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I
Frente yugoslavo, primavera de 1943

¡SOLDADOS ITALIANOS!

El pueblo esloveno ha comenzado una lucha inexorable contra los ocupantes. Muchos de vuestros camaradas han caído ya en esta lucha. Y seguiréis cayendo día tras día, noche tras noche, mientras seáis instrumentos en manos de nuestros opresores, hasta que el último palmo de tierra eslovena sea liberado.

Vuestras potencias os hacen creer que el pueblo esloveno os ama, que os atacan solo «unos cuantos comunistas». Es una insolente mentira. En la lucha contra los ocupantes estamos de acuerdo todos los eslovenos. Bajo la guía del Comité Nacional Esloveno de Liberación todo nuestro pueblo se ha organizado en un único e invencible Frente de Liberación.

¡SOLDADOS ITALIANOS!

Vuestros superiores os ocultan a qué desesperada situación ha llevado Mussolini al «Imperio italiano» por haberlo vendido a Hitler.

Os ocultan que Abisinia, por la que Mussolini había hecho derramar tanta sangre italiana, no está ya en manos italianas. Os ocultan la situación sin salida de las tropas italianas en todas las colonias italianas de África. Os ocultan las bajas que han sufrido las tropas italianas en los Balcanes, que Serbia occidental, Montenegro, la mayor parte de Bosnia y Herzegovina, Istria y parte de Dalmacia son tierras ya liberadas. Os ocultan las enormes bajas y los estragos que han de soportar las tropas italianas en el frente ruso bajo las aplastantes armas rusas y el insoportable invierno ruso. Os ocultan los desórdenes que se producen en las ciudades italianas por la escasez cada vez mayor de víveres, por los continuos bombardeos de la aviación inglesa, por el creciente descontento del pueblo italiano con la política belicista de Mussolini que lanza a Italia al abismo.

¡SOLDADOS ITALIANOS!

Entended también vosotros lo que cada vez más entiende el propio pueblo italiano: que Hitler os envía a todos los frentes —África, los Balcanes, Francia y la URSS— para que no podáis oponer resistencia en vuestro país cuando pase a atacar la Italia «aliada» tal como hizo con la «aliada Yugoslavia». Entended también vosotros lo que hoy cualquier ciego puede ver: que la Italia aliada con Alemania sufrirá una terrible derrota por tierra, mar y aire ante las fuerzas unidas de Rusia, Inglaterra y todos los pueblos del mundo que aman la libertad.

¡Entended, soldados italianos, que la única salvación para vosotros y para todo el pueblo italiano está en volver vuestras armas contra aquellos que no nos han causado más que desgracias, contra la camarilla fascista de Mussolini! De nada sirve decir que también vosotros condenáis la brutalidad de Hitler y de Mussolini, que también vosotros deseáis el fin del fascismo y de la guerra. Debéis demostrar con acciones vuestro amor a la libertad y a la paz, el odio a los opresores vuestros y nuestros, si no os espera, igual que a ellos, la ruina.

¡SOLDADOS ITALIANOS!

El Partido Comunista de Eslovenia os llama:

¡No cumpláis las órdenes de vuestros superiores, no disparéis contra los eslovenos, no persigáis a los partisanos; rendíos a ellos, no impidáis nuestra lucha liberadora!

¡Atacad y desarmad a la milicia fascista, a los agentes de la OVRA[1] y a todos aquellos que os mandan a luchar contra el pueblo esloveno!

¡Destruid las fuerzas armadas italianas, los arsenales y los víveres que no podáis entregar a los partisanos, destruid los medios de transporte del ejército italiano, camiones, motos, caballos, carreteras, ferrocarriles, etc.!

¡Negaos a formar parte de las tropas italianas enviadas al frente ruso, donde perecerán por ese loco de Hitler y sus secuaces! ¡Pedid que os manden a casa!

¡Desertad del ejército italiano, nuestro pueblo os prestará gustosamente su ayuda! ¡Entregad las armas y las municiones a los partisanos y a la Defensa Popular!

