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CISNE Y LA INSPECTORA

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CISNE Y LA INSPECTORA

En el pasado, cada viaje que hizo había supuesto una oportunidad de entablar una relación amorosa con un pequeño terrario. Un terrario interior o exterior, no tenía importancia. A veces la pasión sería tan intensa que cuando concluyera el viaje, Cisne no podría recordar quién era ni por qué se estaba marchando, ni siquiera lo que había ido a hacer a ese lugar. Era como arrancar desde cero su propio yo.

El terrario donde se encontraba en ese momento, acompañada por Genette, cuya presencia sin duda la mantendría concentrada en su misión, era un antiguo amor suyo, el Bantian kongzhong yizou men, que en chino venía a significar La puerta central de la mitad del cielo vacío, uno de los muchos eufemismos chinos para referirse a la vulva. Se trataba de un lugar que ella había ayudado a remodelar cuando era joven y le apasionaba la creación de mundos. Ahora era un crucero sexual de una especie naturalista. Había espaciosas piscinas de agua caliente situadas encima y detrás de una extensa playa, que estaba dividida en dos por el río que desembocaba en el mar. Todos estos lugares servían de escenario a una gran cantidad de copulaciones públicas y semiprivadas.

Cisne pasó allí la mayor parte de su tiempo cabalgando las olas del limitado mar que había. La inmersión en el murmullo del oleaje, el agua en los labios; en la nariz el viento salado, tan vivo que tuvo que recogerse el pelo. Las olas y las corrientes estimulaban el crecimiento de pantanos, por lo que habían forzado cambios en la velocidad de rotación para crear un chapoteo que se ajustase a la marea, y, en el mar cilíndrico, un rompiente que diera pie a la formación de espléndidas olas. El rompiente había sido idea suya, pero desde entonces lo habían ampliado con un arrecife espiral que prolongaba la ruptura alrededor de todo el cilindro, cuando las olas eran las adecuadas. Después de recorrer todo el cilindro, se podía remar cierta distancia hasta el rompiente original, lo que suponía un bonito detalle.

Pero comprobó que estaba demasiado distraída para surfear despreocupadamente, y después del intenso recorrido del anillo F, incluso se le antojaba un juego de niños. Cabalgó una ola alrededor de todo el cilindro, paleó a popa para alcanzar otra (uno de los ajustes mejor pensados que había visto) y, sin embargo, tan sólo logró sentirse atrapada en una ilustración de Escher.

Así que renunció y siguió adelante. Al alcanzar la zona donde chapoteaban los amantes en aguas poco profundas, siempre encontraba a la inspectora Genette atenta a las lecturas de Passepartout, cuando no conversando con los demás investigadores de la Interplanetaria, o bien hablando por radio con otros colegas diseminados por el cilindro. Descubrió hasta qué punto su trabajo dependía de encontrar bases de datos y repasar sus contenidos, tratando de formular las preguntas que sus datos pudieran responder. Su labor era tan invisible como los cálculos que permitían a todas las naves espaciales y los terrarios mantener el rumbo que hubieran trazado, con todos sus ciclos Aldrin y las sendas Homan y los carriles de gravedad definidos como los hilos de un enorme telar circular de trayectoria espiral. Análisis de datos, reconocimiento de patrones; gran parte del trabajo la realizaban sus qubos e Inteligencias Artificiales. El resto lo llevaba a cabo un grupo de personas que se comportaba igual que Genette en ese momento, allí sentada mientras se acercaba procedente de la playa, con las piernas colgadas sentada a un taburete alto, cuyo aspecto recordaba a las sillas que ponen a los bebés en los restaurantes. Varios de ellos trabajaban juntos al lado de la barandilla de la terraza con vistas a una de las piscinas sexuales. Cisne se unió a ellos y trató de prestar atención a lo que estaban haciendo, intentando no perder de vista qué investigaban y cómo. Había cierto placer en escuchar que habían topado con algunas pistas relativas a la nave flotante de las nubes de Saturno, e incluso habían identificado el pequeño transpondedor que se había activado en cuanto accedieron a la esclusa. Había un holding empresarial de la Tierra que poseía el título de propiedad de la nave y, además, había encargado esa partida de transpondedores de la que provenía aquél. Pero en última instancia eso sólo supuso que había más líneas de investigación que seguir, tanto en la Tierra como en otros lugares. Y la investigación seguiría por esos derroteros, con qubos que empleaban algoritmos de búsqueda para hacer recorridos cuánticos por las pistas decoherentes e incoherentes del pasado. No veía cómo podía ser de ayuda en eso. Empezaba a ser hora de volver a casa.

A continuación, los cachorros de León de Terminador le pidieron que se encargara de arreglar las cosas para la reposición de lo necesario para el parque y la granja recientemente reconstruidos. Eso sí era algo en lo que Cisne podía ayudar.

