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WAHRAM EN VENUS

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WAHRAM EN VENUS

Wahram estaba en la ciudad de Colette, tratando de conseguir por lo menos parte del Grupo de Trabajo de Venus para apoyar el plan de intervención en la Tierra, también para pedir ayuda a ciertos amigos de Venus con el plan de Genette para hacer frente a los qubos extraños. Ninguno de los proyectos iba demasiado bien, a pesar de que Shukra parecía dispuesto a ayudar; pero él quería corresponder, ayudando con sus conflictos locales, a pesar de que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Sería necesario mucho más, tanto por parte del Mondragon como de Saturno, si iban a arrastrar a los venusianos en el próximo empeño terráqueo.

Entonces, durante un bienvenido descanso en las negociaciones, alguien llamó a la puerta de la sala de conferencias, y Cisne entró. A Wahram le sorprendió mucho verla, y volvió a sorprenderse cuando le vio, se dirigió hacia él y le estampó un puñetazo en el pecho.

—Hijo de puta —dijo ella, y no precisamente en voz baja—. Me has mentido, me has mentido.

Dio un paso atrás, con las manos levantadas, buscando a su alrededor un lugar al que retirarse, donde ambos pudieran continuar la conversación con mayor intimidad.

—¡Yo no he hecho tal cosa! ¿De qué hablas?

—Fuiste a ver a los vulcanoides, llegaste a un trato con ellos, ¡y no me lo contaste!

—Eso no es mentir —dijo él, sintiéndose como quien camina por la cuerda floja; pero era cierto, y tuvo tiempo para retirarse a un pasillo, y después dobló una esquina, donde se pudo parar para defenderse—: Fui a hacer mi trabajo para la Liga de Saturno, no tuvo nada que ver contigo, y tienes que admitir que no tenemos costumbre de compartir nuestras respectivas agendas laborales. Llevo un año sin verte.

—Eso es porque has estado en la Tierra, haciendo tratos también allí. De los que tampoco me has hablado. ¿Qué me has dicho al respecto? ¡Nada!

Aquello había preocupado a Wahram, pero había logrado ignorar el problema y había hecho su trabajo; pero ahora ahí estaba, había llegado la hora de ajustar cuentas.

—Es que estaba… fuera —dijo débilmente.

—Fuera… ¿Qué es eso de que estabas fuera? —insistió ella—. A ver, ¿tú estabas en ese túnel o no? ¿Estuvimos juntos en el túnel o no?

—Estuvimos juntos —respondió él, levantando las manos, a la defensiva o a modo de protesta—. Estuve allí. —No fui yo quien dijo no haber estado allí, pensó, pero no lo dijo.

Al menos ella se había detenido y le miraba fijamente. Se miraron durante un rato.

—Escucha —dijo Wahram—. Trabajo para Saturno. Soy el embajador de la liga para los planetas interiores, y aquí estoy, haciendo mi trabajo. No… No se trata de algo de lo que pueda hablar libremente. Actúo en una esfera diferente.

—Pero acabamos de sufrir un ataque y hemos perdido nuestra ciudad. Tenemos que cuidar de los bienes que tenemos que dar. Y parte de eso era la luz.

—No era una cantidad suficiente de luz. La totalidad de lo que pueda enviarse desde Mercurio significa poco para Saturno. Con los vulcanoides es diferente. Pueden enviar lo bastante como para marcar la diferencia. La necesitamos para Titán. Y eso es lo que me han encargado. Es como hacer una oferta por las acciones de futuros. Siento no haberte hablado de ello. Supongo que tenía… Tenía miedo. No quiero que te enfades conmigo. Pero de todos modos lo estás.

—Peor aún —le aseguró.

Wahram percibió que se estaba preparando para darle una retahíla de argumentos.

—Fue estúpido de mi parte. Lo siento. Soy una mala persona.

Reparó en que eso casi la había hecho reír.

—Serás cabrón —dijo Cisne, fiel a su intención original de abroncarle—. Pero lo que has hecho en la Tierra es aún peor. Has llegado a un trato con las naciones ricas de la Tierra, a eso se reduce todo, y tú lo sabes. Menuda vergüenza. Hay gente por ahí que vive en casuchas hechas con cartones. Ya sabes cómo es. Eso nunca cambia, y por lo visto nunca lo hará. Por tanto nunca dejarán de odiarnos, y algunos nos atacarán. Y nosotros estallamos como pompas de jabón. No hay otra solución que la justicia para todos. Es lo único que nos permitirá vivir con seguridad. Hasta entonces siempre habrá quien llegue a la conclusión de que matar viajeros espaciales es lo único capaz de llamar la atención sobre los problemas de la Tierra. Y lo triste es que tal vez estén en lo cierto.

—¿Porque ahora estás prestando atención?

Ella le miró fijamente.

—¡Eso se debe a que hace tiempo que dura esta situación!

Él inclinó la cabeza a un lado, tratando de encontrar la manera de decir lo que sentía. La acompañó por el pasillo un poco más allá, hasta una larga mesa cubierta con galletitas y grandes cafeteras. Wahram sirvió dos tazas de café.

