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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 38 Nápoles, 26 de junio

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CAPÍTULO 38
Nápoles, 26 de junio

—Steve, Steve, Steve. Amigo mío, ven, entra, siéntate en el sillón, tomémonos un trago. ¡Cuánta paciencia hay que tener, Steve! Tienes que perdonarme, espero que lo hagas, porque solo debido a tu amistad, a tu abnegación sincera, un ciudadano americano libre puede ser tratado de este modo en suelo aliado por unos policías pobretones y miserables que no saben nada y hablan solo por hablar, y la prensa y algún político les chupan la polla. ¿Cómo te han tratado, Steve, en esa pocilga mohosa de Poggio Reale? ¿Se han tomado alguna libertad?

—No, don Luciano, nadie se ha permitido nada, aparte de mandarle saludos y agradecimientos, no se preocupe, solo ha sido una estancia a costa del putrefacto Estado italiano.

—¡El Estado italiano! Mi buen amigo Steve, este sí que es un buen tema. ¿Qué es el Estado italiano? ¿Dónde está? Eehh… Tú lo has dicho: el Estado italiano es putrefacto. Pero son muchos los que no saben responder a esta pregunta, ¿entiendes? Mira aquí, ven, Steve, asómate. Mira delante de ti. Nápoles, el Golfo, ’O Vesuvio, el puerto… ¿Ves el puerto? Conoces perfectamente el puerto, ¿eh, Steve? Ya lo conoces casi como los docks, ¿no es cierto?

—Con todos los respetos, don Luciano, al lado de los docks de Nueva York el puerto de Nápoles es una simple bañera.

—¡Ni que lo digas! La bañera de Steve Cemento, claro está. Pero deja que te diga una cosa. ¿Sabes quién manda en esta ciudad? ¿Quién es el jefe, The Mayor, el Alcalde, el Fiorello La Guardia[56] de Nápoles? Se llama Achille Lauro, el virrey, ¿y sabes qué hace? Construir barcos, es armador, además tiene la prensa, el equipo de fútbol y los votos del pueblo. Pero su oficio, su fortuna, son el mar, los barcos, los puertos. ¿Y sabes dónde construye sus barcos, dónde tiene los astilleros este rey de Nápoles? En Génova, en La Spezia. ¿No te parece extraño? Es como si tú te convirtieras en alcalde de Nueva York y te fueras a abrir un night-club con putas en Chicago, ¿no es cierto? Pero tú ya lo habías comprendido todo, ¿eh, Steve? El puerto de Nápoles es una bañera, ¿y sabes quién tiene que darse el baño? Pues la Sexta Flota de Estados Unidos, y nosotros, modestamente. Estamos un poco apretados, es cierto, pero sin pisarnos los pies se arregla todo, ¿no? No queda espacio para el comercio, para los barcos de pasajeros, los careneros, los trabajos de ampliación. La bañera nos era útil y todavía lo es. Ese Lauro estaba con Mussolini, y luego cuando llegamos nosotros, los liberadores, fue detenido, solo por unos pocos días, para hacerse una idea de la situación, encontrar un business para todos, y don Achille demostró ser un hombre inteligente y, como vulgarmente se dice, debido también a su trabajo, curado de espantos. Los astilleros y los barcos acabaron en Génova, y don Achille mantiene al pueblo alejado de los comunistas, y nosotros y la Sexta Flota nos damos un baño todos los días para quedar perfumados. Ahora dime una cosa, Steve: ¿tú desde aquí ves el Estado italiano?

—Entiendo, don Salvatore.

