55

55


55 » Capítulo 44

Página 48 de 61

4

4

Chandler salió de la oficina sin decir una palabra y sin apenas escuchar a Mitch, que chillaba pidiendo una lista de todas las Sarai, Sara y Sarah de la ciudad y de los alrededores.

Corrió por la puerta delantera y apartó a los reporteros, saltó a su coche patrulla y salió a toda velocidad. Al doblar la esquina de Beaumont llamó al móvil de su madre. Probablemente no había por qué preocuparse, se dijo a sí mismo. Otra pista falsa. Ese hijo de puta les estaba haciendo correr en círculos. Y esta vez Chandler estaba en el lado sin filo del cuchillo. El teléfono siguió sonando. Con cada tono sin respuesta, su pánico se multiplicaba.

Cuando llegó a Prince, el eje delantero derrapó en el asfalto. ¿Dónde demonios se había metido esa mujer?

Al décimo tono, respondieron.

—¿Mamá? —preguntó Chandler, aliviado—. ¿Estás…?

—Prueba otra vez —dijo Gabriel, con una voz suave y satisfecha.

Casi estrella el coche en una farola. Apenas pudo recuperar el control del coche.

—¿Gabriel?

—Eso es.

—¿Qué ha hecho?

—Nada —dijo, inocente.

—Será mejor que no les haga ningún daño —le advirtió Chandler, que apretó el acelerador: los árboles, los coches y su vida pasaban a toda velocidad.

—Están sanos y salvos.

—No haga nada —advirtió Chandler.

—Ni usted tampoco —dijo Gabriel—. Y ni se le ocurra informar a Mitchell o a alguno de los demás.

—No les haga daño —rogó Chandler, acelerando por Mellon.

La carretera era apenas un borrón. No podía dejar de imaginarse la casa de sus padres y lo que podía estar ocurriendo allí. Negó con la cabeza para deshacerse de la imagen.

—A lo mejor llega demasiado tarde —dijo Gabriel.

—Déjeme hablar con ellos —suplicó Chandler.

Intentaba ir lo más deprisa posible, pero estaba todo demasiado oscuro y había demasiadas curvas en la carretera.

—Hablará con ellos otra vez… si hace lo que le digo.

—No se atreva… —soltó Chandler, sin poder contener su ira. Los neumáticos chirriaron al dar la vuelta en Greensand—. ¿Qué quiere?

—Un intercambio.

—¿Qué quiere decir con eso de intercambio?

—Un intercambio, sargento —dijo Gabriel—. Heath por su hija. Por Sarah.

Al principio, le costó entenderlo. ¿Qué significaba eso de Heath por Sarah? No, no. Eso no podía ser.

—No soy muy partidario de matar a niños, a menos que sea absolutamente necesario —dijo Gabriel—. Por supuesto, como es católica, ella nació pecadora. Pero, bueno, no puedo echárselo en cara antes de que tenga una oportunidad de redimirse.

Chandler no supo qué responder. Su cabeza iba a mil por hora. Al final invadió una acera y derribó un cartel de «Se vende», cuya madera crujió al partirse.

 

—¿Todavía está ahí, sargento? —dijo Gabriel.

—Yo…

—Es una decisión bastante sencilla, ¿no le parece? —dijo Gabriel—. No es como esa gente enterrada en la colina o como un tipo como Heath. Esto significa algo para usted. Usted es un padre de familia, un «policía», no un psicólogo. Nada más, ¿verdad?

Chandler intuyó que tenía que mantener a Gabriel al teléfono. Un par de minutos bastaría.

—Dese prisa, sargento. Tome su decisión.

—Necesito tiempo.

—¿Tiempo para qué? —Esa voz suave y burlona—. Es una decisión muy fácil. Sus hijos…, carne de su carne, sangre de su sangre, a cambio de un desconocido. De un hombre que ni siquiera le gusta. De eso no me cabe duda.

Era cierto. Aunque era una víctima inocente, nada en los modales de Heath despertaba su simpatía. Nada indicaba que fuera una buena persona, alguien que merecía salvarse. Pero ¿quién era él para juzgarlo?

—Necesitaré algo de tiempo.

—¿Para decidir algo tan sencillo como esto? No me sorprende pues que no pudiera atraparme…

—No. Necesitaré tiempo para sacarlo.

Chandler estaba en Howe Street. Sesenta segundos y tendría rodeado a Gabriel. Le volaría la cabeza, si era necesario.

—Tiene una hora.

—No, espere… —dijo Chandler.

—Y si me encuentro con algún policía local, estatal, militar o con ese exsocio suyo, me limitaré a matarlos. Y punto. Ya lo ve, Chandler, ni Dios, ni la policía, ni las personas inocentes pueden impedir que el diablo haga su trabajo.

—Quiero saber que están bien.

—Y lo sabrá. En cuanto me traiga lo que le he pedido. Y recuerde: venga solo. Le diré adónde. Sé que sabe orientarse en los bosques.

Chandler ya estaba en Crowe Street, acelerando hacia la luz del porche.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Chandler.

Pero Gabriel había colgado.

Ir a la siguiente página

Report Page