—Así que… estás diciendo que para protegernos tenemos que organizar una revolución global en la Tierra.

—Sí.

—Y ¿cómo? Es decir, hace siglos que llevan intentándolo.

—¡Eso no es excusa para dejar de intentarlo! Me refiero a que aquí estamos en Venus, en Titán, y que nosotros lo hacemos todo. Allí hay cosas que podrían funcionar. Introducir algo que se transmita por teléfono móvil. Darles una participación en el Acuerdo Mondragon. Construir viviendas o trabajar la tierra. Que sea esa clase de revolución, uno de los no violentas. Si sucede algo lo suficientemente rápido, lo llaman revolución, haya o no armas de por medio.

—Pero las armas están ahí.

—Tal vez lo estén, pero ¿y si nadie se atreve a disparar? ¿Qué pasa si lo que hicimos siempre fue demasiado inocuo? ¿O incluso invisible?

—Esta clase de acciones nunca son invisibles. No. Habría resistencia. No te engañes.

—Pues muy bien, les propondremos un pulso, a ver qué pasa. Disponemos de recursos sobrados, y cultivamos buena parte de sus alimentos, por tanto tenemos la situación por la mano.

Wahram lo meditó.

—Tal vez lo hagamos, pero allí se juega según sus reglas.

Ella sacudió la cabeza con fuerza.

—Hay una economía del regalo en los sentimientos de la gente que precede a todas las reglas. Una vez establecida, todo el mundo se entrega a ella. Y tenemos que hacer algo. Si no lo hacemos, acabarán con nosotros. Nos matarán y luego nos devorarán.

Wahram tomó un sorbo de café, tratando de ganar tiempo para que se tranquilizara. Cisne había ido demasiado lejos, como siempre. Le hubiera gustado oír lo que Pauline opinaba al respecto, pero en ese momento no había manera de que Cisne le permitiera acceder a Pauline. Cisne había aceptado la copa que le había servido y tomó un par de sorbos, luego empezó a hacerle un discurso, reforzando sus argumentos con gestos enérgicos con la mano que sostenía la taza, así que Wahram tuvo suerte de que no se lo derramara encima.

Y de hecho, a pesar de que como de costumbre estaba yendo demasiado lejos, también expresaba cosas que Wahram había estado pensando. Otra forma de expresar algo en lo que Alex había hecho hincapié durante años. Así que aprovechó un instante en que ella recuperaba el aliento y dijo:

—Aquí el problema es que hace siglos que se sabe lo que debe hacerse, pero nadie lo hace porque se necesitaría un gran número de personas para llevarlo a cabo. Trabajos de construcción, restauración del paisaje, una agricultura decente. Todas ello requiere de un considerable número de personas.

—¡Pero es que existe un número considerable de personas! Nos saldrían los números si se movilizara a los desempleados. La revolución del pleno empleo. Ese lugar está destrozado, tienen que hacerlo. ¡La Tierra necesita la terraformación tanto como Venus o Titán! De hecho, la necesita más, y aquí nos tienes, de brazos cruzados.

Wahram lo meditó.

—¿Podría venderse de ese modo, ¿no te parece? ¿Como una restauración? Apelar tanto a los conservadores como a los revolucionarios, o al menos confundir la cuestión referente a lo que sucede en realidad.

—No creo que tengamos que mostrarnos confusos.

—Si tienes claras tus intenciones, Cisne, habrá oposición. No seas ingenua. Habrá oposición ante cualquier cambio. Y por oposición seria me refiero a la violencia.

—Si pueden encontrar la manera de aplicarla. Pero si no hay nadie para arrestar, nadie que devuelva el golpe, nadie a quien asustar…

Wahram negó con la cabeza, sin estar convencido.

Cisne caminaba a su alrededor como un cometa alrededor del sol; Wahram se volvió para mirarla. Dos veces cerró de nuevo sobre él para golpearle en el pecho con la mano con que no sostenía la taza de café. Sus voces se cruzaron en un canto antifonal que a cualquiera que lo hubiese escuchado le habría sonado como un dúo de croar de sapo y canto de alondra.

Por último llegó a su fin el dúo disonante. Cisne se quedaba sin fuelle. Quedó claro que acababa de llegar a Venus, y empezaba a bostezar a pesar del café. Wahram suspiró aliviado, adaptó su timbre de voz a un tono más sosegado y cambió de tema. Contemplaron a través de la ventana la nieve que caía, arrastrada por un fuerte vendaval sobre arquitecturas solapadas unas sobre otras. Aquel mundo, tan nuevo y descarnado, incipiente aún, les decía con fuertes golpes de viento que las cosas estaban cambiando.

Wahram repasó mentalmente dos proyectos inacabados de Alex: afrontar lo de la Tierra; afrontar a los qubos. Sintió un escalofrío, como si de repente le pareciese que aquellos proyectos formaran parte de una misma cosa. Muy bien, pero sería necesaria una gran habilidad para unirlos, habría que ser muy preciso con la ejecución. Y Cisne no dejaría de molestarse con él hasta que se mostrase colaborador. Sin embargo, pensó que tal vez podría hacerlo.

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