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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 55 Entre Dubrovnik y Bari, 1 de mayo

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Entre Dubrovnik y Bari, 1 de mayo

Después de todo, el mar no le desagradaba. Sin exagerar, claro, pero en cierto modo se había aficionado. Verdad es que el olor de los puertos le daba náuseas, detestaba la sal en la piel y a los millonarios de salón con su pasión por la vela; no obstante, cuando fantaseaba sobre el lugar donde pasaría los últimos años, sin siquiera hacerlo expresamente se volvía a encontrar allí, con el culo al sol y el mar ante los ojos. No era una elección consciente: criterios mucho más importantes guiaban la selección.

En primer lugar, un sitio en el que Luciano no tuviera contactos. Esto excluía buena parte del planeta: por lo menos todos los Estados Unidos, una gran parte de América Central y los países más civilizados del Viejo Continente.

Segundo, nada de mentes exaltadas alrededor, tranquilidad política y leyes muy comprensivas con los ciudadanos dedicados al alcohol, al juego de azar y al fornicio. Países musulmanes, soviéticos y colonias rebeldes quedaban excluidos sin apelación.

Tercero, al menos un local en el radio de cinco kilómetros donde el barman no sirviera bourbon en vez de scotch y fuera capaz de preparar un buen cóctel Manhattan. Por tanto, no el África Central, mucho menos India, tal vez ni siquiera Japón.

Cuarto, en el período más frío del año un jersey de lana debía ser suficiente para afrontar cualquier jornada. Así pues, tenía que rechazar las candidaturas de Escandinavia, Canadá e Inglaterra.

Como puede verse, el mar no aparecía entre los requisitos fundamentales. Y sin embargo, siempre acababa apareciendo. Quizá porque Steve había aprendido la geografía de grumetes y contra-maestres y no conocía ninguna ciudad que no se asomase por lo menos a un océano.

O tal vez porque había vivido siempre en una ciudad de mar, aunque en Nueva York hay niños de Queens que no han estado nunca en Coney Island o en Orchard Beach, y ni siquiera saben que más allá del estrecho de Verrazzano comienza el océano. Porque, en definitiva, la Hudson Bay recuerda mucho a un lago, y seguro que el tipo que guía el ferry de Staten Island, en mar abierto no sabría pilotar un bote.

Y por tanto, recapitulando: ¿Montevideo? Italianos a mansalva. Además allí el invierno debía de ser frío. ¿Bahamas? Demasiados americanos de los cojones. Mejor Sidney. No, Steve, demasiados italianos también en Sidney, en toda Nueva Zelanda, en el otro extremo del mundo. Tal vez demasiado en el otro extremo del mundo, aunque allí debía de hacer frío de vez en cuando. ¿Hong Kong? ¿Singapur? ¿Sabrían hacer un buen Manhattan en Singapur?

El marinero le había dicho que se estuviera tranquilo allí dentro para evitar que le vieran. El capitán no tenía interés en denunciarle, pero más valía no hacerle entrar la duda. No era un tipo comprensivo.

Durante las dos primeras horas de viaje, Pierre permaneció fiel a la consigna. Acuclillado en su agujero, con la jaulita entre las rodillas y la bolsa de cuero debajo del brazo, hizo de todo para dormirse, única forma de concederle una tregua a su estómago. Pero ni siquiera un faquir habría logrado conciliar el sueño en aquellas condiciones. Hacía un calor infernal, el aire era denso, apósito de sal y lubricante sobre la piel, pez podrido en boca y nariz. Con la barbilla apoyada sobre las rodillas, Pierre no perdía de vista a su compañero de viaje, angustiado por la idea de que pudiera palmarla de un momento a otro.

Sabía que no resistiría mucho tiempo.

Tenía que salir. Meterse dos dedos en la garganta y echar la primera papilla. De lo contrario, se exponía a vomitar allí mismo, encima de la paloma. Un final desagradable.

La silueta de las montañas se disolvió en el horizonte, rodeada de agua. Zollo se encaminó hacia la bodega para el control de costumbre de mitad de la travesía. Con una carga como aquella ninguna precaución estaba de más. Lanzó la colilla por encima de la barandilla y tomó por las escaleras hacia la cubierta inferior.

Una vez abajo, antes de llegar a la escotilla, un ruido a su derecha atrajo su atención. De ser algo humano, se asemejaba bastante a la última llamada que J. J. Clancy Frongillo había lanzado al mundo antes de morir con la tráquea hundida por los pulgares de Steve Cemento. Zollo se asomó tras la base de un gigantesco montacargas y vio a un tipo de espaldas, doblado en dos, con una mano en la pared y la otra apretándose las tripas. Entre las piernas abiertas, una paloma lo miraba desde detrás de los barrotes de una jaula.

—¿Y tú quién coño eres? —le preguntó Zollo a la paloma en cuanto se interrumpieron los conatos de vómito.

El tipo volvió la cabeza sin cambiar de posición. Un muchacho. Masculló algo incomprensible, luego consiguió articular:

Wh-what?

