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Por la mañana, se sintió culpable por haber dormido más bien poco. Solía pasarle. Se levantó del sofá antes de que nadie se despertara.

Al llegar a la comisaría, vio que Jim estaba metido detrás del mostrador de recepción. Parecía tan incómodo como siempre, tecleando con un dedo y con fuerza. Cuando Chandler le saludó, Jim señaló hacia el despacho de atrás. Allí estaba Mitch, con la cabeza gacha, bañado de una luz fluorescente. Apenas le prestó atención.

Chandler se acercó al despacho. No creía que Mitch le pusiera mucho al día, pero su obligación era preguntar. Mitch examinaba muy concentrado los archivos que tenía delante. O eso le pareció. En realidad, estaba hablando en voz muy baja por el iPhone. Chandler se quedó a un lado de la puerta, esperando oír algo.

—Ya está en marcha —dijo Mitch, y luego hizo una pausa. Chandler se dio cuenta de que no dictaba, sino que se trataba de una conversación—. No, no los he visto todavía, ¿por qué? He venido a trabajar.

Chandler sabía que no estaba bien espiar aquella conversación privada, pero la persona que hablaba con Mitch le estaba metiendo una buena bronca, por lo que era demasiado tentador perdérselo.

—No… Sí, me parece bien que los niños estén ya hechos.

Qué frase más rara. Tal vez Mitch pensara lo mismo, pues levantó la mirada y se encontró con Chandler quieto junto a su puerta. Por primera vez desde que había vuelto, parecía nervioso, le temblaban los miembros. Parecía ser aquel adolescente agitado y desgarbado que Chandler había conocido hacía ya unos cuantos años. Alguien diferente, empático.

Sonó un susurro audible e insistente al otro lado de la línea. Mitch se quedó completamente inmóvil y el chillido electrónico del otro lado creció de intensidad.

—Hablaremos más tarde, ¿vale? —murmuró finalmente al teléfono, y colgó. Entonces recuperó aquella autoridad—. ¿Sí?

—Buenos días —saludó Chandler.

—¿Ah, sí? —dijo Mitch con una mueca, frotándose la cara con las manos: llevaba toda la noche despierto.

—¿Encontrasteis algo anoche en el sitio?

Su sonrisa indicaba que sí. Pero una respuesta sutil no bastaba para Mitch. Examinó rápidamente su atestado escritorio y le entregó una bolsa de pruebas.

—Échale un vistazo.

Era un trocito de papel como los dos que había encontrado Chandler flotando entre las cenizas, pero estaba especialmente bien conservado. Contenía lo que parecía una lista de palabras escritas a mano. Encima se podía leer: «En el principio se les dio nombre».

—De la escena del crimen —aclaró Mitch, por obvio que fuera—. Estamos intentando averiguar si es una lista de las personas que ha matado.

—¿Están entre las personas desaparecidas?

La sonrisa de Mitch se hizo más intensa por momentos.

—Algunas. Lo estamos comprobando.

—¿Cuántas?

—Aún es pronto.

—Así que podría ser una lista de cualquier cosa… —Chandler se estaba acostumbrando a echar agua a los fuegos.

—Todavía no hemos encontrado la conexión, sargento. Serían personas de distintas partes del país.

—Tendrías que haberme llamado —dijo Chandler.

La respuesta fue cortante.

—Ahora ya sabes lo que se siente.

—Pensaba que no íbamos a andar con rencores.

—Y no vamos a hacerlo, pero tendrás que pasar algo de tiempo con tu familia.

—¿A ti qué te importa eso? —preguntó Chandler.

Mitch cerró los ojos.

—Es que parece que te pasas todo el tiempo aquí, haciendo de niñera de esos.

—Son buena gente.

Mitch arrugó la cara.

—Quizá puede haber esperanzas para Luka, pero Tanya es demasiado vieja, Jim es demasiado lento, y Nick…, bueno, pues no deja de saltar por ahí como un conejo, como si quisiera hacerse cargo de todo.

—Será un buen oficial.

—A lo mejor, si se calla la boca y deja que le funcione el cerebro.

Mitch se metió el teléfono en el bolsillo y se volvió hacia el ordenador.

—Entonces, ¿qué va a pasar hoy? —preguntó Chandler.

