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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 10 Bolonia, San Luca, 9 de mayo

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CAPÍTULO 10
Bolonia, San Luca, 9 de mayo

¿Estaba segura? No, pero no importaba. Su historia había tocado a su fin. Siempre lo habían sabido. Tal vez esto era precisamente lo que la había vuelto hermosa. Habían saboreado cada minuto robado a la vida normal, a lo que debían ser: el Rey de la Filuzzi y la señora Montroni. La princesa y el bailarín. Ahora había llegado el momento de decírselo. De detener la carrera.

Vio a Pierre que esperaba en la estación de llegada del teleférico.

Angela esperó a que todos hubieran bajado. Luego lo hizo ella.

Pierre lo captó enseguida. Por la mirada. Por la actitud. No intentó siquiera abrazarla.

Dijo:

—Me han contado lo de tu hermano. Lo siento.

El tono era incómodo.

Ella permaneció un poco apartada, bajó la mirada.

—Ahora está mejor. ¿Y en Yugoslavia qué tal? ¿Viste a tu padre?

—Sí.

Se quedaron callados. Ambos lo sabían, pero no tenían el valor de hablar.

Al final Pierre dejó escapar con un hilo de voz:

—Lo nuestro se ha acabado, ¿verdad?

Angela asintió, la expresión dura.

—No se vive de hermosas quimeras, Pierre.

—¿Ni siquiera si te hacen feliz?

Ella buscó las palabras.

—Hemos sido felices. Pero la vida está hecha también de otras cosas.

—Tu marido, tu hermano. ¿Es a eso a lo que te refieres? Me lo has dicho muchas veces…

—No es solo eso.

Una hoja traída por el viento se le enredó entre los cabellos y a Pierre le pareció natural quitársela. Eran suaves.

—¿Qué es, entonces?

—Tú tienes veintidós años y lo que tienes no te gusta, no te basta. Te fuiste a Yugoslavia, has tenido tu aventura, has vuelto a ver a tu padre. No te bastará tampoco con esto. Eres como un niño, Pierre. Debes encontrar tu camino. Yo el mío ya lo he encontrado.

Pierre habría querido replicar, pero Angela continuó:

—Tal vez me lo ha impuesto el destino por la fuerza, pero también hay que saber hacer de tripas corazón. Ya no soy una chiquilla, tengo casi treinta años. Era pobre, ahora no me falta nada. Mi hermano estaba acabado, roto. Ahora tiene quien le cuide. Encuentra tu camino, Pierre. Te deseo toda la suerte del mundo. Dejémoslo aquí.

No supo qué replicar. Antes o después tenía que pasar. Su viaje y la recaída del hermano debían de haber desencadenado algo en ella. Tal vez hubiera tenido que estar rabioso, desesperado, en cambio lo único que conseguía era sentirse aturdido, embargado por aquellas palabras, por aquella calma. Sufriría como un perro, después. Se daría con la cabeza contra la pared. Pero no ahora, no allí.

La vista se le nubló. Sintió el beso de ella en su mejilla y cuando consiguió enfocarla, Angela ya se estaba alejando.

Así pues, todo había terminado. Así. Un golpe seco. Como beberse de un trago una grappa en ayunas.

Bolonia dormitaba a los pies de la colina.

Intentó dar un paso, tenía que irse, no soportaba más aquel lugar, aquel panorama, lo odiaría toda su vida. No pudo moverse. Se sentó con la cabeza entre las rodillas. El cerebro atravesado solamente por una sarta de blasfemias.

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