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INSPECTORA GENETTE Y CISNE

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INSPECTORA GENETTE Y CISNE

Cuando le irritaba un problema, Jean Genette nunca cejaba en su empeño. A veces, incluso los problemas resueltos oficialmente conservaban un algo inquietante, debido a los detalles que no encajaban, que no le parecían correctos, y si no encontraba una solución al problema éste pasaba a formar parte del rosario insomne, una cuenta más en un brazalete de Moebius, cuentas que acariciaba con los dedos en las largas horas de insomnio de su cerebro. Por ejemplo, Genette seguía trabajando en el problema de Ernesta Travers, que treinta años antes había incordiado a todo el mundo con la pregunta fundamental de por qué su amiga Ernesta había ingeniado su desaparición de Marte, así como la forma; era un caso que Jean podía investigar desde su exilio, y de vez en cuando lo hacía, aunque Travers seguía estando tan ausente como si jamás hubiera existido. Lo mismo pasaba con el rompecabezas de la prisión terrario Nelson Mandela, el misterio por excelencia si alguna vez hubo tal, ya que el asteroide no había permitido el acceso o la salida de quien había traído el arma con que se cometió el delito. Misterios como ese abundaban en el sistema: muchos pensaban que formaba parte del reino afectado por la balcanización, aunque por sí sola la balcanización no basta para explicar algunos de los misterios, y la inspectora permanecía perpleja e intrigada, confundida existencialmente, frustrada por el aura de imposibilidad. A veces la inspectora caminaba durante horas y horas, tratando de materializar la explicación.

El problema del ataque de los guijarros no entraba en esta categoría. Todavía se consideraba un caso nuevo según las normas de Genette, y no poseía ese aura de imposibilidad. Casi cualquiera en el espacio podía ser responsable, y había muchos que vivían al amparado de su atmósfera capaces de haber pagado por ello, o podían haber viajado al espacio, cometer el acto y después regresar al amparo de su atmósfera. Era el eterno problema de la aguja en el pajar, y la balcanización agravaba el problema debido a la multiplicación de los pajares. Pero después de todo era territorio de la Interplanetaria, por tanto revisarían uno a uno los pajares, eliminando a cuantos pudieran para seguir adelante. Genette tenía bastante claro que en este caso acabarían buscando en las fábricas independientes, espiando mundos aislados en busca del fabricante del mecanismo de puesta en marcha, así como de los operadores de la nave espacial que se hallaba aplastada en lo más profundo de Saturno. No se habían agotado sus vías de investigación; al menos había 200 fábricas independientes que gozaban de una sólida capacidad industria; por tanto, más bien era como si apenas hubieran empezado.

Cisne Er Hong se reunió con Genette en el interior del acuario Pacífico Sur 101, un mundo acuático que llenaba el interior del cilindro con agua hasta diez metros de profundidad, y que giraba contra un gran trozo de hielo derretido y vuelto a congelar, de tal forma que dejarlo transparente, de modo que visto desde el espacio parecía un pedazo translúcido de granizo. Genette había navegado de niña por el Mar de Hellas, y aprendió a amar el agua en un día ventoso en la gravedad de Marte; incluso después de tantos años no había olvidado la emoción que acompaña sentir el viento fluctuante en las manos estando al timón, o en la escota, ni verse arrojada al agua antes de que la recogieran, caída tras caída.

El modesto mar en este acuario no era tan extenso como el Hellas, por supuesto, pero navegar era navegar. Y desde el interior de un acuario de paredes tan claras, la vista del cilindro era como mirar a través de un espejo curvo y plateado, roto por doquier por las olas entrecruzadas que formaba la corriente de Coriolis y el viento quiral, creando entre ambos patrones muy complejos. Era como si los patrones clásicos del clásico tanque de oleaje de la clase de física estuviera allí topológicamente deformado en el interior de un cilindro. La intersección de las olas en esta superficie curva adoptaba formas no euclidianas, algo extraño y hermoso de ver en todo su esplendor argénteo. Y detrás de todo los tonos de plata azulada. Dentro de la cáscara transparente del acuario, con el océano convertido también en firmamento, cada superficie plateada estaba bañada por una profunda luz azul, mientras que si se apartaba la vista del sol el azul del fondo era igualmente rico en matices, pero de un tono mucho más oscuro, casi añil, salpicado aquí y allá por las motas blancas de las estrellas más fulgurantes. Una ciudad flotante interrumpía esta mar cilíndrica, pero Genette pasaba la mayoría de su tiempo en el agua, gobernando de bolina un trimarán hasta donde se lo permitiera el fuerte viento.

