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Cuando la búsqueda llegó al cuarto día, Chandler estaba furioso. Él podía reconocer mejor que nadie que la gente empezaba a perder la fe en encontrar a sus hijos. Y solo habían pasado cuatro días. Debían pasar diez para que los niños estuvieran en grave peligro de morir de hambre. En cuanto a la deshidratación…, eso era completamente diferente. El día anterior, había abroncado a Luka por mirar su teléfono mientras andaban entre los bosques. Hoy, había echado una bronca a un pobre agente al que Newman había llevado allí a rastras: se había atrevido a sugerir que quizá los niños ya estuvieran muertos. Nick y Mitch prácticamente tuvieron que apartarlo a la fuerza para que no se echara sobre él. Al final, se puso a caminar en una dirección inexplorada.

No dejaba de pensar en lo que había sucedido hacía unos años. Recordaba cómo se habían rendido con Martin. Quizás hubiera habido una oportunidad de encontrarlo… Sin embargo, la naturaleza acaba por enterrarlo todo, incluidos los pecados del pasado.

Pero no: sus hijos no estaban muertos. Chandler lo sabía. Borró de su mente cualquier pensamiento negativo al respecto. Combatió contra ellos y los desterró. Sarah y Jasper estaban vivos. No había ninguna otra posibilidad. Pero ¿estarían juntos? ¿Habría conseguido escapar uno de ellos? ¿Habría ido en busca de ayuda? Sin brújula ni forma de orientarse, habría sido muy difícil. Sin agua. Una mano invisible le retorcía el estómago. ¿Por qué no les había enseñado a orientarse con el sol? ¿Por qué no les había explicado trucos para sobrevivir en la naturaleza? Pero no… ¿Qué chico de su edad necesitaba saber esas cosas? Quizá si Sarah hubiera tenido su teléfono a mano y hubiese podido conectar alguna aplicación de brújula o algo…, podría haber encontrado el camino hacia el pueblo. Era una posibilidad.

Chandler intentaba pensar en cosas positivas. Acabar con cualquier atisbo de negatividad.

No, sus hijos no estaban libres. Si no, se habrían dirigido hacia el pie de la colina. Eso al menos sí que lo sabían. Tenían que estar encerrados en alguna parte. Otra vez el horror de su imaginación desbocada. Se los imaginó encadenados en algún cobertizo perdido. Se negó a pensar que estuvieran a la intemperie, en campo abierto, donde podían congelarse hasta la muerte. Había tantos peligros ocultos en la naturaleza salvaje…

Miró hacia atrás. El pasado le seguía los pasos, esta vez con la figura de Mitch. Aquel día se había nombrado a sí mismo guardián de Chandler. Su rostro demacrado era una señal inequívoca de lo preocupado que estaba. Ese mismo hijo de puta que había ejecutado a Gabriel. Si sus hijos estaban muertos, sería culpa suya. Entonces, Chandler no podía imaginar qué le haría… Pero no, se dijo: Sarah y Jasper tenían que estar vivos.

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