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PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 17 Palm Springs, California, 1 de febrero

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Palm Springs, California, 1 de febrero

La criada depositó sobre la mesita de la sala de estar la bandeja con las tacitas de porcelana de Wedgewood y la tetera humeante, esperó una indicación y se alejó en silencio. El té era el único ingrediente de un desayuno tradicional que había sobrevivido a las nuevas convicciones alimentarias de Betsy. En vez de huevos con beicon, zumo de naranja y tostadas con mermelada de cereza, había copos de avena, salvado, brotes de soja y un brebaje vegetal a base de apio, zanahoria y plátano. A decir verdad, tampoco el té era el mismo, y el viejo Earl Grey había dado paso a una modalidad china de color verdusco adquirida en Hong Kong. Como sucedía siempre, de entrada Cary había acogido la novedad con entusiasmo, tratando de aprender todo sobre el asunto. A continuación su interés había ido decayendo y había entrado decididamente en crisis cuando la licuadora enloquecida, en vez de producir un zumo de zanahoria para el amigo Niven, había salpicado toda la cocina de una papilla anaranjada.

Betsy Drake alzó la mirada del periódico de la mañana y miró al marido que, en pijama azul y batín de seda índigo, meneaba la cabeza mientras hojeaba algunas páginas mecanografiadas.

—¿Pasa algo, querido?

—No, nada. Tengo la impresión de que el viejo Hitch tampoco está pasando por un buen momento. Este guión no parece suyo.

—¿Qué es lo que no te convence?

—No puedo empezar de nuevo con todo esto. Por favor, una historia cautivadora, sacada de la novela de un tal David Dodge. Un ladrón retirado debe demostrar su inocencia capturando al verdadero autor de una serie de robos. Una muchacha guapísima trata de ponerle a prueba con sus joyas y se enamora de él. Al final se encuentra al culpable y se casa con la muchacha. Pero no sé…

El té quemaba. Los brotes de soja no sabían a nada, la avena formaba con el yogur una única bola pegajosa, el salvado no contribuía a despertarle el apetito y bastaba con mirar el batido de verduras para sentir en la boca el sabor y quedarse asqueado. Cary se levantó y se puso a andar de un lado a otro por la estancia. Incluso con aquel atuendo podía salir por el periódico sin que nadie tuviera nada que objetar a su elegancia. Betsy no recordaba haberle visto nunca salir del dormitorio sin llevar puesto un batín.

—Tengo la impresión, querido, de que no sabes exactamente qué es lo que necesitas.

Sin pararse, un pensamiento en voz alta:

—No puedo volver a empezar con todo eso, ¡qué demonios!

—Sin embargo, permíteme que te diga que volver a empezar te sentaría bien, estoy segura.

—Me haría bien. Pero ¿empezar con qué? Me han propuesto hasta una película sobre Tito, el presidente de Yugoslavia. ¿Qué te parece?

Betsy puso unos ojos como platos y se irguió sorprendida:

—¿Y quién quiere hacer una película sobre ese tipo? ¿Clifford?

—No, el MI6.

—¿El eme qué? ¿Y eso qué es, una nueva productora?

El sofá lo atrajo con los mullidos cojines. Cary se arrellanó en él, con los brazos a lo largo del cuerpo y las piernas estiradas.

Military Intelligence —pronunció las palabras en tono grave—. Los Servicios Secretos británicos. Luego la CIA y los gobiernos de la Alianza Atlántica. Ayer estuvieron aquí dos ingleses, agentes secretos de Su Majestad, nada que ver con la fascinación de los espías, parecían empleados de banco. Quieren que vaya a ver a Tito a Yugoslavia, para hablar acerca de una película sobre su vida. Me dejaron una amplia información sobre el hombre.

Betsy sorbió el zumo de zanahoria como si fuera una medicina y se quedó callada, esperando que su marido prosiguiese. Apretándose los ojos con los dedos para concentrarse, Cary prosiguió: —Una película sobre Tito. En Yugoslavia. Para presentarlo como un héroe a los ojos de Occidente. Para hacer de él un aliado aceptable. Él ha pedido expresamente que se me diera un papel, y tiene mucho interés en conocerme. ¿Comprendes? Y de esta película no hay siquiera un borrador, un guión, un director. Nada de nada.

—Pero te habrán dicho al menos…

—Déjame terminar, que lo bueno viene ahora. Antes de ir a Yugoslavia tendría que pasar por Londres, y por consiguiente estaría fuera de casa algunas semanas. Pero como no quieren que la cosa se sepa, debería viajar de incógnito. ¿Y sabes cuál es la idea genial para que no se descubra? Pues un doble, un tipo que dicen es igual a mí, un francocanadiense con un nombre absurdo, que vendría aquí a encarnar a Cary Grant. ¿Te lo puedes creer?