Al saber que Cisne estaba allí, Genette navegó hasta Pitcairn para recogerla. Allí estaba en el extremo del muelle, con la efervescencia que la caracterizaba, los brazos cruzados y mirada hambrienta. Contempló con recelo el velero de la inspectora, tenía un tamaño apto para personas menudas, de modo que Cisne apenas podría sentarse en el banco. Genette desestimó la sugerencia de tomar un barco mayor, y la sentó en el costado de barlovento, con los pies en el casco, mientras ella se acomodaba a popa, ante una rueda que parecía provenir de una embarcación de mayor calado. Y allí estaban, charlando mientras el velero se deslizaba sobre el oleaje como una pardela. Con semejante contrapeso en la banda, Genette pudo encajar más viento en la mayor, y Cisne se empapó con la espuma que salpicaban las olas azules.

Navegar y encajar el embate del viento complacía a Cisne. Miraba a su alrededor mucho más que cuando había viajado con Genette en el pasado. Podría decirse que parecía un poco electrocutada. Había estado en la Tierra durante la reanimación, por tanto no cabía duda de que eso la había hecho feliz. Pero había adoptado una nueva expresión, y una arruga marcada a cincel entre las cejas.

—Wahram me ha enviado a decirte que tienes que acudir a una reunión en Titán —le dijo—. Se reúne el grupo de Alex, y se verán fuera de la red para hablar de algo importante. Algo sobre los qubos. Yo también iré. ¿Vas a decirme de qué trata todo esto?

Mientras ganaba algo de tiempo para pensarlo, Genette arrumbó hacia una nube imponente e hizo cambiar de bordo a Cisne. Una vez establecido el nuevo rumbo, tiró de la escota de mayor para levantarla casi hasta la vertical. Cisne sonrió con cierta ferocidad ante aquella evasión propia de un marino y sacudió la cabeza; no iba a distraerse con facilidad.

Aunque en realidad, aquel cambio había puesto a la embarcación en rumbo paralelo con una de las olas que rompían en el arrecife. Genette la señaló, y juntas observaron las olas mientras Genette ajustaba el aparejo para ganar mayor velocidad. Se deslizaron sobre el agua trazando una amplia curva que se encontró con la ola mientras ésta se alzaba sobre el arrecife; el trimarán se vio levantado y atrapado por la ola, se deslizó sobre su superficie, cayendo más que navegando, y, sin embargo, el viento en la mitad superior de la vela sirvió para mantenerla por delante del quiebro, siempre y cuando Genette le sacara provecho. Cisne demostró ser experta a la hora de servir de contrapeso, inclinándose y desplazándose en respuesta a las fluctuaciones del oleaje.

Cuando el arrecife opuso su resistencia, la ola perdió las fauces blancas y pasó a integrarse en el mar de fondo. Después de un último golpe en la resaca de una ola cruzada, volvieron a navegar como si no hubiese pasado nada.

—Bien hecho —dijo Cisne—. Debes navegar mucho.

—Sí, viajo en acuarios siempre que puedo. Así que a estas alturas casi he navegado en todos ellos. O en los helados. Cuando están congelados en el interior te deslizas como en una centrifugadora.

—He estado en la nación inuit, pero era verano y el hielo se había fundido. A excepción de los malditos pingos.

Navegaron un rato. En lo alto el cielo de aguas plateadas se inclinaba a través de una curva suave que oscilaba entre azules turquesa y tonalidades añil.

—Hablando de la reunión —insistió Cisne—. Wahram dijo que tenía algo que ver con algunos de los qubos nuevos. Así que, ¿te acuerdas de aquella vez que estuvimos en el Mongolia Interior y conocí a esas chicas bobas, y llegué a la conclusión de que eran personas? Tú pensabas que podía tratarse de ser qubos con aspecto humano.

—Sí, claro que me acuerdo —dijo la inspectora—. Lo eran.

