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55 » Capítulo 51

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Le quitaron las esposas a Heath. Cuando le dijeron que Gabriel estaba muerto, se soltó y amenazó con demandar a Chandler, al estado, a la policía…

Chandler intentó no hacerle caso, mientras Mitch y él, cada uno con una radio, intentaban organizar una búsqueda por tierra inmediatamente. Cuando llegaran las primeras de luces, habría que emprender la búsqueda por el aire.

Chandler deshizo los bloqueos de las carreteras y puso a todos esos hombres a trabajar en la nueva búsqueda. Por su parte, Heath seguía con lo suyo: se quejaba y decía que iba a demandarlos a todos. Con un dedo, Chandler se tapó un oído mientras escuchaba la respuesta de los estatales, a punto de perder la paciencia.

Mitch dejó la radio y se volvió hacia Heath.

—¿Por qué no se va, señor Barwell?

—Ah, sí, ahora quieren que me vaya… —se burló Heath.

—Mire, váyase y, si quiere, vuelva con un abogado…, y ya hablaremos —dijo Mitch, tranquilo y seguro—. Hasta entonces, déjenos trabajar. Hemos de encontrar a dos niños.

—No me voy a olvidar de todo esto.

—No le pido que lo olvide —replicó Mitch—. Le he pedido que se largue de una puta vez.

Al cabo de una hora habían reclutado a veinticuatro personas para el equipo de búsqueda: la gente de Mitch, incluidos Roper y Flo (molestos con Chandler por cómo los había tratado), Nick, Tanya, Jim y Luka. Salieron todos hacia el monte, en parejas.

Chandler se separó rápidamente de Nick, a quien le habían asignado como compañero. Corrió entre los arbustos, gritando cada pocos pasos el nombre de sus hijos. Iluminaba el lugar con la linterna, pero resultaba inútil. El terreno tenebroso. Los arbustos. Las sombras que a cada paso le parecían que eran Sarah y Jasper.

Pronto se quedó ronco. Podían estar en cualquier sitio. Incluso en el pueblo. Allí, con la ayuda de los vecinos, registraban hasta el último recoveco en busca de cualquiera señal.

Avanzó entre la maleza persiguiendo el eco de sus gritos, pero sin llegar a alcanzarlos nunca. Caminaba muy deprisa, casi sin poder controlar el pánico. Las lágrimas corrían por su rostro. Se ocultaba entre los arbustos y el polvo para disimular su desesperación. Nick le seguía unos pasos por detrás, como un ángel protector. Gabriel no había podido llevarse a sus hijos muy lejos. No le había dado tiempo. A esa esperanza se aferraba. Tenían que estar cerca. Con el esfuerzo y la gente necesaria, los encontrarían.

Pensó en Gabriel. Y en quien había sido: Davie. Aquel chico se había convertido en un asesino en serio impulsado por el odio y la sed de venganza. Y todo se remontaba a la búsqueda en aquella misma colina, muchos años atrás. ¿Ese era su plan, su venganza final? ¿Quería que Chandler corriera por los bosques en un intento desesperado de encontrar a sus hijos?

Chandler convertido en Arthur. Nadie, ni el mismísimo diablo, podía ser tan cruel como para hacerle eso, once años después.

Pero esta vez no se rendiría. Aunque le llevase el resto de su vida.

 

Se quedó despierto toda la noche, buscando entre los árboles. Indicaba cómo llegar a la cabaña quemada. No es que pensara que sus hijos pudieran estar allí. Simplemente, era una dirección tan buena como otra cualquiera a la que encaminarse. Nick le recordó que debían comprobar que nadie más tuviese noticias. Así pues, regresaron a toda prisa. Llegaron al aparcamiento por una ruta alternativa que tampoco les dio ningún resultado.

Aquella primera noche, a pesar de recorrer la colina palmo a palmo, no encontraron nada.

Durante los dos días siguientes, la búsqueda aumentó su escala. Superó incluso la que se alcanzó para Martin. Era amargo. Chandler se movía entre los arbustos, moviéndose cada vez más lejos del lugar donde habían encontrado a Gabriel.

Los drones zumbaban por encima de los árboles. Habían salido con las primeras luces. Los controlaban remotamente desde la base, en el aparcamiento. Hasta el momento, lo único que habían vislumbrado era una alfombra de un verde pálido moteada de un rojo vivo. Ni rastro de Sarah ni de Jasper.

 

Al cabo de sesenta horas, Chandler no pudo más. Durmió durante dos horas. Durante la noche, contra todo consejo, siguió buscando. La gente quiso ser empática con él, pero no quería saber nada de nadie. Ni necesitaba ni quería su compasión o su negatividad. Tampoco abrazos, palabras, compasión, comida, aire…

Lo único que necesitaba era andar y andar hasta encontrarlos.

No era capaz de otro sentimiento. Ver a Mitch consolar a Teri le dejó indiferente. El mundo entero podía desaparecer. No le importaba.

A medida que iban pasando los días, todos parecían confundirse y convertirse en uno solo. Apenas conseguía dormir inquietas cabezadas que le hacían sentir enfermo de vergüenza, antes de comenzar otro turno arduo.

Largos turnos y falsas esperanzas. Avistamientos que resultaban en nada: un tronco caído o un fuego de campamento adormecido durante mucho tiempo. Y con cada uno de esos descubrimientos, él iba comprendiendo. Por primera vez, comprendía «de verdad» lo que los Taylor habían pasado: la esperanza y la desesperación. Su existencia concentrada en solo caminar y caminar. Buscar e intentar mantener intacta la esperanza. Gritar los nombres de sus hijos con la vana ilusión de recibir una respuesta. Cuando los voluntarios gritaban los nombres de Sarah y Jasper, quería decirles que se callaran, que les dejaran respirar.

En un momento dado, pegó un puñetazo contra un árbol. Este se sacudió, pero se mantuvo firme, indiferente. Chandler sintió que el dolor recorría sus nudillos, pero no logró apartar de su cabeza las más horribles ideas.

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