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    Unas horas después, de nuevo en su despacho, se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo observando el historial de Samuel, sin hacer nada más que pensar en la visita de esa mañana. No se le ocurría nada para explicar su comportamiento ni su pérdida de memoria, pero estaba claro que Miles había sufrido un deterioro excesivo, en apenas un día.

    —  Alice  — llamó Anthony a su enfermera.

    —  Si, doctor.

    —  ¿ Que tal está nuestro paciente ?

    —  Bien , doctor. Sigue descansando. – informó la enfermera.—Parece que acepta bien la medicación.

    —  Esta bien. Mantén el tratamiento y si experimenta alguna variación no dudes en comunicármelo.

    Dicho lo cual se dispuso a recibir a su nuevo paciente. Pero antes, sus dedos recorrieron de nuevo el teclado. El cursor comenzó a  desplazarse por la pantalla  rellenando el espacio reservado al final del informe clínico en el que se dictaminaba el pronóstico del paciente.

                 PRONÓSTICO:    RESERVADO 

    Anthony miró el reloj. Eran las tres y media. Consultó de nuevo los datos del nuevo paciente. Su nombre era Mike Torrens. Pertenecía al servicio del mantenimiento de la base. Un trabajo duro pensó el doctor. Se incorporó pesadamente de su asiento y fue a recibir a Mike a la misma puerta. Una costumbre que contribuía a aliviar la tensión que generalmente producía cualquier visita al hospital de la base. O al menos eso era lo que él pensaba.

    Mientras se dirigía a la puerta no dejaba de preguntarse qué relación había, si es que la había, entre el caso de  Miles y el de la periodista. En el momento en que se abrió la puerta ya había abandonado aquel pensamiento.

4

    La enfermera de guardia se entretenía ordenando las muestras de sangre extraídas al último grupo analizado. El doctor Anthony había establecido un rutinario sistema de control médico anual, mediante el cual, a través de muestras de sangre, orina y otras pequeñas pruebas psicofísicas,  pretendía dar continuidad a sus estudios sobre el comportamiento humano. Las probetas eran sostenidas verticalmente por una doble bandeja transparente de plástico, que a pesar de su reducido tamaño cumplía perfectamente su función.

    Cogió la bandeja y la depositó en el interior de una vitrina de cristal. Salió del pequeño laboratorio que era contiguo a la sala de observación y se quedó parada en mitad del pasadizo contemplándola a través de los ventanales.

    La sala era a todas luces estrecha. En ella se habían habilitado cinco camas, dispuestas en hilera, en una de las cuales acababan de instalar al único paciente que allí descansaba ahora. Al verle, a Alice le asaltó una fuerte sensación de fría soledad. Fue hasta él. Atravesó el pequeño despacho que estaba adosado a la entrada y recorrió el reducido pasillo que quedaba entre la pared y las camas. Una vez allí le puso suavemente la mano en la muñeca y le buscó el pulso. La retiró instintivamente. Estaba muy frío, pensó Alice, al tiempo que comprobaba si tenía algo de fiebre. Pero no. Al contrario su temperatura seguía siendo muy baja.

    En ese momento Miles gritó algo.

    Alice no pudo reprimir un pequeño gritó y saltó hacia atrás. Se llevó las manos a la cara. Su corazón latía con fuerza. Miró a su alrededor para comprobar si había alguien más allí.

    Sólo me faltaba  esto, pensó Alice, gritar como una niña asustada.

    Fue a buscar una manta a un pequeño almacén situado al otro lado del pasadizo, justo en frente de la sala de observación. Mientras su corazón parecía recobrarse del susto.

    La puerta se abrió automáticamente.

    Alice entró pero se detuvo a los pocos pasos. Las luces no se habían encendido. Antes de comprender lo que estaba sucediendo la puerta se cerró a sus espaldas dejándola en la más absoluta obscuridad.

    —  ¡ Mierda ! — dijo sintiéndose algo contrariada.

    En ese instante sintió como su corazón volvía a latir con fuerza. Y aunque había sido una reacción inconsciente e incontrolable volvió a reprochársela a si misma. Estaba furiosa.

    En ambos lados del almacén se habían colocado estanterías, así que extendió sus brazos hasta sujetarse a una de ellas. Por un momento pensó en retroceder hasta la puerta y llamar a mantenimiento, pero el caso era que no recordaba donde estaba el interruptor manual, y tampoco deseaba que nadie se lo recordara. Por lo que decidió ir por la manta. Entonces recordó que las mantas estaban al final de ese mismo pasillo. No le costaría mucho llegar allí, pensó.

    Agarrada a una estantería primero trató de orientarse en mitad de aquella súbita y espesa oscuridad. Notó como todos sus sentidos se agudizaban. El persistente sonido de un generador parecía ser su único compañero en el interior del almacén. Sus pupilas estaban completamente dilatadas intentando vislumbrar el final del pasillo. Poco a poco fue distinguiendo el contorno de las estanterías, aunque no mucho más que eso. Calculó de diez a quince pasos hasta el final. Comenzó a caminar.

    — Venga , — se dijo, dándose ánimos.—cuanto antes mejor.

