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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 46 Bristol, 25 de abril

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CAPÍTULO 46
Bristol, 25 de abril

La mayor densidad de folículos pilíferos por centímetro cuadrado de rostro se da en el labio superior. La menor, en las mejillas. El tipo de barba y la frecuencia con que conviene afeitarla dependen, en parte, de factores antropométricos. En pocas palabras, algunas razas son más peludas que otras. Los caucásicos, vulgarmente llamados «blancos», son los más velludos. En ellos, la barba alcanza la máxima espesura en torno a los treinta y cinco años.

Para información del espectador, Cary Grant no había exhibido nunca una barba más larga de un duodécimo de pulgar. En casi sesenta películas interpretadas, aquellas en las que aparecía sin estar perfectamente afeitado se podían contar con los dedos de una mano. Todas coincidían con un retorno de Archie Leach y de su hiriente sarcasmo proletario. Traumas difíciles de llevar, mientras se está comprometido en espiar a los nazis en Hollywood.

En El asunto del día, de 1942, el caucásico Grant —en el punto álgido de su propia producción pilífera— interpretaba a Leopold Dilg, un sindicalista víctima de un montaje, injustamente acusado de homicidio, evadido y escondido en casa de un austero profesor de derecho.

Y Un corazón en peligro, de 1944, prácticamente una sesión de autoterapia. Choque frontal entre Cary y Archie, dirección de Clifford Odets. La historia del cockney desempleado Ernie Mott, y de la amarga, tardía reconciliación con la madre después de años de distanciamiento. («¿Querías a mi padre?» «El amor no es para los pobres, hijo mío. No queda tiempo.»)

Y ahora, en la poco alegre ciudad de Bristol, escoltados por servidores de Su Majestad en terno gris, volvéis a ser dos.

Dos, porque eres tú, «mister Grant», obligado a camuflarte para que nadie te reconozca, pero eres tú, Archibald Alexander Leach, el paradójicamente libre de camuflajes, autorizado a respirar, eres tú quien va canturreando para sus adentros «Anything Goes»:

The world has gone mad today,

and good’s bad today,

and black’s white today,

and day’s night today…[29]

Eres tú quien recorre las calles de tu ciudad natal, a punto de encontrarte con Elsie.

Vuestra madre.

Elsie, que sigue llamándote «Archie».

Elsie, que hablaba sola, se lavaba las manos cientos de veces, se quitaba capas y capas de piel con un cepillo duro, preguntaba a todos y a nadie dónde estaban sus zapatillas de baile.

Elsie, a la que vuestro padre Elias hizo internar en una clínica psiquiátrica, sin tú saberlo. The Country Home for Mental Defectives, en el derruido suburbio de Fishponds, terminal de una línea de tranvía de Bristol.

Tenías nueve años. «Ha ido al mar, a Weston-super-mare, para pasar unos días de vacaciones.»

¿Cuándo comprendiste que ya no volvería? ¿Cuándo llegaste exactamente a la conclusión de que tus padres se habían separado, que tu madre te había abandonado?… ¿Archie?

Elsie, solo una esterlina al año por tenerla en una pocilga, higiene inexistente, enfermeras hoscas.

Elsie, veintiuna esterlinas en total, hasta la muerte del marido y la carta expedida por un abogado inglés.

Elsie, viva. Cincuenta y siete años.

Diciembre de 1935.

Jaquecas, pesadillas, el fantasma de vuestro padre que trata de justificarse, torpemente. El muy bastardo. Aliento fétido, gusanos en la garganta del muerto de cirrosis hepática. «No puedes pedir a los demás que sean transparentes, Archie. Pues tampoco tú lo eres.»

Esquivar a los periodistas. Pocos meses antes, en el funeral de vuestro padre, llegaste a las manos con algunos reporteros. Luego el reencuentro:

—Madre. Estoy aquí.

Ella te recuerda con pantalón corto, Archie.

Ella no te conoce, Cary. No sabe que eres un actor famoso. Resumir dos convulsas décadas a una enterrada viva.

«Archie, hijo mío… ¿Eres tú? ¿Has echado de menos a tu mamá?»

Una pensión vitalicia. Dinero administrado por el gabinete Davies, Kirby & Karath de Londres. Una casa exclusiva para Elsie, en la que ir a visitarla. Pero sin servidumbre:

—Puedo arreglármelas perfectamente sola, querido, no quiero que nadie ronde a mi alrededor para decirme lo que tengo que hacer, y como puedes ver, estar ocupada me mantiene viva, querido.

