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334 » Sexta Parte: 2026 » 36. Boz

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Luchó con los cierres de la maleta y logró abrirla. Ya había perdido muchas de las cosas que había traído consigo —todos los huesos y las baratijas del pasado que había exprimido desesperadamente sin que le proporcionaran ni una gota de los sentimientos que se suponía debían almacenar, las postales que nunca había enviado, las ropitas infantiles, el libro de autógrafos (tres celebridades incluidas) que había empezado en octavo curso—, pero estaba dispuesta a desprenderse de cuanto le quedaba.

Un vestido blanco, lo primero que vio al abrir la maleta.

Lo arrojó sobre el sillón envuelto en llamas y apenas entraron en contacto con éstas, años de blancura se condensaron en una bola de claridad cegadora que se esfumó un segundo después.

Un par de zapatos y un jersey se encogieron rápidamente rodeados por halos de llamas verdosas.

Trajes estampados, trajes a rayas.

¡Pero si apenas había nada que le cupiera! Acabó perdiendo la paciencia y lo arrojó todo en un confuso montón, todo salvo las fotos y el fajo de cartas porque quería entregarlas al fuego una por una. Las fotos emitieron guiños de fuego que le hicieron pensar en otros tantos destellos de flash, otras tantas bombillitas que abandonan el mundo prácticamente apenas han entrado en él. Las cartas se consumieron todavía más deprisa, un ¡whoooosh! y ya estaban volando hacia arriba arrastradas por el chorro de aire caliente, pájaros negros que no pesaban nada, poema tras poema, mentira sobre mentira…, todo el amor de Juan.

Y ahora, ¿era libre?

La ropa que llevaba carecía de importancia. Después de todo hacía sólo una semana habría pensado que este momento exigía que se quitara la ropa, ¿verdad?

No, la ropa que debía quitarse era ella misma.

Fue hacia la cama que le habían preparado encima del televisor. Ahora todo lo demás estaba envuelto en llamas, y lo único que aún no ardía era el colchón. Se acostó sobre él. La sensación no resultaba más incómoda que la de entrar en una bañera llena de agua muy caliente y, tal como habría ocurrido en ese caso, el calor fue disolviendo los dolores y la tensión de esos últimos días y semanas tan horribles. ¡Ah, sí, esto era mucho más sencillo!

Se relajó y empezó a ser consciente del sonido de las llamas, y el estrépito era como un rugido que la rodeaba por todas partes, como si por fin hubiera llegado a las cataratas que llevaba oyendo desde hacía tanto tiempo, como si su botecito hubiera flotado a la deriva hasta llevarla a ese momento. Pero estas aguas eran llamas y se movían hacia arriba en vez de caer. Echó la cabeza hacia atrás y pudo ver cómo las chispas de cada foco de llamas se unían al subir formando una corriente continua, un chorro de claridad que parecía burlarse de los cuadrados inmóviles de luz mortecina marcados sobre los ladrillos. Los espectadores estaban dentro de esos cuadrados de luz contemplando las llamas, esperando —como Lottie— el momento en el que se apoderarían del colchón.

Las primeras llamitas se enroscaron sobre el borde y vio el círculo de espectadores a través de ellas. La avidez de su mirada y la individualidad de cada rostro parecían insistir en que la acción de Lottie iba dirigida única y exclusivamente a él, y ahora ya no había forma de explicarles que no hacía esto por ellos sino por las llamas, solamente por las llamas.

Los rostros desaparecieron en el mismo instante en que comprendió que no podía seguir adelante, que no tendría la fuerza suficiente para hacerlo. Se irguió, el televisor empezó a desintegrarse y Lottie y su pequeño bote cayeron por el vacío y atravesaron la espuma blanca de su miedo para precipitarse hacia la magnificencia que les aguardaba más abajo.