    Recorrió la mayor parte del trayecto con bastante rapidez, sujetándose a la estantería y mirando a la parte superior de la estantería del otro lado para no desorientarse. Alice podía distinguir su contorno, lo que le permitía diferenciar una pequeña franja de oscuridad más clara justo por encima.

    Casi estaba a punto de llegar al otro extremo del pasillo cuando sus manos se toparon con las mantas. Alice tiró de una y giró para emprender el camino de vuelta. Estaba nerviosa. Ahora su corazón latía con más fuerza. Quería acabar de una vez. De nuevo empezó a recorrer el pasillo, pero esta vez más rápido y con más confianza. Volvió a fijarse en el contorno de la otra estantería y fue entonces cuando lo vio.

    Había algo encima. Una sombra en el contorno de la estantería distinta de las demás que, sencillamente, no estaban antes allí. No debería estar allí.

    Alice sintió como un escalofrío atravesaba su cuerpo con la misma fuerza que lo hubiera hecho una descarga eléctrica. Notó como su cuerpo liberaba cantidades masivas de adrenalina en su estómago y en sus mejillas. La sangre empezó a golpearle las sienes. Entonces supo que debía hacer algo.

    De pronto empezó a correr en dirección a la puerta cuando tropezó con algo. Alice gritó en el preciso instante en que perdió el equilibrio. Se golpeó la cara contra el canto del estante y cayó de bruces al suelo. Volvió en si en seguida. Seguramente ni si quiera había perdido el conocimiento mientras notaba el amargo sabor de la sangre en sus labios.

    Se encontraba sentada en el suelo, en mitad de la oscuridad e instintivamente volvió a mirar el contorno de la estantería. Esta vez no pudo evitarlo y comenzó a gritar.

    Había algo allí arriba, encaramado en la estantería. Y ese algo acababa de moverse. Aquel algo acababa de saltar sobre Alice. Un golpe secó en el suelo le informó de que eso, fuera lo que fuese, era muy pesado. Alice sintió que perdía el conocimiento cuando le tocó la pierna.

5

    Hacia pocos metros que Alan había abandonado el pasadizo principal de la planta duodécima. La planta del hospital. En esos momentos recorría el mismo pasadizo que unas horas antes hubieran atravesado Lone y Alison.

    Vio acercarse una enfermera que le saludó tímidamente. Alan le devolvió el saludo. Miró su reloj. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde. El doctor Anthony y él habían acordado entrevistarse a esa hora, por lo que aceleró el paso.

    Alan pensó que la pendiente del precipicio exterior debía ser excesivamente pronunciada en esa parte del pasadizo a juzgar por el rodeo que le obligó a realizar.

    Una vez rodeado se encontró en un pasadizo más ancho y profundo repleto de ventanales, en la mayoría de los cuales se podía contemplar el interior de las salas. Era extrañamente hermoso observar la arquitectura de los módulos de muchos de los pasadizos interiores de la base, donde parecían coexistir en perfecta armonía con su entorno natural. 

    No era la primera vez que acudía al hospital así que fue directamente a la consulta del doctor.

    Alan oyó los primeros gritos al pasar  junto a la sala de observación. Se quedó parado durante unos segundos antes de localizar el origen de los gritos.

    Los gritos volvieron a oírse.

6

    Alice dejó de gritar en el mismo instante en que se encendieron las luces del almacén y pudo deducir por si misma, de un sólo vistazo, todo lo que había ocurrido.

    La puerta del almacén se abrió. Alan atravesó el umbral con rapidez cuando las luces ya se habían encendido, y se sorprendió considerablemente al encontrarse, de nuevo, a otra mujer desplomada en el suelo. Era la segunda vez que le ocurría.

    — ¡ Dios mío!— gritó Alan yendo hacia ella.— ¿ Está usted bien ?

    —  No. . . , — intentó decir. – no lo se.

    —  Me duele algo la cabeza. – dijo mientras trataba de levantarse del suelo.

    La ayudó a incorporarse al tiempo que vio como su labio sangraba. Unas gotas de sangre comenzaban a secarse sobre su uniforme blanco.

    — ¿ Qué ha pasado ? — preguntó Alan, que ahora la sujeta suavemente del brazo.

    Un poco más tranquila Alice creyó verlo todo más claro. Delante suyo, en mitad del pasillo, dos grandes cajas obstaculizaban el paso. Una de ellas tenía uno de sus vértices aplastado.

    —  Venía a buscar algo y la luz se fue. – dijo a pesar de que no era toda la verdad.—  Fui  a tientas en mitad de la oscuridad. Supongo que no fue buena idea.

    —  ¿ Y cómo se hizo eso ? — preguntó de nuevo Alan señalando la herida.

    — Tropecé, seguramente con una de esas cajas.– dijo señalando a su vez a una de las cajas que había en el suelo. —  Perdí el equilibrio y, . . . bueno, este es el resultado. – y añadió algo furiosa. – Supongo que el golpe hizo caer una de las cajas.

    —  Será mejor que vayamos a curar eso.

    Alice no respondió pero estuvo de acuerdo con Alan. Ambos salieron del almacén. La puerta se cerró a sus espaldas cuando  recordó que había dejado la manta en el interior.