—Ah, Steve, tú con dos palabras tienes más que suficiente, entiendes al vuelo. Steve Cemento, un valor seguro: fuerte como un toro y ni un pelo de tonto, digno de confianza como nadie y mudo como una tumba. Pero ¿no tendrás tú acaso también la verga del toro? Disculpa, Steve, no sé contenerme, pero déjame que termine lo que te estaba diciendo y ponte de nuevo de beber, ¡que se ha acabado la abstinencia! ¿Acaso los jóvenes de Palermo, los chicos de Alcamo, saben lo que es el Estado italiano? ¿O todos los señores y los pobretones que quisieran que Sicilia entrara a formar parte de la federación de los States? ¿Qué es el Estado italiano? ¿Algo que se puede comer? En Milán y Palermo, en Turín y Reggio Calabria ni siquiera se habla la misma lengua, tampoco ellos se entienden, ¿no te has dado cuenta? El Estado italiano hace, dice y piensa lo que se dice en Washington DC. Y como Washington está lleno de politicastros y jueces hijos de puta y soplapollas que hablan inútilmente y cuentan patrañas y se hacen los paladines de la justicia, ahora también aquí, como se dice en Nápoles, hasta las pulgas tienen la tos, y tratan de tocar los cojones. Ahora se inventan que suministrábamos la droga a esos pervertidos de Roma para hacer sus fiestas, sus orgías, porque a lo mejor la polla no les funciona por sí sola. Que estaban metidos los políticos y otra gente importante, que se follan a las chavalas y las dejan muertas en la playa. ¡Que ese Montagna venía a Nápoles a buscar la droga a mi casa! Todo invenciones, embustes, fábulas para niños que solo sirven para vender periódicos. Pero ¿sabes quién cuenta estas hijoputeces, Steve? ¡Un soplapollas americano como tú y como yo! Ese miserable fracasado de Charlie Siragusa, que está tratando de enderezar su carrera viniendo a dar lecciones a los policías de aquí. ¿Recuerdas a los polis italianos, Steve? Gordos, perezosos, sudorosos y cagones. Charlie el soplapollas libra una batalla perdida. Pero también en las batallas ganadas muere algún que otro soldado del ejército más fuerte. Este Siragusa no vale un pitoche. Steve. Nenti. Nos joroba un poco pero es un fracasado. Solo con los cobardes, con los delatores, pueden seguir adelante, pero deben elegirlos bien, no como este viejo chiflado de Abbatemaggio. ¡Tiene ochenta años y hace cuarenta que es un infame! ¡Pero no sabe nada! No te preocupes, Steve, vendrán a pedirte excusas sombrero en mano, pues nos lo deben todo, somos demasiado importantes, les hacemos ser modernos, ¿no es cierto, Cip? Tómate una galletita, orgullo de papá. Toda la gente respetable, adinerada o temerosa de Dios viene y seguirá viniendo a mi tienda a pedir la lavadora o el último modelo americano de televisor, ¿eh, Steve?, pues ahora todos andan detrás de él, todos la quieren, esta nueva maravilla del progreso. Una estupidez que debe hacerles olvidar las deudas, los cuernos, los problemas y el hecho de que no pintan nada, ¿no estás de acuerdo, Steve? Pero ahora todos babean por tener un aparato de televisión, y los que no se lo pueden permitir contraen más deudas. Mucho se preocupan por los comunistas, pero el comunismo, Steve, aquí nunca echará raíces, te lo digo yo, no solo porque estamos nosotros, sino también porque los italianos son demasiado indolentes, les gusta demasiado vender el futuro para acomodarse al presente, ganarse el jornal y dejar preñadas a todas las mujeres que tocan. No, Steve, nada de comunismo aquí. Demasiado esfuerzo.

—Nada de comunismo, don Salvatore.

—Aclárame una curiosidad, Steve, ¿ese chaval que llevas contigo, es de fiar? ¿Tenéis algún negocio juntos, su madre te alegra la tranca cada mañana?, explícamelo.

—Don Luciano, el chaval lleva las apuestas en el hipódromo. Como dicen aquí, es un buen chaval. Y espabilado. Pero no tiene experiencia. Fue a la cárcel a comienzos de año por un asunto de robo, y mientras estaba en la sombra, ese mariconazo de comisario que me pisa los talones le hizo algunas preguntas sobre nuestras cosas y sobre mí. Al salir estaba espantado, vino a verme, a contármelo todo, que él no era un cobarde, que estaba a mi disposición. Entonces yo pensé que era mejor que durante un cierto tiempo lo llevara conmigo, así nadie podría hacer más preguntas o propuestas extrañas. De todas formas, don Salvatore, el chaval es responsabilidad mía, descuide.

—Está bien, Steve, tú verás, basta con que no haga ninguna putada, ya tienes bastantes problemas, ¿no es cierto? A propósito, una última cosa: a finales de mes me iré por algunos días, a Meta di Sorrento, a casa de ese cavaliere que trabaja con nosotros, a respirar un poco de buen aire y a tomarme esos maravillosos granizados de limón. Una semanita, diez días a lo sumo. Quisiera que te quedaras en la ciudad hasta mi vuelta: ven a echar un vistazo a la casa, ve a ver a los chicos al puerto, alguna vuelta de reconocimiento, y que te eche una mano Vic.

—La verdad, don Luciano, me siento un poco cansado. Querría pedirle algunos días de descanso.

—¡Es verdad, Steve! ¡Cómo no! ¿No voy a comprender yo que también Steve Cemento es un hombre de carne y hueso? Es la primera vez que te oigo decir esto, ¿sabes? Yo mismo lo había pensado, de todas formas. Cuando vuelva te tomas un mes entero y te vas donde tú quieras, Steve, a fusilarte tías sin parar. Yo sé que estando aquí sufres, que no lo dejas traslucir por respeto, que echas de menos Nueva York como si fuera oxígeno. Ya he hablado con Albert Anastasia: a finales de año te vuelves con ellos. ¡Me imagino la cara que pondrán! ¿Quién no querría que Cemento se ocupara de sus asuntos?

—Gracias, don Luciano. Para mí es un honor estar a su disposición. Aunque no volviera a ver Nueva York.

—No, Steve, te mereces todo mi aprecio, ya me vienen desagradables pensamientos para cuando no estés conmigo.

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