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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 12 Bolonia, Villa Azzurra, 16 de mayo

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CAPÍTULO 12
Bolonia, Villa Azzurra, 16 de mayo

—Tampoco hoy ha venido tu amiga Teresa —dijo Ferruccio en tono de reproche.

Estaba sentado en la cama, la espalda apoyada contra dos almohadas y el pijama azul que le había regalado ella por Navidad.

Angela le arregló el pelo alborotado.

—Puede que durante un tiempo ya no venga.

Él arrugó la frente, un tic apenas perceptible atravesaba el cuello.

—¿Habéis reñido?

—No, Fefe, no te preocupes, es solo que tiene cosas que hacer.

—¿Y tú qué vas a hacer? Te quedas sola.

—Yo vengo a verte a ti.

Él sacudió con fuerza la cabeza.

—No, no, tú te quedas sola.

Angela le sonrió, acariciándole de nuevo. Ferruccio había comprendido que entre ella y Pierre había pasado algo y no quería resignarse a la idea.

—No, Fefe, yo no estoy sola. Te tengo a ti y a Odoacre. Y vosotros me queréis.

Ferruccio jadeó, miró en torno, luego volvió a mirarla con fijeza.

—No, no.

—¿No qué? ¿Tú no me quieres?

—Yo sí —dijo el hermano sin añadir nada más.

—Y también Odoacre. Y también te quiere a ti. Cuando te pusiste mal volvió deprisa y corriendo de Roma, porque estaba preocupado. Se llevó un buen susto, ¿sabes? A él lo tendrás siempre a tu lado.

Ferruccio apretó la mandíbula y los puños sobre las sábanas.

—¿Por qué no ha venido Teresa?

Odoacre decía que no dejara que Ferruccio se obsesionase demasiado con las cosas, le sentaba mal, se volvía obsesivo.

—Escucha, ¿cómo va el nuevo medicamento? Me parece que estás mejor.

—Produce mal aliento.

—Y tú lávate los dientes, ¿cuántas veces tengo que decirte que te laves los dientes?, porque luego el dentista cuesta un ojo de la cara.

Ferruccio asintió mirando a otro lado.

—Me da miedo. Por el agujero salen los monstruos.

Angela lo abrazó.

—Pero ¿qué cosas dices? Tú siempre con los monstruos.

En ese momento llamaron a la puerta y entró Marco, el enfermero, una sonrisa afable en la cara redonda.

—Aquí me tienes. Buenos días, señora.

—Buenos días, Marco.

—Es la hora de la medicina.

Ferruccio ponía cara larga. Luego se volvió hacia el enfermero y espetó:

—¿Por qué te marchaste?

Marco preparó las píldoras y puso agua en el vaso.

—Estaba de luna de miel, Fefe, me he casado.

—¿De veras? ¿Y cómo está la novia? —preguntó Angela.

—Bien, gracias. Hemos puesto casa en Corticella. Y el marido de usted ha sido muy amable alargándome el permiso una semana. Dele las gracias de nuevo de mi parte. Por desgracia, me he enterado de que Ferruccio estaba mal solo a la vuelta. Vamos, Fefe, tómatelo, todo de una vez.

Ferruccio obedeció, luego se secó la boca con las sábanas.

—Cuando no estabas era mejor.

Angela le reconvino:

—Fefe, pero ¿qué cosas dices?

Marco meneó la cabeza.

—No es verdad. Te viniste abajo, ¿no te acuerdas?

—No tenía que lavarme los dientes. Nada de medicina, nada del agujero del lavabo.

—Deja de decir tonterías —dijo Angela mientras le ayudaba a ponerse la camiseta de tirantes—, y ahora vístete y te llevaré a dar una vuelta.

* * * * *

Angela echó una mirada nerviosa al teléfono.

Incapaz de decidir. Solo comerse las uñas y dos palabras. Nada de Medicinas.

Extraña cosa el cerebro: primero nada de nada. Luego obsesión. Almibaramiento en cada gesto. Cuelgas el sombrero, Nada de Medicinas. Dejas las llaves, Nada de Medicinas. Enfilas el pasillo, Nada de Medicinas.

A Odoacre no le gustan determinadas preguntas. Siempre dice: No eres médico. Dice: Determinadas cosas a los profanos les parecen extrañas, pero el doctor sabe lo que hace. Hay que dejarle trabajar.

La desconfianza en el médico hace que uno se cure peor. El Evangelio según Odoacre Montroni.

No le gustan determinadas preguntas: las previene. Lo cuenta todo él. Nunca una laguna, nunca un equívoco.

Confianza. Odoacre en Roma. Marco de vacaciones. Un descuido y Fefe pierde la cabeza.

Por tanto ahora levanta ese teléfono y llama a Marco.

¿Te acuerdas de la frase de Fefe, esta mañana, que cuando tú no estabas no tomaba el nuevo medicamento? Bueno, verás, he hablado con mi marido. ¡Qué va! Una pésima idea. Has hablado con el director: ¿qué más pretendes?

¿Un error? Imposible, ha dicho. Me habrían informado. Si no enseguida, a mi vuelta.

Eso es. Exacto. A tu vuelta ya estaba armado el pastel y el sustituto no se sintió con ánimos de contártelo todo. Normal.

Jesucristo Montroni ha hablado mediante parábolas. Cuando derramas la sal sobre el mantel, basta con que la eches a tus espaldas y evites las desgracias. Ningún daño, ninguna desgracia. Pero en la clínica no. Si escondes el daño la desgracia se agrava. Algo contrario a la ética profesional. Mi sustituto es un médico competente. Cuenta con mi plena confianza.

Tú a este sustituto ni siquiera le conoces. ¿Se puede fiar uno por persona interpuesta?

Está bien. Entonces se habrá equivocado Fefe. Qué quieres, él es un «minusválido». Piensa que los monstruos salen por el lavabo, figúrate tú si va a acordarse de qué medicinas ha tomado. Tienes razón, Odoacre, qué tonta soy, hacer caso al bobo de mi hermano.

Respuesta de costumbre: Nadie ha dicho que tu hermano sea un bobo. Pero tampoco es médico. Asocia hechos distintos: el mal aliento y la medicina. Pero en su terapia no hay nada que provoque halitosis. Si no es en combinación con otra cosa. Qué sé yo: del café. Marco es una excelente persona, pero siempre deja que Fefe tome unas gotitas de café y no debería. Entonces la conexión adecuada es: ni Marco, ni café, ni mal aliento. Fefe no puede saberlo. Él no mira qué pastillas le dan. Se las traga y punto. Créeme. Es así de simple. Mañana vigilaré.

Tranquilizador.

Convincente.

¿Cómo es, entonces, que no estás tranquila? ¿No te fías del doctor Montroni? ¿No te fías de tu marido? Desde luego que me fío, seguro que tiene razón. Pero Fefe es mi hermano. Está mal y avisan a Odoacre. Lo llevo al mar una semana y el responsable es Odoacre. Dice una cosa extraña y me la explica Odoacre.

Es así de simple. Mañana vigilaré.

Angela apartó los ojos del auricular.

Nada de Medicinas.

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