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CISNE Y MQARET

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CISNE Y MQARET

De vuelta al espaciopuerto entre los cráteres de Schubert y Bramante, Cisne se sentó en un rincón, arrepentida por algo que no supo identificar. Era imposible que se debiera a su estancia en el túnel, porque ya se estaba olvidando de ello. Que Pauline lo recordara. Nunca volver la vista atrás, ¿por qué había de hacerlo? Aunque siempre habría algo allí, como si hubiese estado a punto de algo importante. ¿Qué había dicho él? ¿Que el túnel no era distinto a cualquier otro lugar? Nunca lo admitiría, nunca.

Cuando estaba a punto de marcharse con Genette y el equipo de la Interplanetaria, Mqaret fue a verla de nuevo.

—Eres tan dura —le dijo, dándole palmadas en la cabeza como si fuera una niña. Pero no era un gesto condescendiente, y ella lo sabía, así que negó con la cabeza.

—No —dijo—. Me derrumbé. No pude soportarlo.

Él la defendió con afecto.

—Es verdad que no se trata de algo que se te dé bien, por supuesto. Un encierro forzado. Nunca hagas algo que te lleve a prisión, porque no lo llevarías bien. Y, sin embargo, piénsalo: estás aquí y, por tanto, tampoco se te dio tan mal.

—No veo por qué.

—La llamarada solar que os alcanzó antes de poneros a cubierto en el refugio; la lectura del dosímetro de tu traje revela que sufriste más que el resto de las personas que te acompañaban. De hecho, no pretendo asustarte porque te pondrás bien: ya hemos iniciado tu renovación y tu respuesta es inmejorable, pero… menuda encajaste.

—Diez sievert —dijo ella, acompañando las palabras con un gesto mediante el cual pretendía restarle importancia—. No es para tanto.

—Para tanto y para más, de hecho. ¿Miraste al sol más que los demás? ¿Intentaste proteger a tu amigo?

—Sí, lo hice, pero me dobla en complexión, así que no creo que lograse protegerlo mucho.

—Él sólo recibió tres sievert. Así que en realidad sólo eres un poco más delgada que él. Lo salvaste de encajar el impacto de la llamarada.

—Y luego él me salvó a mí. Tuvo que llevarme a cuestas unos cuantos días.

—Lo justo es justo. Pero, mira, tus diez sievert bastan para matar a cualquiera, así que es normal que te debilitaran. Pero te pondrás bien, como te he dicho. Me interesa ver si podríamos descubrir qué es lo que hizo que aguantaras tanto. Me preguntaba si tu enceladano tiene algo que ver. Tolera bien la radiación, y como detrívoro podría haber prosperado en tu interior para devorar todo el alimento que le proporcionaron tus células muertas. Podría haberse sumado a tus propias células T para depurar tu organismo.

A Cisne le sorprendió escuchar eso.

—Recuerdo que no te gustó nada que lo hiciera —dijo—. Me tachaste de insensata y estúpida.

Mqaret asintió.

—Y tenía razón. Mira, Cisne: si amas la vida, como tú aseguras hacer, lo cual te sirve de pretexto para hacer todas esas burradas, entonces tendrías que protegerla tanto como puedas. Hay cosas que entrañan riesgos desconocidos, y ésa fue una de ellas. De hecho sigue siéndolo. Pero sólo fue un riesgo, no algo seguro. Supongo que por eso lo corriste, porque no eres suicida, ¿verdad?

—Correcto —dijo ella sin mucho aplomo.

—Así que no eres más que una tonta, cuando haces las cosas que no puedes tener la seguridad de que no vayan a matarte en diez, o en cien años.

—Pues en ese caso somos todos unos tontos.

—Eso es verdad, sí. Pero no hay necesidad de comportarte como un estúpido.

—¿Hay alguna diferencia?

—La hay. Piensa en ello y mira a ver si puedes encontrarla. Esperemos que lo logres antes de hacer otra vez algo como esto. Si es que eso es posible.