    — Un momento, por favor. – se disculpó Alice.

    Entró de nuevo en el almacén. Las luces se encendieron automáticamente. Recogió la manta del suelo y echó un último vistazo al lugar.

    Las cajas seguían esparcidas por el suelo. El lugar desde donde habían caído estaba ahora presidido por un espacioso hueco. Era allí donde había creído ver . . , algo, pensó..

    Tuvo una idea. Agarró la estantería con ambas manos y intentó zarandearla todo lo que pudo. La estantería ni si quiera se movió. Volvió a intentarlo pero tampoco ocurrió nada esa vez.

    —  ¿ Está usted bien ? — la voz llegó a través de la puerta que seguía abierta.

    — Si. Voy en seguida.— respondió Alice, mientras salía del almacén.

    Alan y Alice se dirigieron a otra de las salas del hospital.

    La luz del almacén se apagó poco después de que Alice lo abandonara. La puerta, en cambio, siguió abierta unos segundos más, hasta que, súbitamente se cerró con inusitada violencia..

    Unas horas después Alice comenzó a sentir molestias en su pierna.

 

 

 

 

 

 

Capítulo 10.-

Alan

1

    — Está sufriendo los efectos de un episodio traumático que se niega a recordar.– afirmó el doctor Anthony encendiendo un cigarrillo.— No recuerda nada Alan. O al menos eso es lo que él quiere que creamos. En definitiva, es lo que él mismo se esfuerza por creer.

    —  ¿ Por qué afirmas eso ? — preguntó Alan.

    —  Porque ningún paciente con pérdida de memoria, aunque esta se haya producido en una fecha tan reciente, es capaz de acotar con tanta fidelidad ese periodo de, llamémoslo así, “ausencia“. Su mente en estos momentos se esfuerza por esconder y negar ese episodio.—hizo una pausa.—  Aun así no dejo de estar sorprendido. Miles era lo que se dice un tipo duro e integro.

    —  ¿ Qué crees que ocurrió ?

    —  Si te soy sincero no lo se. Pero fuera lo que fuera le ha desequilibrado totalmente. –apuntó el doctor.—Aunque quizás puedas ayudarme.

    —  ¿ De qué manera ? — preguntó algo intrigado.

    —  Tú eres el primer recuerdo claro que posee después del suceso. Cualquier cosa que recuerdes Alan podría ayudarnos a explicar lo que ocurrió en ese lapso de tiempo que él dice no recordar. ¿Recuerdas algo que pueda servirnos? ¿ Algo fuera de lo normal ?

    —  No, — contestó Alan con demasiada aspereza. – nada en especial. Miles estaba haciendo su guardia frente a la celda de la periodista cuando llegué allí. Por cierto, ¿ qué hay de la periodista ?

    — Ya sabes, todo un carácter. – se atrevió a bromear Anthony, cuyo cigarrillo había comenzado a consumirse solitariamente en el cenicero de su mesa .— Apenas tuvimos tiempo de realizarle un reconocimiento superficial. Parece ser que no le gustó el servicio.

    Alan no sonrió.

    —  ¿ Quizás deberías hablar con ella ? — sugirió Anthony.

    —  Si. — dijo Alan algo pensativo.— ¿ Y que hay de Mike ?

    —  Su caso es diferente, pero no por ello deja de preocuparme. Se siente responsable por la desaparición de ese joven.

    — ¿ Qué piensas de él ?

    — ¿ Me estás preguntando si le creo capaz de matar al chico?

    — Si. – respondió de forma tajante Alan, asombrado ante la perspicacia del doctor.

    —  De nuevo te respondería que no lo se. O si lo prefieres la respuesta sería si y no, Alan. Si y no. – dijo subrayando esto último.

    —  Entiendo.

    —  ¿Qué piensas hacer mientras tanto ?

    — Por el momento él es todo lo que tengo, y hasta que no encontremos el cuerpo seguirá bajo vigilancia.

    — !Maldita sea.¡. – maldijo Anthony.—  No tiene sentido.

    —  No, no lo tiene. – convino Alan.

    —  A veces me da la sensación de que estamos todos un poco locos. – comenzó a decir Anthony captando la atención de Alan, quien detectó un matiz nuevo en su tono de voz. — Las personas en lugares como este, agudizan excesivamente los sentidos. Verás, en los primeros años de funcionamiento de la base el número de visitas al hospital se elevó considerablemente. Digamos que se disparó la alarma.

    —  ¿ Qué quieres decir con eso de que se disparó la alarma ?

    —  Piénsalo bien Alan. Imagínate una base militar en la que más del cuarenta por ciento de sus hombres padeciera algún tipo de trastorno del sueño, alucinaciones, mareos, etc.… Por suerte. . .

    — ¿Has dicho alucinaciones?—  preguntó Alan interrumpiéndole.

    —  En muchos provocaba extrañas fantasías. Pero tuvimos suerte, ya que en la mayoría de los casos estos síntomas fueron desapareciendo. Al cabo de unas semanas sólo unos pocos pacientes no llegaron a recuperarse del todo. Fue increíble, comenzó a extenderse como si se tratara del brote de un virus altamente infeccioso, pero después pareció remitir con el tiempo.

