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55 » Capítulo 32

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Había vuelto a la comisaría cuando Mitch les dijo a ambos sospechosos, en presencia de sus abogados, que los iban a acusar de seis cargos de asesinato. No se lo podían creer. Ambos insistían en que la policía estaba cometiendo un terrible error. Y a ambos, sus abogados les recomendaron que no dijeran nada más. Luego reiteraron sus quejas a Mitch: sus clientes se habían declarado no culpables y se les debería tratar como tales. Además, estaban furiosos porque la policía hubiera tardado mucho en llamarlos. Era como asistir a un ballet verbal: quejas perfectamente sincronizadas, como los testimonios de sus respectivos clientes.

Mitch seguía enfadado.

—Heath insiste en poner una queja por el trato recibido. —Sacudió la cabeza, con los tendones de su mandíbula muy pronunciados—. Lo hemos cogido. Y, sin embargo, ese asesino en serie, ese que me va a hacer famoso en toda Australia, en el mundo entero, tiene la desfachatez de quejarse porque le hemos tratado mal…

—¿Y Gabriel?

Mitch parecía muy furioso: lo importante era Heath.

—Ni pío.

—Quizá se esté reservando para más adelante.

Mitch frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir… que le atacaste. Puede guardarse eso para usarlo como moneda de cambio, más adelante.

Mitch se quedó callado, tenso.

—Rueda de prensa, inspector —dijo Flo, desde la puerta.

Mitch dio una palmada en el escritorio, se levantó y corrió a la sala de conferencias para anunciar las acusaciones. Chandler le escuchó, asombrado. No quedaba nada de su discurso preciso. Ya no desprendía esa confianza en sí mismo. Se mostró irritado con los periodistas. Parecía ser aquel adolescente titubeante de los viejos tiempos. Fue como si el virus de su juventud hubiera salido de la tierra y le hubiese infectado. La tenacidad de los sospechosos estaba arruinando sus planes de aparecer en escena, detener a los culpables y regresar corriendo a la costa. Junto a Teri. Con los hijos de Chandler.

 

La noticia de la acusación creó gran revuelo no solo en la comisaría, sino en toda la localidad. Los vecinos se unieron a los periodistas justo a la salida de la comisaría, ansiosos por ser testigos del mal que asolaba su pueblo. En Wilbrook no se veían muchos asesinatos. Y, bueno, lo de los asesinos en serie era de ciencia ficción.

Pero aquello no solo incomodó a Mitch. Como los vecinos se acercaban a montones, Chandler tuvo que explicarles que ya todo estaba bajo control. Los sospechosos estaban en manos de la policía.

Sparra Talbot se lo hizo jurar incluso.

Se emitieron dos requerimientos oficiales, uno para Gabriel Johnson y otro para Heath David Barwell: se debían presentar ante la magistrada al día siguiente por la mañana.

Chandler había esperado que Mitch insistiese en que se quedara en la comisaría. Otro punto a favor para alejar a los niños de él. Sin embargo, el inspector estaba muy ocupado completando las órdenes de procesamiento.

Chandler se fue a casa.

Sarah estaba pegada al teléfono. Jasper lo arrastró al garaje y se empeñó en que su padre sacara el

kart del sitio donde estaba guardado. Colocándolo en la entrada del jardín, Chandler vio que el eje posterior se había soltado y que necesitaba algunas reparaciones. Pero Jasper no estaba de humor para ponerse a arreglar algo que podía utilizar de inmediato. Se metió en el asiento de plástico que habían cogido de un antiguo cochecito y pidió a su padre que le empujara por el jardín. Aquella despreocupación por su propia seguridad hizo que Chandler pensara en su propia juventud, cuando iba por ahí corriendo en motocicleta. Por eso Jasper solía tener tantos arañazos. Además, sus abuelos eran demasiado lentos como para seguirle el ritmo; normalmente, llegaban demasiado tarde. Jasper tenía las rodillas llenas de cortes y heridas, como si se hubiese arrastrado a través de unas zarzas. Si los que tenían que dictaminar sobre la custodia las veían… Pero no… Seguro que sabrían que no se puede estar vigilando a los niños todo el tiempo. Las lágrimas forman parte de ir creciendo. Además, de todos modos, con Jasper nunca duraban mucho. Su vida era una aventura constante: fortalezas, acrobacias, policías, ladrones. Y ahora, asesinos.

Después de una agradable cena familiar, Chandler llevó a Jasper a la cama, le leyó un cuento, uno fantástico de robots y naves espaciales en un planeta distante donde el agua era de soda chispeante y todo se podía comer (un plagio de una canción infantil de su niñez que ya casi no recordaba). Antes de que hubiera pasado la segunda página, Jasper ya se había dormido. El esfuerzo de la tarde le pasaba factura.

A continuación fue a ver a Sarah. Estaba enroscada en la cama, con el teléfono solo a unos centímetros de la cara. Chandler entró dubitativo, esperando que le hiciera preguntas que él no quería responder. Al principio fue a lo seguro.

—¿Qué tal te ha ido hoy, cariño?

Pero solo obtuvo un murmullo. Aún no sabía si aquello era una buena o una mala señal.

—¿Nada emocionante?

—No ha habido confesión.

—Sí, lo siento mucho, pero es que…

—Sophie dice que ha habido un asesinato, pero que tú tienes al asesino. Bueno, a dos asesinos.

Vaya, tantas precauciones para eso. Se aclaró la garganta.

—Hay una investigación en marcha.

—Papá, no soy ninguna niña. Puedes contármelo.

—Aunque fuera así, no podría contártelo.

—¿No es verdad?

—No tienes que preocuparte por nada. Está todo bajo control.

