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55 » Capítulo 5

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Cuando el agente Jim Fall llegó con su cuaderno de crucigramas, sacó su cuerpo delgaducho del coche patrulla por etapas: primero la pierna derecha, luego la izquierda; posteriormente, sus brazos se agarraron al techo del coche. Por último, sacó el torso a la luz de la última hora de la tarde. Cómo había conseguido sobrevivir Jim en los estrechos túneles de las minas era algo que Chandler todavía no se explicaba. Aunque se habían hecho policías solo con un par de años de diferencia, Jim se negó a ascender: estaba a gusto con las responsabilidades que el cargo de agente le proporcionaba. Aquel hombre era responsable hasta decir basta.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó Jim, alargando las palabras mientras se rascaba el pelo, canoso y revuelto.

—Vigilar el hotel. Asegurarse de que nuestro huésped está bien.

—¿Qué pasa? ¿Tememos que escape?

—Pues no estoy seguro…

Parecía que Gabriel ya se había recuperado lo suficiente para querer irse de la ciudad… Quizá por eso, en un principio, había rechazado la protección.

—Solo hay que estar atento —añadió Chandler, que dejó a Jim sentado bajo un toldo, en el café de Annie, al otro lado de la calle.

Tanya ya había llamado al último miembro del equipo para que acudiera. Luka Grgic se frotaba los ojos, somnoliento. Era su día libre. La expresión enfurruñada de su rostro ya le decía a Chandler lo mucho que le molestaba que lo hubieran llamado. Aunque fuese joven y a veces un tanto imprudente, sabía muy bien que no podía cuestionar las órdenes de un superior, por más frustrado que se sintiera al encontrarse metido en el escalafón entre Chandler y Tanya. A Chandler, su ambición le recordaba un poco a Mitch. Negó con la cabeza para no pensar en su antiguo compañero. Tenían que concentrarse.

—Bueno, ¿de qué se trata, jefe? —preguntó Luka, bostezando.

—Tenemos un problema…

Las cejas de un negro carbón de Luka se fruncieron, sombreando aquellos ojos ardientes que tanto gustaban a gran parte de la población femenina de la ciudad. Si Wilbrook hubiese celebrado una competición para ver quién era el soltero más cotizado, Chandler lo hubiese tenido claro: Luka.

—Tenemos la declaración de un joven que asegura que un hombre llamado Heath le ha atacado y le ha tenido preso en Gardner’s Hill. Heath, según la descripción, tiene veintitantos años, mide metro setenta o un poco más, robusto, con el pelo castaño y barba. Bronceado, como si trabajase al aire libre. Debemos considerarle peligroso, posiblemente vaya armado.

—¿Y por qué le buscamos? ¿Por agresión, secuestro? —preguntó Luka.

—Intento de asesinato. —Chandler miró a todo su equipo—. Y tenemos motivos para sospechar de que quizás haya matado antes.

—¡Sí!

Chandler se volvió para ver de dónde venía el grito. Avergonzado por haber demostrado tan descaradamente su felicidad, Nick retrocedió a su escritorio y fingió que escribía en un papel. Chandler ya sabía que aquello iba a pasar. Su fascinación por los asesinos en serie era tal que Chandler intuía que no había ni uno solo cuya historia no conociera al dedillo.

Chandler miró a Tanya. Era la única que no le escuchaba. Estaba trabajando en la

byc.

—¿Cuánto queda hasta que podamos enviar…?

—Ya está lista —anunció ella.

Chandler rápidamente supervisó los detalles.

—Perfecto.

Pulsando un botón, la

byc inició su camino hacia todas las comisarías de Pilbara, Australia Occidental, Territorio del Norte y Australia del Sur. La policía estatal querría también una copia. Wilbrook pronto se convertiría en el foco de atención.

Queriendo adelantar trabajo, Chandler buscó unos mapas generados por ordenador para hacerse una idea de la zona que tenían que cubrir. En la pantalla parecía viable para un equipo pequeño, ya que había pocas cotas de nivel y marcas dispersas por el mapa. Sin embargo, las copias de papel extendidas encima de la mesa de reuniones confirmaban el verdadero tamaño de la región. Quizás en aquella zona no hubiera nada, pero era una nada muy extensa.

—Vas a tener que llamar al Cuartel General —dijo Tanya.

Chandler lo sabía. Sabía lo que aquello representaba. El Cuartel General significaba Port Hedland. Y Port Hedland significaba Mitch.

—Ya lo sé.

—Necesitaremos como mínimo… veinte, ¿no crees? —dijo Luka, dejando claro de inmediato que jamás había puesto un pie en la colina.