Con la guardia urbana de Bolonia el truco del inglés funcionaba siempre. Servía para ganar dos minutos, el tiempo suficiente para inventarse algo. Pierre indudablemente lo necesitaba. El tipo con acento siciliano que tenía delante era bastante gordo y a juzgar por la indumentaria alguien a quien resultaría difícil hacer comulgar con ruedas de molino.

You’re not in the crew, ain’t you? Who are you? [39]

Como ya le ocurriera con Cary Grant, Pierre solo consiguió pescar la última parte de la pregunta. El tipo sabía mucho más inglés que él. Con los urbanos de Bolonia nunca le había pasado. Mejor no alargar demasiado la cosa.

—Me llamo Robespierre Capponi, señor. Me he embarcado en Dubrovnik.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo coño has subido?

El marinero le había hablado claro: si te descubren, ni mencionar mi nombre. A ti no te harán nada, no quieren problemas con la aduana. Pero yo pierdo el trabajo.

La respuesta fue rápida:

—Ayer noche, mientras cargaban, me escondí entre las cajas y subí.

—Lo que has hecho es una cabronada. ¿Motivo?

—Tenía que volver con un amigo, pero sufrí un contratiempo y tuve que irme enseguida…

—¿Qué tipo de contratiempo?

Pierre meneó la cabeza:

—Si se lo cuento no me creerá.

Zollo se acercó al muchacho con una mirada que habría hecho cagarse de miedo a un lobo.

—Escúchame bien, chaval. Me importa un bledo lo que te haya pasado. Ahora mismo me vas a contar todo sin tantas gilipolleces,

okay? —Era una de las frases más largas que había dirigido nunca a un extraño.

—De acuerdo —respondió Pierre sintiendo cómo se le helaba la sangre—. Empezaré por el principio: había ido a una isla para ver a mi padre, y mientras nos dedicábamos a lo nuestro alguien intentó raptar a Cary Grant, que también estaba en la isla, ya sé que es increíble, pero es así, se lo juro, entonces mi padre disparó y los secuestradores escaparon…

Bullshit! [40] —le interrumpió Zollo—. ¿Qué tiene que ver Cary Grant? Ayer por la tarde salía el ferry para Bari. Si tanta prisa tenías, hubieras podido tomarlo.

—¿Cómo? ¿Y de dónde sacaba el dinero?

—Comprendo. El problema es el dinero.

—Sí… es decir, no, en resumen, ya le he dicho lo que pasó… —Pierre no nombró al actor para evitar que el otro se pusiera nervioso—. Espere, mire esto, tengo una prueba. —Buscó en el bolsillo y sacó el ejemplar de

Casino Royale—. ¿Ve este libro? ¿En inglés? En Italia no se encuentran. Me lo dio él en persona, es decir, se lo olvidó en la playa y yo…

Zollo se encontró con el libro de Ian Fleming en las manos e instintivamente se puso a hojearlo.

—Lamentablemente —prosiguió Pierre acercándosele— no hay nada que demuestre que fuera suyo. Los subrayados a lápiz son todos míos, palabras que debo consultar en el diccionario, ¿ve?

Shut the fuck up! [41] —espetó Zollo—. Ya puedes rezar para que ningún poli venga en tu busca y yo dejo que te vayas. Pero si te veo dando vueltas por el barco, si creas problemas, te tiro por la borda con un ancla atada a los pies.

—De acuerdo. —Tragó saliva Pierre—. No le crearé problemas.

Zollo le miró con fijeza un largo instante, luego se dio media vuelta, pasó junto al montacargas y cuando se volvió para preguntar qué coño era aquella paloma, el muchacho y la jaula habían desaparecido.

Volvió a cubierta. El aire fresco de la tarde le gustaba. El muchacho de la jaulita era un pobre diablo, probablemente un chiflado. ¿Qué gilipollez era aquello de Cary Grant? Uno termina encontrando a gente de lo más extraña. Nada por lo que valiera complicarse la vida, de todos modos. Menos ahora que las cosas tomaban un buen cariz. La sisa en la última carga ascendía a tres kilos. Sumada a los que ya había apartado significaba un retiro anticipado para Steve «

Son-of-a-bitch» Cemento. Una vez en Nápoles pondría los tres kilos a buen recaudo junto con el resto, en espera de fijar la cita con Toni el Lionés. Tenía que andarse con cuidado. Luciano lo mandaría a Marsella a negociar la partida más grande. Nada de gilipolleces. Steve «Cautela» Cemento en acción. Encontrar los compradores para

su droga. El viaje a Francia por cuenta de Luciano era la mejor tapadera del mundo. Steve el Leal vende la heroína de la víbora, y sin que nadie se dé cuenta, vende también la propia. Ninguna mancha en la hoja de servicios. Todo dentro de la norma. Solo quedaba decidir dónde desaparecer.

Zollo vio la colilla incandescente volar fuera de la borda, trazar una parábola perfecta y apagarse entre las olas. Se sacó la petaca del bolsillo y se permitió un sorbo de consuelo.

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