les diré qué está pasando, que usted se ha vuelto loco y…

El timbre del teléfono le interrumpió. Todos se lo quedaron mirando. Si era Mitch o alguno de los agentes y no respondían, se levantarían sospechas.

—Sargento, no puede llevárselo —dijo Nick—. Usted es un oficial de policía. Juró defenderlo.

Chandler apretó los ojos con fuerza. No necesitaba que Nick le recordase su juramento, pero imaginarse a Jasper y a Sarah en aquella situación pesaba mucho más.

—Tengo dos personas más a las que proteger, Nick.

—¿Y por qué ellos son mejores que yo? —soltó Heath.

Por un millón de cosas. Por todas y cada una de las putas cosas. Chandler cerró los ojos y respiró hondo antes de contestar.

—A veces es necesario correr un riesgo —dijo.

—No con mi vida.

—No tengo elección —insistió Chandler.

—Siempre hay elección, sargento —dijo Nick.

Chandler negó con la cabeza.

—Esta vez no.

En su plan había un gran escollo: cómo conseguir que un rehén que no quería colaborar y un agente de policía que no participaba de su idea salieran de la comisaria sin que nadie los viera. El teléfono seguía sonando. De repente, se detenía un momento. Pero enseguida volvía a sonar. Parecía, incluso, que con más fuerza.

Se le ocurrió una idea. Algo arriesgada, sin duda. Pero debía jugar con la baza de la curiosidad innata de los periodistas.

Salió por la puerta delantera y se dirigió a aquella multitud. Un montón de preguntas llovió sobre él. Chandler alzó la voz y les dijo que habían encontrado y rodeado a Gabriel. Intentó mantener la calma y dejar caer «accidentalmente» que había ocurrido en la granja abandonada de Potter, lejos de Wilbrook. En una zona sin cobertura.

Después de algunas preguntas, los periodistas corrieron hacia sus furgonetas a transmitir aquella nueva información. Todos quería ser los primeros en informar de la gran noticia del verano. Partieron a todo prisa. Por su parte, los vecinos se dirigieron a sus casas para verlo todo por televisión.

Al cabo de poco rato, el aparcamiento quedó vacío.

Chandler comprobó los alrededores para ver si Gabriel andaba por ahí. Pero no había nadie.

Volvió a la comisaría y buscó algo en la caja de ropa para caridad.

—Es hora de irnos.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Nick.

—Les he dado una noticia estupenda —respondió Chandler. Se inclinó hacia Heath, que estaba encogido contra la pared—. Y ahora, señor Heath, voy a soltar las esposas de la tubería. No hará ninguna tontería, ¿verdad? —Chandler le traspasó con la mirada, para intimidarlo.

No hubo respuesta. Heath tenía los ojos vidriosos.

Chandler dio la vuelta a la llave y sacó el círculo de metal de la tubería.

—Su otra mano, por favor —dijo—: Nadie le hará daño.

—No ti…, tiene por qué hacer esto —tartamudeó Heath.

—Sí, sí que tengo —replicó Chandler—. Es la única forma de que pare. Será usted un héroe.

—Yo no quiero ser un héroe. Los héroes mueren —respondió Heath.

—Esta vez no.

—¿Al menos puedo llevar un arma?

—No la necesitará. Yo llevaré una. También Nick.

Cerró las esposas en torno a sus muñecas y lo ayudó a ponerse de pie.

Al dar su primer paso en la oscuridad de la noche, Heath chilló pidiendo ayuda. Su voz resonó encima del asfalto y entre los edificios de la calle. Chandler cogió la camiseta vieja que había sacado de la caja para la caridad y se la metió en la boca a Heath. Para eso la había cogido: para ahogar sus gritos.

Heath continuó chillando a través de su mordaza, pero Nick se mantuvo sereno.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó.

—Se han ido a ver cómo detenemos a Gabriel —respondió Chandler, que empujó a Heath a la parte trasera del coche.

Antes de que pudiera hacer lo mismo con Nick, este tendió las manos.

—Ha dicho que me necesitaba, sargento. Para el plan. Ya puede quitarme las esposas.

—Todavía no —respondió Chandler.

No quería más sorpresas.

Ir a la siguiente página

Report Page