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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 51 De Francia a Italia, 3-4-5 de julio

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CAPÍTULO 51
De Francia a Italia, 3-4-5 de julio

Mierdamierdamierdamierda… Pierre, maletín en mano, saltaba hoyos, tropezaba contra piedras y se embarraba la pernera de los pantalones, se detenía de vez en cuando para vomitar y luego ¡vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!, alejarse de aquel matadero, pero ¿quién coño eran esos?, ¿dónde cojones he ido a parar?, ¿de dónde han salido? Espíritus malignos surgidos de la maleza. Ettore había lanzado las bombas, como cuando estaba con los partisanos, Ettore había muerto en combate, le había salvado el pellejo, a él, Pierre, que ahora se iba con un maletín lleno a rebosar de pilla, money, argent, dinero, lo había visto, fajo sobre fajo, dólares y francos. Además bolsitas de polvo blanco. Droga. Sin duda. ¡Demasiado peligroso, mierda! La había tirado, había encontrado un agujero al pie de un árbol medio arrancado, y la había metido allí dentro, recubriéndola lo mejor posible. Tenía que largarse pitando, volver a cruzar la frontera, quién sabe si no habría otro de aquellos demonios por ahí. ¿Quiénes eran Kociss y mister Roca? ¿Por qué estaba en el mismo barco de vuelta de Yugoslavia? ¿Qué tenía que ver en ello Cary Grant? ¿Quién carajo eran aquellos que habían tratado de secuestrarlo en la islita? ¿Había una relación entre ellos? No comprendía nada. Es el segundo tiroteo en el que te ves mezclado en menos de tres meses. Y las dos veces te han salvado el pellejo los partisanos. De todas formas tienes el dinero, Pierre. Si sales vivo de este bosque y consigues tomar un tren o un coche de línea, llegar a Génova, luego te estás allí escondido durante un tiempo y coges el barco para… ¿Para dónde? Ya te lo dirá Paolino, el descargador del puerto. ¿Y qué me va a decir cuando me vea llegar sin Ettore? Tengo que decirle que… ¡No, qué cojones, no le debo decir nada en absoluto! Solo que quiero largarme lo antes posible. ¿Y el camión? El camión lo había dejado en la espesura del bosque. ¿Debo decirle a Palmo que el camión lo he metido allí? No, debo de haber vomitado hasta el cerebro, joder, el camión lo encontrarán los polis franceses después de que hayan encontrado todos los cuerpos y rastreado la zona. Y a Palmo no volveré a verle nunca más. No volveré nunca más a Bolonia. Nicola… no lo volveré a ver nunca más… El bar… Los mosqueteros… El profesor Fanti… La tía Iolanda… Angela. No la volveré a ver nunca más. Mi padre.

No volveré a ver nunca más a nadie.

Soy un hombre que huye.

Pero tengo dinero, y un barco que coger.

Me voy a donde me encuentre un sitio Paolino, luego contacto con papá y le digo que se venga él también.

Un hombre que huye.

Pierre se paró a vomitar. Juró que no vomitaría nunca más en su vida.

No veía un carajo. ¿Cuándo saldría el sol?

* * * * *

Diez horas de tren.

Génova.

Paolino no ha preguntado nada. Me ha instalado en casa de un amigo suyo y de Ettore. Tal vez ha intuido algo, quién sabe.

La radio ha dado las primeras, confusas noticias sobre una carnicería al otro lado de la frontera.

Hay un barco para México, zarpa pasado mañana.

El dinero abre todas las puertas, las portillas y las golillas. El dinero te permite comprar el cascarón de nuez en el que poner una vela de papel, mondadientes como estandarte, andando, siguiendo la Cruz del Sur.

México. Veracruz.

En una hojita arrugada tengo la dirección de un compañero que vive en Ciudad de México. Hizo la guerra de España. Quién sabe, quizá conociera a alguien del bar.

¿Lo ves, Angela?, también yo consigo largarme.

Tú te vas al frío, yo al calor.

Tú te vas al norte, yo al sur.

Tú te vas al otro lado del Canal de la Mancha, yo más allá de las Columnas de Hércules.

Siempre ha sido así, en el fondo. Tú por un lado, yo por otro.

Lo siento.

Tengo dinero.

Una vez cruzados dos mares está México.

¿Qué sé yo de México? Nada.

Por lo demás, no sé siquiera de dónde proviene esta pilla. No sé un carajo de nada.

Pero estoy vivo.

* * * * *

—Diga.

—Hola, Nicola, soy yo, Pierre. Escucha, no te diré dónde estoy, pero…

—¿Te busca la poli?

—¿Qué?

—En el Carlino viene un artículo, Pierre. En primera plana.

—Mierda.

—Ha habido muertos, cerca de la frontera con Francia. Diez, quince muertos. Uno era un contrabandista boloñés, Ettore Bergamini, «ex partisano dedicado a la delincuencia», escribe el periódico. Uno que fue expulsado del Partido y de la ANPI, hace años. Me acuerdo de él.

—Nicola…

—Han encontrado su camión allí cerca. También había mafiosos por en medio. Vienen las fotos. Uno de ellos pasó por el bar hace unos días, me preguntó por el televisor.

—Nicola, escucha…

—No, escúchame tú. Pierre, ¿me has tomado por un bobo? ¿Acaso te creías que no me daba cuenta de tus tejemanejes? No sé en qué lío te has metido ni quiero saberlo. Pero si estás metido en la mierda es solo por tu culpa y que cada palo aguante su vela.

—¡Nicola, demonios, déjame hablar! ¡Me largo de Italia, para siempre! Y está todo listo. No puedo quedarme aquí, es peligroso, tengo que largarme, salgo esta noche.

—Bravo, muy oportuno.

—¿Cómo?

—Papá acaba de regresar.

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