Mqaret había estado manipulando un lector, atento a los números a medida que hablaban, y se encogió de hombros.

—Con tu permiso, llevaré algunas de tus muestras al laboratorio para que las estudien. Tal vez logremos averiguar algo.

—Por supuesto —dijo ella—. Estaría bien que saliera algo bueno de mi insensatez.

Mqaret le dio un beso en la cabeza.

—Algo más de lo que ya das, querrás decir.

Después de que Mqaret se hubiese marchado, Cisne se quedó a solas para meditar en su insensatez. Su cuerpo, macilento en la cama, parecía nadar bajo su mirada como si perteneciese a otra persona, era algo que ella manipulaba como un waldo, algo resistente. Todavía la sostenía. Tenía hambre. Llamó a la enfermera para pedir comida.

—Por favor, Pauline, copia mi historial en esta pantalla de sobremesa.

—¿Quieres la versión larga o el resumen?

—El resumen —respondió Cisne, consciente de que la versión larga tenía una extensión de cientos de páginas.

Miró la impresión que brillaba en la superficie de la pantalla, pero no pudo concentrarse en ello. Las frases daban saltos por doquier: Nacida en 2177, le habían dicho que fue un parto difícil en el que sufrió en ocasiones de breves instantes de falta de oxígeno. Sufrió ataques epilépticos a los 2 años. Infecciones por hongos y bacterias en la escuela agrícola. Síndrome de los Humedales. Trastorno de déficit de atención con hiperactividad entre los 4 y los 10 años.

Eso había sido contrarrestado con un tratamiento farmacológico que más adelante la comunidad científica había desacreditado. La etapa superior de su enseñanza la llevó a cabo en la granja, donde las cosas le habían ido mucho mejor, excepto que había más palabras que brillaban en la pantalla: Discalculia. Electroestimulación de la corteza prefrontal. Primera inoculación sabática en Xingjiang, China, a los 15 años, todo el paquete, incluyendo helmintos.

… O sea, gusanos parásitos, en este caso Trichuris suis, un tricocéfalo que se ingiere en una terapia que pasó por periodos de aprobación y por periodos de desaprobación.

Trastorno de oposición desafiante, entre los 15 y 24 años.

El trastorno de oposición desafiante se relaciona con el trastorno nervioso, ambos relativos al hipocampo; sin embargo, el nervioso evita atacar, mientras que el de oposición desafiante sí lo hace.

Un síndrome g, segundo sabático en Montpellier, Francia, a los 25 años de edad. Gripe venusiana. Modificación genital, a los 25 años. Goteo hormonal implantado con 35 años, y terapias hormonales hasta la actualidad. Adicción a la oxitocina entre los 37 y los 86 años. Implante del canto de la curruca y la alondra a los 26 años. Cuerdas vocales aptas para el ronroneo felino a los 27 años. Implante subdural de ordenador cuántico en 2222 a los 50 años. La terapia cognitiva, de 9 años a 99.

Padre de una niña a los 28 años. La hija falleció en 2296. Madre de una niña a los 63 años. Parto natural.

Había una línea introducida en el historial por Mqaret: Ingestión de una forma de vida enceladana con 79 años… Cría insensata.

Tratamientos de longevidad, edad desde los 40 hasta el presente.

Trastorno facticio, nunca tratado. Esto debía de haberlo anotado Mqaret o Pauline, para burlarse de ella.

—¿Qué ha sido de lo de «Diseñó un centenar de terrarios?» —se quejó Cisne—. ¿Y lo de que pasé cerca de tres años en la Nube de Oort, instalando motores en bloques de hielo? ¿Y lo de mis cinco años de estancia en Venus?

—No hablamos de hechos médicos —replicó Pauline.

—Sí lo fueron, créeme.

—Si quieres tu currículo vitae, sólo tienes que pedírmelo.

—Cállate. Y vete. Simulas demasiado bien a una persona irritante.

—¿Has dicho simulas o estimulas?

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