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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 44 En los alrededores de Colchester, Essex, UK, 24 de abril

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CAPÍTULO 44
En los alrededores de Colchester, Essex, UK, 24 de abril

Estaba de pésimo humor.

No había dormido un solo minuto. El avión militar que le había sacado de Estados Unidos era el cacharro más incómodo en el que había viajado nunca: mal presurizado, ruidoso, gélido. Había aterrizado en un aeropuerto militar próximo a Londres, el tiempo justo para echar una meada, y enseguida había tenido que reanudar el viaje. Esta vez un Bentley con todas las comodidades, directo al corazón de Essex, a la casa de campo de sir Charles Tilston Bright. Esperaba al menos poder darse una ducha.

El paisaje inglés ayudaba a conciliar el sueño. Cary no estaba de acuerdo con los que lo definían como aburrido. Cierto que no tenía la variedad de un paisaje de montaña y tampoco el toque romántico de una costa cayendo a pico sobre el mar, pero si uno quería descubrirla, había también una fascinación en el sucederse siempre igual de campos arados, cottages e hileras de árboles. Se respiraba la posibilidad de algún acontecimiento, sobre todo cuando descendía la niebla, semejante al humo de hielo seco que utilizan los prestidigitadores para hacer sus números más espectaculares. De la chistera podía salir todo tipo de situaciones, incluido el encuentro secreto entre un famoso actor de Hollywood y un jefe de la intelligence inglesa interesado en una película sobre el mariscal Tito.

Fue despertado por el tictac del intermitente y vio el morro del Bentley dirigirse hacia una cancela metálica y entrar en el patio de una villa de estilo victoriano.

Un viento insoportable barría la campiña, ensañándose con las ventanillas del coche y con el sombrero que Cary estuvo tentado de abandonar, simulando el incidente con tal de quitárselo de encima. Se levantó la solapa del abrigo y siguió al chófer a la parte trasera de la casa. La puerta principal estaba cerrada.

Atravesaron un par de estancias en las que no penetraba ni un solo rayo de luz, hasta que el chófer abrió una puerta y, deteniéndose en el umbral, tieso, anunció al huésped.

—Mister Kaplan ha llegado, sir Charles.

Cary avanzó unos pasos. La estancia estaba amueblada con gusto y la llenaba un agradable olor a leña y a tabaco. El que debía de ser sir Tilston Bright fue a su encuentro tendiéndole la mano. Cary lo miró y tuvo que admitir que el hombre tenía cierto estilo. Andares sueltos, sonrisa sincera, ojos claros y profundos, vestía la clásica indumentaria de fin de semana para fuera de la ciudad, sin renunciar a un fular que sobresalía con elegancia del pullóver.

—Bienvenido a Wilford, mister Grant. Y bienvenido de vuelta a Inglaterra. ¿Hace mucho que no venía?

—Desde la última vez que visité a mi madre —abrevió Cary. No estaba de humor para comentarios nostálgicos sobre la vieja isla. Charlas de coroneles retirados.

Mientras se acomodaban en unos pequeños sofás sir Charles carraspeó apenas:

—Disculpe, pero no le hemos revelado al chófer su identidad. Aparte de mí y de mis más estrechos colaboradores, todos los demás creen estar tratando con George Kaplan, un agente de vuelta de Estados Unidos con importantes noticias que referir.

—Una precaución acertada —respondió Cary—, y le felicito por la casa, sir Charles, es realmente encantadora. Aunque, para ser sincero, después de diez horas en ese avión infernal habría encontrado acogedor hasta el garaje.

Sir Charles se rió ruidosamente, por la incomodidad, tal vez, o por poca familiaridad con el humor.

—Gracias, mister Grant, el cottage pertenece a mi familia desde hace más de cien años y me esfuerzo por mantenerlo acogedor. Ahora le dejo a usted que elija: imagino que estará muy cansado del viaje. Si quiere subir a la habitación, no tiene más que pedirlo, de lo contrario podemos hablar de lo que nos interesa y dejar el descanso para más tarde.

Cary observó de nuevo al hombre que tenía enfrente. Se pasó una mano por la áspera barbilla y se aflojó el nudo de la corbata. Mejor saber enseguida de qué se trataba.

—Ya puestos, sir Charles, preferiría aclarar las modalidades del viaje. Una vez que las conozca, me será más fácil consultarlo con la almohada.

Sir Charles puso tres dedos de scotch en dos finos vasos y ofreció uno al actor.

—Bien, mister Grant —dijo al fin mientras olisqueaba el alcohol—. Sé que quiere visitar a su madre en Bristol, pero imagino que puede haber otras necesidades de las que no estoy informado. Procederé, pues, de este modo. Primero le ilustraré acerca de los detalles del viaje, luego veremos cómo satisfacer sus peticiones.