—Voy a volver a trabajar para Terminador —informó a Genette—. Estaremos en contacto, por supuesto, pero tengo que viajar a la Tierra y ocuparme de los inoculantes.

—Nosotros partimos enseguida hacia allí —dijo Genette—. Parece ser que en la Tierra está el origen de nuestro problema.

Durante este viaje, se reunió a menudo con la inspectora para tomar una última copa a última hora de la noche, cuando la terraza del comedor se quedaba vacía y muchas personas se habían retirado ya a las piscinas tenuemente iluminadas, donde nadaban y copulaban en aguas poco profundas. Cisne se sentó, apoyando un brazo en la barandilla y la barbilla en la palma de su mano, mirándolos con indiferencia. La inspectora subía y se sentaba junto a ella ante la barandilla, consultando la pantalla de Passepartout. A veces charlaban sobre el caso, y en otras a Cisne le sorprendían las preguntas que Genette le hacía en estas conversaciones.

¿Si supiera que un loco la estaba ayudando a conseguir lo que quería, lo detendría? Si maltrataban a alguien hasta el punto en que se comportara como un algoritmo, ¿seguiría considerándose un ser humano?

Eran preguntas inquietantes. Y mientras contemplaban abajo las figuras inconfundibles de aquellos mamíferos en las piscinas, columpiándose en la submarina luz azulada las parejas y los grupos pequeños, muchas risas, murmullos y algún que otro grito ocasional, rítmico, propio de primates. Cópula o trípula, o hechos una bola, entrelazados en plena panmixis. Muchos de ellos estaban bajo los efectos de la oxitocina y tenían experiencias sumamente afectuosas; otros habrían tomado compuestos enteógenos y vivían experiencias tantrico-místicas. En ese preciso instante, en la piscina había varios pequeños con uno muy, muy alto, que parecía un Gulliver en mitad de un prostíbulo liliputiense, una escena que pasaba de un instante a otro de lo espeluznante a lo conmovedor. Una vez, en el pasado, Cisne se había desempeñado como Blancanieves para algunos enanos, y se volvió para ver si la inspectora los observaba, preguntándose si su expresión delataría algo. Pero Genette miraba hacia otro lado, a dos bisexuales con grandes pechos e imponentes erecciones, además de estar muy embarazados, que estaban tumbados de costado y rodaban sobre sí para adoptar diversas posturas sexuales.

—Parecen morsas —dijo Cisne—. El embarazo es simplemente demasiado. No es transgresor, es una farsa.

—Pornografía, ¿verdad? —preguntó Genette tras encogerse de hombros—. Todo vale mientras se salga de lo común.

—Pues se han salido con la suya. —Cisne se echó a reír—. Creo que quieren que sea transgresor, pero no sé si están satisfechos con el resultado.

—¿Sexo en público? ¿Eso no es transgresor en el lugar de donde procedes?

—Pero éste es un crucero sexual. La gente viene aquí para hacer esto.

La inspectora la miró con la cabeza inclinada.

—Tal vez sólo sea teatro.

—Pero teatro del malo, eso es lo que estoy diciendo.

—No es más que un espectáculo, entonces. Todos lo hacemos. Vivimos en las ideas, lo cual también puede ser un problema real, como ya he dicho. Pero no aquí. —Genette hizo un gesto para bendecir la escena con la mano extendida—. Esto sólo es encantador. Bajaré dentro de un rato y me uniré a ellos.

El Bantian Kongzhong Yizou Men iba a servirse de Marte para ganar el impulso necesario para atravesar el sistema hacia la Tierra, así que Cisne se sumó a los que fueron a la burbuja de observación para echar un vistazo cuando pasaron cerca. Preguntó a la inspectora si quería acompañarla, pero no obtuvo más que una mueca burlona a modo de respuesta.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Qué tiene Marte de malo?

—Crecí allí —dijo Genette, de pie, erguida y con los hombros hacia atrás—. Fui a la escuela allí, trabajé allí durante cuarenta años. Pero me exiliaron por un crimen que no cometí, y ya que me han desterrado, yo los exilio a ellos. ¡Me cago en Marte!

—Ah —dijo Cisne—. No tenía ni idea. ¿Qué delito fue?

La inspectora desestimó el asunto con un gesto.

—Ve, anda. Ve a mirar a ese enorme y rojo hijo de puta antes de que te lo pierdas.

Por tanto fue sola a la burbuja de observación, situada en el bauprés. El Bantian kongzhong yizou men pasó disparado por Marte justo a la altura de la capa superior de su atmósfera, evitando el frenado aéreo para sacar mayor provecho del efecto de la honda gravitatoria. Durante unos diez minutos más o menos estuvieron situados sobre él, la tierra roja, las largas y verdes líneas de los canales, los cañones que discurrían por el mar septentrional, los imponentes volcanes que se alzaban fuera de la atmósfera. De pronto lo dejaron atrás, encogiéndose como una piedra arrojada desde un globo.

—He oído que es un lugar interesante —comentó alguien.

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