Pasaos a las unidades partisanas eslovenas y ayudad arma en mano a acortar la absurda carnicería de la guerra, para poder regresar lo antes posible a vuestros hogares, al lado de vuestras madres, esposas e hijos pobres y abandonados, y para instituir allí una verdadera soberanía popular.

¡VIVA LA LUCHA COMÚN DE TODOS LOS PUEBLOS CONTRA LA BARBARIE FASCISTA!

¡VIVA LA URSS Y SU INVENCIBLE EJÉRCITO ROJO, DEFENSOR PODEROSÍSIMO DE LA LIBERTAD Y DEL PROGRESO!

¡VIVA STALIN, EL JEFE DE LOS PUEBLOS Y DE LOS TRABAJADORES DE TODOS LOS PAÍSES!

¡VIVA EL PARTIDO COMUNISTA DE YUGOSLAVIA!

¡MUERTE AL FASCISMO – LIBERTAD AL PUEBLO!

Comité Central

del Partido Comunista de Eslovenia

* * * * *

En la desconchada pared alguien había escrito SMRT FAŠIZMU[2] con pintura roja.

Los habían puesto en fila allí delante.

Las caras no dejaban traslucir nada. Herméticas, ausentes. Como las ventanas del pueblo.

El capitán gritó la orden a la compañía. Los soldados italianos formaron en fila, fusiles al hombro. Casi todos reservistas. El oficial era el más joven, bigote bien cuidado y gorra de tela gris calada sobre la frente.

Los condenados alzaron los ojos para mirar a la cara a sus verdugos. Asegurarse de que eran hombres como ellos. Estaban acostumbrados a la muerte, incluso a la propia, avezados por miles de generaciones pasadas.

Del otro bando, ojos bajos, sensaciones devueltas como reflejos.

Las dos filas permanecieron inmóviles frente a frente, como estatuas perdidas en un prado.

Uno de los condenados se frotó una pierna con el pie, gesto maquinal y grotesco.

El capitán se volvió hacia las casas y ordenó al intérprete que se acercara.

—¡Los vecinos de este pueblo han dado asilo a los rebeldes comunistas! ¡A los mismos que ayer por la noche asesinaron cobardemente a dos soldados italianos!

El intérprete tradujo.

—¡Estabais avisados! ¡Quien preste asilo a los bandidos, quien les ofrezca protección y alojamiento es culpable de colaboracionismo y lo pagará con la vida!

El oficial dejó de nuevo que el intérprete tradujese.

—Hoy diez vecinos de este pueblo serán fusilados. ¡Que sirva de escarmiento a quien quiera ayudar a los bandidos que infestan estas montañas!

Cuando el intérprete hubo terminado, el capitán permaneció quieto, hundidas en el barro las botas de cuero, como si esperara una respuesta del racimo de casas mudas.

Ninguna señal de vida. También el aire estaba quieto.

Gritó:

—¡Compañía! ¡Apunten!

Un movimiento desordenado recorrió la fila de soldados, como si solo algunos hubieran obedecido la orden y los demás hubieran reaccionado en consecuencia. A uno se le cayó el fusil.

—¡Orden, coño, un poco de orden!

En aquel momento tres soldados intercambiaron un gesto cómplice y volvieron las armas. Uno hacia la cabeza del capitán, los otros dos hacia sus compañeros.

—¡Quietos todos! Aquí no dispara nadie.

El capitán palideció:

—Capponi, ¿qué coño estás haciendo? ¡Farina! ¡Piras! ¡Mira que os mando a un consejo de guerra!

Los otros soldados miraban atónitos. Encogimientos de hombros, desconcierto.

—Capitán, tire la pistola al suelo.

—¡Esto es deserción, estáis locos!

—Tire la pistola o Farina abre fuego.

El oficial se quedó inmóvil, encañonada la sien, apretando los dientes con rabia. La rapidez de los pensamientos le embotaba la cabeza.

—Capitán, si tira la pistola le dejamos que se vaya.