Pero antes de que pudiera distinguirla a través de la cortina de espuma vio otro rostro. Un hombre. El hombre alzó la manguera contra incendios y apuntó la boquilla hacia ella. Un chorro blanco de espuma plástica brotó de ella y se esparció por encima de Lottie y del colchón, y mientras la iba cubriendo como una manta no le quedó más remedio que ver esa expresión de pérdida insoportable que había invadido sus ojos y sus labios y que estaba por todas partes mirara adonde mirase.

42. Lottie en el Bellevue, continuación

—Y de todas formas el mundo no se acaba. Puede que lo intente, puede que lo estés deseando con todas tus fuerzas, pero… No puede. Siempre hay algún pobre imbécil que cree necesitar algo que no tiene y que lucha durante cinco o diez años para conseguirlo, y cuando lo haya conseguido será otra cosa. Otro día, y tú sigues esperando el fin del mundo.

»Oh, a veces no me queda más remedio que reír, ¿sabe? Cuando pienso… Como cuando te enamoras por primera vez y te dices a ti misma que estás realmente enamorada. Ahora sé lo que es eso, y luego él te deja y no puedes creerlo o, lo que es peor, vas dejando de estar enamorada poco a poco, así, poco a poco, gradualmente. Estás enamorada, sí, pero ya no es una sensación tan maravillosa como al principio, y puede que ni tan siquiera estés enamorada, puede que sencillamente desees estarlo, y puede que ni tan siquiera quieras estar enamorada. Dejas de prestar atención a las canciones de la radio y lo único que quieres es dormir, nada más. ¿Sabe a qué me refiero? Pero hay un límite al tiempo que puedes dormir, y cuando despiertas siempre tienes que enfrentarte al mañana. La nevera está vacía, y empiezas a pensar en si queda alguien a quien no le hayas pedido prestado dinero, y la habitación apesta, y te levantas justo a tiempo de presenciar el crepúsculo más increíble que te puedas imaginar, así que después de todo no era el fin del mundo, sólo era otro día más.

»Verá, cuando vine aquí una parte mía era muy, muy feliz. Como el primer día de escuela aunque quizá fuera aterrador, no lo recuerdo, pero… En fin, era muy feliz porque pensaba que ya había llegado, que este lugar era el fondo de todo, que ya no se podía ir más abajo. ¡Por fin! El fin del mundo, ¿no? Y luego descubrí que no era el fin del mundo, sólo el día siguiente, y yo había salido al balcón y allí estaba de nuevo, un crepúsculo absolutamente increíble con Brooklyn tan grande y misteriosa, y el río; y de repente fue como si pudiera dar un paso atrás alejándome de mí misma, como cuando estás sentado delante de alguien en el vagón del metro y no sabe que le estás observando, y fue como si pudiera verme a mí misma así, y pensé que era una idiota, que sólo llevaba un día aquí y ya estaba volviendo a disfrutar de un jodido crepúsculo.

»Y, naturalmente, lo que estábamos diciendo antes de la gente también es cierto. Todo el mundo es una mierda, aquí dentro igual que allá fuera. Sus caras, y la forma en que cogen las cosas, como si… No sé si ha tenido niños, pero cuando estás comiendo en la misma mesa con un niño es exactamente igual, y al principio incluso puedes disfrutar de ello y te hace gracia. Es como observar a un ratoncito…, mordisco, mordisco, mordisco, ya sabe. Pero luego viene otra comida, y otra, y si no les ves en ningún otro momento del día te acaba pareciendo que los niños sólo son un apetito ilimitado, nada más, y… Bueno, eso es lo que creo que puede llegar a ser tan aterrador, el mirar a alguien y que no puedas ver nada más que una cara hambrienta que te está mirando.

»¿Ha sentido alguna vez algo parecido? Cuando sientes algo con mucha fuerza siempre supones que otras personas deben de haber sentido lo mismo que tú, pero… ¿Sabe una cosa? Tengo treinta y ocho años, mañana tendré treinta y nueve y sigo preguntándome si es así o no, si realmente hay alguien que haya sentido lo mismo que otra persona.

