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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 16

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CAPÍTULO 16

Declaración dirigida con fecha 02/02/1954 al comisario de la policía nacional Pasquale Cinquegrana por Pagano Salvatore, de padre desconocido, arrestado bajo la acusación de haber sustraído un caro aparato de televisión de marca americana de la base militar de las Fuerzas Aliadas de Agnano, Nápoles.

Le ruego me excuse, pero esta vez no le he entendido. ¿Qué historia es esa de la bofetada? Sí, claro, a don Luciano lo conozco. ¿Y quién no lo conoce? Ya le dije que Agnano es mi segunda casa, mejor dicho, casi la primera, y don Luciano viene a menudo, y uno le conoce, por fuerza, vaya y pregunte si no a los mozos de cuadra, a los de las apuestas, a los del bar, a los machacas. Todos lo conocen. Y usted dice que alguien le soltó un sopapo, justo el día en que estaba yo también, el tres de enero, cuando gané las cinco mil liras apostando por Monte Allegro. ¿Está usted seguro? Entre otras cosas, eso no tiene nada que ver con lo otro, lo del televisor americano, me refiero, y si supiera algo se lo diría de buena gana, pero por desgracia no vi nada parecido, ni tampoco lo he oído decir, porque una cosa así se habría comentado mucho en Agnano, no le quepa duda. ¿Y quién iba a darle un sopapo a don Luciano? Todos lo aprecian.

¿Un sopapo? Hágame caso, si uno le da un sopapo a don Luciano esté seguro de que no le da tiempo de venir a contárselo, no sé si me explico. ¿No comprende? Bueno, mire una cosa, yo a don Luciano lo conozco solo de vista, digámoslo así, y es una excelente persona, pero otros le tienen ojeriza y van diciendo que hace las peores cosas, solo porque es extranjero, es decir, es italiano pero viene de Nueva York, y es muy fácil tomarla con él. Así que sus amigos, esos que le echan una mano para ganarse la vida, se han enfadado, mejor dicho, se han puesto hechos una furia, pues aprecian a don Luciano. O sea, que si uno le suelta de veras un sopapo, esos se disgustan, y ya sabe usted cómo funcionan estas cosas, tal vez se van a buscarle, al cabrito, para decirle que no lo haga más, que no les ha hecho ninguna gracia, y el otro quizá se pone gallito, que si vosotros quiénes sois, que si vuestras madres, que si ese don Luciano. Y así se pierden los estribos, quizá se llega a las manos, cuando en cambio se habría podido hablar tranquilamente, y el que está solo se lleva la peor parte, porque los otros son más. Y no se le ocurre venir a contárselo a usted, primero porque es él quien empezó, el que dio el sopapo y provocó a los que fueron a hablar con él. Segundo, porque ahora está rabioso él también, y si tiene amigos los manda a hablar directamente con los amigos de don Luciano, en absoluto con usted, y tratan de resolver la cosa entre caballeros.

Comprendo, sí. Los amigos de don Luciano según usted fueron a ver al cabrito que le soltó el sopapo, pero en vez de hablar dice usted que emplearon métodos más rudos, una llave inglesa, dice, la cabeza rota. ¿Y por qué me sale a mí con eso, o no estoy yo aquí por lo del televisor americano?

¿Que si conozco a Stefano Zollo? Ya se lo he dicho, en el hipódromo nos conocemos un poco todos, los que vienen a menudo. Pero conocer lo que se dice conocer es tal vez demasiado, se sabe que uno se llama así o asá y tiene una determinada cara, y cuando nos encontramos, ¿cómo va?, ¿cómo no va?, que vaya bien, y eso es todo. Zollo, sí, me parece que le conozco, uno gordo, pero no estoy seguro. Y eso es todo lo que sé, se lo aseguro.

¿Casación? Bueno, también a él, es otro de esos que andan por Agnano, también él hace sus apaños, como yo. ¿Que también él tenía cinco mil liras en el bolsillo? Haría también una buena apuesta. No, ese es un trolero. No debe creer una palabra de lo que dice, hágame caso a mí. ¿Cree usted que ese Stefano Zollo nos soltó cinco mil liras a cada uno porque hicimos una apuesta para don Luciano? Ese se lo inventa todo, lo confunde todo, está visto que el dinero lo ha ganado con una apuesta no muy limpia y no quiere soltar prenda. Tenga en cuenta que a ese lo llaman así, Casación, porque un día te dice una cosa y al siguiente todo lo contrario, cambia de parecer, como hace el juez de casación, precisamente, cuando dice que otro juez se ha equivocado, que hay que volver a empezar el juicio. En resumidas cuentas, que él es la casación de sí mismo, hace y deshace, dice y contradice, es famoso por eso, si no pregunte por ahí, no hay que hacerle caso, nunca, mañana lo vuelve a coger y le dirá que esas cinco mil liras se las dio la princesa Soraya, esa belleza de señora, de limosna, y al día siguiente le vendrá contando que rezó a san Jenaro y, ¡zas!, se las encontró en el bolsillo, de milagro.

No, yo no he trabajado nunca para don Luciano, se lo juro, pues es persona demasiado importante, pues sí que iba a fiarse él de uno como yo para hacer sus apuestas. Además, ¿cinco mil liras, de regalo? Don Luciano no es ningún millonario, ¿o qué se cree? Tiene suerte con los caballos, pero nada más. Bueno, también él debió de apostar por Monte Allegro, ese día, está usted bien informado. Se ve que también él conoce bien los caballos, a lo mejor tiene un amigo en los establos que le dijo que Ninfa había tenido ese mal cólico. No lo sabía yo solo, son rumores que corren, ya sabe lo que pasa.

Pero, perdone, ¿no quería usted saber lo de ese televisor?

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