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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 21 Palm Springs, California, 15 de febrero

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CAPÍTULO 21
Palm Springs, California, 15 de febrero

Tenía las cejas demasiado pobladas, casi juntas, y el hoyuelo de la barbilla poco pronunciado.

Jean-Jacques Bondurant atravesó el salón a zancadas. Sonrisa forzada, la mano derecha hundida en el bolsillo, recordaba a un viajante de comercio en su primera visita de trabajo. Se esforzaba por parecer desenvuelto, como en las funciones parroquiales de Montreal, pero la casa de Palm Springs no era lo mismo. El público, tampoco.

Cary le miró llegar hasta la biblioteca, en el otro lado de la habitación, y abandonó el sofá para dirigirse a él.

—Ruego me disculpe, mister Bondurant, pero con estos andares no se parecerá usted a Cary Grant ni por asomo. Y antes o después tendrá que tirar sus zapatos.

—¿Cómo? ¿Los zapatos? Mister Grant, no comprendo.

Hablaba con un acento nasal imposible, con erres a la francesa, y el cuello de la chaqueta le cubría el de la camisa.

—Verá —intervino Betsy a pesar de su papel de observadora—, para caminar como mi marido debe esforzarse en pensar como él. Métase esto entre ceja y ceja: no echar a perder los zapatos. Método Grant: evitar doblar el pie.

La ceja enarcada de Bondurant era casi perfecta, y la expresión de desconcierto, la misma que la del original. Con unos cuantos pelos menos no se notaría la diferencia.

—Mi mujer trata de decir que no debe despegar el pie del suelo en dos tiempos, talón y luego puntera, sino de una sola vez, talón y puntera al mismo tiempo. Para impedir que los zapatos se arruguen en el centro, así.

La caminata de Cary Grant, prototipo de elegancia desenvuelta, preludio de mil cortejos y de otros tantos éxitos. El doble observó al modelo ir y venir un par de veces, luego se puso a su lado.

Piernas rígidas, pero ágiles y esbeltas, rodillas ligeras. «Métase esto entre ceja y ceja: los zapatos.» No era cosa sencilla, había que pensar en los pies sin dignarse dirigirles una mirada, mientras lanzaba alrededor miradas complacidas.

Betsy dio unas palmadas y animó al canadiense:

—Bien, mister Bondurant, tiene usted el don de aprender rápido.

La mano en el bolsillo tenía algo de exagerado y el semblante estaba un tanto pálido.

El doble sonrió. La sonrisa de Bondurant.

—Será necesario un poco de entrenamiento, mister Bondurant. Le sugiero que practique los andares.

—Por supuesto, mister Grant.

—Bien. Ahora acláreme una curiosidad, mister Bondurant. ¿Cómo piensa arreglárselas con respecto a su inglés?

—¿Eh? ¿Mi inglés?

—Su acento. ¿Cree que conseguirá en algún momento hablar como yo?

La ceja enarcada funcionaba. Había que recordarle que hiciera un uso discreto del gesto.

—Me han dicho que casi no tendré que abrir la boca. Solo dejarme ver, pasear, pedir el periódico, despedirme de su mujer al salir de casa. Nadie debería darse cuenta de la diferencia.

Los del MI6 debían de estar chiflados. De acuerdo, el periódico y el paseo. ¿Y si alguien se acercaba a pedirle un autógrafo? ¿A lo mejor un periodista? ¿Qué haría el doble? No se podía ciertamente fingir un problema repentino en las cuerdas vocales, eso no haría sino aumentar la atención, los fotógrafos, los artículos de prensa.

Y justificar la extraña pronunciación como una suerte de ensayo para un nuevo personaje, aún peor. Atenciones redobladas para el regreso de Grant a la gran pantalla.

Cary vació el vaso de scotch. El doble miraba incómodo a su alrededor. Llevaba el nudo de la corbata más largo de lo debido y el tupé no disimulaba del todo las entradas.

Problemas de los Servicios Secretos de Su Majestad. Si alguien descubría el truco, ya se las apañarían ellos. No era de esto de lo que había que preocuparse. Más bien, si Bondurant funcionaba, nadie tenía por qué pensar que Cary Grant había perdido el estilo, que se había abandonado, se ponía chaquetas mal cortadas y zapatos con el empeine arrugado.

—¿El traje que lleva puesto es un traje de Cary Grant, mister Bondurant?

—¿Cómo? No, mister Grant. ¿Cómo iba a coger uno de sus trajes así como así…?

Viendo a su marido en dificultades, Betsy interrumpió al doble para evitar que las relaciones se crisparan:

—No, no, no ha entendido usted. Mi marido preguntaba si el traje que lleva puesto es uno de los elegidos para parecerse a él o, por el contrario, uno que se pone habitualmente.

—Oh, sí. Claro, claro. Me han dicho que tengo que encargarme personalmente del guardarropa. Claro. Pero también me han dicho que siga al pie de la letra sus instrucciones, sin reparar en gastos, que de estos ya se ocuparán ellos.

A Cary le dominó un nuevo ataque de nerviosismo y sacó del bolsillo un pliego de hojas dobladas.