»¡Oh! Oh, lo más extraño es… Tengo que contárselo. Esta mañana estaba en el lavabo y de repente ha entrado la señorita Como-se-llame, la que es tan agradable, y ha entrado como si nada, tan tranquila, como si aquello fuera mi oficina y algo así, y me ha preguntado si quería un pastel de cumpleaños de chocolate o una tarta de nata. Hay que encargarlo hoy, ¿comprende? Dios, cómo me he reído… Me he reído tanto que pensé que me iba a caer de la taza. «Un pastel de chocolate o una tarta de nata. ¿Qué va a ser, Lottie?»

»Le dije que quería un pastel de chocolate, y yo también me tomé la cosa muy en serio, créame, y lo pensé mucho antes de decidirme por una cosa o por otra. Tenía que ser chocolate. O chocolate o nada.

43. La señora Hanson en la Habitación 7

—He estado pensando en ello. Durante años. Nunca hablo de eso porque me parece que no es algo de lo que se pueda hablar. En una ocasión… Recuerdo que en una ocasión me encontré con una señora en el parque, ya hace mucho tiempo de eso, y estuvimos hablando del asunto, pero no creo que ninguna de las dos… No, entonces no. Si te lo tomas en serio es algo de lo que prefieres no hablar nunca.

»Aquí la situación es muy distinta, ¿sabe? No, no me importa hablar de ello con usted. Es su trabajo y tiene que hacerlo, pero con mi familia… Verá, eso es muy distinto. Intentarían convencerme de que no lo hiciera y discutiríamos, pero no lo harían de corazón sino sólo porque se sentirían obligados, y yo lo entiendo, claro. Yo también hice lo mismo. Recuerdo haber visitado a mi padre cuando estaba en el hospital…, en el veintiocho o el veintinueve, sí, aquí mismo, y estuve hablando con él y hablando y hablando sin parar, a mil palabras por segundo. Dios… ¿Pero cree que podía mirarle a los ojos? ¡Ni soñarlo! No paré de enseñarle fotos, como si pensara que… Pero incluso entonces ya sabía lo que debía estar pensando, y lo que no sabía es que todo esto pueda parecerte tan posible, tan fácil de hacer.

»Pero supongo que usted no necesita ninguna razón aparte del impreso que está rellenando. Bueno, sí, ponga cáncer… Debe de tener una copia de mi historial médico, ¿no? Sólo me han operado una vez. Me quitaron el apéndice, y ya tuve suficiente con eso. Los médicos me han explicado lo que puedo esperar y que tengo un poco más del cincuenta por ciento de posibilidades, y les creo. No, lo que me asusta no es el riesgo. Eso sería una estupidez, ¿no le parece?

»Lo que me asusta es acabar convertida en una especie de vegetal arrugado. Allí donde estoy ahora hay tantos que… Y algunos de ellos son totalmente incapaces de… A veces les miro, ¿sabe? Ya sé que no tendría que hacerlo, pero soy incapaz de evitarlo.

»Y ellos no se enteran de nada. Ya no tienen ni idea de lo que les está ocurriendo. Hay uno que… En fin, ha estado así todo el tiempo desde que llegué aquí. Antes se pasaba todo el día fuera, decir que era independiente se habría quedado muy corto y de repente…, una embolia, no sé, y ahora no puede controlarse. Le sacan al porche en una silla de ruedas para que esté más acompañado, y de repente oyes el ruidito que hace al mear dentro de su orinal, una gotita y otra y otra. Oh, le aseguro que acabas riendo como una loca. ¿Qué otra cosa vas a hacer?

»Y luego piensas que podría ocurrirte a ti. No, no estoy intentando afirmar que lo del mear sea tan importante, pero… ¡El cambio mental! El viejo meón era un bastardo de mucho cuidado, ¿sabe? Tenía tanta energía, tantas ganas de vivir… Nadie podía tomarle el pelo. Pero ahora… Mojar la caria no me importa, pero no quiero que se me reblandezcan los sesos.

