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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 33 Moscú, cuartel general del Primer Directorio Central del KGB, 3 de abril

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CAPÍTULO 33
Moscú, cuartel general del Primer Directorio Central del KGB, 3 de abril

Las informaciones llegaban al ministerio siempre de primera mano. El Comité había heredado la red entera.

Pocos años antes habían sido descubiertos los «topos» que desde los años treinta trabajaban dentro del Servicio Secreto británico. En los pasillos se comentaba que algunos de ellos habían «regresado» a Moscú y que los que permanecían «fuera» habían tomado precauciones, reorganizando su propia actividad. Sea como fuere, era gente competente, que había hecho carrera en las filas enemigas, renunciando a su amor por la patria para servir a la causa del socialismo. Nadie, excepto los grandes jefes, sabía quiénes eran, pero Zhulianov sentía por ellos una gran admiración. También ahora tenía él un papel en el meticuloso engranaje.

El material que obraba en su poder procedía de Londres, diez carpetas manuscritas con la información que necesitaba.

No se trataba de raptar a un agente enemigo, a un científico que quería cambiar de bandera o a un residente que debía regresar. Nada de eso.

La persona a la que había que secuestrar era uno de los actores americanos más famosos, en realidad un inglés nacionalizado. Zhulianov recordaba todas las películas que le habían pasado para perfeccionar el acento: decenas, centenares de películas en las que la burguesía americana ponía en escena sin pudor su propia decadencia y corrupción moral. Dramas familiares, infidelidades, comedias de equívocos, ostentación de lujo. Y las tristes películas de guerra en las que los rusos no aparecían jamás. Como si no hubieran sido los primeros en pararle los pies a Hitler, mientras los angloamericanos jugaban a batallitas navales. Los primeros en entrar en Berlín, cuando los Aliados todavía andaban a duras penas por las marismas del Rin.

Los actores, sin embargo, no tenían ninguna culpa. Eran piezas de la gran maquinaria propagandística americana, asalariados de lujo que trocaban su dignidad a cambio de gloria y dinero. En la Unión Soviética el cine estaba al servicio del pueblo. En los países capitalistas el pueblo estaba al servicio del cine. Millones de trabajadores atontados por las comedias de Hollywood para que olvidasen su condición de explotados y corrieran a gastarse su dinero en las taquillas.

La fotografía de Cary Grant campaba en la parte superior de la documentación, junto a la descripción física y los datos personales. Las directrices eran claras: comandaría un equipo de cuatro elementos, militares preparados y motivados. Se trataba de identificar el objetivo, interceptarlo y luego trasladarlo a un buque mercante búlgaro rumbo a Malta. El rehén debía permanecer a bordo del buque durante setenta y dos horas. Luego debía ser soltado delante del mando de la Military Intelligence en La Valletta.

Andrei Zhulianov pensó en su anciana madre, en Kiev. Hubiera estado orgullosa de él.

* * * * *

Moscú, palacio de la Lubianka

El general miró hacia fuera por la gran ventana. Los coches atravesaban la plaza delante del palacio bajo una fina lluvia.

Aquella misión era un paso más adelante en su carrera. La confianza de Jruschov era bien correspondida. Comenzaba a comprender cómo razonaba aquel ucraniano retaco: muchas cosas estaban cambiando y la política extranjera de la Unión Soviética no sería la misma. Había necesidad de gente práctica y de confianza. Gente como él. Se permitió una leve sonrisa mientras observaba brillar las farolas en el anochecer moscovita.

Jruschov quería restablecer las relaciones con Tito. Yugoslavia era un país estratégico, el corazón de los Balcanes, al abrigo de Occidente, con cientos de kilómetros de costa. Pero Jruschov sabía también que Tito estaba dispuesto a irse con el mejor postor. Se trataba de hacerle comprender dónde le convenía estar a Yugoslavia: con la Unión Soviética y los países hermanos. La caída de Djilas, aún más crítico que Tito con respecto a Moscú, parecía una primera señal de acercamiento. Convenía insistir.

Una vez leído el informe de Londres, el general Serov se había preocupado de informar inmediatamente al secretario y al primer ministro. El MI6 incomodaba a uno de los más grandes actores de Hollywood con tal de convencer a la puta de Tito de que se hiciera amigo de los occidentales. Empresarios cinematográficos improvisados: ¡una película sobre la lucha de liberación yugoslava! Capaces hubieran sido de vender el culo de sus madres con tal de estar un paso más adelante que la URSS. Pero hacían las cuentas sin contar con Nikita Jruschov, el lobo con piel de cordero, y sin el general Ivan Serov.

La desaparición de Cary Grant tendrá en los Servicios Secretos occidentales el efecto de un terremoto y desacreditará a los yugoslavos, transformando el idilio en pesadilla. Quién sabe las caras que pondrán cuando pierdan el contacto con su «embajador artístico». Acusaciones recíprocas, insultos, rodar de cabezas, tal vez incluso amenazas de guerra. Setenta y dos horas de puro pánico. Quién sabe qué inventarán. Tal vez nada: la embajada de Cary Grant es una operación secreta, esos ineptos se encontrarán en la imposibilidad de justificarse. Luego, de repente, mister Grant reaparece sano y salvo en Malta con los homenajes del KGB. Mensaje fuerte y claro a los oídos del MI6 y de la CIA. No volváis a intentarlo.

Al viejo mariscal Tito no le quedará más remedio que mostrar su mejor sonrisa y estrechar la mano a Nikita Jruschov.

Dejar que el enemigo avance, luego asestarle un golpe despiadado hasta la aniquilación.

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