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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 47 Volando sobre el Canal de la Mancha, 26 de abril

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Volando sobre el Canal de la Mancha, 26 de abril

Los agentes comunistas eran descritos como unos redomados imbéciles, incompetentes por sus actitudes equívocas, reconocibles a cien leguas de distancia.

James Bond camina por la acera. Al otro lado de la avenida arbolada, dos extrañas figuras apoyadas en un plátano, vestidas del mismo modo: traje oscuro «de tejido basto» (¿cómo dejar escapar semejante detalle, a solo cien leguas de distancia?) y sombrero de paja adornado con una cinta negra. Cada uno de ellos lleva una cámara fotográfica en bandolera, aunque uno la tiene metida en una funda roja, el otro en una azul. Bond se dirige hacia ellos preguntándose de qué tipo de ataque tendrá que defenderse. Funda Roja hace una seña a Funda Azul, que saca la cámara, se inclina de rodillas… y es destrozado por una terrible explosión. La onda expansiva derriba a Bond, caen los dos árboles más próximos, los otros acaban con la copa chamuscada. Alrededor, apesta a «cordero asado». De las dos figuras no quedan más que unos fragmentos sanguinolentos. Al cabo de algunos capítulos la explicación: dos sicarios búlgaros. Sus instrucciones: de la funda azul habría salido la cortina de humo, de la roja una bomba que hacer explotar contra Bond. Protegidos por el humo, los autores del atentado habrían escapado sin problemas. En realidad

ambos estuches eran sendas bombas, el objetivo era eliminar a Bond con la seguridad de no dejar de por medio ningún testigo.

Incrédulo, rascándose la espesa pelusilla de las mejillas, Cary había releído el pasaje entero en voz alta, a beneficio de la escolta.

—Pero ¿a quién quiere hacérsela tragar este Fleming? En primer lugar, en Europa Occidental no se dan atentados con dinamita ejecutados materialmente por agentes soviéticos; en segundo lugar, una dinámica semejante es inverosímil; por último, si cada operación del enemigo acabara con la eliminación de los ejecutores, ¡ni siquiera habría enemigo!

—Exacto, además los agentes soviéticos no son así, y menos aún los de los Servicios de Su Majestad: este Bond es un petimetre, y su conducta durante la misión es totalmente censurable. Por otro lado, el MI6 no cargaría nunca al erario de la Commonwealth el presupuesto de una misión tan extravagante y que se desarrolla en el mundo de los juegos de azar.

Aburridos como un congreso de podólogos flamencos.

Esto había sucedido en el coche celular que les llevaba al pequeño aeropuerto militar, desde el que habían despegado hacia el Territorio Libre de Trieste.

En el avión, Cary dejó de lado la novelita y se concentró en los informes.

Un compendio de la guerra de liberación yugoslava describía en muchas páginas la Quinta Ofensiva alemana contra el ejército de Tito (cerco de los territorios liberados de Montenegro y de Herzegovina, mayo-junio de 1943).

Las fuerzas del Eje forman ocho divisiones para un total de ciento veinte mil hombres perfectamente adiestrados, entre los cuales hay grupos de artillería y unidades acorazadas, más una escuadrilla de bombarderos de la Luftwaffe. Tito puede contar con quince mil hombres mal armados, extenuados y desnutridos, más cuatro mil quinientos heridos en hospitales de campaña, muchos de los cuales van tirando con las heridas al aire porque no hay vendas suficientes. Los partisanos —hasta los heridos— combaten desesperadamente, siempre cuerpo a cuerpo, corriendo con zapatos rotos por impracticables senderos de montaña. Al final logran romper las líneas con lo que queda de dos divisiones, sacrificando casi dos tercios de los efectivos, incluidos algunos de los mejores oficiales.

La Quinta Ofensiva había fracasado. Una de las páginas más épicas e increíbles de toda la guerra. No era de extrañar que se quisiera hacer una película de ella, pero Cary estaba perplejo ante el papel que debía interpretar.

El informe hablaba de la «participación de personal británico» en el hundimiento de las líneas enemigas. A Cary dicha «participación» le pareció poca cosa, por lo menos desde el punto de vista militar. La misión inglesa constaba de seis personas, entre las cuales figuraba el mayor William Stuart y el mayor W. F. Deakin (solo constaban las iniciales). Se habían lanzado en paracaídas sobre el cuartel general de Tito en la noche del 27 al 28 de mayo.

