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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 9 Bolonia, 22 de enero

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Bolonia, 22 de enero

Un palacete de finales del siglo XIX transformado en comunidad de vecinos. Via San Mamolo, barrio acomodado al pie de las colinas. Detrás del macizo portón, olor a tabaco perfumado a lo bourbon y notas distorsionadas de jazz que bajaban por la escalera.

Pierre subió a la carrera y se lo encontró de frente en el rellano, alto y aún esbelto, con la pipa en los labios y la mirada absorta.

—Disculpe el retraso, profesor, mi hermano no veía el momento de acabar.

—No importa, Pierre, recupera el aliento y mientras tanto toma asiento, que el té se enfría.

Renato Fanti lo precedió por el pasillo. Largo y estrecho, más allá de la puerta de cristales desembocaba en el salón. Solo aquella estancia, con sofá a flores y muebles oscuros, era tan grande como todo el piso de los hermanos Capponi. Pierre no dejaba de contemplar admirado el elegante mobiliario, las cortinas bordadas, la biblioteca atestada de volúmenes, el viejo piano de pared que nadie tocaba. En la mesa ovalada, como cada viernes, había una tetera humeante y unas galletas de uvas pasas.

—El de hoy es Darjeeling, uno de los mejores tés del mundo. Lo producen en la India, a mil ochocientos metros de altitud —explicó el profesor. Cada semana, un té distinto.

Pierre llenó las tazas y añadió una nube de leche, a la inglesa.

Antes de la lección siempre había tiempo para las últimas noticias.

—¿Ha leído lo del proceso a Djilas? Es increíble, ¿verdad? Hace un mes lo eligen presidente del Parlamento yugoslavo, ahora lo destituyen y lo echan del Partido.

—No leo a menudo el periódico, ya sabes. Pero he oído hablar mucho de ello. —Y señaló a sus espaldas la vieja, voluminosa radio—. Pasan cosas extrañas en Yugoslavia, es verdad. ¿Tu padre qué dice?

—Mi padre… mi padre no dice nada. Conoce a Djilas, ¿sabe?

Tendría cosas que contar, pero hace casi un año que no tengo noticias suyas. Tenía que escribir para Navidad, pero nada.

Fanti observó la expresión de Pierre:

—Un mes de retraso puede ser cosa de correos, ¿no? Yugoslavia parece cerca, pero nunca se sabe. Por eso prefiero las palomas.

—Pero verá —respondió Pierre sin alzar la mirada—, es todo un conjunto de cosas. La última carta llegó en marzo, unas pocas líneas tan solo, una mala noticia… Luego diez meses de silencio y ahora esto de Djilas.

—¿Tu padre estaba de su parte?

—Pues sí, más o menos, aunque en los últimos años se las tenía un poco tiesas con todos. Decía que se lo habían quitado de en medio, que un italiano con cargos importantes molestaba.

El profesor apretó el tabaco en la pipa. La llama del encendedor reavivó las brasas y los labios chascaron en rápidas bocanadas.

—¿No crees que hubiera vuelto a Italia de haberle ido mal las cosas?

—Bueno, verá, aquí no es que después de todo vaya mucho mejor, ni mucho menos.

—¿Qué quieres decir?

—Sí, para resumir, él es un «traidor», ¿comprende? En el frente yugoslavo, en el cuarenta y tres, desertó del ejército, mató a un oficial y se fue con los partisanos. Aquí en Italia lo meten en la cárcel. Si por lo menos tuviera al Partido de su lado, podrían caerle solo unos años, pero no, él es un

titofascista, como se dice, sus camaradas de aquí lo dejan dentro hasta que se pudra.

El jazz terminó con el ruido de la aguja en los últimos surcos vacíos. Fanti se levantó para darle la vuelta al disco y con alguna indecisión la orquesta de Count Basie atacó de nuevo. Afuera se había puesto a nevar.

—En cuanto al Partido —prosiguió el profesor—, Togliatti y Tito harán pronto las paces, ahora que ya no está Stalin. Esta historia de Djilas lo demuestra: Tito quiere volver con los rusos y reprime en la calle a los que critican a la Unión Soviética.

—En resumidas cuentas, que mi padre no está nunca del lado adecuado —comentó Pierre con una media sonrisa. Sin ganas, apuró el último sorbo de té. Sacó de la pequeña cartera las hojas y la estilográfica que le había regalado Angela. Se lamió el dedo y buscó los últimos apuntes.

—Aquí están,

we go to the cinema and after we have a drink,[9] he subrayado

after pero no recuerdo por qué.

—Porque es un error; hubieras tenido que decir

and then wehave a drink. Vuelve a escribirla correctamente, así te acordarás de la diferencia.

Renato Fanti conocía el inglés a la perfección. Había vivido en Londres más de diez años y no había vuelto hasta el 47, después de que Italia se convirtiera en República, a los tres años de la muerte de su mujer. Ahora enseñaba en un instituto de ciencias, pero antes de la guerra había sido profesor de literatura en la Universidad de Bolonia. Se habían conocido en las clases nocturnas, a las que Pierre asistía para sacarse el graduado escolar. Aquel señor elegante y poco convencional le había impresionado enseguida. Conocía el mundo, el cine, la música. Tenía intereses extraños, casi maniáticos. Y era la pasión lo que le hacía dar un curso como aquel. No ciertamente la necesidad. Por eso apreciaba en Robespierre las ganas de descollar, de conocer, de abrazar la vida.

Pierre se acordó de cuando en una clase Fanti habló de

Un tranvía llamado deseo. Su asombro, al ver que alguien conocía la película y el día que le había regalado la entrada para

Rashomon. Luego la idea de las lecciones de inglés y el descubrimiento de que el profesor había perdido a su mujer igual que él a su madre. La misma enfermedad: tuberculosis.

En la Sección no aprobaban su amistad con el profesor. Un antifascista, seguro, apartado de la universidad por un excesivo amor a la literatura americana y demasiado poco por la camisa negra. Pero lo tildaban de burgués y de indiferentismo.

Ciertamente, Fanti no era un camarada, y mucho menos pertenecía a la clase obrera. No estaba con Moscú, ni mucho menos con los imperialistas. Quizá era anarquista, quién sabe, seguro que no votaba. En materia de libros, además, las presuntas ideas de los autores no lo asustaban, y era un gran admirador de ese John Fante que en

Rinascita decían que era medio nazi.

Cuando terminara con Dos Passos, se lo pediría.

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