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Tras dividir la localidad en secciones, Mitch envió a diversos grupos a buscar a Gabriel. No es que esperara encontrarlo con aquel dispositivo, pero al menos así daría cierta sensación de seguridad a la gente.

Debían ser cautos y detener «a quien sea necesario». Iban en parejas: Luka con Yohan, Tanya con Jim. Nick seguía tras el mostrador de recepción de la comisaría, junto con Roper, Flo, MacKenzie y Sun.

Una vez más sin compañero, Chandler dejó la comisaría, tras prometer a Nick que no tardaría mucho en entrar en acción. La desilusión en la mirada del chico le dijo que más le valía cumplir aquella promesa.

La primera parada fue en casa de sus padres, para ver qué tal iba todo. Al entrar en el jardín, muy limpio pero quemado por el sol, sonó su teléfono. Un mensaje de Teri: iba de camino; no le importaba qué dijera Chandler. Apretó el botón para devolverle la llamada antes de darse cuenta siquiera de lo que estaba haciendo. Ella contestó al instante.

—Teri, no puedes venir aquí —dijo él, aunque sabía que no le haría ni caso: nunca lo había hecho.

—No puedes darme órdenes.

—Nadie ha hecho jamás una cosa igual. Simplemente, te pido…

—Pero ya estoy de camino.

—La policía estatal no te dejará pasar.

—Tú harás que me dejen.

—No quiero que te dejen. De hecho, les ordenaré que te detengan.

—Pues pasaré igualmente.

—Habla con Mitch. Él te dirá lo mismo que yo.

—Quizá —dijo ella, testaruda—. Pero te olvidas de que yo conozco el lugar. Iré por una carretera secundaria. No podéis cubrirlas todas.

—Teri…

Ella lanzó una risita breve, desafiante. Él se rindió entonces y dijo:

—Bueno, ten cuidado…

Pero ella ya había colgado.

Chandler entró en la casa dándole vueltas a la idea de que Teri podía aparecer por ahí en cualquier momento. Todos estaban levantados. También los niños.

—¿Con quién estabas discutiendo? —preguntó Sarah, con los ojos clavados en el suelo; apenas podía contener el sueño.

Jasper no paraba de bostezar.

—Nadie. No importa —respondió él.

—Pues parecía importante —apuntó su padre, que estaba junto a la ventana delantera; tenía la escopeta detrás del asiento, para que los niños no pudieran verla.

Chandler se convenció de que era mejor no decirles nada. Teri había prometido aparecer por ahí tantas veces sin cumplir su palabra… En otras ocasiones, aparecía sin avisar, lo que alarmaba a todo el mundo.

Cinco años antes, cuando Sarah cumplió los cinco, hizo una de esas visitas no anunciadas. Los niños estaban muy emocionados, pues creyeron que su madre volvía para quedarse a vivir en casa. Cuando Chandler le dijo que tenía que avisarle antes de aparecer, Teri le replicó que podía hacer lo que le diera la gana: «porque también son mis hijos». Pero Chandler sabía que no los quería. Al menos, no siempre. La fiesta continuó. Casi todos le hicieron el vacío a Teri, que acabó marchándose. Chandler se pasó un buen rato consolando a sus hijos una vez más.

Era muy tarde. Los niños tenían que irse a la cama. Después de arroparlo, Jasper se quedó dormido de inmediato, pero Sarah quería hablar otra vez de su primera confesión. Aquello le distraería del caso y, además, serviría para disipar los temores de la niña.

Cuando se sentó en el borde de la cama, ella estaba buscando entre las historias que había elegido el sacerdote para que las estudiaran: Caín y Abel, los mercaderes en el templo, el hijo pródigo. Ejemplos clásicos.

—Quiero liberarme de mis pecados —dijo ella de pronto.

—Cariño, tú no tienes pecados.

—¡Sí que tengo! —respondió Sarah, con toda naturalidad—. Para empezar, le he quitado comida a Jasper de la cena. Y le he robado una galleta de la bandeja a la abuela, cuando las estaba haciendo. Y a veces me enfado porque no estás aquí y digo palabrotas.

—¿De verdad?

Sarah inclinó la cabeza a un lado, como si su padre fuera algo lento:

—Sí, papá, sí: me sé palabrotas.

Chandler negó con la cabeza.

—No, no me refiero a eso. Lo que quiero decir es: ¿de verdad te enfadas cuando no estoy aquí?

Sarah asintió.

—Pero también me enfado cuando mamá no está… —dijo ella, apartándose la cortina de pelo negro de delante de la cara.

Él asintió. La siguiente pregunta se le quedó atascada en la garganta. Pero, aunque quizá no le gustara escuchar la respuesta, necesitaba hacerla.

—Y ahora que lo has pensado bien…, ¿quieres irte a vivir con mamá?

—¿En Port Headland?

—Supongo que sí.

¿Cuál sería la alternativa? Mitch y Teri viviendo en Wilbrook. Tener que verlos cada día como padres de sus hijos. La idea le heló la sangre y le revolvió el estómago.

—¿Tú también vendrías? —preguntó ella.

—No, yo no.

—A lo mejor si me libero de todos mis pecados y rezo mucho, tú podrías vivir también con nosotros…

Chandler le dirigió una sonrisa tenue.

—Que tu mamá y yo no estemos juntos no es culpa tuya ni de Jasper. Además, costaría algo más que unas cuantas avemarías que volviéramos a estar juntos.

—Pues rezaré por eso.

—Bueno, hazlo —dijo Chandler, que le dio un beso en la frente.

Después de comprobar que su padre no había metido ningún cartucho en la escopeta, se fue. Aunque era tarde, el calor subía todavía desde el asfalto. Hacía un bochorno de mil demonios.

Recorrió las calles. No pasaba nadie más que los oficiales de Mitch y sus coches sin distintivos. Veía luz desde las ventanas de las casas, pero no se veía a nadie tras ellas. Parecía que todos los habitantes de Wilbrook se hubieran desvanecido.

Durante el camino, pensó en la conversación con su hija. Pensó en los pecados cometidos, pensó en la penitencia, en el perdón, en la justicia. Pensó en Caín matando a su hermano. Un momento… ¿No serían Gabriel y Heath hermanos? Negó con la cabeza. No, no podía ser. Se parecían como un huevo a una castaña. Sin embargo, había algo…

Caín y Abel…

Los nombres volvían. Recordó haberlos visto escritos recientemente. ¿En el periódico? ¿En los avisos de busca y captura? ¿En una lista de algo?

Entonces, cuando circulaba por Harvey Street, lo recordó. Casi pierde el control del coche. Los había visto en una lista…, la que habían recuperado en la choza. Intentó recordar los nombres que contenía. Recordó algunos: Adam, Seth, Jared, Sheila. Nombres relativamente corrientes, pero habría jurado que los había visto agrupados antes. No sabía… Quizá la falta de sueño le estuviera jugando una mala pasada.

Dio la vuelta por Prince.

Aquellos nombres… Adam, Seth, Jared, Sheila, Noah también, Caín y Abel. De nuevo, otro recuerdo. Había visto esos nombres antes. En un libro. Estaba completamente seguro. Un libro con las tapas rojas y doradas…

Pisó el freno en el cruce que conducía a Harper. No había ningún otro coche circulando por la carretera.

Entonces lo recordó.

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