—Entonces, ¿por qué hiciste que suspendieran la… ceremonia de hoy?

—Porque cuesta tiempo aclarar todas estas cosas. No te preocupes, creo que dentro de pocos días podremos celebrar tu primera confesión.

—Ah —dijo su hija, que no parecía ni triste ni feliz.

—¿Quieres repasarla conmigo?

Sarah negó con la cabeza.

—Ya me la sé de memoria.

—¿Te la sabes toda?

—Sí.

—¿Y sabes qué pecados quieres confesar?

Ella asintió.

—¿Cuáles?

—No te lo pienso decir —le respondió, abriendo los ojos.

Chandler fingió quedarse horrorizado.

—¿Tan malos son? ¿Tengo que llamar a Jim y a Tanya para que te tomen declaración?

—¡

Noooo! —dijo ella, chillando y riendo.

—Entonces, ¿por qué no me lo puedes contar?

—Porque tiene que ser secreto —respondió, y levantó la vista hacia su padre. Le miró con sus enormes ojos castaños—. A menos que me digas qué confesaste tú. La primera vez.

Chandler no supo qué contestarle. No recordaba qué enorme pecado pudo ser. Probablemente, algo trivial que le parecía tremendo cuando tenía once años. Si le pedían que confesara un pecado en ese momento, no tendría dudas. Pediría perdón a todos aquellos a los que había decepcionado a lo largo de los años: Teri, Sarah, Jasper…, Martin.

La dejó después de darle un suave beso en la frente: Sarah le había dicho que se fuera, que necesitaba dormir.

Cuando volvió al salón, sus padres miraban atentamente un concurso en televisión: todo luces parpadeantes y concursantes muy emocionados. Era el último programa de moda al que se había enganchado su madre. Todo el mundo estaba en casa, todo era normal. Hasta que llamaron a la puerta.

—Ya voy yo —dijo Chandler, antes de que su madre pudiera levantarse del sofá.

Y se alegró de haber ido él.

Al abrir la puerta apareció un Mitch desaliñado: el traje le colgaba de los hombros, tan torcido como las balanzas de la justicia, la camisa arrugada. Se apoyó en el marco.

—¿Qué estás haciendo aquí, Mitch?

—Sí, Mitch —dijo él, y levantó una botella que llevaba en la mano medio llena de un líquido color ámbar, probablemente burbon. Parecía de las caras: culo ancho y cristal grueso—. Esta noche no soy el «inspector», ¿eh?

—¿Qué quieres? —le preguntó Chandler.

—Una copa. Una tregua.

Su voz sonaba ronca. Estaba casi borracho, y apenas conseguía disimularlo.

—¿Una tregua?

Podría haber sido un homenaje a los viejos tiempos (Mitch y él juntos en el porche, pasando el rato), pero no lo era; era algo mucho más siniestro, como destruir un buen recuerdo.

—Hemos empezado con el pie izquierdo, creo.

Chandler suspiró.

—Mira, Mitch, te lo agradezco mucho, pero es tarde y estoy intentando pasar algo de tiempo con mis hijos. Ahora mismo, tenerte a ti borracho en el porche no es que me apetezca demasiado.

—No estoy borracho —dijo Mitch, alzando la voz.

Chandler cerró la puerta.

—Oye, debes irte. Nosotros… Tengo que seguir con mi vida. Los niños tienen que ir al colegio. Sarah tiene su primera confesión dentro de pocos días. He de prepararme por si mi exmujer insiste en robarme a mis hijos. —No es que fuera una pulla demasiado sutil, pero le sentó bien.

Mitch levantó las manos.

Eeeh, vamos. No es nada personal.

—¿Que no es nada personal? —balbució Chandler, mirando por encima de su hombro por si aparecía su madre—. ¿Cómo…, cuándo… has decidido meter a los niños…, a «mis» hijos en esto?

Mitch negó con la cabeza. Su cuerpo lo siguió un segundo después, con un balanceo más largo. Un movimiento de borracho.

—Ella tuvo la idea mucho antes de que estuviéramos juntos.

—Vete, Mitch. Estás bebido.

Mitch se enfrentó a él

—¿Quieres saber por qué? Porque no hay nada que hacer aquí. Esos niños harán lo mismo… No podrán evitar convertirse en unos paletos, como tú.

Chandler miró a Mitch.

—Llámame lo que quieras. Al menos, no voy en busca de publicidad ni me vendo a los medios como una prostituta.

—Joder, Chandler, ven al siglo XXI. La publicidad está por todas partes. Es la «reina». Cuotas, comunicados de prensa, gráficos, a tanto cada centímetro de columna… Tengo que pelearme por un presupuesto, las cosas han de funcionar bien… Si no, todo se va a la mierda. Preferiría lo primero. —Entrecerró los ojos, apoyándose en el marco para sostenerse—. ¿Es que estás celoso?

—¿Celoso?

—Sí, de lo mío con Teri. Tal vez sea que no te has movido lo suficiente. No creo que haya mucho donde elegir por aquí, pero supongo que habrá alguna lo bastante desesperada.

Mitch rio un poco con su propia broma, pero Chandler ya estaba harto.

—Vete de aquí, Mitch, antes de que…

—¿Antes de qué? —preguntó Mitch, apartándose del marco y apenas manteniendo el equilibrio.

—Antes de que pase algo que los dos lamentemos —respondió Chandler.

Mitch decidió que ya tenía suficiente y bajó del porche al jardín seco y requemado.

—Lamento haber venido para hacerme cargo de esta mierda —dijo—. Pero me haré cargo, ya lo creo que sí.

Se volvió rápidamente y se alejó dando tumbos por el césped, hacia la oscuridad.

Otro personaje peligroso suelto por la ciudad.

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