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Coda » IV Los Ángeles, 11 de septiembre

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IV
Los Ángeles, 11 de septiembre

Betsy había aconsejado a Cary que fuera a ver al doctor Clapas, de quien sus amigas hablaban maravillas. Los acontecimientos de los últimos meses habían ahuyentado la depresión, devolviendo a Cary Grant al mundo que exigía su vuelta. Ahora se trataba de comprender los motivos de la depresión, para impedir que retornara. El sol no debía ya oscurecerse, la mano que movía la hoja de afeitar no debía temblar más.

Clapas era francés. Barba blanca en punta, gafas de montura de plata. Se había trasladado con su mujer a California en el 49, con cincuenta años cumplidos.

A decir verdad, parecía que hubiera escapado, tras una experiencia como poco desagradable, culminada en un agotamiento nervioso. Un peligroso criminal le había retenido en su casa. Era un paciente suyo, se había presentado para la sesión, pero la policía, que desde hacía tiempo andaba tras sus pasos, había rodeado la vivienda. Mientras le tenía a tiro, el criminal (atracador y asesino múltiple de tendencias anarcoides y subversivas) le había contado a Clapas todos los actos nefandos que había cometido. El diagnóstico clínico de Clapas había sido tan esmerado y despiadado que el delincuente había enloquecido y, tras lograr huir, se había suicidado de la manera más grotesca: irrumpiendo arma en mano en una comisaría de policía y abriendo fuego contra los agentes. La prensa había referido sus últimas palabras: «¡Disparad al sexo!», precisando que algunos agentes habían seguido el consejo. El doctor Clapas se había asustado y, temiendo una venganza del hampa, había abandonado el país.

En Hollywood había modificado su rígido planteamiento freudiano para estar más à la page y atraer a la gente del show biz. Aparte de los conceptos tomados de las filosofías y religiones orientales, como karma, chakra o mantra, experimentaba con sustancias psicoactivas que al decir suyo inducían a la regresión tópica, como ocurre en los sueños. En circunstancias excepcionales, suministraba a los pacientes un compuesto novísimo, la dietilamida de ácido lisérgico, más conocido como LSD, sustancia apta para «abrir la caja del Ello».

Cary había hablado de Archie Leach, de la invención de «Cary Grant», de un padre muerto alcohólico y pervertido, de una madre muerta y resucitada, de dos matrimonios fracasados. Cary no pudo hablar de espías nazis, misiones por cuenta del MI6 o encuentros con sátrapas socialistas de lejanas landas orientales, pero lo que había dicho era más que suficiente. Clapas, sinceramente impresionado, había decidido darle LSD, sin informarle de los efectos para no provocar reacciones defensivas.

—Mañana a la misma hora.

Clapas estaba pendiente de los labios del actor. Clapas sudaba y apretaba el lino de los pantalones a la altura de las rodillas. Cary Grant se había transformado por completo, hablaba con un fortísimo acento inglés, empleaba modismos aprendidos en el Bristol de principios de siglo, y en general hablaba, hablaba, hablaba. Cary Grant era Archie Leach.

Cary veía su propio pasado como una película de 35 mm transmitida en televisión, excepción hecha de los colores encendidos, ¡demonios!, encendidos como puede estarlo un incendio en el que muere tu madre, un incendio provocado por tu padre. Wide screen,[59] un rectángulo más alejado de lo normal, entre dos bandas negras. Los acontecimientos se sucedían. La boda con Barbara Hutton, amiga de los amigos de Mussolini, recepciones interminables y bombardeos sobre Londres (los segundos probable consecuencia de las primeras). Errol Flynn bombardea Londres, Errol Flynn encula a una niña en la carlinga de su avión Luftwaffe, el MI6 lo coge in fraganti y lo encierra en un manicomio, cada noche Errol Flynn salva el muro que divide el ala de los varones de la de las mujeres, va a joderse a Frances Farmer y Elsie Leach, a quien Cary llora, la mano de Clifford Odets escribe: «Aquí Cary llora» y termina la escena, el senador McCarthy manda a la hoguera a cualquiera que sepa leer y escribir, la Gestapo trata de detener a Charlot, que se defiende y los tumba con el bastón de paseo, el MI6 libera a Elsie a cambio de una colaboración, Cary se niega y dice: «¡Yo no soy James Bond!» [«¿Quién diablos es James Bond?», se pregunta el doctor Clapas], luego acepta porque Elsie le atiborra de germen de grano alucinógeno, por lo que Cary debe partir para un largo viaje, abre el armario empotrado y dentro hay un quebequés desnudo con una corbata a rayas, el quebequés es el doble de Cary y está charlando con Josip Broz, alias Tito [«¿Qué diablos pinta aquí Tito?», se pregunta Clapas], juntos se van al hotel Lux de Moscú, en el pasillo tapizado de retratos de Stalin se ven mezclados en un tiroteo, se presentan unos policías en traje Luis XVI, llega Robespierre que les quita las pelucas y dice: «¡Os cambiáis u os mando a la guillotina!», luego se presenta a Cary que, vete a saber por qué, lleva solo un bañador. Llega el socorrista que le dice: «Monsieur Bond, au téléphone!» Cary repite: «¡Yo no soy James Bond!». Sir Alfred Hitchcock dice: «Cut!». Las guillotinas entran en acción, las cabezas caen en una única gran cesta. Cary revuelve en la cesta, coge una cabeza: es la de Joe McCarthy. Cary nada, a su lado nada Frances Farmer, luego Frances Stevens [Clapas apunta: «Preguntar de quién se trata»].