A la pregunta de Stuart: «¿Dónde está el frente?», Tito había respondido: «Allí donde haya alemanes». Stuart había replicado: «¿Y dónde hay alemanes?», y Tito: «Por todas partes».

El 9 de junio, durante un bombardeo alemán, Stuart había muerto, Deakin había sido herido en un pie. En la misma ocasión un fragmento de metralla había herido a Tito en el brazo izquierdo, y otro había matado a su perro Lux.

¿A quién querían proponerle que interpretara, a Stuart o a Deakin? En ambos casos era algo de corto vuelo, a no ser que los guionistas dieran rienda suelta a la fantasía. Quién sabe, tal vez incluyeran un personaje imaginario, para inflar y embellecer la «participación británica». La idea le pareció sensata…

… hasta que pasó a la larga ficha histórico-biográfica de Josip Broz, también conocido como Walter, Zagorac, Novak, Rudi, Kostanjsek, Slavko Babic, Spiridon Mekas y, sobre todo… Tito. Seudónimos y falsos nombres adoptados en los largos períodos de clandestinidad.

Como complemento de aquellas setenta páginas había distintas fotografías. En las tomadas durante la guerra, Tito aparecía siempre de uniforme. Mirada dura, rasgos como esculpidos en mármol. Engallado, metido en su papel. Con el brazo vendado. Meditabundo y fumando una pipa Bent Army, delgada y curva. Con gafas, estudiando mapas topográficos. Reunido con su Estado Mayor. Con Winston Churchill en Nápoles, en 1944. Con Stalin al año siguiente.

Las fotos posteriores a la revolución eran muy distintas. Tito estaba casi siempre retratado en la quietud de sus residencias privadas, repartidas por el país.

En la isla de Brioni, junio de 1952: encuadrado de medio busto. Terno claro (beige, tal vez; lino, cabía intuir) con

revers ceñida, muy probablemente de dos botones. Camisa más clara con

tab collar,[31] corbata de grandes lunares con nudo «corredizo» (por supuesto sin pasador, dado que usaba un alfiler de corbata metálico). En la cabeza un inconfundible panamá. Sonrisa sardónica, mirada satisfecha dirigida al objetivo. Cigarrillo fumado con una larga boquilla. Tenía aspecto de gángster, pero mostraba un cierto estilo.

Lo que decía el documento: el líder del comunismo yugoslavo estaba orgulloso de haberlo hecho todo solo. No autorizaría nunca estratagemas narrativas que les quitaran ni pizca de mérito a él y a sus soldados.

Lo que Cary pensó después de la lectura: Josip Broz le caía simpático.

Al cabo de una hora de asociaciones libres llegó a la siguiente conclusión: él y Tito tenían mucho en común.

Ante todo el evidente interés por asuntos de estilo y vestimenta. Según el informe, Tito había diseñado personalmente el uniforme del ejército nacional yugoslavo. También se relataba una anécdota: el 25 de mayo de 1944, poco antes del desembarco en Normandía, el

Oberkommando alemán había desencadenado el último ataque contra el Estado Mayor de Tito, acuartelado en Drvar, Bosnia. El Estado Mayor se había puesto a salvo, pero los alemanes habían robado un elegante uniforme confeccionado por Tito para ponerse el día de la victoria. Los altos grados del Reich debían de estar al corriente del dandismo de su archienemigo, dado que habían expuesto el uniforme como trofeo de guerra en una sala de Viena.

Luego, ambos se habían hecho célebres con un nombre distinto del verdadero. Ambos habían pasado por distintas identidades.

Cary por su trabajo, Tito… por el mismo motivo. ¿No era un «revolucionario profesional»?

Otrosí: ambos eran conocidos por su acento indefinible.

Cary había nacido en Bristol, había pasado la adolescencia dando vueltas por toda Inglaterra, había desembarcado en Nueva York (donde había frecuentado a gente de todas partes), había hecho giras por los States en largas

tournées teatrales y finalmente se había trasladado a Hollywood, al centro de una comunidad multinacional de artistas desarraigados, prófugos, apátridas de espíritu. Todo esto antes de cumplir treinta años. La cadencia con la que hablaba inglés era una síntesis de todas esas experiencias.

