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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 3 Bolonia, noche del 5 al 6 de mayo

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CAPÍTULO 3
Bolonia, noche del 5 al 6 de mayo

Ettore no iba en bicicleta. Prefería caminar. «Ya pedaleé bastante cuando era gappista[42] —decía— y ahora no pienso hacerlo más.»

Vivía cerca de Porta San Felice, también al almacén iba a pie. Para ir a bailar o al cine, se ponía un traje nuevo con el cuello perfectamente almidonado, la corbata apropiada y los zapatos relucientes, prefería caminar bajo las arcadas, exhibir la raya de los pantalones que le caía como una plomada.

Además, ¿por qué llevar a las mujeres en la barra de la bicicleta, con el hierro clavándosele en el culo, en vez de llevarla cogida del brazo? Pasear, como si en el mundo no hubiera nada por lo que valiera la pena ir deprisa, ni siquiera hacer el amor.

Era una reacción contra su «oficio»: siempre arriba y abajo, adelante y atrás, sin faltar nunca a las citas, entregar la mercancía sin retraso, dar gas al motor, cubrir la máxima distancia antes de caerte de sueño.

Cuando libraba, no quería saber nada de ruedas ni de andar corriendo.

Claro que vivía en el centro, solo, y además tenía una cama de matrimonio. A las mujeres las llevaba a casa con toda la calma.

Aquella noche, al salir de El Séptimo Cielo, Ettore estaba solo y meditabundo.

Tenía treinta años y una vaga pero fundada reputación de «no muy bueno». El Partido y la Asociación Nacional de Partisanos de Italia, ANPI, lo habían expulsado por «indignidad moral» en el 49, pero el motivo concreto no lo conocía nadie. Había quien decía que por droga, otros por prostitución y por quién sabe qué otras cosas.

Quede claro que estas cosas las decían sin estar él presente, nadie quería ganarse unas hostias.

Ettore Bergamini había sido partisano en Monte Sole, en los Apeninos, con la Brigada Estrella Roja del sargento mayor Mario Musolesi, el mítico Lobo.

Tomó parte en enfrentamientos armados muy violentos, interminables.

Había utilizado explosivos, tendido emboscadas, ajusticiado a enemigos, combatido al lado de ingleses, checoslovacos, rusos, y hasta de un indio, Sad. No un piel roja sino un indio de la India, con turbante en la cabeza.

Había visto a Ettore Ventura «Aeroplano» cargar contra los alemanes a lomos de un caballo blanco.

Había visto a la madre de Fonso presentarse en medio de un combate sin hacer caso de los tiros, una expedición de kilómetros para llevarle a su hijo un cuenco de natillas.

—¡Pobre, llevas horas combatiendo y no has comido nada!

Fonso se había quedado mirándola, aturdido, incapaz de creerse lo que veía.

Luego se había bebido las natillas y había dicho:

—Gracias, mamá. ¡Pero ahora ponte a cubierto!

El 27 de junio, debido a graves divergencias estratégicas y políticas con Lobo, Sugano Melchiorri había formado un nuevo batallón de cuarenta y seis partisanos. Entre ellos estaba Ettore.

Después de mil vicisitudes, la Estrella Roja-Sugano había bajado al llano y se había fusionado con la Séptima Gap, destacamento de Anzola. Las últimas veces en las que Ettore había usado una bicicleta. Allí había conocido a Amleto Benini «Blanco» (porque tenía ya el pelo cano), que más tarde le daría trabajo. Aquel trabajo.

En octubre del 44 habían tomado parte en la batalla de Porta Lame, tres días increíbles, el único enfrentamiento abierto entre alemanes y partisanos en el interior de una ciudad europea.

El 21 de abril del 45 Ettore había liberado Bolonia al lado de los otros compañeros.

Ya, pero ¿de qué la habían liberado?

Los fascistas, amnistiados.

Los partisanos, expulsados por la policía y perseguidos por la magistratura.

Sugano, víctima de un montaje judicial, obligado a escapar a Checoslovaquia como otros muchos compañeros.

También habían investigado a Ettore. Cosa de poca monta, presuntas extorsiones y «robos». Siempre lo habían absuelto, pero algunos de los cargos seguían pendientes.

¿E Il Carlino? Tras cambiar varias veces de nombre, aún seguía escribiendo embustes, como cuando el 11 de octubre del 44 había negado que se hubiera producido la matanza de Marzabotto.[43] Ettore había conservado el recorte de prensa. A fuerza de releerlo, se sabía de memoria pasajes enteros:

Los habituales rumores infundados, típico producto de mentes calenturientas en tiempos de guerra, aseguraban hasta ayer mismo que en el curso de una operación policial contra una banda de facinerosos, unas ciento cincuenta personas entre mujeres, ancianos y niños, habían sido fusilados por tropas alemanas de rastreo en el municipio de Marzabotto… Estamos, pues, ante una nueva maniobra de los acostumbrados inconscientes destinada a caer en el ridículo porque todo el que quiera preguntar a cualquier honesto vecino de Marzabotto o, al menos, a alguien que haya salido de la zona, se enterará de la auténtica versión de los hechos.

Unos mierdas.

Dolor, lágrimas, miedo, odio. Pero también euforia, ganas de acabar con la guerra y el fascismo, deseo de construir una Italia nueva. La vida tenía sentido en aquellos días, no era solo pasar de una hora a otra, arrastrarse de un día a otro.

¿Por qué negarlo? Ettore lo sabía: aquellos meses en la montaña habían sido los más hermosos de su vida. Después no había habido nada de verdad interesante.

No se dirigió hacia casa. Dobló en via Lame y llegó a la Porta. El cielo estaba lleno de estrellas, cientos de estrellas, tal vez un millar.

Lo había hecho ya mil veces, lo hizo de nuevo.

Recordó la batalla, disparo tras disparo.

Había niebla y alguien gritaba:

—¡Garibaldi lucha!

Él había gritado a pleno pulmón:

—¡Estrella Roja vence!

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