    —  ¿ Por qué me cuentas todo esto ?

    —  Estamos hablando de una enfermedad, que tuvo efectos físicos, pero que tenía un origen  psíquico.

    —  Pero eso fue hace más de cincuenta años.

    —  Si. – convino con él. — Eso es verdad.

    —  Luego, ¿ que es lo que te preocupa ? – insistió Alan.

    —  Lo que me preocupa . . .– comenzó a decir haciendo una afectada pausa. — , es que algunos de ellos se hayan convertido en auténticos polvorines humanos, a la espera de que algo logre despertarlos. Y eso, amigo mío, es indetectable.

    —  ¿Cómo un virus latente a la espera de que se den las condiciones más adecuadas para volver a propagarse?

    —  Exacto.

    —  Y piensas que tiene algo que ver con Miles y Mike.

    —  Espero que no. Sólo es algo en lo que pienso de vez en cuando. Nada más. No pretendía alarmarte Alan. – dijo mirándole atentamente.

    —  Era algo que desconocía. Pero me alegro que me hayas hablado de ello.—le agradeció Alan.

    —  Si quieres información de primera mano, habla con tu padre.—sugirió Anthony. 

    A pesar de la obviedad del comentario Alan no pudo dejar de sorprenderse. Su padre había estado a cargo del departamento de seguridad de la base desde el principio. ¿Qué mejor fuente de información que su propio padre? , pensó Alan.

    El timbre del intercomunicador sonó al tiempo que se encendía una pequeña lucecita blanca. Ambos avisaban al doctor de que tenía una llamada. Alan lo localizó sobre su mesa.

    —  Perdona, Alan.—se disculpó mientras respondía a la llamada. — ¿ Si ?

    —  Doctor, — la voz de Alice se podía oír claramente.—si no me necesita más por hoy, me retiraré un poco antes.

    —  ¿ Cómo se encuentra ?

    —  Mejor, aunque me duele algo la cabeza. Si no le importa hoy prefiero retirarme antes que no faltar mañana. – Insistió Alice.

    —  Claro, claro. – Anthony hablaba mirando directamente al intercomunicador. — ¡ humm !. Alice, mejor tómese mañana el día de descanso.

    —  No será necesario doc. . .

    —  ¡Alice! — le cortó Anthony. – Hágame caso. ¿Quiere?

    —  De acuerdo. – contestó cansinamente. – Gracias doctor. ¡Ah!. Por cierto, dele las gracias al señor Alan de mi parte.

    —  No se preocupe Alice, así lo haré.

    Dicho lo cual apagó el comunicador y miró a Alan con cierta malicia. Alan, por su parte no pudo evitar que en su rostro apareciera una sutil sonrisa.

    —  No tengo tiempo para eso doctor, y usted lo sabe.

    Anthony sonrió abiertamente.

    —  No, por supuesto. Señor Alan.

    En su fuero interno adoraba a Alan y le apreciaba como a un hijo. Era esa mezcla de dureza e ingenuidad lo que más le llamaba la atención. Como militar, Alan podía mostrarse implacable, tenaz y a veces excesivamente minucioso, pero ante todo era perseverante. Y eso le había servido de mucho, quizás más que el hecho de ser el hijo del jefe de seguridad. Otras veces, en cambio, a un nivel más personal era algo más inexperto. Y esto último divertía secretamente a Anthony. 

    —  Tengo que irme.—dijo Alan levantándose.

    — Si necesitas cualquier cosa, — empezó a decir. – ya sabes donde estoy.

    Alan se dirigió a la puerta pero antes de llegar a ella se giró. Tenía las manos en los bolsillos y durante unos instantes estuvo mirando al suelo mientras le decía:

    — Anthony, ¿existe un historial personalizado de cada uno de los hombres y mujeres destinados a esta base ?

    —  Si.

   — Está todo informatizado, ¿verdad?.

    — Si. ¿En que estás pensando? — pregunto Anthony completamente intrigado.

    Alan le miraba ahora directamente.

    — ¿Crees que sería posible hacer un pequeño estudio que hiciera hincapié en la evolución clínica del personal de la base, desde su entrada en funcionamiento ?

    —  Si, pero tendrás que especificar un poco más.

    —  Quiero que aparezca todo : enfermedades (que afecten o no al comportamiento), accidentes, muertes, desapariciones, asesinatos, peleas, bajas, etc. . . Desde un punto de vista poblacional, claro.

    —  Son casi treinta años. – se dijo así mismo Anthony. – Quizás tenga problemas con los primeros años. Seguramente esos datos estarán en los archivos. ¿Para cuando lo quieres ?

    —  Cuanto antes mejor.

    —  ¿Qué piensas encontrar?

    —  Aún no lo se, — dijo pensativamente Alan. –  pero algo me dice que me servirá de ayuda.

    Antes de salir de su despacho oyó como Anthony le decía:

    —  En cuanto lo tenga te llamaré.

    —  Gracias. – le dijo Alan.

    La puerta se cerró tras él.