—Voy a presentar el descubrimiento de esta lista a nuestros dos sospechosos. A ver qué sale. Alguien ha prendido fuego a la casa deliberadamente. Encontramos una botella de camping gas con un alambre que conducía a lo restos de una batería. Fue algo premeditado. No muy sofisticado, pero sí efectivo.

Chandler observó desde el cubículo de grabación cuando Mitch leyó la lista a los sospechosos. Nombres, edades, lugares de nacimiento de los tres que habían encontrado en la base de datos de personas desaparecidas. Ambos reaccionaron con indiferencia. A continuación probó con las descripciones, pero nada. Mitch les decía nombres de parientes, hermanos, seres queridos. Agitaba el anzuelo para que picaran. Invadió su espacio corporal. Se acercó tanto a ellos que a Chandler le preocupaba que pudieran atacarle. Sin embargo, cada vez que se levantaba para dejar el cubículo y unirse a Mitch en la sala de interrogatorios, este le rechazaba. Parecía estar jugando más con él que con el sospechoso en cuestión.

Fuera como fuera, Mitch no sacó nada en limpio. Ambos sospechosos se reafirmaron en sus historias y declararon su inocencia. Ninguno de los dos había oído hablar de toda aquella gente. Simplemente, querían que les dejaran marcharse en paz.

Después de pasar una hora con cada sospechoso, Mitch salió a toda prisa, visiblemente frustrado.

—¿Nada nuevo? —preguntó Chandler, mientras Tanya empezaba a cerrar todo el equipo.

Lo único que quedaba era revisar de nuevo las pruebas, subir hasta la cabaña o examinar a algún testigo que fuera capaz de ubicar a Heath o a Gabriel en la escena de una desaparición.

—¿Crees que les está robando? —preguntó Tanya, cuando salieron del cubículo.

Chandler se volvió hacia ella.

—¿Qué quieres decir?

—Secuestrarlos, torturarlos para que revelen los detalles y luego vaciar sus cuentas…

—No hemos visto ningún motivo económico, en ningún momento. Por cómo van vestidos, no parece que su situación financiera sea demasiado holgada.

—Entonces si no es cuestión de dinero, ¿qué es? ¿Venganza? ¿Sed de sangre?

—Quizá simplemente lujuria —dijo Chandler—. ¿Algún juego sexual que no ha salido bien?

Mirando hacia la oficina como si estuviera buscando pelea, Mitch rebatió a Chandler inmediatamente.

—Nada en los sospechosos señala en esa dirección. Tampoco hemos encontrado nada entre los restos del incendio que pueda hacernos sospechar de algo así.

—Nada excepto el palo que llevas metido en el culo —respondió Chandler.

Toda la comisaría quedó en silencio.

Mitch volvió a su despacho.

—Lo que tenemos aquí es una sociedad…, o una antigua sociedad. Cada uno de ellos está intentando culpar al otro —dijo Mitch.

—Ya lo he pensado —interrumpió Chandler—. No hay nada que los relacione entre sí…

—¿Aparte de la escena del crimen y la historia idéntica que cuentan? —replicó Mitch—. No. Estaban compinchados y se pelearon. Tuvieron un desacuerdo. Y cada uno de ellos culpó al otro. Eso explica que sus historias sean tan parecidas.

—No creo que trabajen juntos. Les asusta que… —empezó Chandler.

Sin embargo, Mitch ya se había ido y estaba dando instrucciones a MacKenzie, un chico que apenas parecía lo suficientemente adulto como para afeitarse. O puede que se sintiera tan acobardado ante su jefe que hubiera sufrido una regresión a la infancia. Le dio instrucciones para que organizara una conferencia de prensa con aquellos buitres de allí afuera.

Hacía rato que Chandler llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza a aquella idea. Pero la discusión con Tanya lo había sacado a la luz. Si Gabriel y Heath habían trabajado juntos, como una especie de máquina de matar dual, y luego se habían peleado, cada uno de ellos tendría una historia distinta de cómo llegaron a los bosques, historias tramadas independientemente la una de la otra.

Tal vez Mitch se creyera muy listo, pero en esto estaba equivocado. Solo uno de aquellos dos hombres era la auténtica víctima. Y lo que hacía el asesino era copiar al dedillo su historia. No había otra explicación.

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