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2002

Tras dieciocho días y por culpa del pronóstico del tiempo, que iba a empeorar a lo largo de las siguientes semanas, se suspendió la búsqueda. La temperatura era de cuarenta y tantos grados. En realidad, casi cincuenta. Hubiera resultado poco seguro estar por ahí fuera con un suministro limitado de agua. Así pues, Bill y los mandamases de Perth tomaron la decisión. Chandler ni pinchaba ni cortaba en ese asunto.

Al oír las noticias, Sylvia sintió un peso sobre los hombros: la poca esperanza que le quedaba se esfumaba. Sin embargo, Arthur se mantuvo igual de decidido. En una conferencia de prensa organizada a toda prisa habló de sus intenciones de continuar la búsqueda: quizá la policía iba a abandonar a Martin, pero Dios y él no lo harían. Volvería a salir a buscar al chico, pero esta vez con un plan propio.

A todo el mundo le preocupó su resolución, pero nadie podía hacer nada por detenerlo. Si quería andar por campos que no eran de nadie, no se le podía impedir. Bill se llevó a Chandler y a Mitch a un lado y les pidió que se quedaran con él, para asegurarse de que nada salía mal. Tenían que convencerlo de que lo dejara ya, por el bien de su propia familia.

Sin embargo, Arthur no iba a estar completamente solo en aquella búsqueda. La recompensa de ciento cincuenta dólares acabaría de convencer a algunos de los «voluntarios» que quedaban de seguir adelante. Los que estaban en buena forma y tenían la valentía suficiente para continuar. Aquella empresa había atraído a todo tipo de gente: aventureros, tipos en busca de una recompensa económica… Pero todos ellos con un grado de locura significativo.

Así pues, aquellos dos policías novatos (Mitch y Chandler) tuvieron que quedarse con ellos y ocuparse de un grupo extravagante de mercenarios y de una familia que se descomponía poco a poco. Y todo soportando un calor de cuarenta y cinco grados.

Mitch pasó las instrucciones al grupo, que se había reunido a la sombra de un eucalipto. Solo quedaban nueve. A cinco de ellos se les pagaba por estar ahí. Siete, contando a Mitch y Chandler. En total, siete mercenarios, un viejo y un niño para buscar a un chico perdido. Las órdenes eran mantenerse todos bien juntos. Si alguno desobedecía, sería evacuado en helicóptero de inmediato.

La amenaza fue ignorada al instante por los bushmen más experimentados, que creían saber más que unos policías novatos. Aquella era su tierra. Ellos dirigirían a Arthur y a su hijo por sus propios medios, por extravagante que pudiera parecer. Chandler les advirtió en privado, pero lo cierto es que no tenía demasiada autoridad sobre ellos. Lo que ahí se respetaba era la habilidad de sobrevivir. Tierra adentro, las leyes humanas no eran más que un obstáculo molesto. Podían tener uniformes, pero eso no era nada. Su labor era casi el de las niñeras de la familia y de los demás. En lo que a ellos respectaba, la búsqueda ocupaba un lugar secundario; lo fundamental era mantener vigilados a los miembros de aquella expedición.

El grupo se repartió por el terreno, como los hilos de un trozo de tela desgarrado, explorando por instinto, más que de una forma sistemática. Era una estrategia auspiciada por Arthur, su líder espiritual. Creía que la mejor forma de encontrar a su hijo mayor era abandonar el orden con el que habían actuado en los últimos dieciocho días. En ese momento, el caos podía ser un buen aliado. Pero eso implicaba que avanzarían muy lentamente. En lugar de diez kilómetros al día, apenas recorrían la mitad. Además, avanzaban aleatoriamente, guiados por un policía que no quería estar allí y por otro al que le importaba hacerse un nombre, no el bienestar emocional del grupo.

Chandler hacía lo que podía, se mantenía muy pegado a Arthur y a su hijo. Pero solía perderlos de vista. El chico se alejaba y se metía detrás de algunas rocas, o bien desaparecía bajo el borde de un risco. Chandler tenía que seguirlo, frenético… Normalmente, lo encontraba absorto contemplando un insecto brillante y negro en el suelo, o arrancando la corteza de un árbol, como si estuviera en el jardín de su casa.

Pero que aquel chaval fuera impulsivo era normal. Le preocupaba mucho más Arthur. Se estaba viniendo abajo. Chandler intentaba distraerle. Hablaban de todo, desde la vastedad del espacio a los últimos resultados del fútbol. Hacía lo que buenamente podía para que la verdad horrible no devastara a aquel anciano.

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