Tito era doce años mayor y de origen croata, pero había sido oficial del ejército austrohúngaro en el frente ruso, y en 1915 fue hecho prisionero. Tras la Revolución, después de pasarse a los bolcheviques, había luchado contra el ejército blanco. Tras regresar a Croacia en 1920, desarrolló una actividad política clandestina. Entre 1928 y 1934 había estado en la cárcel. Los años siguientes los pasó sobre todo en Moscú, en la época de las grandes «purgas», a las que había sobrevivido por un pelo. Luego el regreso a Yugoslavia, la guerra de liberación y la conquista del poder. En consecuencia, hablaba una extraña mezcla de croata, serbio y ruso. Hablaba muy bien el alemán, se defendía con el francés y el inglés.

Pero la característica que más fascinaba a Cary era la continua tendencia a la independencia, personal además de nacional. En los días de la Quinta Ofensiva, cuando el mayor Stuart le comunicó que ningún avión de la RAF daría cobertura al rompimiento del frente, Tito había respondido: «Mejor así. Nos las arreglaremos solos, y tras la victoria no deberemos nada a nadie». A continuación rompió con Stalin y la Unión Soviética, provocando un verdadero cisma en el campo comunista.

Cary, por su parte, había sido el primer actor

free lance de Hollywood. Desde los años treinta se había liberado del poder excesivo de los estudios. Fue el primer actor en cobrar el diez por ciento de la taquilla. Cary discutía los contratos personalmente aunque tenía un agente y un abogado que le hacía de mánager.

Rumiaba todo esto en el asiento trasero de un coche oficial del GMA, mientras la nueva escolta (el cambio de la guardia se había producido durante el aterrizaje en el minúsculo aeropuerto) le mostraba la ciudad de Trieste, única concesión al solaz antes de cruzar la frontera y ponerle en manos de un tal mayor Alexander Dyle. El informe también incluía una ficha sobre él, pero aún no la había…

—¡Un momento, señores! —exclamó Cary, al leer su propio nombre en un titular de prensa. El periódico era el

Daily Telegraph, hojeado por el guardaespaldas sentado al lado del

chauffeur.

—¿Algún problema, sir?

—¿Puede prestarme un instante el periódico?

«Entrevista exclusiva con cary grant:

¡Ahora soy un hombre feliz!», era el título. Los varios subtítulos componían el siguiente mensaje: «A un año de su retirada del cine, hemos hecho algunas preguntas al más famoso actor británico del mundo – En su residencia de Palm Springs: “Me dedico a mi mujer” – Pero hay quien jura: pronto volverá a actuar».

Durante una fracción de segundo Cary se temió lo peor: ¡Bondurant conchabado con un periodista! ¿Raymond y Betsy habían permitido una cosa semejante? Mientras leía, se dio cuenta de que el artículo y la llamada «entrevista exclusiva» eran un

collage de viejas declaraciones, con reiteración de inexactitudes rectificadas en su debido momento. El cronista, un tal Paul Moorish, no había estado en su casa (no proporcionaba ninguna descripción de ella) ni había conocido a su doble. Una maniobra de distracción que proclamaba a voz en grito la autoría del MI6 desde la primera a la última línea. Había también una foto…

—¡Por Dios! ¡Ponedme enseguida en contacto con vuestros superiores! —exclamó viendo que en la foto estaba Bondurant, sonrisa voluntariosa y corbata equivocada.

¡Una corbata a rayas! No se deben llevar nunca corbatas a rayas a menos que se pertenezca al club o a la institución «declarados» por dichos colores. La foto era en blanco y negro, pero la corbata parecía una Royal Pioneer Corps. Típica metedura de pata de yanqui superficial. En un diario inglés. ¡«Su» cara!

Fue así como, por un momento, Cary dejó de pensar en Tito y se dedicó a reprender telefónicamente a los servidores de Su Majestad, subiendo el escalafón jerárquico de tres en tres hasta conseguir hablar con sir Lewis en persona y amenazarlo con abandonar la misión si se producía otra metedura de pata estilística semejante.

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