2

    Ya en el departamento de seguridad, Alan  se quedó mirando el monitor principal a la espera de que la tierra recorriera tan lacónica singladura espacial al mismo tiempo que le daba la espalda al sol. Casi desde el principio de su llegada a la base, y de eso hacia ya unos cinco años, había encontrado en ello un placer especial. Más que en una costumbre se había convertido en un ritual. Así, cuando le era posible enfocaba las cámaras en esa dirección captando toda la belleza del momento. Alan se recostaba en su asiento y sencillamente disfrutaba de ello. En esos instantes, Alan conseguía, no tan sólo relajarse sino abstraerse de todo y ver las cosas a cierta distancia, desde otro punto de vista.

    Observó como el sol recorría, milímetro a milímetro, el estrecho margen que le separaba de la línea del horizonte, cuyo contorno iba oscureciéndose poco a poco, casi imperceptiblemente.

    Alan comenzó a repasar mentalmente la conversación que había tenido con el doctor. Hacía tiempo que no tenía una conversación de ese tipo con su padre, pensó Alan. Aunque quizás eso fuera lo mejor. Sabía por su propia experiencia que no era nada fácil ser “ hijo de “ en la base. Aunque sabía perfectamente que tampoco debería serlo para su padre.

    Vio como la corta distancia que separaba al sol del horizonte se iba reduciendo inexorablemente. No tardaría mucho en ponerse el sol, pensó.

    Y en aquel momento tuvo un pensamiento singular. Alan contempló la puesta de sol con otros ojos. Desde otro punto de vista. Era consciente de que la realidad de las cosas dependía en gran medida  no sólo del punto de vista con el que se observaban sino del grado de conocimiento que se tenía de las mismas. De ahí que viendo como el sol se ponía tras el horizonte, muchos en la antigüedad pensaran que la tierra era el centro del universo. Para ellos era el sol el que giraba alrededor de la tierra, y no al revés. En cambio hoy en día nadie discutía algo que resultaba obvio para todo el mundo. Luego el conocimiento era un elemento importante a la hora de comprender las cosas. ¿ Por qué no se aventurarían a realizar hipótesis más arriesgadas ?. Quizás, pensó Alan, cuando no se tenían suficientes datos o conocimientos la explicación más sencilla y evidente también era la más válida.

    Las escasas nubes que poblaban el horizonte comenzaron a teñirse de un hermoso color turquesa, que poco a poco se fue intensificando mientras, en el desierto, la oscuridad se iba adueñando lentamente de cualquier vestigio de luz. Las primeras estrellas se empezaban a mostrar.

    Extrañamente Alan se puso a pensar en Mike y en el chico desaparecido. A simple vista parecía evidente que Mike podía haberle echo algo al chico, pero carecía de sentido aunque todas las pruebas apuntaran a él. El grupo de búsqueda no había encontrado el cuerpo. Sólo el casco. Luego el chico había estado allí. Todo apuntaba a que Mike podía haber escondido el cuerpo en cualquier lugar. Pero, ¿donde?.

    Pero eso era lo evidente, pensó Alan.

    — Eso es lo evidente. Lo evidente. – dijo Alan en voz alta sin darse cuenta.

    Uno de los operarios de guardia le dirigió una mirada. Le vio allí recostado sobre su asiento, tras su mesa, con la mirada fija en el monitor central.

    —  Evidente. – volvió a decir.

    El operario agitó la cabeza brevemente y volvió a su trabajo.

    ¿ Y si las cosas no fueran como parecen ?, se preguntó así mismo. Y si hubiera un tercer implicado. Alguien más. . .

    El sol, mientras tanto, ya casi había desaparecido por completo. Unos segundos después la oscuridad cubrió toda aquella parte de la tierra con su espesa negrura. El cielo, en cambio, apareció salpicado de brillantes estrellas dotándolo de una ancestral belleza.

    — Es increíble. – dijo el operador observando el monitor y dirigiéndose a Alan. – Es como si toda la tierra hubiera desaparecido entre las sombras.

    Alan sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo. Notó una sensación extraña en el estómago. Se incorporó de su asiento muy agitado.

    —  ¿ Qué ha dicho ?— preguntó sorprendido.

    —  No, nada. – empezó a decir el operario algo nervioso pensando que había metido la pata.—Lo siento, Señor. No debí . . .

    —  No, no. Tranquilo. – dijo Alan intentando tranquilizarle. – ¿ Cual es su nombre ?

    —  David.

    —  Bien David sólo quiero que repitas exactamente lo que has dicho hace un momento. Tranquilo, — dijo Alan algo nervioso. – es importante para mi.

    —  Solamente me refería a que da la sensación de que la tierra desaparezca.—dijo mirando al monitor.

    —  Si, si. Pero has dicho algo diferente. Desaparecer entre . . .

    —  ¡Entre las sombras ! — exclamó David.

    —  Eso es. Entre las sombras. – volvió a repetir Alan. — Gracias. Puedes seguir con lo que estabas haciendo.

    Y volvió a recostarse en su asiento. “ Desaparecer entre las sombras “, repitió mentalmente. La imagen clara de Miles le llegó a la mente, y con ella la de aquel hombre que había desaparecido de manera imposible, entre las sombras, pensó. Su corazón latía ahora con fuerza, lo podía sentir golpeando su cabeza. Sabía que había encontrado algo y, aunque no supiera muy bien el qué, no estaba dispuesto a dejarlo escapar. Se esforzó por retenerlo en su mente.