Con un gesto de cabeza Cary lo invitó a proseguir.

—Por lo que se refiere a la visita a su madre, es preciso tener mucho cuidado. En Bristol es usted conocido, igual que su madre, y los periodistas de provincias andan siempre a la caza de noticias.

—Respecto a eso —le interrumpió Cary—, quisiera tranquilizarle. Para evitar acosos he establecido un pacto con la prensa local. Ellos me dejan tranquilo y yo a cambio, antes de volver a América, convoco una rueda de prensa con los periodistas interesados. Naturalmente no es mi intención hacerlo en esta ocasión, pero así los fotógrafos no acecharán la casa de mi madre.

—Esto lo vuelve todo más simple, mister Grant. Habíamos pensado organizar el encuentro en un hotel, pero por lo que deduzco no será necesario.

—Por favor: mi madre no soportaría encontrarse conmigo en un lugar extraño, se pondría extremadamente nerviosa.

Sir Charles volvió a encender la pipa soltando largas bocanadas e invitó a Cary a un puro. La lejanía de Betsie se dejó sentir enseguida. El ex fumador de tres paquetes diarios, ayudado por la mujer a dejarlo, cedió enseguida a la tentación. En la lengua el sabor punzante del puro casaba con el aroma del alcohol.

—Lamentablemente no podremos evitar el viaje en coche hasta Bristol. No podemos permitirnos hacer uso del aeropuerto civil, y el militar no está demasiado cerca. ¿Cree posible pedirle a su madre que no hable con nadie de la visita sin explicar demasiados detalles?

—No creo que sea un problema. Si me pusiera a hablarle del mariscal Tito y de los intereses angloamericanos en Yugoslavia sería ella misma la que me haría callar a las primeras palabras. Encontraré la manera de satisfacer su curiosidad sin revelar nada de la misión.

—Bien —sonrió sir Charles con entusiasmo—, muy bien. Sigamos, entonces. Lo importante, mister Grant, es que usted llegue a Trieste a finales de mes. Asegurándonos esto, podrá organizar su tiempo como mejor crea, con la condición de que nos avise siempre de sus planes y evite lugares y medios de transporte públicos. En los próximos días se le pondrá al corriente de los detalles de su misión. Partirá para Trieste desde el mismo aeropuerto en el que ha aterrizado esta mañana. Una vez allí, será escoltado por un coche hasta la frontera, donde le esperará uno de nuestros funcionarios que le acompañará hasta Dubrovnik. Desde allí los yugoslavos le conducirán a la residencia secreta de Tito, sobre la que no se tienen muchas noticias: un lugar agradable, una isla sin duda, al sur del país. Obviamente uno de nuestros agentes permanecerá siempre con usted, nuestro mejor hombre, a quien conocerá mañana. Y eso es todo.

—De acuerdo, sir Charles —respondió Cary—. Si para usted no es un problema, me gustaría salir mañana hacia Bristol. Me quedaría allí por la noche y regresaría al día siguiente.

Tal vez era Archie el que había hablado. Tal vez era la proximidad de la aventura, de lo desconocido. Archie Leach, tan cerca de casa, tenía prisa por salir.

—Y ahora —continuó Cary poniéndose en pie—, si no hay nada más, creo que me gustaría ir a descansar.

Le dio la mano a sir Charles, que le devolvió el apretón. El chófer, que reapareció a la puerta, preguntó a Cary qué maletas debía descargar.

Cuando salieron el viento había amainado, pero la consabida niebla comenzaba a caer. Cary hizo descargar una pequeña maleta, justo lo necesario para cambiarse de traje. Luego se estiró hacia el asiento delantero, donde había dejado la cartera de piel con el guión de Hitch.

Al hacerlo reparó en un extraño libro que había en el salpicadero. Nueve corazones sangrantes rodeaban el título, caracteres de oro sobre una cubierta marrón, Casino Royale de Ian Fleming. Cogió el libro y cerró la ventanilla.

—¿Es suyo? —preguntó al chófer.

—Sí. ¿Le interesa? Quédeselo, yo lo he terminado mientras le esperaba en el aeropuerto.

—Gracias, no me he traído nada para leer aparte del trabajo. ¿Es un buen libro?

El chófer se encogió de hombros.

—A mí me ha dado rabia. Como si nuestra vida fuera realmente así: mujeres guapas, ardides de mala ley y mucha trapatiesta. Y pensar que el autor es uno de los nuestros… Comandante del Naval Intelligence Department, dice en la contracubierta. De todos modos, para pasar el rato…

Cary sonrió. La novela de un ex agente secreto. La mejor lectura que pudiera encontrar.

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