»Los celadores siempre están haciendo chistes sobre éste o el de más allá. No, no es por malicia, de veras, y a veces hasta yo me tengo que reír cuando les oigo. Y luego pienso que después de mi operación podrían hacer chistes sobre mí, y entonces ya sería demasiado tarde, ¿comprende? A veces se les ve en los ojos. ¿El qué? Pues el hecho de que han permitido que su oportunidad pasara de largo, y lo saben.

»Cuando llevas algún tiempo así te acabas preguntando por qué. ¿Por qué seguir? ¿Para qué molestarse? ¿Por qué razón? Supongo que eso ocurre cuando dejas de disfrutar de las cosas. Las cosas pequeñas de cada día que… Oh, claro, no es que haya mucho que disfrutar. Aquí… ¿La comida? No, para mí el comer se ha vuelto un trabajo, algo que tienes que hacer…, como el ponerte los zapatos. Lo hago, y eso es todo. ¿Las personas? Bueno, hablo con ellas y ellas hablan conmigo, pero no estoy muy segura de que haya alguien que escuche lo que decimos. ¿Usted…, usted me escucha? ¿Eh? Y cuando usted habla, ¿quién le escucha? ¿Y cuánto les pagan para que lo hagan?

»¿De qué estaba hablando? Oh, sí, la amistad. Bueno, ya he expresado lo que opino del tema. Bien… ¿Qué queda? ¿Qué es lo que queda? La televisión. Yo veía muchísima televisión, ¿sabe? Puede que si volviera a tener mi propio aparato y una habitación que fuera exclusivamente mía entonces quizá… No sé, quizá podría irme olvidando poco a poco de todo lo demás, pero estar sentada en esa sala de la Clínica Terminal… Nosotros la llamamos así, ¿no lo sabía? Sí, estar sentada en esa sala con los otros oyendo cómo estornudan y parlotean y no sé qué más, yo… No consigo concentrarme en la pantalla. No consigo perderme en ella.

»Y eso es todo. Ésa es mi vida, y si quiere que le sea sincera me parece que nadie necesita algo así. Oh, me había olvidado de los baños. Dos veces a la semana puedo disfrutar de un baño caliente durante quince minutos, y me encanta. Y cuando duermo… Sí, eso también me gusta mucho. Duermo unas cuatro horas cada noche, y no creo que sea suficiente.

»¿Me he explicado con claridad? ¿He sido lo suficientemente racional? Antes de venir aquí hice una lista con todo lo que quería decirle, y ahora ya se lo he dicho todo. Son buenas razones, ¿no le parece? Las busqué en el librito que nos dan, y creo que no me he dejado ninguna, ¿verdad?

»Oh. Las relaciones familiares, sí. Bueno, ya no me queda ninguna que importe demasiado. Cuando llegas a cierta edad eso es cierto para todo el mundo, y supongo que yo he llegado a esa edad. Tardé un poquito, pero ya estoy aquí.

»Tengo entendido que usted debe aprobar mi solicitud, y si no lo hace le aviso que presentaré una apelación. Tengo derecho a reclamar, ¿sabe? Y acabaré saliéndome con la mía. Soy muy lista. Sí, cuando no me queda más remedio puedo ser muy lista… En mi familia todos son muy listos, y siempre han obtenido muy buenas puntuaciones. Debo confesar que yo no he sabido sacarle mucho partido a mi inteligencia, pero ahora voy a utilizarla. Conseguiré lo que quiero y aquello a lo que tengo derecho. Y, sinceramente, señorita Latham, le aseguro que es lo que quiero. Quiero morir. Deseo morir con tanto anhelo como algunas personas desean echar un polvo. Sueño con ello, y pienso en ello, y es lo que quiero.»

FIN

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