     Hacia tiempo que Alan no sentía ese nivel de excitación. Notó como la adrenalina iba desapareciendo poco a poco de su cuerpo, mientras su cabeza no dejaba de trabajar a marchas forzadas. Las imágenes de Miles, la periodista inconsciente en el suelo, Mike apurando la botella de whisky, y la del mismo Anthony  acudían a su cabeza como si cada una de ellas fueran portadoras de una porción de un mensaje que, se esforzaba en comprender aunque, por ahora, era incapaz de descifrar.

    Por un momento las piezas parecieron encajar a la perfección en un puzle imposible. Maquiavélico. Tuvo la sensación de comprenderlo todo. Pero todo quedó en eso. En una simple ilusión que no duró más que un suspiro. Desapareció con la misma facilidad que había aparecido. Un instante antes estaba ahí y ahora ya no estaba. Como un maldito truco de magia, pensó Alan, que se incorporó de su asiento en un desesperado intento por retener aquel pensamiento. Esa sensación. Pero ya era demasiado tarde. Alan notó como se le escapaba y se odio por ello.

    Salió de la sala de seguridad y se dirigió a su cámara. Sin embargo, antes decidió pasar a ver a su padre. Era muy probable que tuviera algo que decirle. Alan cogió el ascensor y descendió dos plantas. Una vez atravesado el pasillo principal no tardó mucho en llegar a la cámara de su padre. Alan llamó a la puerta. La voz firme de su padre surgió por el comunicador. Poco después su padre y él estaban sentados en sendos sofás ligeramente ladeados frente a un televisor y una pequeña mesa en la que descansaba una taza de café. Bob apuró con verdadero placer su taza hasta acabarla.

    —  Son los pequeños placeres como éste, — dijo balanceando levemente su taza. – los que nos permiten seguir aguantando día a día.   ¿ No crees ?.

    —  Supongo. – respondió con cierta sequedad.

    — ¿Supongo? — se preguntó algo contrariado. Bob aprovechó para observar a Alan durante unos segundos en un absoluto silencio. Hasta que por fin le dijo – Yo diría que hoy has tenido un día algo agitado. ¿ Supongo bien ?

    —  Si. Supones bien.

    Más silencio.

    —  Soy todo oídos.—dijo depositando la taza sobre un posavasos negro excesivamente grande.

    Alan distinguió en seguida al Bob jefe del departamento de seguridad, de su padre.

    — No paro de darle vueltas a lo mismo .Es cierto que los recientes acontecimientos han acelerado la vida en la base, hasta cierto punto eso es comprensible. Pero no lo es que en menos de cuarenta y ocho horas una persona haya muerto, otra haya desaparecido, y que otras dos hayan sido hospitalizadas. Es una estadística preocupante. – dijo Alan, dotando a sus palabras de una extraña gravedad.   

    Aunque lo que realmente preocupaba a Alan era la existencia de un asesino en la base, no estaba dispuesto a contrastar esa teoría, por descabellada que pareciera, con su padre. Al menos por el momento. Sentía la necesidad de contárselo, pero decidió no hacerlo.

    —  ¿Eso es todo ?

    —   En principio, si.

    De nuevo se produjo un silencio, esta vez incómodo, en el que Alan captó algo diferente en su padre. Quizás un reproche.

    —  Ello sería preocupante si  todos los casos que has mencionado tuvieran un mismo origen o causa. Si estamos hablando de casos aislados, que no tienen otro punto en común que la mera coincidencia en el tiempo, no creo que debamos preocuparnos más de los debido. Aunque si consideras oportuno dedicarle más atención, esta es una decisión que sólo te atañe a ti, siempre y cuando. . . – dijo remarcando estas palabras.—, no repercuta en tus obligaciones respecto a la seguridad de la base.

    Efectivamente un reproche, pensó Alan.

    Y en cierta forma lo comprendía. Su trabajo no consistía precisamente en llevar sus propias preocupaciones hasta su padre para que él le tranquilizara y lo solucionara todo. No, eso estaba claro. Y, a pesar de que su intención no había sido esa, tenía que reconocer que eso es lo que había pasado. Se sintió algo estúpido. Era la segunda vez en una hora que tenía un pensamiento como aquel. Estaba cansado.

    La voz de su padre le devolvió a la realidad del momento. Alan se asustó como un colegial al darse cuenta de que había perdido, por completo, el hilo de lo que le estaba diciendo.

    —  . . . por lo que es necesario que mañana todos los sistemas de seguridad funcionen a la perfección. No quiero fallos Alan.

    —  No los habrá. – contestó todavía algo contrariado.

     —  El proyecto se realizará mañana por la mañana. El presidente y todo el consejo del CDN asistirán a la prueba. Nadie podrá acceder durante su ejecución a los niveles inferiores.

    Entonces Alan lo comprendió todo. Si iba a llevarse a cabo el  proyecto eso significaba que se pondrían en funcionamiento los nuevos generadores de energía de la base. 

    — Tienes un informe completo en tu ordenador. ¿alguna pregunta? — preguntó al tiempo que se levantaba, dando a entender que la reunión había tocado a su fin.