Y he aquí que, en 1954, en Bristol, en los días más extraños de vuestra vida, abrís la puerta y veis a la mujercita sentada al fondo del pasillo. ¿Os reconocerá, con esa barba larga un tercio de pulgar, arropado en una trenca gris? Cuando os quitáis el sombrero (¡Cary detesta los sombreros!) el rostro de vuestra anciana madre se ilumina de la sorpresa. Se levanta de un saltito, alza los brazos y grita:

—¡Archie! ¡Hijo mío! ¡Qué contenta estoy de verte!

The world has gone mad today.

* * * * *

Pocas horas después de despedirse de la anciana madre, Cary —hospedado bajo el nombre de George Kaplan en un hotelito de Swindon, las habitaciones de su guardia personal en el mismo piso— trataba de conciliar el sueño leyendo la novelita del tal Fleming. El protagonista era un agente secreto listo y arrogante, en misión en la pequeña ciudad francesa de Royale-les-Eaux. El MI6 había puesto a su disposición un presupuesto ilimitado: exorbitante, apuestas al bacarrá, generosísimas propinas dadas a los conserjes del hotel, litros de caros alcoholes ingeridos con indiferencia.

«…Bond permaneció inmóvil durante unos instantes contemplando la extensión oscura del mar fuera de la ventana, luego escondió el fajo de billetes debajo de la almohada de la cama individual, se lavó los dientes, apagó la luz y se metió felizmente entre las ásperas sábanas francesas. Durante unos diez minutos se quedó vuelto sobre el costado izquierdo, pensando en los acontecimientos del día. Luego cambió de posición y dejó vagar los pensamientos hacia el túnel del sueño.»

Cary alzó la mirada: en torno a él, un empapelado mal extendido y amarillento. El aire hinchaba bullones distorsionando aviones y sonrientes mujercitas. La almohada tenía un pequeño siete, casi invisible. De vez en cuando se salía una pluma. La luz de la lámpara era demasiado floja. La única ventana daba a un callejón sin ninguna particularidad. Afuera llovía.

La trama tenía que ver con el espionaje y el juego de azar. Se trataba de acorralar a un equívoco agente comunista, Le Chiffre, tendiéndole una trampa en el casino de Royale.

«El desayuno de Bond era siempre muy abundante… se tomó un gran vaso de zumo helado de naranja, seguido de tres huevos con jamón y de dos buenas tazas de café negro sin azúcar. Finalmente encendió el primer cigarrillo del día, una mezcla de tabaco turco y griego preparada expresamente para él por Morland de Grosvenor Street…»

Párrafos enteros de inútiles detalles que pintaban un estilo de vida que a Cary le parecía chillón, falsamente elegante.

«El coche de Bond constituía su único hobby personal… Era uno de los últimos Bentley de galón y cuarto, provisto de compresor Amhest Villiers… Era un enorme cabriolet descapotable —pero descapotable de verdad— color gris oscuro, que podía alcanzar cómodamente la velocidad de…»

Cary cerró el libro, apagó la luz y «dejó vagar los pensamientos hacia el túnel del sueño».

Frances Farmer se presentó a las dos de la mañana. Archie y Cary soñaron con ella encerrada en el manicomio de Fishponds, pero violada por el personal médico americano, cien por cien rednecks,[30] sin siquiera gritar, luego sola, las rodillas en un charco de orina en el que flotaban salivazos y colillas de cigarrillo.

«Archie, hijo mío… ¿Has echado de menos a tu mamá?»

A través de una sola garganta gritó una multitud de personas: un niño de nueve años vuelto a casa sin encontrar a su madre; un actor famoso que se encontraba con su madre después de veintiún años de separación; un proletario inglés aprisionado en el cuerpo y en el mito del hombre con más estilo del mundo; un ex actor desgarrado por las dudas sobre el futuro; el doble de un tal Jean-Jacques Bondurant; un caucásico nostálgico del invento de King C. Gillette; un agente secreto implicado en una extraña misión diplomática; un paranoico esquizofrénico perseguido por los fantasmas; y por último, un tal George Kaplan.

El hotelito se llenó de voces y ruidos. Sus guardaespaldas, en mangas de camisa, abrieron de par en par la puerta manteniéndose fuera del vano, se arrojaron al suelo de la habitación apuntando los revólveres, luego vieron que Cary estaba (aparentemente) solo, se volvieron a levantar, y uno de ellos preguntó:

—¿Va todo bien, mister Kaplan?

Cary, pijama de seda azul oscuro sobre el que se recortaban dos o tres plumas blancas, barba de casi medio pulgar de larga, los miró y respondió:

—Sí… Era solo una pesadilla. Les pido disculpas.

Cuando se despidieron, Cary se levantó, se cepilló el pijama, tomó aguja e hilo del bolsillo de la chaqueta y remendó el siete en la almohada. Se sentó en la cama y volvió a abrir el libro de Fleming. El sexto capítulo se titulaba: «Dos hombres con sombrero de paja».

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