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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 15 Bolonia, 31 de enero

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CAPÍTULO 15
Bolonia, 31 de enero

Débiles franjas de luz diurna se filtraban por las persianas entornadas. El piso de Brando estaba en la primera planta y la ventana, que daba directamente sobre la acera, no era el colmo de la discreción.

Angela, por lo demás, habría visto inconvenientes incluso en lo alto de la Torre degli Asinelli.

—Pero si tu marido te pregunta cuál es la escena más bonita de la película, ¿qué le vas a contar?

Pierre recogió las ropas esparcidas por el suelo y se volvió para alargarle la blusa. Angela se estaba poniendo las medias. Se le acercó y empezó a besarla en el cuello y a acariciarla.

Angela se puso la falda y se sentó en el borde de la cama. Contempló a Pierre en la penumbra, mientras se debatía con la corbata.

—Nunca te he preguntado por qué tú y Nicola no os fuisteis también a Yugoslavia.

A Pierre no le gustaba hablar del tema. Pero con Angela no se trataba de hacerse el misterioso:

—¿Sabes? —comenzó diciendo—, mi hermano era ya mayor, tenía un trabajo, la Resistencia la había hecho en Italia, no es un tipo al que le gusten los cambios. Yo apenas tenía trece años. Tía Iolanda me había sacado adelante desde que tenía cinco años, estaba bien con ella y también yo había comenzado a trabajar en una fábrica. Mi padre no sabía si me encontraría bien en Yugoslavia. Él y tía Iolanda pensaron que ya lo decidiría yo cuando fuera mayor, y fue una buena idea.

Desde la calle les llegó el sonido de unas mujeres riendo. Paradas justo debajo de la ventana. Angela se puso rígida y guardó silencio. A las inquilinas del inmueble podía extrañarles oír voces desconocidas en casa de Brando. Estaban casi gritando. Rompieron de nuevo a reír, luego las oyeron alejarse. Angela se relajó y siguió preguntando.

—¿Y ya no has ido a ver a tu padre?

—¡Ya quisiera yo! —Pierre extendió los brazos—. Estoy ahorrando dinero desde pequeño. Pero el pasaporte no me lo dan de ninguna de las maneras. Y ahora encima llevamos casi un año sin recibir noticias suyas.

Angela comprendió que había tocado una fibra sensible.

—¿A qué te refieres?

—A que antes nos escribía, estábamos en contacto, no muy a menudo, es cierto, pero siempre había algo, una forma de pensar de que por lo menos uno tiene todavía un padre. Se informaba, se interesaba por nosotros. Y luego, de improviso, ya nada.

—¿Crees que le habrá pasado algo?

—Mira, de estar muerto, siempre habría algún amigo que se tomara la molestia de informar a los hijos, ¿no? No creo que esté muerto, pero algún problema debe de tener por fuerza.

Con un ruido repentino el frigorífico se puso a zumbar.

—Mi marido y sus amigos dicen que Tito es un traidor.

—Claro, es el único comunista que ha dejado plantado a Stalin.

—¿Tu padre lo conoce?

—¡Cómo no! Él en persona lo nombró Héroe del Pueblo.

La oscuridad borraba los contornos de la habitación. En el resplandor de una cerilla, el rostro de Pierre se iluminó un instante, luego quedó solamente el ascua del cigarrillo. Días cortos.

A media tarde el sol se iba, las farolas expandían una luz amarillenta en la niebla y sobre las ruedas de las bicis se disparaban las dinamos.

—Ahora tengo que irme.

—¿Cuándo volveremos a vernos?

—No me lo preguntes, Pierre. Tal vez el martes Odoacre se vaya para Roma, no sé.

—Está bien. Si es posible, dime algo de Teresa. Hay que avisar a Brando de que nos preste la casa.

Se dirigieron hacia la entrada y Pierre la ayudó a ponerse el abrigo. La abrazó, le acarició los cabellos y se dieron un largo beso, casi de película. Luego Angela salió y él la oyó bajar los pocos escalones hasta el portal. Por la rendija de la ventana la vio pasar, rápida, con el bolso apretado bajo el brazo. La saludó para sus adentros, encendió la luz y arregló un poco la cama.

Antes de salir pasó por el cuarto de baño y usó la brillantina de Brando para fijarse el pelo. Se miró al espejo. ¡En qué situación se había metido! La joven mujer del grande y benemérito camarada Montroni.

Fuera hacía menos frío y la nieve se disolvía en un lodo sucio.

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