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Coda » II Periferia este de Bolonia, 2 de septiembre

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Periferia este de Bolonia, 2 de septiembre

McGuffin había transmitido dibujos animados de gatos que perseguían a ratones.

El ratón de nombre Jerry vivía detrás del zócalo de una cocina espaciosa y bien amueblada. Un agujero hacía de puerta. En su interior, un lecho hecho con una cajita y varios adornos reciclados de la basura. Del ama de casa se veían siempre y solamente los pies, y unas gruesas pantorrillas.

Con una escoba trataba de golpear al gato de casa. El gato había ensuciado el comedor. El gato se llamaba Tom. Se pasaba el día persiguiendo a Jerry.

Ratones y gatos daban vueltas alrededor de McGuffin, en lo alto de la colina de basura. A menudo, una gata dormitaba dentro de McGuffin. No se parecía a Tom.

Los ratones tenían pelaje y colas largas, y no se parecían a Jerry.

Al alba, la pantalla rota de McGuffin reflejaba la salida del sol.

A la hora del crepúsculo, el espejo roto que tenía enfrente reflejaba la rojiza puesta de sol.

Por la noche, grillos y chillidos, ladridos lejanos, maullar insistente, ruidos de zapatos o botellas lanzadas a los gatos para que se callaran.

Una silla rota. Botones de aparatos de radio. Ropas que ya no valía la pena remendar.

McGuffin no podía saberlo, pero el olor era espantoso.

McGuffin se lo imaginaba.

No captaría más ondas electromagnéticas para transformarlas en sueños o pesadillas.

Nadie le miraría fijamente con la mirada apagada como las colillas de cigarrillo que ahora lo rodeaban.

Sin embargo, McGuffin servía para algo. La gata estaba embarazada. Pariría antes de Navidades.

Había pasado de casa en casa. Ahora era una casa. Alguien tenía de verdad necesidad de él, por fin.

De haber tenido una boca, un rostro, McGuffin habría sonreído.

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