54

54


PRIMERA PARTE Šipan » CAPÍTULO 24

Página 32 de 136

C

A

P

Í

T

U

L

O

2

4

De la conversación de Salvatore Pagano con el abogado de oficio, nombrado por la Fiscalía del Tribunal de Nápoles, señor Carlo Ercolino, en fecha10 de marzo de 1954.

¡Menos mal, abogado! ¡Menos mal, déjeme decirlo, que ya pensaba que me iban a dejar aquí pudriéndome dentro de este infierno!

Y qué puedo hacer, abogado, qué puedo hacer para estar tranquilo, cuando esto es el mismísimo infierno, y llevo más de dos meses, no puede hacerse idea de cómo se vive aquí dentro. ¡Abogado, hay más ratas en mi pabellón que en toda la Sanità, y usted ya sabe cuántas hay en la Sanità!, ¡madre mía![14] Y de lo que nos dan de comer mejor no hablar, dicho sea con respeto, abogado, mierda es lo que nos dan, que fuera de aquí no se la comerían ni los perros, y en mi opinión ni las ratas de la Sanità, ¡qué situación!

Siendo inocente, además, como el Niño Jesús. ¿Comprende, abogado?, ¿se da cuenta?

Sí, sí, está bien, perdone, abogado, comprendo, ya me calmo, pero aquí uno se olvida de cómo se vive, luego está el frío, un frío de mil demonios, con una manta mugrienta y medio comida por las ratas, madre mía, qué situación, pero ahora estoy más tranquilo, perdone, pero déjeme que le diga otra cosa. Usted seguramente debe de ser un gran hombre, sí, un gran hombre, no se quite méritos, porque solo un gran hombre podría asumir la defensa de un pobre desgraciado sin una lira como Salvatore Pagano. Porque está claro, abogado, que yo no tengo una lira, se lo aseguro.

¿Que es su deber? ¿Que ha sido nombrado de oficio? ¿Y eso qué quiere decir?, pero no importa, es un gran hombre igualmente, los que son como usted deberían vivir cien años, y sin conocer la desgracia.

¿Dice que tenemos que darnos prisa, que tiene cosas que hacer?

Claro, por supuesto, perdóneme usted, pero yo ya no comprendo nada, porque aquí dentro a mí el tiempo es lo único que no me falta, mejor dicho, tengo demasiado, no pasa nunca.

Sí, está bien, me dice usted que está al corriente de esa locura del televisor, y a mí me gustaría saber por qué precisamente a mí, ¿qué iba a hacer yo con un aparato como ese?, créame, lo he explicado, me he quejado hasta en chino, abogado, pero ese nada, no me cree.

¿Quién? ¿Cómo que quién?

Abogado, el comisario Cinquegrana, y ¿quién si no?, ese me la tiene jurada, ha decidido que me pudra aquí dentro, por hacer caso a quién sabe qué infame, quién sabe qué grandísimo hijo de mala madre, dicho sea con respeto, en fin, por hacer caso a algún cabrito que ha decidido meterme en líos. Porque yo ahora estoy arruinado, eso está claro, abogado. Le he explicado, se lo he contado todo al comisario, pero todo, incluso la historia de la Virgen del 48, no se lleve las manos a la cara, no, abogado, que no se la voy a contar, pierda cuidado. Le dije que estaba con las monjas en Santa Teresa, para dar algún regalito a los críos más desafortunados, y luego exactamente un par de horitas con mi Lisetta, por la que estoy loco, abogado, aunque ella de vez en cuando me manda a freír espárragos, y ahora ni siquiera sé dónde está, vino a verme hace un mes y desde entonces si te he visto no me acuerdo. Pero nada, como si oyera llover, a ese por un oído le entra y por el otro le sale, lo que yo digo… Al comisario Cinquegrana, quiero decir.

¿Para qué iba a querer yo un televisor? Y si solo fuera eso, ahora también me sale con esas preguntas sobre don Luciano, dicho sea con todo el respeto, y ese otro, quién lo conoce, al que se han cargado, ¿qué sé yo de todo esto?

Dice usted que hemos de pensar en el televisor, y bien, pensemos, pues. ¿Dice usted que la policía insiste en que me vieron ese día cerca de la base americana de Agnano, que están seguros? ¡Maldita sea, abogado, maldita sea, soy un pobre desgraciado!

¿Por qué? ¿Y qué puedo decirle yo ahora?, ya que la mala suerte siempre se ceba con los pobres infelices, como vulgarmente se dice, a perro flaco todo son pulgas.

Dice usted que debo hablar más claro, que no se entiende adónde quiero llegar. ¡Está bien, maldita sea!

Mi mala suerte fue que yo ese día andaba realmente por allí cerca para llevar a mi Lisetta… no, no, abogado, no se lleve las manos a la cara, no se cabree. Tenía que contárselo, ¿no? Pues la acompañé a las Vergini con el carrito de pedales, una verdadera paliza, abogado, que no puede imaginarse, pero yo por Lisetta haría cualquier cosa, esa es seguramente mi desgracia. Lisetta tenía que ir precisamente allí, a la base americana, y yo la acompañé con el carrito, eso es todo.

¿Para hacer qué? ¿Yo? Pero si se lo acabo de decir, ah, se refiere a Lisetta. Pero ¿qué preguntas hace, abogado?

Ir a la siguiente página

Report Page