Hubo un largo minuto de silencio. Luego el ruido del papel del periódico doblado y el resoplido del sillón al liberarse del peso de Betsy. Ahora era ella la que andaba por la estancia:

—No comprendo, querido, explícate mejor. ¿Dices que lo que quieren es que un extraño venga a vivir a nuestra casa?

—Eso es lo que creía, Betsy. Pero no están tan locos. Ese hombre, el individuo que dicen que se me parece, no estaría siempre aquí. Vendría de vez en cuando, para dejarse ver, para salir a comprar un

after shave y volver a casa, para sacarte a dar un paseo, para hacer creer a todos que Cary Grant no se ha movido de Palm Springs.

Betsy alargó a su marido el vaso de batido vegetal: no le iba a permitir dejarlo allí. La propuesta de los Servicios Secretos no dejaba de tener su atractivo. Cierto es que no era la reanudación soñada para Cary, una película que le devolviera las ganas de trabajar y la confianza en sí mismo. Tampoco le supondría reencontrarse con el público y el éxito. Pero se trataba en cualquier caso de algo activo, conocer gente nueva, países nuevos, dejar la casa por espacio de dos meses. Unas pequeñas vacaciones para ella: Cary estaba cada vez más nervioso y deprimido, y era Betsy quien lo pagaba.

—Por supuesto, he respondido que tú no aceptarías nunca una situación semejante. Su mujer lo comprenderá, mister Grant, no paraban de repetirme. Absurdo, les dije yo, salir con un extraño, uno que debería parecerse a mí, mientras yo estoy lejos, ni siquiera por trabajo, sino para una misión especial de lo más increíble. ¿Qué te parece?

La criada se asomó a la puerta y Betsy le hizo señas de que entrara.

—Deja solo los brotes de soja, Jenny. Por lo menos eso cómetelo, querido.

Esperó a que la criada hubiese salido y trató de aclarar sus últimas perplejidades:

—Sigo sin comprender por qué todo esto debe permanecer tan en secreto. Serías solamente un famoso actor que va a visitar a un jefe de Estado.

—No es tan simple. Quiero decir: ese Tito es un comunista, pero no está con los rusos. Por tanto los ingleses tratan de atraérselo.

Solo que por ahora no quieren que la cosa se note mucho, no están todavía seguros. Sobre todo no deben enterarse los rusos.

Un cuenco lleno de brotes de soja reemplazó al vaso vacío de brebaje vegetal. Cary miró a la mujer, miró el cuenco, alzó de nuevo la mirada para rechazarlo y se encontró delante un tenedor. Lo cogió y empezó a engullir de mala gana.

—«Su mujer lo comprenderá, mister Grant.» Absurdo, ¿no?

—Sí, querido, tal vez la misión sea absurda, pero todas las cuestiones políticas, en el fondo, lo son. Podemos comprenderlas solo hasta un cierto punto. Por otra parte, ¿no te convendría un poco de esparcimiento? Algo que no sea actuar pero tampoco estar aquí reconcomiéndote todo el santo día. Si has de ir a Londres, pues bueno, podrías aprovechar la ocasión para pasarte por Bristol y ver a tu madre. ¿Luego? Conocerías a un hombre importante, interesante, que te trataría con la máxima consideración. Harías un favor a América y a todos los demás. No me parece tan inaceptable, al revés.

Cary enarcó las cejas con un gesto automático:

—Pero ¿y lo del doble? ¿Ese hombre que por lo visto se me parece, ese francocanadiense?

—No me digas que no tienes curiosidad por conocerle. Por lo menos para ver si realmente se te parece tanto.

—Si es por eso no cabe ninguna duda. Me enseñaron una foto y si les hubiera pedido que me la dejaran podrías juzgar tú misma. Un hombre con entradas en el pelo, carente del menor porte.

Betsy dejó de andar y se reunió con su marido entre los cojines del sofá.

—Te confieso, querido, que todo esto me inspira mucha curiosidad. O sea, por mi parte, me adaptaría. Un paseo de vez en cuando con un desconocido, no es nada.

—Lo pensaré, Betsy, lo pensaré. Los señores agentes secretos creen que basta con un poco de maquillaje para transformar a un vendedor de coches en Cary Grant. Mucho trabajo, en cambio, enseñarle cómo caminar, cómo vestirse, cómo sonreír. Debería impartirle alguna lección. Sería desastroso, si no: ese no se me parece en nada. ¡En nada!

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