Cary se relaja. Cary se queda dormido.

Cary no recuerda casi nada. Se despierta. Se siente bien. Los colores son vívidos. Los movimientos son fluidos, siente los huesos ligeros.

—Muy, pero que muuuy interesante, monsieur Grant, pero cualquier diagnóstico clínico sería apresurado. Le suministraré de nuevo LSD. ¿Le va bien el próximo martes, a la misma hora?

—¿LSD? ¿Esas gotas eran LSD? ¿Por qué razón me ha dado una droga alucinógena?

—En cierto sentido para hacerle volverse niño, monsieur Grant, sin las inhibiciones de la edad adulta, más allá del principio de realidad.

—Debo de haber dicho un montón de insensateces.

—Al contrario, monsieur Grant. Sus visiones han sido muy instructivas. Tengo algunas preguntas que hacerle, pero ahora no piense en ello. Nos volveremos a ver el martes.

—Creo que el efecto dura todavía, es como si todo estuviese… subrayado. Como si cada objeto me guiñase el ojo y dijera: «Estoy aquí, y por ninguna otra razón del mundo podría encontrarme en otra parte»…

—Me apuntaré esta descripción suya de la percepción lisérgica, monsieur. ¿Es agradable?

—Yo diría que sí. Es como si todo tuviera forma acabada pero no fija.

—Durará algunas horas. Mientras tanto, trate de ver y sentir como no ha visto ni sentido nunca antes.

Tras quedarse a solas, Clapas escribe:

Primeros apuntes para el diagnóstico clínico.

El sujeto se ha creado un álter ego de nombre revelador, el inexistente James Bond. «Bond», un nexo. «James Bond» es el superego, es Hollywood, y por extensión es la sociedad americana en la que el sujeto se encuentra incómodo. De hecho, se defiende varias veces con vehemencia de las acusaciones de ser «James Bond», es decir, de tener vínculos con esta sociedad.

La referencia a las presuntas perversiones pedófilas y simpatías nacionalsocialistas del actor Errol Flynn, que más tarde se ayunta con la madre del sujeto y con una actriz menos famosa, como Frances Farmer, es indicativa de la misma relación conflictiva.

El doble quebequés en el armario, sorprendido mientras hablaba con el dictador yugoslavo Tito, representa precisamente el temor a no conseguir integrarse (Quebec representa la anomalía cultural, el extraño en casa), incluso a ser acusado de antiamericano y de simpatías comunistas. El doble quebequés está desnudo, por tanto en un estado de inocencia próximo a la verdad, pero al mismo tiempo lleva una corbata, signo de indecisión entre naturaleza y civilización. Eso podría querer decir que el sujeto es efectivamente criptocomunista, pero que ello le provoca un sentimiento de culpa y escrúpulos. A este respecto, el paralelismo entre Stalin, Robespierre y McCarthy, que se invierte en la ejecución de McCarthy por parte de Robespierre, indica una contradicción irresoluble: el sujeto sabe perfectamente que la democracia prevalecerá sobre el totalitarismo, por lo que siente remordimiento por sus simpatías comunistas, pero sospecha también que la democracia, para salir triunfante, se rebajará al mismo nivel que el enemigo, recurriendo al Terror. McCarthy ha demostrado que ello puede pasar. Frente a esta realidad confusa aunque no indiferenciada, el sujeto se siente parcialmente justificado por su opción comunista. Tanto más cuanto que no hay ninguna autoridad paternal que se lo reproche y le explique que no todo es juego y ficción, escenario (véase la referencia a Clifford Odets) o plató cinematográfico (véase la referencia a Alfred Hitchcock). La nota constante es el rencor hacia un padre que no solo ha matado a la madre, objeto de deseo edípico del sujeto, sino que ha renunciado también al propio papel de guía, dejando al sujeto en un eterno limbo entre infancia y adolescencia. Las cosas se han agravado con el desdoblamiento, mejor dicho, la disociación esquizoide de la personalidad del sujeto, dividido entre el niño Archie Leach (que ha aparecido gracias a la represión tópica inducida, véase la jerga marcadamente británica), el personaje Cary Grant y el misterioso «James Bond».

El sujeto disociado está en una búsqueda constante de tres padres (¿quizá el trío Stalin-Robespierre-McCarthy?). ¿Tal vez por esto ha tenido tres mujeres? ¿O se trata de Elsie, Frances Farmer y la desconocida «Frances Stevens»? Las dos últimas nadan a su lado, clara referencia al líquido amniótico del vientre materno.

Clapas no había comprendido nada.

De todos modos, Cary había descubierto cómo mantener alejada la depresión.

Ver y escuchar. Unas pocas gotas y aparece cada hilo del tejido del mundo.

El invierno de su descontento, bajo ese sol lisérgico, se hizo glorioso verano.

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