—El triple, a menos que tengamos mucha suerte —replicó Chandler. Miró a Tanya—. A ver si podemos conseguir para hoy un helicóptero o un avioneta. Los usaremos para vigilar y ver si hay algo raro, quizá para estrechar la zona de búsqueda. —Se volvió hacia Luka—. Luka, comprueba el nombre de Heath, busca a cualquier delincuente con ese nombre o apellido. Concéntrate en alguien que haya sido investigado o acusado por asesinato o agresión. Conseguidme toda la información que podáis.

Una vez dadas las órdenes, los agentes se fueron y a Chandler le quedó por hacer una tarea que temía. Implicar a Mitch. Reducir su propio papel de líder a ayudante. Pero si Gabriel estaba en lo cierto, tenían a un criminal muy peligroso suelto. Necesitaba apoyo para rodear la zona, montar controles de carretera para cercar al sospechoso, así como organizar una búsqueda en la colina y en las granjas cercanas. Era demasiado para solo cinco agentes.

Buscó el teléfono, pero le interrumpió un grito que venía desde la oficina principal. El acento de Melbourne de Nick resonó casi como si fuera una lengua extranjera.

—Cero, cero, uno, sargento.

Una broma interna, el código para una llamada de su madre. Para Chandler era su servicio de urgencias personal. Lo más probable era que su padre hubiera intentado hacer algo que a ella no le gustaba. Como era verano, era previsible que estuviera intentando sacar la gran piscina de goma hinchable desde el garaje al jardín. Un trabajo que correspondía a Chandler a cambio de tener canguros gratis.

—¿Qué pasa, Nick? —preguntó Chandler.

En aquel preciso momento, no necesitaba ninguna distracción. Quizá se estuviera imaginando que oía una risita ahogada, pero de todos modos le irritaba.

—Tiene algo que ver con Sarah.

—Vale, pásamela.

Chandler respondió cuando todavía sonaba el primer timbrazo.

—¿Chandler?

—Sí, mamá, soy yo —suspiró.

—Qué acento más raro tiene ese chico nuevo tuyo, pensaba que me había equivocado de número…

—Me llamas dos veces al día, mamá.

—No, no es verdad.

Aunque su voz era suave, hablaba con la confianza de una mujer que conocía perfectamente su lugar en el mundo y que estaba satisfecha con él. Chandler decidió cambiar de tema. No tenía sentido liarse en aquellos momentos en una discusión absurda.

—¿Qué le pasa a Sarah?

—Ah, sí, Sarah. Creo que tienes que hablar con ella. Está muy preocupada por lo de la primera confesión de mañana.

—¿Qué es lo que le preocupa? Solo tiene que decir lo que debe, arrodillarse, levantarse…

—Tiene diez años.

—Ya sé qué edad tiene, mamá.

—A esa edad, tú no querías dormir con la luz apagada.

Chandler ya había oído muchas veces aquella historia, así que la interrumpió.

—¿Y no puedes encargarte tú de eso? ¿O papá?

—Podríamos, pero creo que sería mejor para ella que viniera de su padre.

—Estoy muy ocupado.

—No creo que sea para tanto…

—Mamá, ocúpate de esto por ahora, por favor. Iré más tarde para hablar con ella. O, si no, haré que una de sus amigas hable con ella.

—¿De modo que tu solución es que una niña de diez años aconseje a otra niña de diez años?

No parecía que aquella idea le gustara demasiado. Y Chandler no podía echarle la culpa. No era una sugerencia demasiado acertada, pero no podía pensar en aquellos momentos más que en la situación que tenía entre manos: en Gabriel.

—Tengo que dejarte, mamá —se despidió, y colgó.

Pensaba en la víctima aterrorizada en la comisaría y en la voz tranquila y serena en el coche, de camino hacia el hotel. Se le ocurrió la idea de que Gabriel quizá se lo hubiese inventado todo, que estuviera mintiendo para llamar la atención. Para proporcionar un poco de chispa a su aburrida existencia. O que buscase la fama. O la infamia. Como haría un asesino en serie. Pero parecía asustado de verdad. Además, la sangre y los hematomas eran reales. Y también los roces de las muñecas y las ampollas de las manos. Y si Chandler desechaba la idea de que todo aquello fuera un montaje…, lo único que quedaba era la posibilidad real de que, cerca de ellos, anduviera libre un asesino en serie.

Miró el teléfono. Quizá Mitch enviase a otra persona, pero no se hacía demasiadas ilusiones. Ojalá no tuviera que volver a trabajar con él, pero no era demasiado optimista al respecto.

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