—He resumido aquí las características que deberán tener sus trajes, mister Bondurant. Le ruego que siga atentamente estos consejos. He hecho saber a sir Lewis, del MI6, que no me moveré de Palm Springs sin antes haber supervisado personalmente sus trajes.

Por tercera vez la ceja de Bondurant se enarcó arrugando la frente. Tenía las manos poco cuidadas y llevaba un horrible anillo de oro. Cary se sintió como un director al que el productor le impone actor para un papel por encima de sus posibilidades.

—Levántese, mister Bondurant. Le enseñaré qué entiendo yo por supervisar un traje.

El doble dejó el vaso sobre la mesita y se puso en pie. Le sacaba al modelo por lo menos dos pulgadas.

—Encontrará todo escrito en las hojas que le he dado, pero, a modo de ejemplo, le diré que hay tres detalles inaceptables para Cary Grant en su mise.

Dio una vuelta en torno al doble y cogió el cuello de la chaqueta con dos dedos.

—El cuello de la camisa debe siempre asomar una media pulgada de la chaqueta. —Continuó dando la vuelta y se le puso enfrente—. El nudo de la corbata debe estar más apretado, así, y tapar siempre el último botón. Por último, las mangas de la camisa han de ser más largas, el puño debe llegar hasta la juntura del pulgar.

La lección de elegancia había vuelto a poner a Cary Grant de buen humor. Se cruzó de brazos y observó al doble con el busto ladeado como un escultor delante de su obra.

Tenía un pequeño lunar junto a la nariz, y el esmalte de los dientes algo amarillento.

—Bien, mister Bondurant. Creo que con un poco de ejercicio, recordando bien todos los consejos y evitando despegar los labios, terminará engañando al barrio entero. Avíseme tan pronto como tenga su guardarropa listo, así podremos echarle un vistazo.

También Betsy se levantó del sofá y dio la mano a Bondurant.

—No tema, mister Bondurant. Aunque normalmente es mi marido quien me hace observaciones sobre el modo de vestir, trataré de aconsejarle lo mejor posible.

El teléfono interrumpió las formalidades. Betsy se dirigió hacia el aparato mientras el marido acompañaba al doble hasta la puerta.

—¡Oh, Alfred! ¿Cómo andan las cosas? Te paso enseguida con Cary, estaba despidiendo a una visita. —Se llevó el auricular al pecho y gritó hacia la entrada—: Querido, es para ti. ¡Alfred!

Cary regresó al salón a grandes zancadas, arreglándose la corbata como si fuera a encontrarse con alguien.

—¡Hitch!… Sí, no está mal. ¿Tú estás bien?… Mmm, sí, lo he leído… Mira, no estoy demasiado convencido. Pero creo que no es por el guión. Es una bonita historia, aunque habría preferido más suspense. No, es que no sé todavía si es el momento de reanudar… Claro, por favor, eres el único que podría convencerme, siempre te lo he dicho… Eh, tengo que despachar varios asuntos. Estaré comprometido por lo menos hasta mayo. Sí, los asuntos de costumbre… Ah, no niego que la Costa Azul sea un lugar atractivo… Sí, se podría ir un poco al Casino… Sí, eso es… ¿Que no es el único atractivo? ¿Qué más hay?, vamos, no te hagas el misterioso… Ah, ¡caramba!… Ah, sí, fascinante de veras, sí… Por supuesto, la vi en Mogambo… Sí, me habías dicho que estaba haciendo una película contigo, sí, o dos… Extraordinaria, ¿eh?… Ah, has conseguido intrigarme, la verdad… Bueno, escucha, lo pensaré, sí… Te diré algo dentro de unos diez días, ¿de acuerdo? En cualquier caso, no antes de junio… Sí, de acuerdo, nos llamamos, hasta pronto.

Se quedó con la mano en el auricular, distraído por demasiados pensamientos. MI6, Yugoslavia, el doble, la película con Hitchcock.

La vida activa reclamaba su presencia. Tal vez comenzaba a tener necesidad de verdad. Dos meses lejos de casa, un compromiso cuando menos singular, luego la vuelta a la escena. Sí, podía funcionar.

La actriz preferida de Hitch, hermosísima, un éxito asegurado. El retorno de Cary Grant y la definitiva consolidación de Grace Kelly.

—¿Buenas noticias? —preguntó Betsy interrumpiendo sus pensamientos.

Cary reparó en que se había quedado apoyado en el teléfono durante todo ese rato.

—Ni buenas ni malas. El viejo Hitch trata de convencerme: la Costa Azul, su nueva película, La ventana indiscreta, que será seguramente un éxito, el casino de Montecarlo, lo de siempre.

Bueno, no exactamente lo de siempre. Grace Kelly tenía una fascinación verdaderamente insólita. Fría y magnética al mismo tiempo. De haber sido Clark Gable en Mogambo, no habría tenido ninguna duda a la hora de elegir entre ella o Ava Gardner.

Hitchcock se había apuntado un tanto. Conocía bien a Cary y también conocía bien a Archie. Sabía cómo despertar el interés de ambos.

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