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SEGUNDA PARTE McGuffin Electric » CAPÍTULO 5 Bolonia, 7 de mayo

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Bolonia, 7 de mayo

Dizzy Gillespie llenaba la estancia de llamitas azules, como de lámpara Bunsen, suspendidas a media altura, luego abajo, hacia el suelo, notas colgadas en minúsculos paracaídas, «Good Bait», melodía irresistible, solos breves alternados al reanudarse el tema,

and youcan’t help snapping your fingers.[44]

Robespierre Capponi había terminado su relato, pequeña odisea dálmata enriquecida con escenas dignas de Tom Mix o Roy Rogers y con la incongruente aparición de Cary Grant. Fanti hacia girar entre las manos el ejemplar de un libro en inglés, con

front-cover de colores chillones,

Casino Royale. Las cinco primeras páginas llenas de términos subrayados, como si alguien hubiera descifrado en ellas un mensaje codificado.

—Son las palabras que he tenido que buscar en el diccionario. ¿Veis que no me lo he inventado, dónde iba a encontrar yo un libro así? En Bolonia no los hay, y tampoco en Yugoslavia.

—Te creo, Pierre. Es una historia demasiado estrambótica y difícil para que alguien pueda inventársela. Las lecciones de inglés comienzan a dar su fruto, por lo que veo.

I guess they do.

Cary Grant en Yugoslavia para una película sobre Tito. Realmente curioso. Reflexionaría sobre ello.

—Déjame ver esa paloma, Pierre.

El joven Capponi levantó la jaula que tenía entre las piernas. Dentro había un animal de plumaje gris oscuro. Un poco delgado y desplumado, pero un bonito ejemplar.

—¿La has tenido siempre aquí dentro desde que volviste?

—Temía que regresara enseguida a su casa, sin mensaje. ¿Sabe?, yo no entiendo de esto. Ya sé qué escribirle a mi padre, pero no sé lo grande que debe ser la hoja, o cómo se ata a la patita, a lo mejor la ato con cuerda y se cae. Usted es un colombófilo, por tanto…

—Está bien, después te lo enseño. Disculpa, he de cambiar el disco.

Gillespie y su combo habían terminado la ejecución, la púa giraba en el vacío en el último surco. Fanti levantó el brazo, detuvo el plato y devolvió el disco a su estuche. El vacío fue llenado por una pieza más reciente, «23º North and 82º West», de la orquesta de Stan Kenton. Latitud y longitud de La Habana, capital de Cuba, anunciaban la exploración del Caribe y de sus ritmos exóticos, cruce entre España y África, 23 norte y 82 oeste: según Kenton, las coordenadas del futuro.

—Profesor, me esperaba encontrar más gente que hablase italiano.

—Creo que muchos, aun sabiendo hablarlo, se niegan a hacerlo. Al fin y al cabo, para los eslavos era la lengua de los invasores, les obligaban a hablarla durante el programa racista de «italianización»: nombres cambiados, alumnos obligados a responder en italiano para que no los castigaran con la palmeta los profesores fascistas. No me sorprende que no quieran saber ya nada. Para comprender lo que sufrieron basta con ver cómo se han vengado en Istria, echando a la gente a las llamadas

foibe.[45]

—Ah, los italianos muertos y arrojados a esos hoyos profundos.

Fanti no respondió y

miró la música. En el pulsar del bajo, intrincados

riffs de vientos corrieron rapidísimos hasta la primera pausa. Fue como verlos zambullirse en el mar desde una escollera. Aliento suspenso. El solo de trompeta avanzó como una llama a lo largo de la mecha, hasta la explosión que hizo despegar al saxo, semejante a esos reactores de los documentales. Nueva pausa, sección de vientos al completo, fraseo furioso hasta la apoteosis final, toda la orquesta una única, colosal maza cuyos golpes

abatieron la canción como si fuera una bestia llevada al sacrificio. El redoble de la batería fue el último espasmo del cuerpo antes del golpe de gracia. Fin.

—¡Endiablado de veras! ¿Qué te parece, Pierre?

—Muy bonita. Se parece a un mambo, pero es más complicada. Es muy difícil de bailar.

—Volviendo a las

foibe: no era con los italianos como tales con quienes la tenían tomada, Pierre. Seguro que en las fosas acabaron también muchos inocentes, pero una buena parte eran fascistas, colaboracionistas, delatores, gente que había permitido a los alemanes capturar y torturar a los partisanos, llevar a cabo masacres, incendiar pueblos enteros. Después del ocho de septiembre toda la región fue anexionada de hecho al Tercer Reich, y no se trató ya de quitar la «k» y las «íes largas» de los apellidos, o de darle a un niño con la palmeta en los nudillos. Se desencadenó una represión inenarrable. Quien colabora en una matanza no puede esperar que los padres de las víctimas sean clementes cuando pueden echarles el guante. También de donde tú eres, en Imola, los responsables de las masacres de Pozzo Becca fueron linchados por la multitud.

—Sí, lo sé. Ese día en la plaza también estaba mi hermano.

Fanti tomó un sorbo de Lung Ching, Pozo del Dragón, dulce con regusto a regaliz. Durante un rato hablaron de Tito, de Djilas, de Trieste, de la línea del PCI sobre Yugoslavia, luego Fanti miró a la paloma y se perdió en fantaseos sobre los viajes hechos y los que tenía aún que hacer, acompañados de recuerdos de la vida con su mujer, de los años pasados en Inglaterra. La mente aterrizó al otro lado del Canal de la Mancha, los tímpanos en las Antillas.

Pierre no le sacó de su ensimismamiento, y siguió tomando el té y marcando el ritmo de Stan Kenton sobre el muslo izquierdo, hasta que la música terminó.

Fanti volvió a la realidad, murmuró una frase de excusa, se levantó y cambió de disco. La refinada «Sure Thing» de Bud Powell lo acompañó mientras se quitaba el batín y se ponía la chaqueta.

—Ven, subamos al palomar. Te enseñaré cómo funciona la prodigiosa correspondencia vía paloma mensajera.

Y fue así como Josip III, heredero de una estirpe de intrépidos, nieto de un heroico correo de la guerra partisana, emprendió el viaje de regreso a Dubrovnik.

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