El otro dijo siseando:

—Siempre he sabido que eras un comunista de mierda, Capponi. ¿Y qué te crees que estás haciendo? ¿Eh? Y vosotros, ¿qué coño hacéis ahí parados? ¿Queréis que os fusilen también?

Nadie respondió. Las miradas se cruzaron sin encontrar respuesta. Nada que sugiriera lo que había que hacer. Lo único que sabían era que, si desarmaban a sus compañeros, tendrían que fusilarlos junto con los otros.

La fila se rompió, todos quedaron algo separados entre sí, sin saber lo que pasaría.

Los hombres del paredón miraban la escena con ojos desorbitados.

—Tire la pistola.

El oficial apretaba las mandíbulas con tanta fuerza que no pudo decir nada más. Sacó el arma de la cartuchera y la dejó caer.

Capponi la recogió y se la metió por el cinturón.

—Puede irse. —Y dirigiéndose a los prisioneros—: Y también vosotros.

Hizo un gesto con la mano y estos, incrédulos, uno tras otro, echaron a correr hacia la montaña.

—Escuchadme bien todos. Quien quiera venir con nosotros, Farina, Piras y yo nos vamos con los rebeldes. Vosotros haced lo que queráis, pero como ha dicho el capitán, si os pillan los nuestros lo mismo os fusilan por haberos quedado mirando. Y habéis hecho bien, porque matar a esta gente es de gentuza.

Los tres cogieron las mochilas y se las pusieron.

—Eh, un momento, Romagna, tú nos has metido en esto y tú tienes que sacarnos.

—No, romano. En esto nos ha metido el cavalier Benito Mussolini. Ahora que cada cual decida por su cuenta.

—Y nosotros, ¿adónde vamos?

Farina pasó a su lado con una caja de municiones que acababa de coger del camión en el que habían llegado:

—Venid con nosotros.

—¿Con esos bandidos? ¡Esos nos disparan!

Capponi sacudió la cabeza:

—No te preocupes, que no nos disparan. Vosotros seguidme.

—No te preocupes, dice. —Y echó a andar maldiciendo hacia el camión.

—¿Qué haces? ¿Te vas con ellos? —preguntó uno de los otros.

El romano se encogió de hombros:

—¿Y qué voy a hacer aquí? —dijo señalando al capitán—. De ese no me fío un pelo. Ese nos mete en el calabozo y hasta es capaz de fusilarnos. Además, a mí nunca me ha gustado.

Cogió la mochila:

—Si me viera mi mujer… Al infierno tú, tu padre y tu…

—Mientras se volvía captó un movimiento rápido, el capitán arrancando algo del cinturón del intérprete.

—¡¡¡Eh!!!

Vittorio Capponi fue el primero en abrir fuego y el capitán cayó cuan largo era, con el cráneo roto. Un objeto oscuro rodó a su lado.

—¡Es una granada!

Se arrojaron todos al suelo, con las manos sobre la cabeza, el aliento en suspenso.

No ocurrió nada.

Al poco alguien abrió los ojos.

A continuación estiró el cuello.

Y finalmente se atrevió a acercarse.

Permanecieron todos quietos, como hechizados, observando el punto en el que yacía el cuerpo del oficial, y que habría podido llevarse sus vidas por delante.

Uno dio las gracias a la Virgen del Carmen porque las armas del Duce fueran un asco.

Otro escupió.

El intérprete permaneció sentado con los brazos alzados:

—¡No disparar, talianos! ¡No disparar, yo inocente! —Pero nadie le prestó atención.

Farina hizo señas a Capponi de que se moviera:

—Vamos, Romagna, andando.

Los tres echaron a caminar a buen paso sendero arriba, el sardo abriendo la marcha.

El romano, sin convicción, los siguió, trompicando y volviéndose a mirar una y otra vez el cadáver, como si temiera verlo levantarse de nuevo.

Los demás no dijeron nada. Gestos desconsolados. Por último, uno tras uno fueron recogiendo las mochilas y siguiendo en fila india a los primeros.

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