    —  Ninguna. – contestó también levantándose.

    —  Entonces nos veremos mañana.

    Antes de llegar a la puerta Bob le dijo algo que le volvió a coger desprevenido.

    —  No se si sabrás que el presidente casi perdió el conocimiento esta mañana, durante su visita. 

    —  No lo sabía. – dijo extrañado.

    —  ¿ Crees que esa información podría serte de alguna utilidad ?

    No contestó nada. Se quedó allí de pie junto a la puerta mirándole. Intentando entender. ¿Era de nuevo un reproche?. No, se dijo. Si algo odiaba su padre era precisamente eso, repetir una y otra vez las cosas. Pero entonces, ¿porque lo había dicho?.

    Se despidió de su padre y luego fue directamente a su cámara. Se dio una ducha. Minutos después yacía sobre la cama hasta que el cansancio le fue venciendo poco a poco.

     Mientras tanto las imágenes de Miles, Mike y el doctor Anthony seguían revoloteando en su cabeza sin descanso.

Peleándose unas con otras, en un vano intento por llegar a él y darle su enigmático mensaje. Le rondaban. Le asediaban. En un momento determinado su mente comenzó a emparejar las imágenes aleatoriamente, sin ningún orden lógico. Sin ningún sentido. Descubrió entonces que ya no podía pensar con claridad, al tiempo que esas visiones fueron confundiéndose unas con otras en una extraña danza visual hasta que, por fin,  parecieron diluirse en la nada.

    El cerebro de Alan comenzó a relajarse, y poco a poco fue entrando en un sueño profundo. Si bien, curiosamente, la última imagen que le vino a la mente fue el semblante asustado de la enfermera Alice, tendida en el suelo. Y, de nuevo, tuvo esa sensación  en la que todo cobraba sentido. Pero, de nuevo, volvió a desaparecer sin dejar rastro. 

3

    Resultaba evidente que el nivel de actividad en la base se había reducido considerablemente. Los ascensores circulaban con menor frecuencia, y cuando lo hacían,  al iniciar la marcha, también parecían hacerlo con menor vehemencia, como si protestaran secretamente exigiendo que no se les despertara de su apacible descanso.

    Frente a uno de los ventanales, sobre un enorme banco de igual tamaño, Lone observaba pensativo como descendía uno de los ascensores. Apenas unos segundos después desapareció de su campo de visión. Junto a la guía por la que se deslizaba distinguió otra de menor tamaño que también recorría el eje principal. Dedujo que se trataba de un escalera de emergencia, a la vez que se preguntaba si los ascensores serían el único medio para acceder a las otras plantas, o si por el contrario existía una escalera principal.

    El ruido de unos pasos le alertó de que alguien se acercaba. Lone no tuvo que girarse para saber de quien se trataba. No sólo el reflejo de su silueta en el ventanal le ayudo a averiguarlo, sino también el suave sonido de sus pisadas que contrastaba especialmente con el sonido de cualquier otro tipo de calzado, como el que utilizaba la pequeña escolta que vigilaba cada uno de sus pasos que, a buen seguro, no se debía encontrar muy lejos. Lone sonrió ante este pensamiento.

    Alison se sentó a su lado. Guardó silencio.

    —  Atrapados. – dijo de repente.

    Lone no contestó.

    —  ¿Por qué lo hiciste Vince ? ¿Porqué pactaste con él ? — volvió a increparle Alison algo enojada.

    —  No teníamos otra alternativa.

    Ahora ambos se miraban directamente. 

    —  Pero él jamás cumplirá su parte del trato. ¿No lo comprendes? — dijo levantándose del banco.

    Lone entendía perfectamente lo que le estaba diciendo. No cumplir con su parte sólo significaba una cosa. Su vida estaría en peligro durante todo el tiempo que él estuviera fuera. Y si no volvía, su vida no valdría nada. Y, aunque sabía que Alison lo desconocía, decidió obviarlo. Se levantó y fue hasta ella.

    —  No te ocurrirá nada Alison. – le dijo mientras la sujetaba suavemente de los brazos. — Tienes que creerme. No lo permitiré.

    Se sintió culpable.  

    De nuevo volvieron a mirarse, y en ese instante se descubrieron el uno al otro. Entonces se abrazaron.

    —  Saldremos de esta. – dijo Lone.

    Los dos percibieron esa extraña relación de afinidad que se había establecido entre ellos, en tan poco tiempo, como algo físico que pudiera tocarse. Calibrarse.

    —  Está bien. – dijo Alison resignándose a la vez que intentaba secar, disimuladamente, las lágrimas que habían brotado de sus ojos. – Pero . . . prométeme que volveré a verte.

    —  Prometido. – dijo Lone, sintiéndose aun más culpable.

    — Será mejor que descansemos un poco. Mañana será un día complicado. – sugirió Lone.     

    Tuvieron que rodear parte del pasadizo principal hasta llegar al túnel que conducía a sus cámaras. Mientras lo recorrían Lone pudo hacerse una ligera idea del proceso utilizado para montar las plantas en el interior del acantilado. Cada veinte metros una junta  atravesaba la superficie del suelo de un lado a otro, por lo que dedujo que todas las plantas del eje principal, y seguramente la mayor parte de la base, se habían construido mediante módulos acoplados. Exceptuando las cámaras y pasadizos perforados directamente sobre la  roca.