—Bueno, me ha pasado algo raro de camino aquí. Estaba jugando a la petanca con un joven en el Chateau Jardín, y este chico… trataba de llamar mi atención, supongo que podría decirse, sin de hecho abrir mucho la boca. Pasamos el rato jugando, pero también… era como cuando un lobo te mira largamente. Hay algo que hacen los lobos cuando van de caza, se llama la mirada larga. A sus presas les resulta desconcertante, hasta el punto de que dejan de esforzarse en la huida.

Genette, familiarizada con el aspecto y la técnica, cabeceó en sentido afirmativo.

—Y esta persona de quien me hablas tenía una mirada larga.

—Eso mismo me pareció, sí. Tal vez formaba parte de lo que me provocó escalofríos. Me he encontrado con lobos que me miraban de esa manera. Pude ver por el rabillo del ojo lo distinta que era respecto a una mirada común. Tal vez sea así cómo mira un sociópata a la gente.

—Una persona lobo.

—Sí, aunque a mí me gustan los lobos.

—Tal vez como un qubo —sugirió Genette—. No como los de Mongolia Interior, pero tampoco del todo humanos.

—Quizá. Menciono lo de la mirada larga porque estoy tratando de llegar a una conclusión. Porque fue muy desconcertante. Por no mencionar la forma en que ese chico jugaba a la petanca, como si significara algo.

Genette la miró, interesada por aquel comentario.

—¿Como si pudiera compararse al lanzamiento de bolas sobre un objetivo?

—Exactamente.

—Pero es que eso es lo que es, ¿no?

Ella negó con la cabeza, frunciendo el ceño.

Genette exhaló un suspiro.

—De todos modos, no nos costará pedir el manifiesto de pasajeros al Chateau Jardín.

—Ya lo hice, y repasé todas las fotos. El jugador de petanca no figuraba en él.

—Hmm. —Genette meditó al respecto—. ¿Podrías compartir conmigo las grabaciones de tu qubo?

—Por supuesto.

Abandonó el costado para sentarse ante la rueda, junto a la inspectora, que abrió un poco el rumbo. Se inclinó y pidió a Pauline que transfiriera las fotos que había tomado. Genette observó la pantalla de Passepartout en la muñeca.

—Ahí —dijo Cisne, señalando una foto—. Ésa es. Y a esa mirada me refería antes.

La inspectora observó con atención la imagen. Era una cara andrógina, la mirada atenta.

—En realidad una fotografía no la plasma adecuadamente.

—¿Qué quieres decir? ¡Mira eso!

—Ya lo hago, pero esta persona podría estar pensando en un problema de cálculo, o sufriendo de indigestión pasajera.

—¡No! En persona no era así. Creo que deberías probar a localizar a ese joven. Si lo logras, podrás verlo por ti misma. Y si no, se convertirá en un misterio, ¿no te parece? Esta persona no figuraba en el manifiesto de pasajeros. Así que si no puedes localizarlos, tal vez esa mirada empiece a cobrar más sentido para ti.

—Tal vez —admitió Genette. Era la clase de revelación en un caso a la que aspiran los aficionados, algo que en la realidad no solía darse. Por otra parte, podría tratarse de un movimiento por parte de los qubos. Algunos de los que habitaban cuerpos humanoides se habían comportado de forma tan rara que costaba saber lo que podían o no hacer.

Por tanto la pregunta era hasta qué punto podía confiarse en Cisne, dada la presencia que su qubo tenía en su vida, y lo poco que se sabía sobre ellos. No fue la primera vez que Genette agradeció que Passepartout se encontrara en un reposamuñecas que, en caso de ser necesario, podría apagar o retirar. Por supuesto era posible pedir a Cisne que apagase a Pauline, tal como había hecho en ocasiones. Podían manejarse al margen de los qubos, a pesar de tenerlos metidos en la cabeza. Sólo había que arreglarlo. Y en Titán los alejandrinos prepararían una conversación privada. Estaba claro que sería el siguiente paso si querían contar con la colaboración de Cisne.

Genette la observó mientras pensaba.

—Tenemos que hablar con Wahram y el resto del grupo involucrado en esto. Hay cosas que tienes que saber, pero cuando nos reunamos allí será el mejor momento para ponerte al corriente.

—De acuerdo —dijo ella—. Pues allá vamos.

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