    Al final del túnel giraron a la derecha desde donde se veían las puertas de las diferentes cámaras. Las paredes frías, perfectamente pulidas, mostraban su habitual desnudez lo que les proporcionaba una turbadora elegancia. Una armonía que sólo se veía interrumpida por el diseño mismo de las puertas junto a las cuales destacaban los intercomunicadores.  Lone consiguió que el Director accediera a instalar a Alison en la cámara contigua a la suya. Entre las dos, un soldado hacía su guardia en posición de descanso. El soldado advirtió su presencia. Movió levemente la cabeza en su dirección para volver nuevamente a su posición inicial.

    — Trátalo bien. – le dijo Lone cuando apenas quedaban unos metros para llegar a la cámaras.

    Alison no contestó de ninguna forma.

    —  Si necesitas alguna silla, — dijo de nuevo Lone refiriéndose al incidente en el hospital. – no tienes más que pedírmela.

    Esta vez los suaves contornos de su rostro se contrajeron levemente, esbozando una pretendida sonrisa, que aunque efímera consiguió iluminarla por completo. 

    —  ¡ ey !, estaré aquí al lado.

    —  No te preocupes. Estaré bien.—le tranquilizó Alison dirigiéndose a su cámara.

    Pasó delante del soldado y desapareció bajo el umbral de la puerta.

    Lone también entró en su cámara.

4

    Las luces ya estaban encendidas cuando Alison entró. La puerta se cerró a sus espaldas emitiendo un leve siseo que le fue familiar.  Lejanamente familiar. Alison se giró y miró a la puerta fijamente  durante unos segundos que le parecieron interminables. El sonido de la puerta había actuado como el  clic de un interruptor despertando en su interior algo que no lograba identificar. Tal vez un recuerdo, o tal vez una sensación. No estaba segura. A su espalda la cámara aparecía como un basto espacio dotado de vida, en un completo silencio. Expectante. En un silencio provocador y a la vez contenido. A la espera. Sintió un estremecimiento. Entonces tuvo la certeza de que algo estaba a punto de ocurrir y supo que tenía que salir de allí cuanto antes.

    La puerta volvió a abrirse. Alison salió de su cámara y fue a la de Vince. El soldado seguía apostado entre ambas puertas. No pareció reaccionar de ninguna manera al pasar frente a él. Apretó varias veces el botón del intercomunicador. Estaba muy nerviosa. Cayó en la cuenta de que no había apartado la vista del suelo desde que saliera de su cámara. Volvió a apretar el botón. Estaba tardando mucho, pensó Alison.  De nuevo la idea de no haber mirado al soldado pasó por su cabeza. Pulsó varias veces el botón, y aprovechó para torcer levemente la cabeza y mirarle rápidamente de soslayo, pero no logró verle con claridad. Comenzó a invadirla el temor de que Vince estuviera dormido. Endureció el estómago intentando inútilmente contrarrestar los nervios que sentía y volvió a llamar, esta vez golpeando la puerta con la mano.

    — ¡ VINCE ! — gritó.

    Tuvo la sensación de que apenas había conseguido decir su nombre. Miró a su izquierda y descubrió que no podía distinguir con claridad el túnel. Por un momento creyó ver como túnel se movía y sintió pánico. No quería perder el conocimiento. Entonces oyó un sonido plástico, como el goteo de un grifo mal cerrado, que retumbó exageradamente en el túnel, y que pareció devolverla a la realidad. Provenía del otro lado. Del lado del soldado.

    Volvió a oírse.

    Alison, que estaba apoyada con ambas manos en la puerta de Vince, volvió la cabeza sin levantar la mirada del suelo mientras el goteo se hacía cada vez  más persistente. Desde esa posición sólo pudo distinguir las botas del soldado, en el preciso instante en que sus ojos localizaron con extraordinaria precisión la caída de una nueva gota. Alison tuvo la certeza de qué se trataba antes si quiera de que golpeara el suelo encharcado de sangre.

    Se resistía a mirar al soldado, pero había algo más fuerte que ella que quería que lo hiciese. La empujaba a hacerlo. Alison sintió que no le quedaban fuerzas. Levantó la cabeza y miró directamente al soldado.

    Tenía la cabeza totalmente comprimida. Su pelo había desaparecido por completo y la piel de su cara aparecía estirada hacia atrás increíblemente, a través de la cual se podían distinguir los huesos de su cráneo. Aquello giró la cabeza hacia Alison en un movimiento lento y perturbador. La expresión de su rostro amoratado repleto de heridas se transformó repentinamente en una horrible mueca, mostrando una repulsiva sonrisa sardónica, al tiempo que la miraba a través de las cuencas de sus ojos.

    Alison comenzó a gritar con todas sus fuerzas.

    Antes de comprender lo que estaba ocurriendo la puerta de Vince se abrió bruscamente. Unas manos, que no eran humanas, surgieron del interior agarrándola violentamente y tirando de ella hacia dentro.  

    Volvió a gritar, pero . . .

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